Órbita Inestable (23 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Órbita Inestable
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Su alivio fue evidente cuando la comred dijo:

—La doctora Spoelstra ha sido llamada para atender a una emergencia y solamente puede ser interrumpida en caso de una extrema urgencia…

Pero otra voz interrumpió:

—¡Aquí el doctor Reedeth, señor Flamen!

La pantalla se iluminó con su imagen, y no estaba solo. Tras él, con una expresión extremadamente miserable, Lyla Clay estaba sentada en el borde de una silla, con las manos apretadamente juntas entre sus rodillas.

—Si no le importa hablar conmigo en vez de con la doctora Spoelstra —prosiguió Reedeth—, ella me ha informado completamente del asunto, creo. En realidad, es algo muy sencillo. Puede que recuerde usted lo que ocurrió aquí ayer cuando usted expresó…, esto…, una cierta opinión con respecto al tratamiento de su esposa.

Aguardó. Al fin, Flamen asintió cautelosamente.

—Como resultado de sus comentarios, reprocesamos hoy el psicoperfil de la señora Flamen —Reedeth estaba eligiendo muy cuidadosamente sus palabras—, y descubrimos que efectivamente había habido un aplanamiento en la curva de respuesta a la terapia. En términos sencillos, podríamos decir que a partir de ahora su hospitalización puede hacer muy poco o nada por ella, y lo indicado es una reaclimatación gradual al mundo cotidiano. En principio, recordando sus observaciones de ayer, nos preguntamos si no estaría dispuesto usted a prescindir de la cláusula de alta prematura si le dábamos la plena seguridad de que ello es en su mejor interés…

Flamen permaneció en silencio durante un momento. Luego lanzó una repentina risotada.

—¿Así que entiendo que no se hubieran dado cuenta ustedes de que estaba mejor si yo no hubiera ido ayer?

—Por supuesto que no —dijo Reedeth rígidamente—. Recordará usted que pasó al verde ayer por la mañana, como resultado de la revisión semanal de rutina de su condición. El punto que acabo de mencionarle hubiera salido a la luz en toda su importancia en el chequeo mensual dentro de unas dos semanas, pero puesto que usted efectuó algunos comentarios…, más bien destemplados… —Se alzó de hombros—. Realizamos un examen extra, eso es todo.

—¿No tendrá todo eso algo que ver con el gran número de ingresos de implicados en los disturbios apelando locura con los que han tenido que enfrentarse desde hoy a primera hora? —sugirió Flamen.

—Considerando que hemos tenido que tratar setecientos ingresos o supuestos ingresos, pienso que es sorprendente que la doctora Spoelstra haya conseguido realizar ese examen extra de su esposa —contraatacó Reedeth.

Aquello no era una respuesta, pero Flamen no se molestó en seguir con el tema.

—En principio, entonces, la respuesta es sí. Con una condición. Incidentalmente, ¿qué hay que hacer…, quiere usted que vaya yo y la lleve a casa?

Reedeth parecía incómodo.

—No exactamente. Se le ha preguntado si está en condiciones de ser dada de alta, y lo está, y no ocurrirá nada siempre que no sufra ninguna tensión indeseada en el próximo futuro y continúe tomando la medicación prescrita, pero… Bien, francamente, ella se ha negado a ser dejada al cuidado de usted.

—¿Qué?

—Me temo que así son las cosas, y no podemos discutir el asunto con ella debido a las condiciones que produjeron su desmoronamiento. Pero ella ha admitido aceptar a su hermano como guardián, así que, si usted no tiene ninguna objeción y él tampoco…

—Precisamente está aquí —dijo Flamen secamente—. Se lo preguntaré. —Cortó el sonido por un momento y miró a Prior—. ¿Y bien?

—Yo… —Prior tragó ostensiblemente saliva—. Supongo que sí. ¡Soy su hermano, después de todo! Es una responsabilidad, ¿no?

Sus ojos parpadearon muy rápidamente con la última palabra, hacia Diablo y más allá de él. Flamen reflexionó cruelmente que con toda probabilidad la respuesta habría sido muy distinta de no haberse hallado un desconocido presente.

—Dice que sí —transmitió a Reedeth, que aguardaba—. Ponga pues las ruedas en movimiento, y no tengo la menor duda de que mi cuñado acudirá esta tarde a recoger a Celia. Pero dije que estaba dispuesto a olvidar la penalización por alta anticipada con una condición, ¿recuerda? Esta condición es que sea sometida a un examen independiente para determinar si se ha beneficiado o ha salido perjudicada del tratamiento que se le ha aplicado ahí en el Ginsberg. ¿Es eso un trato? Si el examen demuestra que no está mejor, como usted proclama que está, no solamente mantendré en vigor la cláusula de alta prematura…, sino que les demandaré.

Aguardó. Finalmente, Reedeth dijo:

—Eso tendrá que ser computado, naturalmente, pero… Sí, estoy seguro de que confiamos lo suficientemente en nuestros métodos como para aceptar esa condición. En principio, estamos de acuerdo.

Por un instante la confianza de Flamen vaciló. Intentar pasar un programa de análisis psicológico por los ordenadores federales disfrazándolo de un intento de eliminar el sabotaje en el programa iba a ser arriesgado… ¿No debería reservar aquellos recursos inesperados para algún otro blanco, como podían ser los Gottschalk? Pero Mogshack era una víctima mucho más accesible, y los índices habían subido a noventa y aumentando.

Y había habido también un índice de cero, se burló el pequeño demonio en un rincón de su mente.

¡Eso, sin embargo, tenía que haber sido un error! Un índice de cero era a todas luces imposible; el más bajo que había tenido nunca hasta entonces había sido tres.

Lo mejor, concluyó, era aferrarse en el futuro a su plan original. Con una cordialidad excesiva, dijo:

—¡Espléndido, doctor Reedeth! Me siento muy tranquilizado ante su voluntad de comprometerse en ese acuerdo…, en principio. Llamaré a Celia a casa de mi hermano esta noche, para felicitarla por su recuperación. Incidentalmente, ¿no es la señorita Clay quien está detrás de usted?

Ante la mención de su nombre Lyla alzó la vista, pero no dijo nada.

Reedeth la miró, luego volvió la vista a la cámara.

—Sí…, esto…, me temo que le ha ocurrido algo terrible.

—¿Un efecto secundario de esas píldoras que toma para sus trances? —bromeó Flamen, e inmediatamente lamentó haberlo dicho.

Pero antes de que tuviera tiempo de rectificar, Reedeth ya estaba respondiendo.

—No. El señor Kazer resultó atrapado en los disturbios de la pasada noche y… Bien, murió de sus heridas.

—Cristo, eso es horrible —dijo Flamen lentamente.

—Así que la señorita Clay está aquí para ser tratada de su shock, principalmente. Pero nos hemos encontrado con otro maldito embrollo legal, y simplemente no puedo dejarla marchar. Algún idiota en medio del ajetreo la metió aquí con el diagnóstico de absoluto desorden mental, y cuando me di cuenta de ello los papeles de internamiento ya habían ido demasiado lejos en el molino informático como para que yo pudiera sacarlos.

—¿Acaso en este país ya no hay nadie que trabaje como corresponde? —suspiró Flamen.

De repente Lyla se envaró en su silla, soltando sus manos de su prisión entre las piernas.

—¡Oiga, señor Flamen! Ya sé que no nos conocimos hasta ayer, pero ¿podría usted hacerme salir de aquí?

Flamen parpadeó.

—¿Qué quiere decir?

—Es un problema de tutela —dijo Reedeth tras una pausa—. Tiene que ser dada de alta al cuidado de un adulto, y todos sus familiares están fuera del estado. —Con tono tranquilizador, añadió para Lyla—: No hay necesidad de eso, señorita Clay. Lo tendremos todo arreglado esta noche como máximo, aunque tenga que llegar hasta el gobernador para ello.

Pero…

Se interrumpió bruscamente. Dándose una palmada en la frente, en una parodia de sorpresa ante su propia estupidez, añadió:

—¿Por qué diablos no pensé antes en eso? Flamen, ¿no tendría usted algún empleo para un genio absoluto en la reparación y mantenimiento de circuitos electrónicos?

Prior se tensó.

—Entérate de lo que pretende, Matthew —dijo con media boca.

—Eso es lo que pensaba hacer —le aseguró Flamen, desconcertado. Y, en voz alta—: Me temo que no le sigo, doctor.

—Bien, verá, tenemos aquí a un hombre que podría haber sido dado de alta hace ya tiempo, pero que por razones en las que no voy a entrar porque sería demasiado complicado lleva aquí unos cuantos meses de más. Mientras tanto ha estado cuidando de nuestros automatismos…, y es probable que sepa usted que poseemos uno de los mayores sistemas cibernéticos del mundo. Todos nuestros pacientes se hallan evaluados en él. Su gran don para la electrónica es… Oh, no puedo encontrar la palabra exacta. ¡Brillante!

—Matthew, recuerda ese índice cero que obtuvimos —susurró Prior—. ¡Alguien así podría sernos condenadamente útil!

Flamen dudó.

—¿Qué es lo que quiere que yo haga?

—Aceptar su tutela, eso es todo. Ni siquiera tendrá que pagarle una moneda si utiliza sus servicios… Tiene una pensión del ejército que ha estado acumulando intereses durante todo el tiempo que ha permanecido en el hospital. Debe de tener como mínimo, ahora, un par de cientos de miles.

—¿Dónde aprendió su oficio?

—En el ejército, por lo que sé. Pero se lo aseguro, puede confiar en su habilidad. Ha hecho cosas aquí, en mi propio robescritorio, que no creí que fueran posibles.

—Lo consideraré muy seriamente —dijo Flamen—. ¿Puede hacerme llegar alguna documentación? Tendría que conocer algo acerca de él antes de comprometerme.

—Me aseguraré de que le llegue antes de una hora. —Reedeth estaba radiante—. ¡No sé expresarle lo agradecido que me siento, señor Flamen! Llevo una eternidad intentando conseguir que salga de aquí. Simplemente no es justo que… Oh. —Su sonrisa se esfumó—. Creo que hay un detalle que olvidé mencionarle. Se trata de un nigblanc.

Hubo un largo silencio. Durante él, Flamen fue agudamente consciente de los negros ojos de Diablo clavados en su persona.

—Eso es irrelevante —dijo al fin—. Lo que me preocupa de él si acepto su proposición son dos cosas: su cordura, y su utilidad para mi compañía. Resulta que dentro de poco vamos a tener una vacante de un electrónico, y sospecho que si es tan bueno como usted dice nos vendrá de maravilla. Así que envíeme esa documentación, y yo le llamaré. ¿De acuerdo?

—Absolutamente de acuerdo —dijo Reedeth alegremente, y cortó la conexión.

Flamen se reclinó en su silla, mirando a Prior con el ceño fruncido.

—¡Así que mi querida esposa no acepta ser dada de alta a mi cuidado! —gruñó.

Prior se contuvo.

—Matthew, me temo que estás poniendo nervioso a…, esto…, a Diablo discutiendo aquí esos temas tan particulares.

—Ayer era una pitonisa, hoy es un hurgón… ¡Infiernos, Lionel, hay algunas personas ante las que no intentas mantener secretos, porque hay algunos oficios en los que uno no puede sobrevivir si no sabe mantener su boca callada! Apostaría a que de todos modos Diablo sabía lo de los problemas de Celia, ¿verdad? —concluyó, volviéndose al nigblanc.

—Ladromida —dijo Diablo tras una pausa—. Pensé en utilizar el asunto para un programa. Vean a ese pretendido discípulo de la dura verdad que empujó a su esposa a un mundo de ilusiones. Observé su emisión durante una semana mientras estaba planteándome el asunto, y finalmente decidí que no valía la pena presentarlo a la escena pública, fuera lo que fuese lo que había ido mal en su vida privada.

Su aspecto y su voz parecían incómodos, como si no estuviera acostumbrado a elogiar a la gente.

Flamen se echó a reír.

—Escapé por los pelos —dijo—. Vi lo que les ocurrió a uno o dos de los objetivos usados por usted. ¿Cuál es su índice de SDIHs?

—¿De qué?

—SDIHs. Suicidios después de la investigación de un hurgón.

—Oh. Nosotros los llamamos safas. Salidas fáciles. —Diablo meditó—. Calculo que unos cuarenta —dijo finalmente—. No llevo la cuenta, de todos modos.

—¿De veras? —dijo Prior, impresionado—. El nuestro no llega ni a la mitad de eso.

Diablo lo miró, luego de nuevo a Flamen. Clavando deliberadamente su oscura mirada en el último, dijo:

—Puedo sugerir una razón. A los blancos les resulta más difícil sentirse profundamente culpables.

—No creo que me guste el tono de su voz —dijo Prior heladamente.

—No creo que me guste medir el éxito de un programa de la Tri-V por el número de muertes que cause —respondió Diablo—. Estamos en paz.

—Olvídenlo —cortó Flamen—. ¡Los dos! Diablo es un extranjero, Lionel, y hay cosas sobre las que tienen distintos puntos de vista que nosotros en lugares como Blackbury. Me alegra trabajar con nuestro nuevo colega, porque tenerlo a nuestro alrededor aguza mi ingenio. Nos hemos dormido un poco. Quizá debería intentar también un día de doce horas, a ver si eso pone de nuevo en forma mi imaginación. Pero en este preciso momento tengo algunos cabos sueltos que atar, y tú también. Supongamos que arreglas las cosas para que Diablo pueda disponer de su propia zona en la oficina… Mover algunas paredes, instalar una comred, lo que sea necesario. Y arreglar las cosas para recoger a Celia también.

—Como tú digas —murmuró Prior, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta.

En el umbral, preparado para seguirlo, Diablo dudó y miró hacia atrás.

—Oiga… Flamen. No quiero parecer un negro altanero, ya sabe. Pienso en lo que podría hacer usted para ponernos en la picota a nosotros los nigs con este equipo. —Agitó la cabeza—. Confieso que me sorprende su moderación.

—Oh, seguro —dijo Flamen indiferentemente—. Podría mostrar al Mayor Black en la cama con tres chicas blancas, o al consejo de la ciudad de Detroit vestido únicamente con guirnaldas de margaritas en torno a la mesa del comité, con todos sus detalles, incluido el vello púbico. Pero no está aquí para eso. Está para cosas cuyo índice de probabilidad sea superior a un ochenta por ciento.

—Aja —dijo Diablo—. Supongo que es un punto de vista distinto.

Por un momento pareció a punto de decir algo más, pero finalmente se alzó de hombros y se volvió para irse ante la impaciente mirada de Prior.

Una vez solo, Flamen se mesó la barba y maldijo para sí mismo. Llegando a una decisión, se inclinó hacia el tablero de información principal y pulsó los datos acerca de las evaluaciones psicológicas; hablaba mucho al respecto, pero tenía muy poca idea de cómo se realizaban. De la densa verbosidad del artículo que había en los bancos de datos consiguió extraer las líneas principales al cabo de cinco minutos de concentración; era exactamente lo que Prior había dicho cuando había intentado describir el tratamiento reservado a los pacientes en el Ginsberg, la construcción de un psicoperfil óptimo hacia el cual el perfil real era conducido gradualmente.

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