Read Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (10 page)

BOOK: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón
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—¿Cómo aprenden los caballeros a serlo?

Ella le miró.

—Nacen así —contestó—. Dios los convirtió en caballeros.

—¿Pero por qué no podemos nosotros aprender a hablar como lo hacen ellos? —preguntó Cristóforo—. Creo que no sería difícil.

Cristóforo imitó la refinada voz del caballero De Portobello, diciendo:

—Jamás castigasteis a hombre alguno por deciros lo que creía como verdad.

Su madre se le acercó y le abofeteó en la cara. Dolió, y aunque hacía tiempo que Cristóforo había dejado de llorar cuando lo castigaban, la sorpresa de la acción, más que el golpe, fue lo que hizo que se le saltaran las lágrimas.

—¡Que no te vuelva a oír dándote aires así otra vez, Cristóforo! —gritó ella—. ¿Eres demasiado bueno para tu padre? ¿Piensas que zarandearte como un ganso hará que te crezcan plumas?

Lleno de furia, Cristóforo le gritó a su vez.

—Mi padre es tan bueno como cualquiera de ellos. ¿Por qué no puede su hijo aprender a ser un caballero?

Ella estuvo a punto de volver a abofetearlo por haberse atrevido a replicarle. Pero se contuvo y acabó por escuchar lo que le había dicho su hijo.

—Tu padre es tan bueno como cualquiera de ellos —contestó—. ¡Mejor!

Cristóforo indicó las hermosas telas esparcidas sobre la mesa.

—Ahí hay tela. ¿Por qué no puede mi padre vestir como un caballero? ¿Por qué no puede hablar como ellos lo hacen y vestir como ellos? ¡Entonces el Dux sí que le honraría!

—El Dux se reiría de él —dijo la madre—. Y lo haría todo el mundo. Y si él intentara seguir actuando como un caballero, uno de ellos vendría y atravesaría con su espada el corazón de tu padre, por atreverse a comportarse como un advenedizo.

—¿Por qué se reirían de él si no se ríen de otros hombres que visten y hablan como ellos lo hacen?

—Porque son caballeros de verdad, y tu padre no lo es.

—Pero si no es la ropa ni el lenguaje... ¿Hay algo en su sangre? No parecen más fuertes que mi padre. Tenían brazos débiles; y la mayoría eran gordos.

—Tu padre es más fuerte que ellos, desde luego. Pero ellos tienen espadas.

—¡Pues que compre una espada!

—¿Quién le vendería una espada a un tejedor? —le preguntó riendo la madre—. ¿Y qué haría tu padre con ella? No ha empuñado una espada en toda su la vida. ¡Se cortaría sus propios dedos!

—No si practicara —alegó Cristóforo—. No si aprendiera.

—No es la espada lo que hace al caballero. Los caballeros nacen siendo hijos de caballeros, eso es todo. El padre de tu padre no lo era, y por eso él no lo es.

Cristóforo reflexionó sobre esto un instante.

—¿No descendemos todos de Noé, después del diluvio? ¿Por qué son caballeros los hijos de una familia, y los hijos de la familia de mi padre no? Dios nos creó a todos.

La madre se rió amargamente.

—Oh, ¿eso es lo que te enseñan los curas? Bueno, entonces deberías verlos inclinarse y hacerles reverencias a los nobles mientras se mean en el resto de nosotros. Ellos piensan que a Dios le gustan más los caballeros, pero Jesucristo no actuó así. ¡No le importaban nada!

—¿Entonces qué derecho tienen a despreciar a mi padre? —demandó Cristóforo, y contra su voluntad sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

Ella le observó un momento, como decidiendo si decirle la verdad o no.

—El oro y la tierra —dijo.

Cristóforo no comprendió.

—Tienen oro en sus cofres del tesoro —prosiguió la madre—, y su propia tierra. Eso es lo que los convierte en caballeros. Si nosotros tuviéramos grandes extensiones de tierra en el campo o un cofre lleno de oro en el desván, entonces tu padre sería un caballero y nadie se reiría de ti si intentaras hablar como ellos hacen y vistieras ropas hechas de esto. —Apoyó el extremo de un rollo de tela contra el pecho del niño—. Serías un lindo caballero, mi Cristóforo.

Entonces soltó el tejido y se rió sin parar.

Finalmente, Cristóforo salió de la habitación.

«Oro —pensó—. Si mi padre tuviera oro, todos esos otros hombres lo escucharían. Bien, pues... le conseguiré oro.»

Uno de los hombres de la reunión debía de ser un traidor, o tal vez alguno habló descuidadamente, cerca de donde un criado traicionero escuchaba, pero de algún modo los Adorno se enteraron de los planes de los Fieschi; y cuando Pietro y sus dos guardaespaldas aparecieron junto a las torres cilíndricas de la Puerta de Sant'Andrea, donde el encuentro iba a tener lugar, fueron emboscados por una docena de hombres de los Adorno. Derribaron a Pietro de su caballo y le golpearon la cabeza con una maza. Le dieron por muerto y escaparon.

Los gritos se oían en la casa Colombo tan claramente como si todo hubiera sucedido en la mansión de al lado, lo que casi era exacto, pues vivían apenas a cien metros de la Puerta de Sant'Andrea. Oyeron los primeros gritos de los hombres y la voz de Pietro que gritaba:

—¡Fieschi! ¡A mí, Fieschi!

De inmediato, el padre de Cristóforo cogió su pesado bastón de su lugar junto a la chimenea y corrió a la calle. La madre llegó demasiado tarde a la puerta para detenerlo. Gritando y llorando, reunió a los niños y los aprendices en la parte trasera de la casa mientras los oficiales montaban guardia delante. En la oscuridad, oyeron el tumulto y los gritos. Luego se oyeron los lamentos de Pietro, pues no lo habían matado de inmediato y en su agonía aullaba pidiendo ayuda en la noche.

—Loco —susurró la madre—. Chillar así es como decir a los Adorno que no lo han matado. Volverán y acabarán con él.

—¿Matarán a papá? —preguntó Cristóforo.

Los niños más pequeños empezaron a llorar.

—No —contestó la madre, pero Cristóforo se dio cuenta de que no estaba segura.

Tal vez ella percibió su escepticismo.

—Todos locos —dijo—. Todos los hombres están locos. Luchar por quién gobierna Genova... ¿qué importa eso? ¡El turco está en Constantinopla! ¡Los paganos tienen el Santo Sepulcro en Jerusalén! ¿El nombre de Cristo ya no se pronuncia en Egipto, y como niños pequeños se pelean por quién se sienta en una bonita silla y se proclama Dux de Genova? ¿Qué es el honor de Pietro Fregoso comparado con el honor de Jesucristo? ¿Qué es poseer el palacio del Dux cuando la tierra donde la Santa Virgen caminó por su jardín, donde se le apareció el ángel, está en manos de perros circuncisos? ¡Si quieren matar a alguien, que liberen Jerusalén! ¡Que liberen Constantinopla! ¡Que viertan sangre para redimir el nombre del Hijo de Dios!

—Yo lucharé por eso —dijo Cristóforo.

—¡No luches! —gimió una de sus hermanas—. Te matarán.

—Yo los mataré primero.

—Eres muy pequeño, Cristóforo —dijo su hermana.

—No lo seré siempre.

—Callad —ordenó la madre—. Todo esto son tonterías. El hijo de un tejedor no va a las Cruzadas.

—¿Por qué no? —dijo Cristóforo—. ¿Rechazaría Cristo mi espada?

—¿Qué espada? —preguntó la madre, despectiva.

—Algún día tendré una espada. ¡Seré un caballero!

—¿Cómo, sino tienes oro?

—¡Conseguiré oro!

—¿En Genova? ¿Como tejedor? Mientras vivas, serás el hijo de Domenico Colombo. Nadie te dará oro y nadie te llamará caballero. Ahora cállate o te pellizcaré el brazo.

Era una amenaza en toda regla, y los niños sabían obedecer cuando su madre la pronunciaba.

Un par de horas más tarde, el padre llegó a casa. El oficial casi no lo dejó entrar cuando llamó. Sólo cuando gritó angustiado: «¡Mi señor ha muerto! ¡Dejadme entrar!», abrieron la puerta. Entró tambaleándose justo cuando los niños corrían detrás de la madre hacia la habitación delantera. Venía cubierto de sangre. La madre gritó y lo abrazó y luego le buscó las heridas.

—No es sangre mía —dijo él, angustiado—. ¡Es la sangre de mi Dux! ¡Pietro Fregoso ha muerto! ¡Los cobardes lo emboscaron, lo tiraron del caballo y le golpearon la cabeza con una maza!

—¿Por qué estás cubierto con su sangre, Nico?

—Lo llevé a las puertas del palacio del Dux. ¡Lo llevé al lugar donde tenía que estar!

—¿Por qué has hecho eso, idiota?

—¡Porque él me lo dijo! Me acerqué a él, estaba gritando y cubierto de sangre y dije: «Dejadme llevaros a vuestro físico, dejadme llevaros a vuestra casa, dejadme encontrar a quienes os hicieron esto y los mataré por vos.» Y él me contestó: «¡Domenico, llévame al palacio! ¡Ahí es donde debería morir el Dux, en el palacio, como mi padre!» Así que lo llevé hasta allí, en mis propios brazos, ¡y no me importó que los Adorno nos vieran! ¡Lo llevé allí y murió en mis brazos! ¡Fui su verdadero amigo!

—¡Si te vieron con él, te encontrarán y te matarán!

—¿Qué importa? ¡El Dux ha muerto!

—A mí sí que me importa —dijo la madre—. Quítate esas ropas.

Se volvió hacia los oficiales y empezó a dar órdenes.

—Tú, lleva a los niños a la parte trasera de la casa. Tú, que los aprendices saquen agua y la calienten para preparar un baño. Tú, cuando le quites las ropas, quémalas.

Los otros niños obedecieron al oficial y corrieron a la parte trasera de la casa, pero Cristóforo no. Vio cómo su madre desnudaba a su padre, cubriéndole de besos y maldiciones sin cesar. Cristóforo no abandonó la habitación ni siquiera después de que lo condujera al patio para bañarlo, ni siquiera cuando el hedor de las ropas ensangrentadas al ser quemadas inundó la casa. Cristóforo estaba de guardia, protegiendo la puerta.

O eso decían todas las viejas interpretaciones de aquella noche. Colón estaba de guardia, para mantener a su familia a salvo. Pero Diko sabía que no era eso lo que pasaba por la mente del muchacho. No, estaba tomando su decisión. Estaba emplazando ante sí los términos de su futura grandeza. Sería un caballero. Reyes y reinas lo tratarían con respeto. Tendría oro. Conquistaría reinos en nombre de Cristo.

Incluso entonces, debió de saber que para conseguir todo aquello tendría que abandonar Genova. Como había dicho su madre: mientras viviera en aquella ciudad, sería el hijo de Domenico el tejedor. A partir de la mañana siguiente dirigió su vida hacia la consecución de sus nuevos objetivos. Empezó a estudiar (idiomas, historia), con tanto vigor que los monjes que le enseñaban lo comentaron:

—Ha capturado el espíritu de la erudición —decían. Pero Diko sabía que no le interesaba el aprendizaje
per se.
Quería conocer idiomas para viajar por todo el mundo. Tenía que conocer historia para saber qué había en el mundo cuando se aventurara en él.

Y tenía que aprender a navegar. A cada oportunidad que se le planteaba, Cristóforo se iba a los muelles; a escuchar a los marinos, a hacerles preguntas, a aprender todo lo que hacían. Más tarde se concentró en los oficiales de derrota. Les sobornaba con vino cuando podía permitírselo o simplemente demandaba respuestas cuando no podía hacerlo. Con el paso del tiempo consiguió embarcar en una nave, y luego en otra; no rechazó ninguna oportunidad de zarpar y hacía todos los trabajos que le pedían, para que todos supieran que el hijo de un tejedor pretendía aprenderlo todo sobre la mar.

Diko hizo su informe sobre Cristóforo Colombo, sobre el momento en que tomó su decisión. Como siempre, su padre lo alabó, criticando sólo puntos menores. Pero ella sabía a esas alturas que sus alabanzas podían ocultar serias críticas. Cuando lo desafió para que las expresara, él no quiso decirle cuáles eran.

—Ya he dicho que el informe era bueno. Ahora déjame en paz.

—Hay algo mal y no quieres decírmelo.

—Es un informe bien escrito. No tiene nada mal, excepto los puntos que ya te he dicho.

—Entonces no estás de acuerdo con mi conclusión. No crees que eso fue lo que hizo a Cristóforo decidir ser grande.

—¿Decidir ser grande? —preguntó su padre—. Sí, creo que casi con toda seguridad ése es el momento de su vida en que tomó esa decisión.

—¿Entonces qué es lo que está mal?—gritó ella.

—¡Nada! —replicó él.

—¡No soy una niña!

Él la miró, consternado.

—¿No?

—¡Me estás llevando la corriente y ya estoy harta!

—Muy bien —dijo él—. Tu informe es excelente y observador. Sin duda Colón decidió en la noche que has marcado, y por las razones que has expuesto, que buscaría oro y grandeza y la gloria de Dios. Todo eso está muy bien. Pero no hay ningún atisbo en tu informe que nos indique por qué y cómo decidió que conseguiría esos objetivos navegando hacia poniente en el Atlántico.

Fue algo que la golpeó tan brutalmente como el bofetón de la madre de Cristóforo, y le provocó las mismas lágrimas en los ojos, aunque no hubo ninguna agresión física.

—Lo siento —dijo el padre—. Dijiste que ya no eras una niña.

—No lo soy. Y te equivocas.

—¿Me equivoco?

—Mi proyecto es encontrar cuándo se tomó la decisión de ser grande y eso es lo que descubrí. Tu proyecto y el de mamá es descubrir cuándo Colón decidió dirigirse hacia poniente.

Su padre la miró sorprendido.

—Bueno, sí, supongo que sí. Sin duda es algo que necesitamos saber.

—Entonces no hay nada malo en el informe para mi proyecto sólo porque no contesta la pregunta que os ha estado inquietando a vosotros en el vuestro.

—Tienes razón.

—¡Lo sé!

—Bueno, también yo lo sé ahora. Retiro la crítica. Tu informe es completo y aceptable y lo acepto. Enhorabuena.

Pero ella no se marchó.

—Diko, estoy trabajando.

—Lo encontraré por vosotros —dijo.

—¿Encontrar qué?

—Lo que causó que Cristóforo navegara hacia poniente.

—Termina tu propio proyecto, Diko.

—¿Crees que no puedo?

—He estudiado las grabaciones de la vida de Colón, igual que tu madre, igual que incontables eruditos y científicos. ¿Crees que encontrarás lo que ninguno de ellos ha encontrado?

—Sí.

—Bueno —concluyó el padre—. Creo que hemos aislado tu decisión de ser grande.

Le sonrió, una sonrisita picara. Diko supuso que se estaba burlando de ella. Pero no le importaba. Él podía pensar que estaba bromeando, pero ella haría que su broma se volviera real. ¿Que habían contemplado las viejas grabaciones del tempovisor sobre la vida de Colón una y otra vez, junto con incontables personas más? Muy bien, pues, Diko dejaría de contemplar grabaciones. Iría y miraría directamente su vida, y no con el tempovisor. El TruSite II sería su herramienta. No pidió permiso, ni tampoco ayuda. Simplemente buscó una máquina que no se utilizaba por la noche y ajustó el horario de trabajo de su vida para que encajara con las horas en que podía utilizar la máquina. Algunos se preguntaban si realmente debería emplear los aparatos más modernos: después de todo, no era miembro de Vigilancia del Pasado. Su formación era, en el mejor de los casos, irregular. No era más que la hija de los observadores, y sin embargo empleaba una máquina a la que normalmente se accedía después de años de estudio.

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