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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (19 page)

BOOK: Órbita Inestable
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Se alzó de hombros. Sólo el tiempo podía decirlo, y pese a todos los retrasos que estaba sufriendo parecía como si solamente fuera a llegar con unos veinte minutos de retraso al Pozo Etchmark.

Y, le gustara o no, iba a pasar el resto del día contemplando el misterio de la admisión de Lenigo. Garantizado el chantaje, eliminado Blackbury, ¿qué quedaba? Un enclave rico, por supuesto, lo cual significaba uno del norte… ¿Chicago? Infiernos, no. Quizá uno con una política especialmente buena…

Bruscamente chasqueó los dedos, mirando decepcionado a su propia estupidez en forma de la placa del fabricante en el tablero de mandos de su propio deslizador. ¡Detroit, por supuesto! ¡Tenía que ser! El único enclave nig con una pistola absoluta apoyada contra la cabeza del gobierno federal, la ciudad apodada «La Sudáfrica Negra» aludiendo a su voluntad de comerciar con el enemigo tal como los afrikaners habían estado haciendo durante décadas, acuñando el eslogan: «¡Nosotros negociamos desde una posición de fuerza!».

¿Y qué podía haber utilizado Detroit como palanca? Bien, seguramente los ordenadores serían capaces de hacer suposiciones al respecto.

Complacido momentáneamente, dirigió una sonrisa a la ciudad que se aproximaba, y la sonrisa se desvaneció instantáneamente cuando se dio cuenta de que le estaban ordenando al deslizador que efectuara un nuevo cambio de rumbo, esta vez en beneficio de un vuelo de los aparatos blindados federales en una demostración de fuerza, lanzando cohetes contra el East River, donde estallaban levantando columnas de espuma. Y las luces parpadeantes de la ley marcial estaban brillando en todos los edificios más altos, incluido el muñón del Empire State, que había sido acortado en diecisiete pisos durante la insurrección de 1988 pero que seguía siendo un punto de referencia visible desde todas partes.

«Odio los días de ley marcial», pensó. «Realmente los odio. Es peor que vivir en una zona de huracanes.»

56
Conferencia de prensa dada por el sucesor del último jefe ejecutivo capaz de cubrir el abismo de la credibilidad sin que se rasguen sus pantalones Presidente Gaylord: Buenos días, damas y caballeros.

Periodistas: ¡Por Dios, sí que lo son! ¡Usted siempre tan atento a todo, presi!

Presidente Gaylord: (risitas).

Decano de los periodistas:
[3]
Antes que nada, presi, sus comentarios sobre la decisión de admitir a Morton Lenigo en este país, teniendo en cuenta su conocida participación en el dinamitado del castillo de Cardiff, Gales, la expulsión del lord Mayor de Manchester, Inglaterra, y la toma por los nigs de la ciudad de Birmingham, Inglaterra, y teniendo en cuenta adicionalmente la insurrección fomentada en la ciudad de Nueva York la noche pasada por los Patriotas X y otros grupos extremistas que reaccionaron a esa decisión considerándola como una confesión de debilidad frente a las amenazas de Ghana, Nigeria, y otras potencias nigblancs.

Presidente Gaylord: Oh…, sí, me han computado eso, creo…, un segundo. (Rebusca documentos en su mesa.) Aquí está. «La decisión de admitir a Morton Lenigo fue tomada con pleno conocimiento de todas las argumentaciones hechas contra él por los portavoces racistas en su país natal de Gran Bretaña, y de acuerdo con los ideales de la gran sociedad cuya finalidad es mantener un homo…» Esto…, ¿homogenio?…, oh…

Decano de los periodistas: ¿«Homogéneo» quizá, presi?

Presidente Gaylord: Supongo que sí. «… homogéneo equilibrio entre los ciudadanos de color del planeta justificablemente deseosos de la independencia, y sus semejantes que por accidente de las circunstancias se han encontrado en una posición de mayor fortuna.»

Periodistas: (risas).

Periodista no identificado: Eso ha estado muy bueno, tío… Eso es salirse por la tangente como un… (última palabra indescifrable; risas).

Myramay Welborne, de la Pan-Can: ¿Y respecto a los comentarios de todas las estaciones de Ciudad del Cabo, recomendando que debería usted barrer todos los enclaves negros, empezando por Detroit, y pegarle dos tiros a Lenigo mientras aún no está en su casa y sus esbirros no pueden protegerle?

Presidente Gaylord: ¡Hola, Myramay! ¡Me alegra verte de vuelta! ¿Te has librado ya de esa babosa con la que te casaste?

Myramay Welborne: Todavía no. Fue una gran luna de miel, y me temo que va a durar. ¿Qué le parece si respondiera a mi pregunta?

Presidente Gaylord: Sí, creo que tengo también algo por aquí que encaja con eso… Sí, aquí está. «Es bien conocido que los extremistas blancs de Sudáfrica no se detendrán ante nada con tal de desacreditar los ideales de una sociedad multirracial. Aparte esto, no tengo ningún otro comentario que hacer sobre esa desafortunada sugerencia.»

Decano de los periodistas: Me gustaría poder utilizar sus ordenadores, presi. Parecen tan eminentemente (enfatizando) utilizables. ¿Qué va a hacer usted esta noche…?

Phyllis Logan Quality, de la Ninge: Perdón, Martin, pero todavía tengo una…

Decano de los periodistas: Lo siento, creí que ya habíamos agotado todos los temas.

Phyllis Logan Quality: Bueno, con los muertos de la pasada noche elevándose a mil doscientos once…

Periodistas: (risas).

Phyllis Logan Quality: … y con dieciséis mil arrestados esperando ser procesados, ¡las cosas están bastante mal en mi distrito, maldita sea!

Periodistas: ¡Ohhh! ¡Palabras malsonantes! (Risas).

Phyllis Logan Quality: ¡Eso no tiene nada de divertido! Nuestros propios estudios fueron…

Presidente Gaylord: Cuando haya terminado usted con la publicidad, Phyllis…

Periodistas: (risas).

Periodista no identificado: Dele una oportunidad, es nueva en esto. Además, es muy atractiva.

Presidente Gaylord: Será mejor decirle a los automatismos que desea usted que sus palabras sean atribuidas a un «periodista no identificado»… No deseará usted que la gente piense que se está volviendo susceptible tras todos estos años, ¿verdad?

Periodista no identificado: Eso le parecerá bien a usted, presi. Pero mi hijo Tom volvió ayer por la noche con una quemadura de tercer grado en el hombro. Un francotirador lo pilló.

Presidente Gaylord: Tenía una declaración computada para eso también, aquí por algún lado… Ah, sí. «Por mucho que uno lamente los daños causados a las propiedades por los extremistas…»

Periodista no identificado: ¡Al diablo las propiedades! ¡Era mi hijo!

Presidente Gaylord: Oh, de todos modos, tenemos demasiada gente en este país.

Decano de los periodistas: ¿Podemos citar eso?

Presidente Gaylord: ¡Citarán lo que ha sido computado para ustedes! ¡Eso no incluye las observaciones improvisadas y no oficiales! Si desea usted citar algo, tome los papeles impresos que hay en la entrada como todo el mundo. ¿Eso es todo por hoy? Tengo una cita en el club de tiro.

Decano de los periodistas: Seguro, presi, no desearíamos que llegara usted tarde a una cita importante. (Fin.)

57
Reuniendo los pedazos

El proceso de selección en los campos de Westchester empezó aproximadamente a las cinco y media A.M. y a las siete los arrestados con desórdenes mentales verificables empezaron a ser trasladados al Ginsberg, y los automatismos se pusieron a zumbar emitiendo los documentos necesarios para ser puestos bajo la tutela del estado. No llamaban a Mogshack para asuntos de rutina como aquél, pero Reedeth pertenecía a los escalafones inferiores del cuadro directivo, y enviaron a por él con un deslizador de la policía a las siete y diez. Oficialmente en reserva durante todo el mes, Ariadna oyó las noticias de primera hora de la mañana y acudió al hospital a las siete y cincuenta, y con la ayuda de tres psiquiatras de la policía arreglaron el problema en un par de horas; había tan sólo unos setecientos casos supuestamente mentales esta vez. El gobierno del estado se había puesto serio últimamente, y ya no admitía que una prueba de encarcelamiento fuera equivalente a una prueba de desórdenes; el Tribunal Supremo había dictado una orden por la cual era imprescindible un certificado médico de un doctor en ejercicio.

Recorriendo los pasillos entre los arrestados amontonados y atontados por los gases somníferos, Reedeth fue comprobando cada uno de sus documentos de identidad.

—Manfred Hal Cherkey, enviadlo fuera… Lulu Waterson Walls, mejor quedárnosla, y así Harry Madison ya no será el único nig durante esta semana… Philip X ben Abdullah, mejor quedárnoslo también…

Los automatismos iban emitiendo los totales de aceptaciones, que pronto alcanzaron una cifra demasiado próxima a los límites del hospital, teniendo en cuenta las cifras previsibles de entradas civiles durante los próximos días y eliminando aquellos más antiguos internados por cuenta del estado, los cuales serían enviados de nuevo a Westchester para terminar de cumplir sus sentencias en condiciones normales de internamiento.

De pronto se detuvo en seco, mirando a una figura pálida no gaseada pero inmóvil, los brazos rodeando sus rodillas, los ojos abiertos pero sin ver nada, congelada en una postura fetal.

—Cristo —dijo—. ¿Qué está haciendo ella aquí?

58
A gran distancia tanto en el espacio como en el tiempo de Basin Street, el célebre punto de intersección entre personas de distinta pigmentación epidérmica.

Unos segundos después de que Flamen penetrara en su oficina del Pozo Etchmark —antepasado de los edificios que iban a construirse a principios de siglo, hundiéndose tan profundamente en la corteza terrestre como los otros edificios más antiguos se habían alzado hacia el cielo, con la esperanza de alcanzar el lecho de roca de los esquistos de Manhat-tan en una zona donde estaban muy profundamente enterrados—, la pantalla de la comred se iluminó para mostrar el rostro de Prior.

—¡Ah, Matthew! —con evidente alivio—. ¿Te has visto retenido ahí arriba?

—¡Por supuesto que sí! —restalló Flamen—. Han estado desviándolo todo a los cuatro puntos cardinales. Pensé que nunca iba a llegar aquí. ¿Ha venido Diablo?

—Claro que ha venido. Está aquí en mi oficina. Te lo traeré inmediatamente para que lo veas. Me temo que lo he retenido quizá un poco demasiado, pero pensé que sería mejor para él que te viera antes de que empezáramos a…, esto…, hablar de negocios.

El humor de Flamen se elevó momentáneamente; siempre se sentía divertido cuando en un acceso de timidez Prior daba aquella inflexión levemente desaprobadora a una frase que consideraba poco adecuada en un momento determinado. Aquella en particular tenía tras ella un siglo o dos de respetable uso, pero para Prior seguía sin ser completamente correcta.

—Estupendo, tráelo —dijo, dejándose caer en su sillón.

Bien, ahí estaba: el gran momento. Conducido con grandes aspavientos por Prior, el celebrado Pedro Diablo entró en su oficina, curiosamente tímido en sus modales (pero quizá aquello fuera debido al shock de haberse visto desenraizado bruscamente de su entorno de toda la vida), los ojos mirándolo todo en la habitación, mostrando más el blanco que las pupilas. Un hombre de buena apariencia, más joven de lo que Flamen había imaginado: aún en la treintena, evidentemente. Pero por supuesto tenía ya una década de fama tras él; eso podía explicar la falsa perspectiva. Delgado, tensamente nervioso, pelo y barba rizados en espirales casi africanas, llevando ropas neoyorquinas a la moda en vez del atuendo de Blackbury —un traje a rayas negro y verde y unos zapatos verdes—, Flamen pasó inventa-rio de su persona mientras se estrechaban las manos, el otro aceptaba el ofrecimiento de una silla, emitían los requeridos convencionalismos acerca del gran placer de conocerse y de las muchas veces que él había admirado el show de Flamen.

De algún modo, sin embargo, pese a las horas de insomnio durante la noche que había intentado dedicar a la cuestión de Diablo, Flamen había acudido allí sin ningún plan de acción para el día. Tras las formalidades, hubo un largo intervalo de silencio que puso a Prior visiblemente ansioso. Acababa de carraspear y parecía a punto de lanzar alguna intrascendencia, cuando Flamen decidió —casi ante su propia sorpresa— que no iba a preocuparse de ser diplomático.

—¡Bien! —dijo, mirando directamente a Diablo a la cara—. Supongo que el hecho de que se halle usted ahora aquí como resultado de una extorsión debe confirmar sus impresiones acerca de la sociedad blanc, ¿no?

Prior dejó caer su mandíbula. Flamen se volvió hacia él con una sonrisa tan dulce como la miel.

—Tranquilo, Lionel —dijo—. Me temo que no estoy de humor para mostrarme educado hoy. He aceptado una extorsión, y estoy empezando a sentirme avergonzado de mí mismo.

—Pero el reconocido talento del señor Diablo en el campo…

—¡Oh, naturalmente! Respeto tremendamente su trabajo. También respeto su reconocida intransigencia hacia la hipocresía y las falsas palabras. Me gustaría tener la mitad de su integridad.

—Espero que me ayude usted a seguir siendo íntegro —murmuró Diablo—. No hay integridad en nada de lo que me ha ocurrido en estas últimas cuarenta y ocho horas. De acuerdo, adelante, diga que estoy aquí a resultas de un soborno…, supongo que es un privilegio poder ser tratado como el precio que puede comprarle algo a usted.

«¿Quién lo hubiera creído? Estoy sobre la buena pista.» Se dijo complacido Flamen.

—Así que dejemos a un lado las hipocresías —exclamó—. Le plantearé los hechos desnudos por los cuales acepté que usted viniera aquí, ¿de acuerdo? Estamos sufriendo interferencias en nuestro programa, y los ingenieros de la Holocosmic dicen que no pueden eliminarlas. Yo pienso que tiene que existir alguna buena razón por la que no puedan… Nunca afectan a ninguna otra de las emisiones efectuadas en sus estudios. Necesito recursos para enfrentarme a ellos y discutirles todo esto, lo cual significa grandes cantidades de tiempo de ordenador, cosa que normalmente no puedo permitirme. De modo que llegué a un acuerdo…, o mejor dicho Lionel llegó a un acuerdo, aunque yo estoy en completa conformidad con lo que decidió él.

Diablo asintió pensativamente.

—Entiendo. Todo encaja perfectamente, ¿verdad? Bustafedrel necesitaba encontrarme un agujero rápido por miedo a las críticas, usted tenía un problema que necesitaba la ayuda federal, y aquí estoy yo. Está bien, continúe.

Flamen dudó.

—Amigo, no me importa lo que usted diga, o lo que pueda decir cualquier otra persona precisamente en este momento. Me sentí tan subvalorado ayer… ¿Me comprende?

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