Panteón (12 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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«Dragones artificiales», dijo Christian. «Había oído hablar de ellos, pero nunca había visto uno de cerca. No imaginaba que fueran tan...»

«...¿reales?», lo ayudó Jack. «Sí, imagino que disfrutarías haciéndolo pedazos, pero contente, ¿quieres? La mujer que lo pilota es amiga mía».

Christian siseó por lo bajo, y Jack adivinó que estaba considerando si aquello era razón suficiente como para reprimir su instinto. Pareció juzgar que sí, porque su rostro de reptil mostró una larga sonrisa.

«Es una buena dragona», opinó. «Cuando os he visto juntos he pensado que era tu nueva novia».

—No tengo una nueva novia —estalló Jack, antes de darse cuenta de que el shek se estaba burlando de él—. Sigo teniendo la misma novia de siempre —añadió sin embargo, por si a Christian le quedaba alguna duda.

«También yo», replicó el shek brevemente. A Jack aún le resultaba un tanto extraño el hecho de que ambos estuvieran hablando de la misma persona.

«Ya hemos discutido eso», se dijo el dragón, cansado.

«Cierto», asintió Christian, que había captado sus pensamientos, aun cuando no estuvieran dirigidos a él. «Y no voy a volver a hablar del tema. Dime, ¿cómo está ella?».

Jack dudó.

«No sabría decirte. No muy bien».

«Pero se ha despertado, ¿verdad? Sé que se ha despertado. Está consciente».

«Sí, y va recuperando fuerzas poco a poco. Pero está... bueno, ya lo entenderás cuando la veas».

Jack tuvo que adelantarse para asegurarse de que los hechiceros de la torre dejaban aterrizar a Christian en la terraza. Se llevó consigo a Kimara, por si a ella se le ocurría volver a atacar al shek.

Entró en la torre, de nuevo transformado en humano, y empezó a repartir instrucciones; y nadie, a excepción de Qaydar, osó contradecirle cuando ordenó que desalojaran la planta en la que descansaba Victoria. La visita del shek era algo que solo les incumbía a ellos dos y, como mucho, al propio Jack.

—Te has vuelto loco —gruñó el Archimago.

—Sé lo que hago —replicó Jack secamente.

Qaydar quiso replicar, pero Jack lo miró fijamente durante unos instantes. El Archimago acabó por bajar la cabeza y retirarse a sus habitaciones, sin una palabra más.

Jack fue a asegurarse de que Kimara llevaba a su dragona al cobertizo y no volvía a molestarlos. Había aprendido que pocas personas podían sostener su mirada mucho tiempo. Había algo en sus ojos que los amedrentaba y, aunque al principio aquel hecho lo había incomodado, ahora lo encontraba muy útil en circunstancias como aquella.

Apenas unos instantes después estaba de pie sobre la balaustrada, haciendo señales a Christian que, suspendido en el aire, aguardaba el momento de aterrizar.

El shek pasó por su lado con la elegancia de una saeta de plata, levantando una corriente de aire a su alrededor que estuvo a punto de hacer perder el equilibro a Jack, a cuyos pies se abría un impresionante acantilado. Pero eso no amedrentó al dragón, que bajó a la terraza de un salto y se reunió con el shek un poco más lejos.

También Christian se había metamorfoseado en humano. Estaba a punto de entrar en el interior del edificio, cuando Jack lo detuvo.

—Espera, Christian. Antes de que la veas... —titubeó un momento.

—¿Qué?

—Bueno, has de saber que ella ya no es exactamente la misma. Pero... no dejes que eso os afecte. Le romperás el corazón si le das la espalda ahora.

—¿Después de todo lo que he sufrido por ella, crees que voy a darle la espalda ahora? —respondió el shek, estupefacto—. ¿Me tomas por estúpido?

Jack negó con la cabeza, muy serio.

—Yo sé por qué lo digo. No lo olvides, ¿de acuerdo?

Christian empezaba a impacientarse.

—¿Dónde está Victoria?

Descubrió una sombra de pena en la expresión de Jack.

—Deberías saberlo ya —dijo con voz extraña—. Está justo detrás de ti.

Christian esbozó una breve media sonrisa. Eso era imposible. La habría detectado. Percibía la luz de Victoria aun cuando no pudiera verla.

Pero los ojos de Jack hablaban en serio. Christian se volvió, lentamente, casi temiendo ver lo que iba a encontrarse allí.

Porque, en efecto, Victoria estaba detrás de él. Llevaba el pelo suelto, vestía una sencilla túnica blanca y estaba descalza sobre el suelo de mármol. Los observaba a ambos con los ojos muy abiertos, semioculta tras una columna, sin atreverse a avanzar más. Christian no la recordaba tan pequeña, ni tan frágil.

Los dos se quedaron mirándose un momento, hasta que Victoria bajó la cabeza.

—Os dejo solos —dijo Jack por fin—. Me encargaré de que nadie os moleste, pero si necesitáis algo... no andaré demasiado lejos. ¿De acuerdo?

Ninguno de los dos dijo nada. Jack franqueó el umbral de la terraza y cruzó la habitación. Cuando la puerta se cerró tras él, hubo un breve e incómodo silencio.

Christian se acercó a ella. Victoria no sabía qué decir. No lo recordaba tan alto, tan gélido, tan oscuro ni tan amenazador. Y no podía parar de temblar, no sabía si de miedo o de frío.

El alzó la mano para cogerle suavemente la barbilla. La obligó a levantar la cabeza. Victoria lo miró a los ojos, y un terror irracional la paralizó.

Christian se dio cuenta, y se obligó a sí mismo a apartar la mirada de los ojos de Victoria. Descubrir que ella había perdido la luz, y que en esta ocasión no estaba velada por un manto de tinieblas, sino que simplemente se había extinguido, estaba resultando un duro golpe para él, aunque se esforzaba por no dejarlo traslucir. Examinó el oscuro círculo que marcaba la frente de Victoria.

—Creo que se ha hecho más pequeño desde la última vez que lo vi —comentó suavemente.

—¿Tú crees? —dijo ella en voz baja—. Jack también dice que ha encogido. Pero nadie más lo ha notado.

—Puede que sea porque hace mucho tiempo que no te veo. Me resulta más fácil detectar los cambios.

Pronunció la palabra «cambios» con un matiz especial, quizá con un poco de dureza, y a Victoria se le cayó el alma a los pies. «Ya está», pensó. «Ahora me pedirá que le devuelva el anillo».

Pero Christian no dijo nada. Solo siguió mirándola.

—Yo... —dijo ella, tras un tenso silencio—. Sé que he perdido algo importante y que los dos lo echáis de menos. Lo siento mucho, Christian.

Christian permaneció callado. Victoria no se atrevía a mirarlo a los ojos, en parte porque él la intimidaba, en parte porque temía descubrir que él la contemplaba con la fría indiferencia con que trataba al resto del mundo. A todos los que no eran como él.

—Mírame, Victoria —dijo él entonces.

La joven titubeó un instante. Tragó saliva y, reuniendo valor, levantó la cabeza para volver a encontrarse con los ojos azules de él.

—¿Tengo que recordarte por qué estás así ahora? —preguntó Christian con cierta severidad.

—Porque Ashran me arrebató el cuerno.

—Porque 

 le entregaste tu cuerno, Victoria. Yo estaba allí, y tengo muy buena memoria. Se lo entregaste para salvarnos la vida. A Jack y a mí. Gracias a eso estoy vivo todavía, estoy aquí. Y ahora dime... en el nombre del Séptimo, dime qué significa esto, por qué razón consideras que tienes que pedirme perdón.

—Porque arriesgaste tu vida por mí —respondió ella en voz baja—. Si estuviste en peligro fue justamente por mi causa. Y sé que ahora mismo estás empezando a preguntarte si valió la pena tomarse tantas molestias.

Christian tardó un poco en contestar.

—Veo que me conoces bien —dijo—. Pero te equivocas en una cosa. Una vez te dije... ¿recuerdas?, te dije que mientras viera en tus ojos que aún seguías sintiendo algo por mí, regresaría a buscarte. ¿De veras piensas que soy yo el que no quiere regresar? ¿Y qué hay de ti?

—Te tengo miedo —reconoció ella en un susurro.

De nuevo reinó el silencio entre los dos, un silencio pesado y lleno de dudas, que Christian rompió finalmente:

—Ven aquí.

La atrajo hacia sí. Victoria quiso resistirse, pero no fue capaz. Los brazos de él la rodearon, y la joven apoyó la cabeza en su hombro, temblando, y cerró los ojos. Navegaba desde hacía un buen rato en un mar de hielo y oscuridad, en la búsqueda desesperada de un sentimiento que parecía haberse extinguido. Tragó saliva y rodeó la cintura de él con los brazos, venciendo al miedo que la paralizaba. Los dedos de Christian se enredaron en su cabello. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Victoria, que se dio cuenta, de pronto, de que su corazón latía con fuerza, de que, por debajo de la capa de escarcha que lo cubría, ardía aún una emoción intensa y sincera.

—Yo todavía te quiero, Christian —dijo en voz baja.

—Estás temblando —observó él—. ¿Miedo, frío...?

—Las dos cosas —confesó ella.

—No parece que puedas sostenerte en pie. Si te suelto, te caerás.

Victoria maldijo para sus adentros.

—Te has dado cuenta... Es verdad que me canso con mucha facilidad. Pero estoy mejorando. Cada día más.

Christian no dijo nada. «Lo sabe», pensó Victoria. «Sabe que eso no tiene nada que ver; que, aunque pueda volver a moverme con normalidad, aunque recupere fuerzas, no volveré a ser un unicornio».

Intentó separarse de él, pero Christian no la dejó.

—Está anocheciendo ya. Te llevaré a tu habitación para que descanses.

Victoria no tuvo fuerzas para oponerse. Dejó que él la alzase en brazos y cargase con ella hasta su cuarto. Tampoco tuvo fuerzas para pedirle que se quedara a su lado un rato más. Impotente, vio cómo Christian la arropaba con cuidado y salía de la habitación en silencio.

«No me ha besado», suspiró Victoria.

Sabía lo que eso significaba.

Christian encontró a Jack sentado en el alféizar de un pequeño balcón, en el otro extremo de la planta. El dragón le dirigió una mirada interrogante.

—Tenías razón —dijo Christian solamente.

Jack se recostó contra la pared.

—Espero que no hayas estado muy frío con ella. Más frío de lo que eres habitualmente, quiero decir.

Christian le dirigió una mirada de reproche.

—¿Y tú? ¿Qué hay de ti?

Jack calló unos instantes, pensativo, mientras alzaba la mirada hacia la más grande de las lunas, que ya emergía por el horizonte.

—He pensado mucho en ello —dijo por fin—. En la forma en que la veo ahora. En lo que siento. En que es muy posible que nada vuelva a ser igual entre nosotros. Y, por extraño que parezca... he llegado a la conclusión de que, a pesar de todo, la sigo queriendo. Aunque se haya vuelto una chica humana como otra cualquiera. Puede que sea solo añoranza, o que hemos pasado demasiadas cosas juntos para tirarlo todo por la borda, o porque es la única chica a la que he querido en toda mi vida. Pero no quiero perderla.

Y, como de todas formas, ya no hay nadie en el mundo como yo... tampoco tengo elección. Si he de escoger a una humana, ¿por qué no escogerla a ella? No sé si me explico.

Christian tardó un poco en responder.

—¿Tan seguro estás de que se ha vuelto completamente humana? —dijo entonces—. ¿Crees de verdad que no volverá a ser la que era?

Jack dudó un momento antes de decir:

—Te voy a contar una cosa... algo que solo sabemos ella y yo. Pero no lo comentes con ella, ¿vale?

Christian no dijo nada. Pese a ello, Jack prosiguió:

—Hace unos días le dije que cogiera el báculo. Entonces me pareció una buena idea: si ese artefacto funciona como un cuerno de unicornio, y es lo que Victoria ha perdido, era lógico pensar que le devolvería su poder o, al menos, parte de sus fuerzas. Pero...

—El báculo la rechazó —adivinó Christian—. No pudo cogerlo.

Jack asintió, pesaroso.

—Eso la ha destrozado. Ha sido un duro golpe para ella. He intentado hacer que lo olvidara, pero... no puede evitar pensar que Lunnaris ha muerto en su interior.

Christian movió la cabeza.

—Si eso hubiera sucedido, ella habría muerto también. Las dos esencias son en realidad una sola, Jack.

—No podemos saberlo. Victoria es una criatura única. No tenemos constancia de otros seres como ella. No sabemos en realidad cómo funciona su alma doble.

—Tiene todavía la marca en la frente —hizo notar Christian—. Esa marca señala una lesión en su parte de unicornio. Su cuerpo humano está sano. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Quieres decir que, si Lunnaris hubiese muerto, si Victoria hubiera perdido esa parte de unicornio, no tendría esa especie de agujero en la frente, ¿no? Pero el agujero se está cerrando, Christian. Se hace cada vez más pequeño. Y no sé si es una buena señal.

Christian calló un momento, sombrío. Jack lo miró.

—¿Qué?

—¿Te has parado a pensar —dijo el shek con lentitud— que, si ella se vuelve del todo humana... puede que en el futuro prefiera tener un compañero humano?

Jack se echó hacia atrás, perplejo.

—No, no lo había pensado —reconoció—. Es verdad que la he notado incómoda conmigo —añadió en voz baja.

Christian no dijo nada.

—Aun así —prosiguió Jack—, creo que seguiré a su lado mientras sea necesario. ¿Y tú? —le preguntó entonces—. ¿Qué vas a hacer con respecto a ella?

—Tenía planes. Y supongo que, a pesar de todo, lo que había planeado para ella sigue siendo la mejor opción.

Jack lo miró, interrogante. Christian procedió entonces a relatarle lo que había visto en Nanhai. Le habló de su encuentro con Shail, de sus conversaciones acerca de los dioses, de la llamada de socorro de Ynaf y de lo que se habían encontrado en la cordillera. Jack escuchaba, conteniendo el aliento. Era la primera vez que oía hablar de Ydeon, el forjador de espadas, el gigante que había creado a Domivat siglos atrás. Se hizo a sí mismo la promesa de visitarlo algún día en Nanhai. Sin embargo, las noticias sobre la llegada de Karevan a Idhún eran mucho más relevantes, por lo que se centró en aquel problema y en la solución que proponía Christian.

—¿Llevártela a la Tierra? —repitió—. ¿No tardará más en recuperarse allí que en la Torre de Kazlunn?

—Probablemente. Pero la Tierra no está amenazada por una inminente guerra de dioses, al menos que yo sepa. Y Victoria se ha vuelto mucho más pequeña que antes, a los ojos de un dios. Haya o no muerto su esencia de unicornio, es imposible detectarla ahora mismo. No creo que los dioses se den cuenta siquiera de que ella está aquí; y si lo hicieran, tampoco sería una buena noticia: puede que el Séptimo todavía tenga interés en ella.

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