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Authors: Eleanor Coppola

Tags: #Historia, Referencia, Otros

Notas a Apocalipsis Now (26 page)

BOOK: Notas a Apocalipsis Now
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Cuando llegué a la casa de Barlow, me senté en la cocina y busqué apresuradamente el capítulo que nos tocaba esta semana, sobre la carta llamada «La torre». La ilustración mostraba una torre de piedra golpeada por un rayo; se estaba partiendo por la mitad y las llamas salían por las ventanas. Decía lo siguiente: «La torre sugiere la destrucción de una filosofía anticuada, incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias. A medida que la mente humana evoluciona, absorbe con facilidad las nuevas ideas y conceptos, utilizándolos para construir nuevos valores que le servirán de guía a lo largo de su vida. Pero, a medida que la mente madura, sus principios tienen tendencia a anquilosarse y volverse rígidos de manera gradual, de modo que se pierde el contacto con el dinamismo de la realidad».

A medida que avanzaba la tarde, algo en mí cambió, como si el glaciar de mi rígida mentalidad hubiera acabado agrietándose. Empecé a comprender cómo había construido mi mentalidad, este sistema de principios sobre el matrimonio, que databa de cuando era niña. Con los años no me había adaptado, no había sido flexible y al final todo se había agrietado. Me sentí iluminada. Mientras conducía de regreso a casa, al anochecer, mentalmente podía ver todas las piedras de mis principios, rocas grisáceas desmoronadas por el suelo a mi alrededor. Empecé a cambiar de actitud, desde la sensación de pérdida y dolor a la felicidad de poder construir algo nuevo.

5 de marzo, Napa

Han pasado cinco días. Sigo vigilando con el rabillo del ojo si mi felicidad se está esfumando. Sigue aquí

13 de marzo, Napa

Francis es duro. Parte de él está todavía luchando por aferrarse a sus antiguos principios. Sabe que son anticuados y que no le van a funcionar en la siguiente etapa de su vida, pero son viejos conocidos. Lo educaron con ellos y tiene la esperanza de poder volver a aquel lugar familiar y confortable del pasado. Pero, al mismo tiempo, sabe que no puede hacerla. Está triste y enfadado. Este fin de semana vi el inicio de un cambio en él. Estábamos en el coche con los niños y se puso a cantar. Me quedé pasmada pensando en el tiempo que hacía que no lo oía cantar. Luego habló sobre su próximo proyecto. Señales de cambio.

Para mí, el enorme templo de piedra del reducto de Kurtz representaba el matrimonio. La estructura básica de principios en que se basaba mi vida. Y explotó. Lloré y sentí dolor y traté de volver a apilar sus piedras, sostener sus paredes y poned e parches mientras se hacía añicos. Al final desistí. Me siento como si hubiera vuelto al río. El templo está ardiendo a lo lejos, pero yo estoy flotando de espaldas, mirando el cielo. No sé adónde me lleva la corriente, no sé cómo va a ser el momento o el día siguiente de mi vida. No puedo imaginarme dónde vaya estar o cómo va a ser mi vida dentro de seis meses o un año. Da miedo, pero, por encima de todo, tengo curiosidad por saber qué me espera.

18 de marzo, Napa

Estábamos sentados en el porche hablando de cómo el arte de hacer cine es una metáfora de la vida. Hablábamos del montaje. Francis dijo: «Estoy dispuesto a sacrificar mi mejor escena para hacer que la película sea mejor… cualquier cosa… siempre puedo volver a añadida. Ésta es la diferencia con la vida; a ella no puedes volver a añadirle escenas».

26 de marzo, Napa

Hemos comentado que cuanto más tiempo uno permanece en un estado de ambigüedad, más posibilidades hay de que ocurran cambios. Los humanos tenemos demasiada prisa por definir las cosas, por hacer' que sean definitivas, por fijadas de un modo que nos permita saber lo que son y cómo manejadas. Francis estaba hablando de hacer el montaje final de la película, de acabarla; pero, en cambio, cuanto más tiempo soporte la presión de no saber cómo termina, de no definir el final, más posibilidades tendrá de que evolucione. Lo mismo cabe para nuestro matrimonio. Quiero y no quiero definido mientras trato de averiguar si todavía vale la pena o ya no y al mismo tiempo me ilusiono ante su falta de definición y el potencial de dejar que evolucione hacia cualquier forma que pueda adquirir. A veces vuelvo a llorar y gritar pidiendo forma y definición, alguna estructura a la que asirme. Quizá sólo quiera una forma definida para poder rebelarme contra algo tangible, tal como tengo costumbre de hacer.

1º de abril, Bolinas

Hoy había marea baja y fuimos todos a casa de Walter para ir a recoger almejas. Yo llegué un poco tarde, porque venía de Napa con los niños. Cuando llegamos, las almejas ya habían recibido demasiadas visitas de pescadores, así que Carroll Ballard, Gio, Roman, yo y unos niños más caminamos un kilómetro por la playa hasta un punto en el que hay un arrecife alargado. Una vez allí, nos pusimos a sacar mejillones. No había nadie más. Es raro que aquí la gente no se interese por los mejillones. En el Mediterráneo son muy apreciados. Nos adentramos hasta donde rompen las olas. Pasamos por charcos con estrellas de mar; erizos y cangrejos. Vimos los leones marinos tomando sol sobre las rocas, a lo lejos, y algunos que nadaban muy cerca de la orilla. Arrancamos mejillones de las rocas y cuando teníamos el balde casi lleno apareció Francis. Iba descalzo, caminando con dificultad por el escarpado arrecife, con sus mocasines de cuero en la mano. Acababa de llegar de San Francisco. Anoche les mostró la película a los distribuidores franceses. Volvimos juntos hacia la playa. El chófer nos hacía señas y Francis tuvo que correr para atender el teléfono del coche. Uno de los editores tenía unas cuantas preguntas sobre los cambios para la proyección de hoy.

Cuando llegamos a la casa limpiamos los mejillones y las almejas y los cocimos al vapor. Luego los comimos con una salsa de manteca fundida. Estaban riquísimos, muy tiernos y sabrosos.

Francis sigue en la mesa con Walter, Carroll Ballard y Matthew Robbins. Hablan del final de la película. Intentan definido de alguna manera. Es como si cuando tratan de reducido a algo concreto se les escapara, se desenfocara. Francis habla de los temas de la película. «Hacemos cosas que contradicen la manera como nos definimos», dice.

Puedo ver cómo esta afirmación ha quedado suspendida en el aire. Es uno de los elementos que en los últimos meses sumió a Francis en una espiral depresiva.

3 de abril, Napa

Anoche vi dos tercios de
Apocalipsis Now
. Me asombró en qué medida, a pesar de haber estado allí, de haber visto la mayor parte del metraje en un momento u otro, la película montada era muy distinta de lo que podía haberme imaginado. Tenía una vida, una cualidad única que trascendía la suma de sus partes. Faltaban la escena de la plantación francesa y buena parte del final, pero, así y todo, su fuerza expresiva me pareció sorprendente.

Hoy, mientras veníamos en coche, hablamos de las diferencias entre la experiencia de estar ahí, haciendo la película, y lo que se ve en la pantalla. La película no es capaz de transmitir el calor, la conmoción que causan las explosiones, la emoción de los helicópteros o de estar filmando a las cuatro de la madrugada. Cuando uno está allí los ojos captan muchas más cosas que la cámara. En la sala de proyecciones, uno tiene la sensación de que la película es más parecida a un recuerdo o a un sueño.

Creo sinceramente que la película de Francis es un paso real de acercamiento del cine a la literatura, ya que trata de incluir lo que Willard está experimentando tanto por dentro como por fuera.

4 de abril, Napa

Anoche vimos la ceremonia de los Oscar. Fue triste porque Francis no estaba con nosotros. Aquí no tenemos televisor, así que fui con los niños a casa de los padres de Margie. La madre de Margie era la mucama de los primeros propietarios de nuestra casa. Vivió en ella treinta y ocho años. En su familia se respira una alegría muy cálida; entre ellos se hablaban en español. Estaban los tres hijos y el marido de Margie, sus dos chicos y mis tres hijos. Yo me senté en el suelo, frente al televisor, apoyada en la mesa ratona. Sofía se hizo un nido de almohadones y se acurrucó a mi lado. La mesita era octagonal, de madera, cuidadosamente cubierta con un plástico claro. La madre de Margie parecía preocupada porque yo estaba sentada en el suelo.

Al final nos pusimos todos a ver la tele. Roman daba saltos cada vez que veía a Marcia y a George Lucas. Se puso a gritar y saltar e hizo reír a todo el mundo cuando
La guerra de las galaxias
ganó algunos Oscar. Yo me alegré cuando Marcia obtuvo el Oscar al mejor montaje.

Hoy Francis dijo: «Como George no ha ganado directamente ningún galardón, volverá. No va a limitarse a retirarse al olimpo de los dioses, como dice últimamente. Seguro que hará otra película; le encanta ganar».

Cuando salió a cantar Jane Powell, los niños dijeron: «¿Quién es ésta?». Era el ídolo de juventud de Francis; y también el mío. Me muero de ganas de volver a ver
Siete novias para siete hermanos
. Mientras ella cantaba, los niños se levantaron y se pusieron a corretear. Uno de los chicos trajo un pollito del garaje; el pobre animal se puso a correr, aleteando y mirando por debajo de los muebles, mientras Sofía lo perseguía. Nadie volvió a prestar atención al televisor hasta que salió Farrah Fawcett.

Me alegró ver a Diane Keaton ganar un Oscar. Recuerdo cuando venía al set de
El Padrino
. Llegaba toda eufórica, con botas altas y ropa extravagante, y se metía en el camarín para salir toda modo sita y correcta como Kay Corleone.

5 de abril, Napa

Hoy me quedé en casa. Tengo un resfrío horrible. Aproveché para limpiar mi oficina y abrir una pila de correo atrasado. Puse las facturas en sobres para el contador, mandé la tarjeta para el campamento de Sofía y clasifiqué dibujos y fotos. Envié un cheque para reservar un lugar en una gira por talleres artes anales y textiles en Japón. Esto me provocó una extraña sensación: es la primera vez en quince años que me embarco en un viaje sin Francis y los niños. De vez en cuando he hecho pequeñas excursiones de unos pocos días, pero el resto de mis viajes ha tenido siempre relación con Francis o los niños. He adaptado las cosas que yo quería ver o hacer a sus planes.

Cerca de las cuatro de la tarde me llamó Gio. Había perdido el ómnibus y quería que fuera a buscarlo. Salí de casa y me pareció ver cuadros por todas partes. Formas de luz sobre los lirios blancos; dibujos de pétalos en los senderos que pasan junto a los cerezos; tulipanes reclinándose, abiertos de par en par, doblándose y cayendo por su propio peso; crujientes amapolas; nuevos lirios azules, a contraluz, que seguramente acaban de abrirse. Parecían los que salen en los biombos japoneses. Pensé en cómo quedaría si les pongo un panel dorado fino detrás, en la tierra del jardín. Y de pronto recordé que tenía que ir a buscar el coche para recoger a Gio.

6 de abril, Napa

Esta mañana Francis y yo estábamos discutiendo en la entrada de la casa de San Francisco. Los niños estaban ya en el coche, esperando a que los lleváramos al colegio en Napa. Al final me aparté y me dirigí al lado del conductor. Seguimos gritando por encima del coche. Hacía frío y las ventanillas estaban cerradas. Los niños estaban dentro, armando alboroto y tirándose una pelota de ropa. Sofía se quedó mirando cómo discutíamos y gritó:

-¡Corten!

Francis se echó a reír. Lo vimos los dos, como en el mismo momento. Era una escena perfecta para una película. Francis dijo:

-¿Crees que no me pregunto si ahora mismo no estoy haciendo mi próxima película? Todo esto que estamos viviendo es sólo parte de alguna película. La gente me dice que durante la filmación de El
Padrino
no paraba de hacer cenas sobre la base de espaguetis, con mucho vino y gente alrededor de la mesa, y ahora yo me he convertido en ese tipo raro que revisa su vida, exactamente igual que Willard. ¿Crees que no me aterra pensar que mi vida es sólo una película que estoy haciendo?

8 de abril, Napa

Esta mañana le pregunté a Francis qué es lo que sus voces internas le dicen que haga. Me dijo que le piden que no haga nada, que no presione, que no actúe, que se limite a esperar. Todo lo contrario de lo que está acostumbrado a hacer. y añadió que temía que sus voces le dijeran que estuviera solo, sin nadie más en su vida.

-¿No ves lo aterrado que estoy, Ellie? Tú me estás diciendo: «Apresúrate y define nuestro matrimonio, no voy a esperar mucho más tiempo». United Artists me dice: «Apresúrate y acaba la película, no podemos tener a los Bancos y a los cines mucho más tiempo esperando». Y parte de mí me dice: «Lo único que tienes que hacer es pensado todo muy bien, no tomes decisiones rápidas sólo para salir del problema».

Me decía que cuanto más trabaja en el final, más parece escapársele, como si estuviera allí pero fuera de su campo visual, burlándose de él. «Trabajar en el final es como intentar escalar por un vidrio con las uñas», me dijo.

9 de abril, Napa

El sábado por la tarde deseé que la vida se detuviese un momento. Era un día perfecto de primavera, fresco y cálido. El jardín tenía todos los tonos del verde. Las flores eran simples manchas opacadas por el espectro que va desde el verde oscuro hasta el amarillo verdoso. Francis parecía relajado. Estaba en el césped, con los compañeros de séptimo de Roman. Estaban haciendo una película llamada
La venganza de las uvas asesinas
. Había ocho o nueve niñas disfrazadas de uva, con medias verdes y unos vestidos redondos de color violeta, rellenos de papel de diario. Roman era el dueño del viñedo, al que estaban espiando. Francis ayudaba al estudiante encargado de la dirección a organizar una toma. Gio y yo los observábamos desde el porche. De pronto, Gio me dijo: «¿Sabes, mamá?, podríamos disfrazar a todos los alumnos del Santa Helena. Tenemos mil quinientos pijamas vietnamitas en el granero».

En ese momento apareció George Lucas, que venía a visitamos. Los chicos corrieron a pedirle autógrafos. Cuando acabó la filmación, la profesora se llevó al primer grupo de niñas a casa. Entonces los niños fueron al granero y tomaron un muñeco de un vietnamita muerto y lo pusieron tumbado en el camino de entrada a la casa. Cuando la profesora volvió montaron toda una comedia: dispararon con una metralleta e hicieron explotar globos rellenados con sangre de mentira.

Michael Herr; quien escribió
Despacho de guerra
, también estaba en casa. Comentó que le impresionó ver el cuerpo sangriento tendido en el piso y que en Vietnam hubieran dicho: «Saquen a ese oriental de allí».

Hace mucho tiempo que no saco ninguna foto. Para Navidad, Francis me regaló una pequeña cámara con flash incorporado. Nunca había tenido ganas de usarla, hasta que hoy la probé. Saqué unas cuantas fotos de él en el porche, recostado en el sofá de ratán. Esta tarde tomé algunas fotos de Sofía jugando a las cartas con Francis, George Lucas y Michael Herr, en la mesa del comedor.

BOOK: Notas a Apocalipsis Now
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