Authors: Laura Gallego García
—No me sorprende. No es precisamente habitual que una mujer dé a luz tras solo cuatro meses de gestación.
—Han pasado muchas cosas raras últimamente —dijo Jack, ayudando a Victoria a recostarse sobre la cama. Hablaba con calma, pero Ha-Din detectó con claridad sus nervios y su inquietud.
—No temas; avisaremos a las hadas, estarán encantadas de ayudar. Normalmente no les permitimos la entrada, porque les gusta distraer y turbar a los novicios, lo encuentran divertido; pero se toman muy en serio todo lo que gira en torno a la concepción y el nacimiento. Enviarán a una partera de confianza. El único problema es que, tratándose de ellas, no tardará en correr la noticia de que estáis aquí. Los sacerdotes del Oráculo suelen ser discretos; las hadas, no.
Jack se encogió de hombros.
—Para entonces, ya estaremos muy lejos.
Ha-Din lo miró largamente. Pareció que iba a preguntarle algo, pero en aquel momento Victoria lanzó una exclamación de dolor, y el celeste sacudió la cabeza y dijo:
—Voy a enviar a buscar a la partera.
Un rato más tarde, el hada ya había llegado. Había traído consigo a dos hadas más jovencitas, que trataban de parecer serias y formales, aunque no podían disimular su emoción y su alegría. Para los feéricos, todo nuevo nacimiento era una gran fiesta.
Echaron a Jack de la habitación, sin contemplaciones. El joven protestó y dijo que quería quedarse, y Victoria también suplicó que le permitieran permanecer junto a ella, pero las hadas eran inflexibles: había cosas, dijeron, que una mujer tenía que hacer sin hombres molestando alrededor, y dar a luz a su hijo era una de ellas.
—¡En mi tierra se permite a los padres estar presentes en el parto! —protestó Jack, pero la partera lo echó de todas formas.
—El día en que seas tú quien lleve un bebé en la barriga, podrás quedarte —dijo—. Y ahora, largo.
Frustrado y angustiado, Jack no tuvo más remedio que quedarse fuera. Le alivió ver que Ha-Din estaba allí y le sonreía amablemente.
—Vamos —le dijo—, salgamos al jardín.
Jack se resistía a alejarse de allí. Cuando oyó un nuevo grito de Victoria, estuvo a punto de volver a entrar. El Padre lo detuvo.
—Déjalas. Saben lo que hacen. Además, he de hablar contigo.
Jack respiró hondo y se obligó a sí mismo a serenarse. Siguió dócilmente a Ha-Din hasta el jardín, aunque su corazón seguía en aquella habitación, con Victoria.
Ha-Din fue al grano.
—¿Por qué no estáis en Vanissar, Jack? ¿Por qué habéis acudido a mí?
Jack desvió la mirada.
—En Vanissar ya no está Alsan.
—Pero aún tenéis amigos allí.
Jack respiró hondo. Era cierto, allí todavía estaban Shail y Zaisei. Después de haber sobrevivido a lo que algunos llamaban ya la Batalla de los Siete, los tres habían pasado un tiempo recuperándose de las emociones pasadas y del horror que habían experimentado aquel día. Por fin, cuando se había sentido con fuerzas, el joven había dejado a Victoria a cargo de Christian y había volado hasta allí para relatar todo lo que había pasado. Los ejércitos que Covan había enviado a la batalla regresaron sin haber combatido siquiera, porque, por suerte para ellos, no llegaron a tiempo. Los Nuevos Dragones no habían sido tan afortunados: ciento treinta y cuatro dragones, con sus correspondientes pilotos, habían caído, bien entre los anillos de los sheks, bien arrastrados por el huracán.
Covan había enviado una patrulla para recuperar los cuerpos. Lo último que Jack sabía era que habían encontrado el de Alsan sepultado bajo un alud de rocas, en un estado lamentable, aún aferrándose a su espada. Iban a trasladarlo a Vanissar. El funeral se celebraría poco después, y, por supuesto, Jack no pensaba faltar.
Entonces, ¿por qué había llevado a Victoria al Oráculo, en lugar de a Vanissar? Era cierto que aquel lugar le traía muchos recuerdos, y que aún no había asimilado, y mucho menos superado, la pérdida de Alsan, su amigo y maestro. Pero no era solo eso.
—Se trata de Covan —dijo—. Pronto será el nuevo rey de Vanissar. Y no me malinterpretéis, es un gran tipo, pero para ciertas cosas es tan intransigente como lo fue Alsan. Jamás quiso aceptar que todo lo que hemos pasado se deba a los dioses. Y lo cierto es que hubo una batalla en los Picos de Fuego, contra las serpientes. No me creyó cuando le dije que se habían marchado todas. Cree que están ocultas en alguna parte, preparándose para volver a atacarnos. Les echa la culpa de la masacre de los Nuevos Dragones... y, en concreto, a Christian. Al hijo... al
heredero
de Ashran —se corrigió—. Además, ha encajado muy mal la muerte de Alsan. Todos lo hemos hecho, pero para él... no sé, creo que era casi como un hijo, y creo que se arrepiente de haberle dado la espalda después de la caída de Amrin. ¿Recordáis que, el día de su coronación, Alsan juró que no descansaría hasta matar a la última serpiente de Idhún?
—Temes que el nuevo rey de Vanissar pretenda acabar la tarea que Alsan empezó.
—Traté de decirle que el propio Alsan había ayudado a los sheks a huir, y no reaccionó muy bien. Se lo tomó como una grave ofensa contra el recuerdo de Alsan. Llegó a decir que yo estaba celoso de su heroica muerte y que estaba intentando ensuciar su memoria insinuando que tenía tratos con las serpientes.
—Entiendo —murmuró Ha-Din.
—En vida de Alsan, Vanissar llegó a convertirse en un entorno hostil para nosotros, pero sobre todo para Christian y Victoria. Y me temo que las cosas siguen igual. No quiero ni pensar lo que sucedería si nuestro hijo llega a tener la sangre de un shek.
Ha-Din sonrió levemente al advertir que Jack hablaba de «nuestro hijo» incluso en el caso de que fuese Christian su padre biológico. Era una extraña familia, sin duda, pero había algo de belleza y ternura en todo aquello: «nuestro» hijo, había dicho Jack. El hijo de los tres.
—Covan perseguirá a todas las serpientes de Idhún —prosiguió Jack—, solo para seguir el ejemplo de Alsan. Pero solo queda una serpiente en Idhún. Puede que dos, ahora mismo —añadió, preocupado; se volvió bruscamente al escuchar un nuevo grito de Victoria, esta vez más apagado debido a la distancia; trató de controlar su nerviosismo—. Y ahora, él y sus partidarios, es decir, todos aquellos que culpan a los sheks de lo que pasó en los Picos de Fuego, tienen un arma contra ellos. Gaedalu poseía fragmentos de la Roca Maldita...
—No has de preocuparte más por ella —lo tranquilizó Ha-Din—. Gaedalu ha renunciado a su cargo como Madre Venerable en favor de la hermana Karale.
No había tenido más remedio que hacerlo, pensó Ha-Din, con tristeza. Después de su experiencia con los dioses, Gaedalu no había vuelto a ser la misma. Apenas hablaba con nadie y pasaba el tiempo con la mirada perdida, derramando, de vez en cuando, lágrimas amargas. Habían acabado por llevarla de nuevo a Dagledu, con la esperanza de que, al dar la espalda a la tierra firme y regresar a sus orígenes, lograra superar todo aquello... con el tiempo.
—Pero dejó fragmentos de la Roca Maldita en Vanissar —señaló Jack—, y Covan los está utilizando para crear armas contra Christian. Lo están buscando y, si lo encuentran, puede que terminen acabando con él.
—¿Por eso no ha venido hoy con vosotros?
Jack sonrió misteriosamente, pero no dijo nada. Ha-Din entendió sin necesidad de palabras: el shek
sí
estaba allí, oculto en alguna parte, tal vez entre la maleza que rodeaba el Oráculo, quizá escondido entre sus mismísimas paredes.
—No se oculta por miedo, en realidad —le explicó Jack—. Es simplemente que no queríamos que su presencia alterara a los habitantes del Oráculo. Necesitábamos que nos acogierais hoy —añadió en voz baja.
—Sois bienvenidos, Jack, lo sabes. También el shek.
Jack sonrió, agradecido.
—¿Y Zaisei? —quiso saber Ha-Din, cambiando de tema.
—Mejorando. Shail está cuidando de ella, y dice que parece que empieza a ver formas borrosas. Los médicos que la atienden confían en que terminará por recuperar la vista.
«Lo cual no puede decirse de muchas otras personas», se dijo, alicaído. La luz de Irial había sorprendido a Zaisei en el interior del castillo, y aún así la había cegado. Pero otros no habían tenido tanta suerte. Desde el día de la Batalla de los Siete se habían multiplicado los casos de personas que habían perdido no solo la visión, sino también los ojos. Especialmente los Shur-Ikaili.
Jack había podido comprobar personalmente el lamentable estado en el que se encontraban siete de los Nueve Clanes. Todos ciegos, todos obligados a aprender a vivir de otra manera. Los clanes bárbaros siempre habían guerreado entre ellos, pero ahora no habían tenido más remedio que unirse. Los miembros de los dos clanes que se habían salvado cuidarían de los demás. Los bárbaros acabarían por volver a ser lo que habían sido, pero sería necesario que una nueva generación de niños sanos naciese, creciese y sustituyese a los adultos.
Por eso habían acogido a Saissh con los brazos abiertos. La niña había quedado deslumbrada por la luz de Irial, pero el báculo de Victoria la había protegido, y a los dos días ya podía ver de nuevo a la perfección. Recuperó su nombre Shur-Ikaili, Uk-Sun, y localizaron a sus familiares más cercanos. Agradecieron a Jack que les devolviera a la pequeña.
Nunca sabrían que aquella niña había sido la elegida por Gerde para ser la futura encarnación del Séptimo dios, en el caso de que decidiese iniciar la conquista de la Tierra. Aquel plan había sido desechado por uno más arriesgado, pero mucho mejor, a largo plazo: la creación de un mundo completamente nuevo para los sheks. Uk-Sun nunca sabría lo cerca que había estado de viajar a la Tierra y ser, de mayor, la líder de todos los sheks, al menos hasta que ellos conquistasen aquel extraño mundo dominado por humanos y no necesitasen que su diosa siguiera ocultándose tras un disfraz mortal. El arriesgado plan de Christian, que había propiciado que, finalmente, fuese Assher el elegido, un hombre-serpiente para un mundo de serpientes, había liberado a la pequeña de aquel destino. Podría crecer como una niña normal.
¿Normal...?
Jack sonrió. Los bárbaros habían obviado el hecho de que Uk-Sun ya caminaba, cuando en teoría no tenía más de unos pocos meses de vida, pero no tardarían en darse cuenta de que a aquella niña se le había concedido el don de la magia.
¿Qué haría, entonces? Jack trató de imaginársela de mayor, estudiando hechicería en la Torre de Kazlunn, junto a Qaydar. También se la imaginó cabalgando por las praderas de Shur-Ikail, libre, salvaje y feliz. Cualquiera de las dos estampas le valía, y comprendió que aquello debía ser decisión de Uk-Sun, o Saissh, y no de Qaydar. Por eso no había dicho una palabra sobre los dones de la pequeña.
—Me alegra saber que Shail está con ella —dijo Ha-Din, y Jack recordó, de pronto, que estaban hablando de Zaisei.
—Sí —asintió—. Victoria quiere ir a verlos, pero de momento no nos parece prudente. Quizá después de que nazca el bebé.
Volvió a darse la vuelta, angustiado. Seguía oyendo gritar a Victoria.
—Todo está bien —lo tranquilizó Ha-Din, aunque comprendía su nerviosismo a la perfección—. Y sé que no es el momento más adecuado, pero me gustaría que me contases qué pasó exactamente en los Picos de Fuego.
Jack lo miró, con cansancio.
—¿Queréis saberlo todo? —preguntó—. ¿Todo lo que yo sé?
Ha-Din suspiró.
—Creo que, si voy a seguir siendo el Padre de la Iglesia de los Seis, sería conveniente que conociese todos los detalles acerca de la manifestación divina más importante de la historia, después de la creación. No sería serio ni profesional que me mantuviese en una deliberada ignorancia, ¿no te parece?
Jack sonrió, a su pesar.
Y procedió a contárselo todo, desde el principio.
Estuvo mucho rato hablando. Le contó todo lo que habían averiguado en los últimos tiempos, Um, Erna, Umadhun, los unicornios, la génesis del Séptimo, la Roca Maldita, la Sombra Sin Nombre y la creación de las serpientes, la aparición de los dragones, su eterna lucha contra los sheks, Talmannon, Shiskatchegg, la caída y exilio de los sheks, la verdadera función de los Oráculos, Ashran, las encarnaciones del Séptimo, la dualidad de los siete dioses, los planes de Gerde, la Tierra, la creación de un nuevo mundo para los sheks, la búsqueda de los Seis, y cómo, finalmente, habían logrado escapar de Idhún.
—No sé cómo les irá —murmuró Jack—, y no sé si este mundo estará mejor sin ellos. Se diría que mucha gente desea volver a encontrarlos, aunque solo sea para cargarles las culpas de todo lo malo que pasa en el mundo. Covan necesita vengar la muerte de Alsan de alguna manera, y los dragones artificiales no tienen razón de ser si no están ellos...
—Tampoco los dragones de verdad, ¿no es así? —dijo Ha-Din amablemente. Había escuchado con atención el relato de Jack, cada pieza del rompecabezas que parecía encajar en su sitio, y sabía que tardaría mucho tiempo en asimilarlo todo y en aceptarlo. Pero la nostalgia de Jack podía palparse, era real.
—Fuimos creados para luchar —respondió él, con sencillez—. Toda nuestra existencia, generación tras generación, giró en torno a los sheks. Y ahora ellos ya no están. Una parte de mí se siente inútil y vacía.
—Pero eres en parte humano. Eso te ayudará a sobrellevarlo mejor.
—Ellos son del todo sheks. No sé qué harán en un mundo sin dragones. Supongo que el Séptimo debería hacer algo al respecto, pero no sé si le importa realmente.
—No tendrá mucho tiempo para preocuparse por ello. No entiendo de mundos nuevos, ni de procesos de creación, pero se me ocurren muchas cosas que podrían salir mal cuando uno intenta conformar un mundo nuevo, un mundo vivo, en tan poco tiempo. Esas cosas tardan millones de años en hacerse.
Jack sonrió.
—Les irá bien. Siempre han sido más listos que nosotros, y creo que eso, en el fondo era lo que más odiábamos de ellos —admitió.
—Y los unicornios —dijo Ha-Din—, ¿tampoco regresarán?
—Por lo visto, Qaydar preguntó a los dioses al respecto. No mostraron mucho entusiasmo. Parece ser que Idhún ha quedado tan cargado de energía que no será necesaria la magia, de momento.
El rostro de Ha-Din se ensombreció.
—No me parece buena cosa —comentó—. Los magos y los sacerdotes siempre nos hemos disputado el dominio sobre las creencias de las personas. Había quien tenía fe en los dioses, había quien confiaba más en la magia, y, aunque nos peleáramos para decidir en qué debía creer la gente, lo cierto es que lo más importante es que tengan algo en qué creer. Y después de todo lo que ha pasado, me temo que la religión no va a ser precisamente fuente de consuelo en tiempos difíciles. Los pocos magos que quedan utilizarán su poder para ayudar a reconstruir el mundo; puede que la gente pueda volcar su fe en ellos, pero son pocos, y con el tiempo se extinguirán. Ni siquiera Victoria podrá mantener viva la magia para siempre.