Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (33 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón
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El rey sonrió ligeramente.

—¿Y si aceptamos vuestra generosa oferta?

—Sería un gran honor si su majestad me permitiera relacionar mi nombre con el viaje del señor Colón.

La sonrisa del rey se desvaneció. Santángel sabía por qué. El rey era muy sensible a cómo lo percibía la gente. Ya era bastante malo que tuviera que pasarse la vida en este delicado equilibrio con una reina gobernante para asegurar una pacífica unificación de Castilla y Aragón cuando uno de ellos muriera. No le gustaba imaginar los chismorreos. El rey Fernando no pagaría el viaje. Sólo Luis de Santángel tenía la previsión de hacerlo.

—Vuestra oferta es generosa, amigo mío —dijo el rey—. Pero Aragón no escabulle su responsabilidad.

—Ni Castilla —dijo la reina. Sus manos se relajaron.

«¿Sabía que la noté tensa antes? ¿Fue una señal deliberada?»

—Reunid un nuevo consejo de examinadores —concluyó el rey—. Si su veredicto es positivo, concederemos a este viaje sus carabelas.

Y así comenzó de nuevo, o eso parecía. Santángel, que observaba desde la distancia, pronto advirtió que esta vez el final estaba resuelto. En vez de años, duró semanas. En nuevo consejo incluyó a la mayoría de los valedores de Colón del grupo anterior, y pocos de los teólogos conservadores que tan vehementemente se habían opuesto a él. No fue ninguna sorpresa que hicieran un examen de las propuestas de Colón para cubrir las apariencias y regresaran con un veredicto favorable. Sólo faltaba que la reina llamara a Colón a la corte y se lo comunicara.

Tras todos estos años de espera, después de que apenas meses antes pareciera que todo era en vano, Santángel esperaba que Colón se alegrara al oír la noticia. Se presentó en la corte y en vez de aceptar agradecido la misión de la reina, empezó a fijar demandas. Era increíble. Primero, este plebeyo quería un título nobiliario por la encomienda que se le hacía. Y eso era sólo el principio.

—Cuando regrese de Oriente —dijo—, habré hecho lo que ningún otro capitán haya hecho o se haya atrevido a hacer jamás. Debo navegar con la autoridad y rango de Almirante de la Mar Océano, exactamente igual en grado al Gran Almirante de Castilla. Junto con este rango, será adecuado que se me garanticen los poderes de virrey y gobernador general de todas las tierras que pudiera descubrir en nombre de España. Aún más, esos títulos y poderes deben ser hereditarios, y ser trasladados a mi hijo y sus hijos tras él. También será adecuado que se me garantice una comisión del diez por ciento de todo el comercio que pase entre España y las nuevas tierras, y la misma comisión de todas las riquezas minerales halladas allí.

Después de todos estos años en los que Colón no había mostrado signos de codicia personal, ¿se atrevía a revelarse ante ellos como otro cortesano parásito?

La reina se quedó sin habla durante un momento. Entonces le dijo cortantemente a Colón que solicitaría consejo sobre su petición, y le despidió.

Cuando Santángel informó al rey de las palabras de Colón, éste se quedó pálido.

—¿Se atreve a hacer demandas? Creía que venía a nosotros como suplicante. ¿Espera que los reyes hagan contratos con los plebeyos?

—En realidad no, majestad —dijo Santángel—. Espera que primero lo nombréis noble, y luego firméis un contrato con él.

—¿Y no retrocede ante estos puntos?

—Es muy cortés, pero no, simplemente no se doblega ni un ápice.

—Entonces despedidlo —dijo el rey—. Isabel y yo nos preparamos para entrar en Granada en una gran procesión, como liberadores de España y campeones de Cristo. ¿Un dibujante de mapas genovés se atreve a exigir los títulos de almirante y virrey? Ni siquiera se merece un señor.

Santángel estaba seguro de que Colón se echaría atrás en cuando oyera la respuesta del rey. En cambio, anunció con serenidad su partida y empezó a hacer los preparativos para su marcha.

Alrededor del rey y la reina todo fue un caos aquella tarde. Santángel empezó a ver que Colón no era tan tonto al haber hecho esas demandas. Había tenido que esperar todos aquellos años porque si dejaba España y acudía a Francia o Inglaterra con su propuesta ya tendría dos fracasos a sus espaldas. ¿Por qué iban a estar Francia o Inglaterra interesadas en él, cuando las dos grandes naciones marineras de Europa lo habían rechazado ya? Entonces, sin embargo, era bien sabido que los monarcas españoles habían aceptado su propuesta y accedido a financiar su viaje. La disputa no era si concederle barcos o no, sino cuál sería su recompensa. Podría marcharse ese mismo día y estar seguro de tener una ansiosa bienvenida en París o Londres. Oh, ¿no estaban Fernando e Isabel dispuestos a recompensaros por vuestro gran logro? ¡Ved cómo Francia recompensa a sus grandes marinos, ved cómo Inglaterra honra a aquellos que llevan los estandartes del reino al Oriente! Por fin Colón negociaba desde una posición de fuerza. Podía rechazar la oferta de España, porque España ya le había dado lo primero y más necesario, y lo había hecho gratis.

«Qué negociador —pensó Santángel—. Si se dedicara al comercio... ¡Lo que podría yo conseguir con un hombre como ése a mi servicio! ¡Pronto tendría la hipoteca de san Pedro de Roma! ¡O el Hagia Sofía! ¡O la Iglesia del Santo Sepulcro!»

Y entonces pensó: «Si Colón se dedicara a los negocios, no sería mi agente, sino mi competidor.» Se estremeció.

La reina vaciló. Deseaba este viaje, y esto se lo hacía muy difícil. El rey, sin embargo, fue inflexible. ¿Por qué tendría siquiera que discutir las absurdas demandas de este extranjero?

Santángel vio cómo el padre Diego de Deza trataba sin éxito de argumentar contra las inclinaciones del rey. ¿No tenía este hombre sentido de cómo tratar con los monarcas? Santángel agradeció que el padre Talavera pronto retirara a Deza de la conversación. El propio Santángel permaneció en silencio hasta que por fin el rey pidió su opinión.

—Por supuesto, estas demandas son tan absurdas e imposibles como parecen. El monarca que garantice esos títulos a un extranjero soñador no es el monarca que expulsó a los moros de España.

Casi todo el mundo asintió sabiamente. Todos asumieron que Santángel jugaba a adular al rey, y como cualquier cuidadoso cortesano demostraron rápidamente su acuerdo con cualquier alabanza al monarca. Así pudo ganar la aprobación general a su estipulación más importante: «extranjero soñador».

—Por supuesto, después del viaje, que vuestras majestades ya han accedido a autorizar y subvencionar, si regresa con éxito, entonces habrá traído tal honor y riqueza a las coronas de España que se merecería todas las recompensas que ha pedido, y más. Confía tanto en el éxito que considera que ya las merece. Pero si está tan confiado, sin duda aceptará sin vacilación una estipulación por vuestra parte: que recibirá esas recompensas sólo después de su regreso, tras el éxito de su empresa.

El rey sonrió.

—Santángel, viejo zorro. Sé que queréis que este Colón zarpe. Pero no conseguisteis vuestra riqueza pagando a la gente hasta después de proveeros. Que ellos corran el riesgo, ¿no?

Santángel hizo una modesta reverencia.

El rey se volvió hacia un oficial.

—Escribid un conjunto de capitulaciones a las demandas de Colón. Haced que sólo sean pertinentes después del éxito de su viaje a Oriente. —Sonrió pícaramente a Santángel—. Lástima que sea un rey cristiano y que como tal me niegue a jugar. Haría una apuesta con vos: que nunca tendré que conceder esos títulos a Colón.

—Majestad, sólo un tonto apostaría contra el conquistador de Granada —dijo Santángel. Y en silencio añadió: «Sólo un tonto aún mayor apostaría contra Colón.»

Las capitulaciones fueron escritas a primeras horas de la madrugada, después de muchas consultas de último minuto entre los consejeros del rey y la reina. Cuando al amanecer se envió un mensajero a Colón, regresó acalorado y traspuesto.

—¡Se ha ido! —exclamó.

—Claro que se ha ido —dijo el padre Pérez—. Le dijeron que sus condiciones habían sido rechazadas. Pero lo habrá hecho al amanecer. Y sospecho que no cabalgará ligero.

—Entonces traedlo de vuelta —intervino la reina—. Decidle que se presente de inmediato ante mí, pues estoy dispuesta a concluir este asunto por fin. No, no digáis «por fin». Daos prisa.

El correo salió velozmente de la corte.

Mientras esperaban a que Colón regresara, Santángel llevó aparte al padre Pérez.

—No consideraba a Colón un hombre avaricioso.

—No lo es —ratificó el padre Pérez—. De hecho, es un hombre modesto. Ambicioso, pero no de la forma en que pensáis.

—¿En qué forma es ambicioso, pues, si no en la forma en que pienso?

—Quería que el título fuera hereditario porque ha consumido su vida en persecución de este viaje —dijo Pérez—. No tiene ninguna otra herencia para su hijo, ninguna fortuna, nada. Pero con este viaje podrá convertir a su hijo no sólo en caballero, sino en un gran señor. Su esposa murió hace años, y él lo lamenta enormemente. Es también su regalo a ella, y a su familia, que se cuenta entre la nobleza menor de Portugal.

—Conozco a la familia —dijo Santángel.

—¿Conocéis a la madre?

—¿Sigue viva?

—Eso creo.

—Entonces comprendo. Estoy seguro de que la vieja dama le hizo ser plenamente consciente de que cualquier petición de nobleza que él tuviera venía a través de su familia. A Colón le resultará enormemente dulce si puede darle la vuelta al caso, de modo que cualquier petición de auténtica nobleza por parte de la familia de ella venga a través de su conexión con él.

—Ya veis —dijo Pérez.

—No, padre Juan Pérez, no veo nada aún. ¿Por qué Colón puso en peligro este viaje, sólo para ganar títulos terrenales y comisiones absurdas?

—Quizá porque este viaje no es el final de su misión, sino el principio.

—¡El principio! ¿Qué puede hacer un hombre, tras haber descubierto vastas nuevas tierras por Cristo y la reina? ¿Tras haber sido nombrado virrey y almirante? ¿Tras haber recibido riquezas que superan la imaginación?

—¿Vos, un cristiano, tenéis que preguntarme eso? —dijo Pérez. Entonces se marchó.

Santángel se consideraba cristiano, pero no estaba seguro de lo que quería decir Pérez. Pensó en todo tipo de posibilidades, pero todas le parecían ridículas porque nadie podía soñar con conseguir tan altos propósitos.

Pero claro, ningún hombre podía soñar con que los monarcas accedieran a un loco viaje por mares desconocidos sin tener altas probabilidades de éxito. Y, sin embargo, Colón lo había conseguido. Así que si tenía sueños de reconquistar el Imperio Romano, de liberar Tierra Santa, de expulsar al pagano turco de Bizancio, o de construir un pájaro mecánico para volar hasta la Luna, Santángel no apostaría contra él.

El hambre había llegado sólo a América del Norte, pero no había comida de sobra en ninguna parte para aliviarla. Enviar ayuda requería racionar en muchos otros lugares. Los relatos de derramamiento de sangre y caos en Norteamérica persuadieron a los pueblos de Europa y Sudamérica para aceptar el racionamiento y enviar así algo de ayuda. Pero no sería suficiente para salvar a todo el mundo.

Esta desesperanzada situación produjo un terrible
shock
a la humanidad, sobre todo porque llevaban dos generaciones creyendo que por fin el mundo era un buen lugar para vivir. Creían que la suya era una época de renacimiento, de reconstrucción, de restauración. De pronto se enteraban de que era tan sólo una contraofensiva desesperada en una guerra cuya conclusión estaba ya decidida incluso antes de que hubieran nacido. Su trabajo era en vano, porque nada podía durar. La Tierra se había perdido.

Fue en medio de esta agonía cuando se enteraron de la existencia del Proyecto Colón. La discusión fue sombría. Cuando la decisión se produjo, no fue unánime, pero sí abrumadora. ¿Qué más había, en realidad? ¿Ver a sus hijos morir de hambre? ¿Alzarse otra vez en armas y luchar por los últimos restos de tierra capaz de producir alimentos? ¿Podría alguien elegir felizmente un futuro de cuevas, hielo e ignorancia, cuando había otro posible camino, si no para ellos y sus hijos al menos para la raza humana como conjunto?

Manjam se sentó junto a Kemal, que había venido a esperar con él el resultado de la votación. Cuando llegó la decisión, y Kemal supo que en efecto realizaría el viaje hacia atrás en el tiempo, se sintió de inmediato aliviado y asustado. Una cosa era planear tu propia muerte cuando la perspectiva era todavía remota. A partir de entonces, sin embargo, viajar en el tiempo sería ya cuestión de días, y luego sólo pasarían semanas antes de que se plantara despectivo ante Colón y dijera: «¿Creéis que Alá dejaría que un cristiano descubriera estas nuevas tierras? ¡Escupo en vuestro Cristo! ¡No tuvo poder para apoyaros contra el poder de Alá! ¡No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su Profeta!»

Y entonces, quizás algún día, un investigador futuro de Vigilancia del Pasado al verlo allí de pie movería la cabeza y diría: «Ése fue el hombre que detuvo a Colón. Ése fue el hombre que dio su vida por crear este mundo bueno y pacífico en el que vivimos. Ése fue el hombre que dio a la raza humana un futuro. Igual que Yewesweder antes que él, este hombre decidió el curso de la humanidad.»

«Eso sería una vida que merecía la pena vivir —pensó Kemal—. Ganar un nombre en la historia que pudiera ser pronunciado al mismo nivel que el del propio Yewesweder.»

—Pareces melancólico, amigo mío —dijo Manjam.

—¿De veras? Sí. Triste y feliz, ambas cosas a la vez.

—¿Cómo crees que se tomará esto Tagiri?

Kemal se encogió de hombros con cierta impaciencia.

—¿Quién puede comprender a esa mujer? ¡Trabaja toda su vida para esto, y luego tenemos que atarla prácticamente para impedirle que vaya por ahí instando a la gente a votar en contra de aquello por lo que ha trabajado!

—No creo que sea difícil comprenderla, Kemal —sugirió Manjam—. Es como has dicho... fue la fuerza de su voluntad lo que hizo que el Proyecto Colón alcanzara este punto. Tagiri fue responsable, y resultó una carga demasiado grande para ella sola. Ahora, al menos, puede sentirse satisfecha de haberse opuesto a la destrucción de nuestro tiempo, de que le hayan quitado la decisión final, de que se le impusiera por la voluntad de la enorme mayoría de la humanidad. Ahora la responsabilidad por el final de nuestro tiempo no es sólo suya. Será compartida por muchos, sostenida por muchos hombros. Ahora puede vivir con eso.

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