Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (14 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón
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—Al contrario. Sabemos que la esclavitud, el comercio con seres humanos, no fue descubierto en el único lugar donde los derku no tuvieron influencia —dijo Kemal. Hizo una pausa.

—América —repuso Diko.

—América —dijo Kemal—. Y en el lugar donde las personas no se concebían como propiedad, ¿qué tenían?

—Había muchos lazos de esclavitud en América —dijo Tagiri.

—De otras clases. Pero los humanos como propiedad, los humanos como valor monetario... no los hubo allí. Y ésa es una de las cosas que más le agradan de su idea de detener a Colón. Preservar el único lugar de la Tierra donde la esclavitud no se desarrolló nunca. ¿Tengo razón?

—Ése no es el objetivo principal de investigar a Colón —dijo Tagiri.

—Creo que deben revisar su trabajo —dijo Kemal—. Porque la esclavitud fue un sustituto directo del sacrificio humano. ¿Me está diciendo que prefiere la tortura y el asesinato de cautivos, como lo practicaban los mayas, los iroqueses y los caribes? ¿Le parece eso más civilizado? Después de todo, esas muertes se ofrecían a los dioses.

—Nunca me hará creer que hubo un intercambio equilibrado, esclavitud por sacrificio humano.

—No me importa si lo cree o no. Admita la posibilidad. Admita que hay algunas cosas peores que la esclavitud. Admita que tal vez nuestro conjunto de valores es tan arbitrario corno los de otras culturas y que trata de revisar la historia para hacer que sus valores triunfen en el pasado además de en el presente y en el futuro...

—Imperialismo cultural —dijo Hassan—. Kemal, es raro que pase una semana sin que tengamos esa discusión entre nosotros. Y si propusiéramos retroceder en el tiempo e impedir que esa mujer derku inventara la esclavitud, su argumento sería válido. Pero no tratamos de hacer nada por el estilo. ¡Kemal, no estamos seguros de que queramos hacer nada! Sólo tratamos de averiguar lo que es posible.

—Es tan ridículo que causa risa. Sabían desde el principio que iban a por Colón. Que iban a detenerlo. Y, sin embargo, parecen olvidar que junto con el mal que los europeos llevaron al mundo, también despreciarán lo bueno. Medicina útil. Agricultura productiva. Agua limpia. Energía barata. La industria que nos proporciona el placer de tener esta reunión. Y no se atrevan a decirme que todos los dioses de nuestro mundo moderno habrían sido inventados de todas formas. Nada es inevitable. Están renunciando a demasiado.

Tagiri se cubrió el rostro con las manos.

—Lo sé —dijo.

Kemal esperaba oposición. ¿No le había estado mirando con mala cara todo el tiempo? Se quedó sin habla por un instante.

Tagiri retiró las manos de su rostro, pero continuó mirando su regazo.

—Todo cambio tendría un coste. Y sin embargo, no cambiar nada también lo tiene. Pero no es decisión mía. Pondremos todos nuestros argumentos ante el mundo. —Alzó la cara para mirar a Kemal—. Para usted es fácil estar seguro de que no deberíamos hacerlo. No ha visto sus rostros. Es usted un científico.

Kemal tuvo que reírse.

—No soy un científico, Tagiri. Sólo soy otro como usted... alguien a quien a
veces
se le mete una idea en la cabeza y no puede librarse de ella.

—Está bien —dijo Tagiri—. No puedo dejarlo estar. De algún modo, cuando acabemos con toda nuestra investigación, si tenemos una máquina que nos permita tocar el pasado, habrá algo que podamos hacer y merezca la pena, algo que responderá al... ansia... de una anciana que soñó.

—Se refiere a la oración —dijo Kemal.

—Sí —respondió ella, desafiante—. La oración. Hay algo que podemos hacer para mejorar las cosas. De algún modo.

—Veo entonces que no estamos hablando de ciencia.

—No, Kemal, y nunca he dicho que así fuera. —Ella sonrió con tristeza—. Fui formada, ya ve. Se me dio la carga de contemplar el pasado como si fuera una artista. Ver si se le podía dar una nueva forma. Una forma mejor. Si no se puede, entonces no haré nada. Pero si se puede...

Kemal no esperaba tanta franqueza. Esperaba encontrarse con un grupo de gente dedicada a una loca obsesión. Pero lo que encontraba en cambio era dedicación, sí, pero ninguna obsesión, y por tanto ninguna locura.

—Una forma mejor —dijo—. Eso lo reduce todo a tres preguntas. Primera, si la forma es mejor o no... una pregunta que es imposible de contestar excepto con el corazón, pero al menos tiene usted el sentido de no confiar en sus propios deseos. Y la segunda pregunta es si resulta técnicamente posible... si podemos diseñar una máquina que cambie el pasado. Eso es cosa de los físicos y matemáticos e ingenieros.

—¿Y la tercera pregunta? —dijo Hassan.

—Si se puede determinar exactamente qué cambio o cambios deben hacerse para conseguir exactamente el resultado que desean. Quiero decir: qué van a hacer, ¿enviar un abortivo al pasado y echarlo en el vino de la madre de Colón?

—No —respondió Tagiri—. Tratamos de salvar vidas, no de asesinar a un gran hombre.

—Además —dijo Hassan—, como usted mismo ha dicho, no queremos detener a Colón si al hacerlo empeoramos el mundo. Es la parte más complicada de todo el problema: ¿cómo podemos suponer qué habría pasado si Colón no hubiera descubierto América? Eso es algo que el TruSite II no puede mostrarnos todavía, lo que podría haber sucedido.

Kemal contempló a las personas que se habían congregado allí, y advirtió que se había equivocado por completo con ellos. Estaban más decididos que él a no cometer ninguna tontería.

—Es un problema interesante —dijo.

—E imposible —repuso Hassan—. No sé si esto le hará feliz, Kemal, pero nos ha ofrecido nuestra única esperanza.

—¿Cómo es eso?

—Su análisis de naveg. Si hay alguien que fue como Colón en toda la historia, ése fue él. Cambió la historia por pura fuerza de voluntad. El único motivo por el que se construyó su arca fue por su firme determinación. Luego, como su barco lo transportó durante el Diluvio, se convirtió en una figura de leyenda. Y como su padre fue víctima del breve retorno de los derku a los sacrificios humanos justo antes del Diluvio, le contó a todo el que quisiera escuchar que las ciudades eran malas, que los sacrificios humanos eran un crimen imperdonable, que Dios había destruido un mundo a causa de sus pecados.

—Si también le hubiera dicho a la gente que la esclavitud era mala... —dijo Diko.

—Les dijo lo contrario —contestó Kemal—. Era un ejemplo viviente de lo beneficiosa que podía ser la esclavitud. Porque conservó a su lado toda su vida a los tres esclavos que le construyeron el barco, y todos los que llegaron a conocer al gran naveg vieron cómo su grandeza dependía de la propiedad de esos tres hombres. —Se volvió hacia Hassan—. No veo cómo el ejemplo de naveg pudiera inspirarles algún tipo de esperanza.

—Porque un hombre, solo, reformó el mundo —respondió Hassan—. Y usted vio exactamente dónde se encaminó hacia esos cambios. Descubrió el momento en que se encontró a la orilla del nuevo canal que estaba siendo abierto en el Bab al Mandab, contempló el trazo de la antigua costa y advirtió lo que iba a suceder.

—Fue fácil de encontrar —dijo Kemal—. Se dirigió inmediatamente a casa, y le explicó a su esposa exactamente lo que había pensado y cuándo lo había hecho.

—Sí, bueno, eso es sin duda más claro que nada de lo que hayamos encontrado con Colón. Pero nos da la esperanza de que podamos encontrar ese momento. El acontecimiento, el pensamiento que le hizo volverse hacia el oeste. Diko encontró el momento en que decidió ser un gran hombre. Pero no hemos encontrado el punto en que se volvió tan inflexiblemente monomaniaco en lo de viajar hacia el oeste. Sin embargo, a causa de naveg, todavía tenemos esperanza de hallarlo algún día.

—Pero si lo he descubierto ya, padre —dijo Diko.

Todos se volvieron hacia ella. Diko pareció cohibirse.

—O al menos creo que lo he hecho. Pero es muy extraño. Estuve trabajando en ello anoche. Es tan tonto, ¿no? Pensé que sería magnífico si lo encontrara mientras... mientras Kemal estaba aquí. Y entonces lo hice. Creo.

Nadie dijo nada durante un largo instante. Hasta que Kemal se puso en pie y dijo:

—¿A qué estamos esperando aquí? ¡Enséñanoslo!

5. VISIÓN

5

VISIÓN

S
er incluido en el convoy de Spinola a Flandes era más de lo que Cristóforo podía haber esperado. Cierto, era el tipo de oportunidad para la que se había preparado durante toda su vida hasta entonces, suplicando que cualquier barco le llevara hasta conocer la costa de Liguria mejor de lo que conocía los bultos de su propio colchón. ¿Y no había convertido su viaje «de observación» a Khíos en un éxito comercial? No es que hubiera vuelto rico, por supuesto, pero había empezado con muy poco y había comerciado con resina hasta volver a casa con la bolsa llena... y luego tuvo la suficiente inteligencia como para entregar gran parte, públicamente, a la Iglesia. Y lo hizo en nombre de Nicoló Spinola.

Spinola le mandó llamar, naturalmente, y Cristóforo fue la viva imagen de la gratitud.

—Sé que no me encargasteis ningún deber en Khíos, mi señor, pero sin embargo fuisteis vos quien me permitió unirme al viaje, y sin costes. No merecía la pena ofreceros las pequeñas sumas que logré ganar en Khíos: dais más a vuestros criados cuando van al mercado para comprar la comida del día para vuestra casa. —Ambos sabían que era una exageración ridícula—. Pero cuando las di a Cristo, no pude fingir que el dinero, por escaso que fuera, procedía de mí, cuando lo hacía por completo de vuestra amabilidad.

Spinola se echó a reír.

—Sois muy bueno en esto —dijo—. Practicad un poco más, para que no parezca memorizado, y os prometo que discursos como éste os labrarán una fortuna.

Cristóforo pensó que eso quería decir que había fracasado, hasta que Spinola le invitó a tomar parte en un convoy comercial a Flandes e Inglaterra. Cinco naves, navegando juntas para mayor seguridad, y una de ellas transportando un cargamento que el propio Cristóforo se encargaría de comercializar. Era una gran responsabilidad, una buena porción de la fortuna de Spinola, pero Cristóforo se había preparado bien. Lo que no había hecho en persona lo había visto hacer a otros prestando especial atención a los detalles. Sabía cómo supervisar la estiba de un barco y cómo conseguir lo que deseaba sin crearse enemigos. Sabía cómo hablar al capitán, cómo permanecer al mismo tiempo distante y sin embargo afable con los hombres, cómo juzgar por el viento y el cielo y el mar cuánto avanzarían. Aunque había realizado pocos trabajos de marinero, sabía cuáles eran esas labores, por haberlas observado, y sabía cuándo se hacían bien. De joven, cuando no recelaban de que pudiera meterlos en problemas, los marineros le habían dejado mirarlos trabajar. Incluso había aprendido a nadar, cosa que la mayoría de las marineros jamás se molestaban en hacer, porque pensaba de niño que eso era uno de los requisitos de la vida en el mar. Para cuando el barco zarpó, Cristóforo se sintió completamente al control.

Incluso le llamaban «signor Colombo». Eso no había sucedido muchas veces antes. A su padre sólo rara vez le llamaban «signor», a pesar del hecho de que en los últimos años las ganancias de Cristóforo habían permitido que Domenico Colombo prosperara, ampliara el taller de tejidos, tejiera ropas más finas, cabalgara un caballo como un noble y comprara unas cuantas casas fuera de las murallas de la ciudad para poder jugar al terrateniente. Así que el título no era ciertamente adecuado para alguien de la cuna de Cristóforo. Sin embargo, en este viaje, no sólo los marineros sino también el capitán lo llamaron por el título de cortesía. Aunque este respeto básico era un signo de lo lejos que había llegado, pero no era tan importante como tener la confianza de los Spinola. El viaje no fue fácil, ni siquiera al principio. Los mares no estaban inquietos, pero tampoco plácidos. Cristóforo advirtió con secreta diversión que era el único de los agentes comerciales que no se mareaba. En cambio, pasaba el tiempo como en todos sus viajes: repasando las cartas con el navegante o conversando con el capitán, sonsacándoles toda la información que conocían, en busca de todo cuanto pudieran enseñarle. Aunque sabía que su destino se encontraba al este, también era consciente de que algún día tendría un barco, una flota, que podría necesitar navegar a través de todos los mares conocidos. Conocía Liguria; el viaje a Khíos, su primera travesía en mar abierto, la primera vez que perdió tierra de vista, la primera vez que confió en la navegación y sus cálculos, le ofreció un atisbo de los mares del este. Pronto vería el oeste, atravesaría el estrecho de Gibraltar, viraría hacia el norte, costeando Portugal, cruzaría el golfo de Vizcaya... nombres que sólo había oído cuando alardeaban de los marineros. Los caballeros (los otros caballeros) podrían vomitar por todo el Mediterráneo, pero Cristóforo aprovecharía cada momento para prepararse, hasta que por fin estuviera listo para ser el siervo en las manos de Dios que...

No se atrevía a pensar en ello, o Dios conocería la horrible presunción, el mortal orgullo que ocultaba dentro de su corazón.

No es que Dios no lo supiera ya, por supuesto. Pero al menos sabía también que Cristóforo hacía todo lo posible para no dejar que su orgullo lo poseyera. «Hágase Vuestra voluntad, oh, Señor, mas no la mía. Si soy el que ha de liderar vuestros triunfantes ejércitos y navios en una poderosa cruzada para liberar Constantinopla, expulsar a los musulmanes de Europa, y una vez más alzar el estandarte cristiano en Jerusalén, así sea. Pero si no, haré cualquier tarea que tengáis a bien ofrecerme, grande o humilde. Estaré preparado. Soy vuestro fiel servidor.

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