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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (20 page)

BOOK: Órbita Inestable
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—¡Por supuesto, estoy de acuerdo con ello! —dijo Prior rápidamente—. Quiero decir, le dije directamente a Voigt: ¡Ese hombre vale lo que un par de cuerpos de ejército!

—¿Qué es lo que vale un cuerpo de ejército en estos días? —preguntó secamente Diablo.

Hubo una nueva e incómoda pausa. Finalmente, Flamen dijo:

—De todos modos, no me he mostrado educado. Le pido disculpas. En parte se debe a falta de sueño, y en parte a haber tenido durante todo el día de ayer ese asunto de Morton Lenigo bajo la nariz y haber pensado que era absurdo… Dígame, ¿qué es lo que piensa usted del hecho de que le hayan dejado entrar?

—Han perdido la cabeza. —Diablo se alzó de hombros—. Pero en eso no tienen el monopolio.

—No, resulta claro que el mayor Black ha terminado perdiéndola también —admitió Flamen—. Echarle a usted, y solamente bajo la palabra de un afrikaner, es como abrirse las venas simplemente para ver el bonito espectáculo de la sangre manando.

—¿Espera que le contradiga? No soy modesto. También me considero un mejor melanista que él, y puesto que ha dicho usted que no aprueba la hipocresía, puedo decirle también que no tengo intención de girarme la chaqueta para devolverle la pelota. Si espera usted que me presente con un paquete de difamaciones enlatadas con las que minar los pies del Mayor Black o de Lenigo o de cualquier otra persona, está muy equivocado. Dije que deseaba que el contrato con Blackbury fuera respetado al pie de la letra. Se ha hecho. Es justo. De modo que puede disponer usted de todo lo que yo hubiera utilizado en mis propias ondas si no hubiera sido expulsado de Blackbury. En general, no me gustan los blancs, así que la mayoría de lo que tengo es antiblanc. Si es usted lo suficientemente honesto como para utilizarlo, podremos entendernos. Todo ello, por supuesto, es absolutamente auténtico.

Con el rabillo del ojo, Flamen vio que Prior estaba agitándose como un pez prendido del anzuelo, claramente horrorizado por el giro que iba tomando la conversación. Pero por su parte, Flamen lo agradecía. Había algo en los agresivos modales de Diablo que le recordaba a sí mismo cuando era más joven, y al mismo tiempo atraía su atención hacia los cambios que se habían ido produciendo en él desde entonces, de una forma tan lenta y gradual que él mismo no se había dado cuenta de ninguna discontinuidad. Era como… sí, era como cuando uno está conduciendo tranquilamente un planeador en un cálido y brillante día, observando perezosamente las nubes y gozando del sol y de la brisa, y de repente recuerda el hecho de que tenía una cita hacía una hora en una ciudad a ochocientos kilómetros de distancia en la dirección contraria a la que está siguiendo.

Pensó en su promesa de ayer de que iba a ocuparse de Mogshack. ¿Por qué había dicho eso? ¿Porque estaba honestamente preocupado acerca de Celia? Eso era lo que había creído en la superficie de su mente, pero la fuerte personalidad de Diablo, afilada en una comunidad en la que lo negro era negro y lo blanco era blanco y no había ninguna gradación de gris en medio, había hecho que su pretensión se rasgara como el parche demasiado tenso de un tambor.

No, en lo más profundo de su corazón ya no estaba interesado en Celia; hacía ya meses que se había resignado a perderla como esposa, y una vez aceptado este pensamiento y des-cargada ella de ese papel, se había convertido en una persona más entre millones, una desconocida. Sin embargo, del mismo modo que en una ocasión había hablado en términos tan duros e intransigentes como los de Diablo, también su yo más joven había pronunciado el compromiso formal y público de la ceremonia del matrimonio, y lo había sentido.

Era un consuelo reconocer como un hecho amargo el que más de la mitad de los matrimonios celebrados en América en el siglo XXI, aunque el siglo tuviera tan sólo catorce años de edad, habían terminado finalmente en divorcio; pero no era suficiente como para permitirle a uno relegar a una persona que durante un tiempo ha formado parte de tu universo al status de una simple herramienta, el instrumento para minarle los pies a Mogshack y demostrar que Matthew Flamen el hurgón sigue siendo alguien a quien hay que tener en cuenta.

Todo aquello había estado trabajándolo durante la noche, estacionándose en el borde mismo de su conciencia, y necesitaba tan sólo el último empujón circunstancial para iniciar una avalancha. Resultaba que Diablo había sido el instrumento para dar ese último empujón circunstancial, y lo había dado en el peor momento, cuando todo su razonamiento le advertía que no se atreviera a seguirlo, porque había una emisión que grabar y componer y revisar y entregar en escasamente dos horas.

—Matthew, ¿ocurre algo? —oyó decir a Prior.

Con un tremendo esfuerzo, se devolvió al presente.

—No, nada —mintió, con convincente intrascendencia—. Simplemente estaba estudiando la mejor forma de familiarizar al señor Diablo con nuestras técnicas, pero supongo que no habrá ningún problema, ¿verdad? Debía utilizar usted un equipo más o menos parecido al nuestro allá en Blackbury.

Diablo escrutó las consolas de ordenador que ocupaban tres paredes de la oficina, con una pantalla sobre cada una de ellas, y agitó la cabeza.

—En absoluto. Dudo que haya un equipo como este en ninguno de los enclaves nig excepto quizá en Detroit, y si allí hay uno probablemente sea utilizado para defensa y control de presupuestos, no para propaganda. Francamente, me estaba preguntando para qué serviría todo esto.

—Entonces se lo mostraré —dijo Flamen, levantándose—. No tenemos demasiado tiempo para montar nuestra emisión de hoy, pero en una ocasión preparé el programa en unos diez minutos, así que si nos apresuramos podemos… ¡Déjeme ver! Cruzó la habitación y se detuvo ante la consola más cercana a la puerta; era la más frecuentemente utilizada, como lo demostraban las profundas huellas de uñas en la parte superior de su tablero.

—Empezaremos con algo que había dejado a un lado —dijo, medio burlón, medio irritado—. El asunto Morton Lenigo. Primero los hechos que constituyen el trasfondo… —Tecleó un código en el tablero, con dedos expertos—. Ahora que los tenemos introducidos, busquemos un punto de partida desde el cual podamos profundizar lo suficiente. Por ejemplo, preguntemos lo que el gobierno de la ciudad de Detroit amenazó con hacer a fin de asegurarse la admisión de Lenigo.

Diablo se había situado a su lado y observaba. Flamen se sintió complacido al oír el débil silbido del hombre cuando pronunció en voz alta la idea que se le había ocurrido en el deslizador.

—Entonces, ¿fue Detroit? Evidentemente, usted es el más adecuado para saberlo. Pero no se preocupe. No voy a sacarle información. Nuestro equipo no es el mejor del mundo, pero está bien cargado de datos, y de todos modos no tuve necesidad de computar eso…, simplemente lo deduje.

En la parte de atrás de su mente se dio cuenta de que estaba adoptando aquel tono ligeramente superior a fin de volver a colocar en su sitio a aquel nig en venganza por aquel abrumador acceso de realización que había sufrido hacía un minuto, y se sintió incapaz de proseguir con ello, y se sintió desanimado de nuevo.

Cristo, pensó: estoy empezando a preguntarme por qué sigo teniendo amigos. Peor aún…, ¿tengo realmente amigos?

Pero en voz alta, como respuesta a la aparición en la pantalla encima de la computadora de una corta lista de temas clave, cada uno de ellos seguido por un índice de probabilidades en términos porcentuales, dijo:

—Observe, dice que el punto más sensible donde pueden aplicar su presión es la aplicación de su tasa anual de impuestos. Prácticamente han saturado el mercado de deslizadores, vehículos de transporte comerciales y todos sus demás productos más importantes, y no han computado tan exactamente como pretendían su programa del desgaste previsto de sus productos. Podemos resistir al menos un bloqueo de tres meses antes de que se nos agoten las existencias de piezas de repuesto, y en caso necesario podríamos denunciar el contrato que firmó con ellos el gobierno federal y empezar a producir nosotros mismos esos repuestos. Mientras que el hambre causaría disturbios entre ellos en aproximadamente mes y medio si nosotros bloqueáramos deliberadamente nuestros envíos de alimentos. De todos modos, sus compras de agua y energía representan una tajada tan grande del presupuesto federal, pagada en monedas fuertes africanas y del Medio Oriente, que la amenaza por su parte de construir…, oh, digamos una planta de condensación… ¿Ocurre algo?

Diablo tragó dificultosamente saliva.

—Sí —dijo, con tono desafiante—. Creo que me está usted probando. Todo esto lo obtuvo usted como parte de su acuerdo con los federales, ¿verdad? Formaba parte del precio por admitirme en este agujero.

—Le juro que no hay nada de eso —dijo Flamen con una ligera sonrisa—. Pero supongo que he dado en el clavo, ¿eh?

—Bueno… Oh, de acuerdo. Le creo. Y ha dado en el clavo. Incluso en lo que se refiere a la planta de condensación atmosférica, íbamos a dar esa información dentro de esta misma semana. Supongo que no es necesario que explique sus intenciones.

—¿Hacer que los nigs se pusieran de nuevo al nivel de los blancs en esa carrera de la sucia y antisocial práctica del «chantaje»?

—Nosotros lo llamamos «petardos» —dijo Diablo—. Ya sabe: «Enciende la mecha y…» Lo siento, no quisiera entretenerle cuando se halla usted justo de tiempo, pero hay algo que no comprendo. —Se mesó la barba, contemplando la pantalla del ordenador—. Teniendo usted un equipo analítico como este, capaz de extraer conclusiones de algo tan bien camuflado como el asunto del chantaje Lenigo, ¿por qué se necesita el programa especializado de un hurgón para difundirlo? ¿No cree que los servicios regulares de noticias serían suficientes?

—Durante años he estado viviendo del hecho de que no son suficientes —dijo secamente Flamen. Luego, suavizándose—: Aquí no es como ahí afuera, Diablo. Es algo más bien psicológico. Miramos a lo que usted puede ver, y allí nos detenemos. Supongo que es algo que entró en nuestras costumbres en algún momento del siglo pasado, como el hecho de que…, bien…, de que lo miremos a usted y pensemos «nigblanc», y nada más. Consideramos las noticias como el informe escueto e imparcial de algo que ha ocurrido, independientemente del porqué: ayer hubo un terremoto, hoy hay disturbios, mañana va a haber un tornado. ¿Me capta?

—Completamente —dijo Diablo, asintiendo con la cabeza—. Prosiga.

—De acuerdo. ¿Dónde estaba? Oh, sí. Bien, ahora voy a computar todas las historias que dejé madurar ayer, y comprobaré el monitor para ver qué ha ocurrido desde… —La pantalla parpadeó y se oscureció y parpadeó de nuevo, evaluando y presentando los factores en cada una de las sucesivas historias—. Oh, estupendo. Hoy tenemos varios asuntos utilizables.

—¿Cómo deciden ustedes cuáles son los utilizables? —Normalmente me baso en un porcentaje de más de un ochenta por ciento a favor de que sea cierta. Eso funciona. En una ocasión utilicé algo evaluado en un setenta y ocho por ciento, y tuve que pedir disculpas y pagar daños y perjuicios, pero nunca he tenido ningún problema con nada evaluado en más de un ochenta por ciento por este equipo. Aunque el ser cauteloso me costó ayer desechar la historia de Lenigo; estaba cinco puntos por debajo de otra alternativa mejor. —¿Cuál?

—La de que los Gottschalk estaban difundiendo de nuevo la alarma y el desaliento. Un tema sin demasiado interés, por supuesto. Hace años que todo el mundo sabe que es así como incrementan sus índices de ventas: son devoradores de cadáveres, engordando con los odios y los temores de la gente, y siendo como es la especie humana, tienen todas las oportunidades de seguir engordando hasta que se derrumben bajo su propio peso.

—Eso es algo que no tenemos en los enclaves —dijo Diablo—. Las campañas de ventas de los Gottschalk, quiero decir. Somos un mercado automático…, islas en un mar de hostilidad.

—Hummm. —Los ojos de Flamen se clavaron en la pantalla mientras hacía pasar tema tras tema para un atento análisis—. Incidentalmente, tengo algo acerca de los Gottschalk. Aquí está. No creo que signifique mucho para usted en este momento, sin embargo. Diablo contempló la pantalla.

—IBM : 375.000$; Honeywell: 233.000$; Elliot… No, no lo tiene. —Han estado comprando equipo de proceso de datos de alta sofisticación. Montones. Ese es el informe de las facturas de ayer. —¿De un solo día? —preguntó Diablo, incrédulo. —Eso es lo que dice aquí. ¿Se atreve a…, esto…, sugerir una explicación?

El mesarse la barba de Diablo se convirtió en una serie de tirones que amenazaron con arrancarla de raíz.

—¡Hummm! Me temo que nunca he prestado mucha atención a los Gottschalk. Es una mala política en un lugar como Blackbury el ofender a una gente que nos ayuda de la forma en que ellos lo hacen. Pero tenía entendido que utilizaban uno de los bancos de memoria de Iron Mountain.

—Lo hacen. —Flamen vaciló. Luego, aceptando finalmente que aquella noche se había sentido asustado ante su encuentro con un hombre cuya reputación era superior a la de él mismo pese a todos los impedimentos, falta de fondos, falta de recursos, falta de apoyo de los potentes bancos en la cima del tótem planetario, sintió el impulso de presionarle con su perspicacia—. Pero aparentemente uno de sus códigos de seguridad se halla a la venta por un precio no muy superior al millón. Si han llegado hasta ese punto, es obvio que están dispuestos a prescindir de Iron Mountain, ¿no?

—¿A favor de su propio equipo privado?

—Diría que parece lógico.

—Quizá sepan algo —dijo Diablo tras pensar un momento—. ¿Ha comprobado usted la lista habitual de los clientes de Iron Mountain para ver si hay en ella alguien que se halle igualmente en la lista negra de los Gottschalk?

—Oh… —Flamen se mordió el labio—. Maldita sea, no pensé en eso. Gracias. Veré si sale algo de ello, pero me va a tomar algo de tiempo conseguir la lista de clientes.

Pulsó de nuevo el teclado, esta vez en el tablero adyacente, pensando en la idea de toda la Iron Mountain volando por los aires, digamos gracias a la actuación de un loco convenientemente contratado. Eso podía desmoronar la organización de al menos un millar de las más importantes corporaciones.

Y era una posibilidad que realmente hubiera debido tener en cuenta.

—¡Ya está! —dijo—. De todos modos tenemos preparado algo para una información especial, de modo que hoy podemos permitirnos elegir. Creo que empezaremos con un te-ma de interés personal para usted. ¿Qué está haciendo Hermán Uys en Blackbury, y cómo consiguió que el Mayor Black pusiera de patitas en la calle a su propagandista clave?

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