Authors: Laura Gallego García
No había podido evitar preguntarse si Manua sabía realmente lo que hacía; si Ashran la había engañado, si la había forzado o lo había hecho por voluntad propia. Expuso sus dudas a Christian, y él había dicho:
—Dudo mucho que él la sedujera; siempre le interesó más la magia que las mujeres. Si hubiese querido utilizarla simplemente para la invocación no habría pasado con ella tanto tiempo como para que concibiese un hijo. Creo que ella le importaba de verdad. Y luego... simplemente hubo otras cosas que le importaron más que ella.
—¿Piensas, entonces, que estaban enamorados?
—¿Importa tanto eso?
Victoria había alzado la mano para apartarle un mechón de la frente, con ternura.
—Importa más de lo que crees —sonrió.
Christian sonrió a su vez, pero no le dio la razón, ni la contradijo.
—Creo que mantuvieron una relación más o menos sincera el tiempo que él estuvo estudiando los textos de Ymur, en el Oráculo, hasta que decidió hacer la invocación. Tal vez la convenciera o tal vez la engañara, no lo sé. Solo tengo la sensación, por lo que sabemos, de que mi madre nunca fue realmente consciente de lo que pretendía Ashran de verdad.
»Y sí, creo que él la quería entonces. Porque, de lo contrario, la habría matado al abandonar el Oráculo. Habría matado a la única persona que sabía lo que había pasado de verdad. La única que podría delatarlo antes de que estuviese preparado para traer de vuelta a los sheks.
No habían vuelto a mencionar el tema, pero por alguna razón, Christian seguía pensando en ello. Tal vez le había llamado la atención el detalle del canasto que Ymur utilizaba para sus libros, y que había sido la cuna del propio Christian cuando era un bebé no mayor que Erik. Tal vez deseaba comprender por qué Ashran había decidido cambiar el curso de la historia, trayendo de vuelta a los sheks de Umadhun. O quizá era, simplemente, que, ahora que los sheks se habían marchado, se sentía terriblemente solo.
Victoria conocía aquel sentimiento, pero la conciencia de ser el último de una raza extinta siempre había afectado más a Jack. No obstante, aunque los dos chicos se llevaban bastante bien, Victoria sabía que no podía pretender que ambos compartieran dudas y temores como si fuesen amigos de toda la vida.
—Si has de marcharte, hazlo —le dijo en aquel momento—. Nosotros estaremos aquí cuando vuelvas.
Christian sonrió.
—Aunque no lo parezca, eso me reconforta mucho —dijo solamente.
Cuando Victoria despertó a la mañana siguiente, él ya se había marchado.
Y tardó mucho tiempo en regresar.
Jack y Victoria siguieron haciendo su vida, viendo cómo crecía Erik y adaptándose a la apacible vida de Celestia. Fueron a la bendición de la unión de Shail y Zaisei, que se celebró en Haai-Sil poco después de que Erik cumpliera un año, cuando Zaisei ya estaba del todo recuperada de su ceguera.. También asistieron casi todos los miembros de la familia de Shail; Victoria se alegró de conocerlos, y Jack, de verlos otra vez. De nuevo, recordaron a Alsan, que ya no estaba con ellos.
Y cuando Victoria echaba de menos a Christian más de lo que se creía capaz de soportar, él regresó.
Llegó con el tercer atardecer. Jack estaba solo en casa con Erik, y salió a recibirle.
Los dos se miraron un momento.
—Bienvenido a casa —sonrió Jack.
Christian sonrió a su vez. Fue una sonrisa un tanto forzada, como si llevara mucho tiempo sin ensayarla.
Parecía mayor y más cansado. El tiempo que había pasado en Nanhai lo había curtido todavía más. Quizá por eso había vuelto un poco más inexpresivo, como si el hielo hubiese congelado sus facciones.
—Me alegro de estar de vuelta —dijo, y lo decía de verdad.
—Victoria te ha echado de menos —comentó Jack—. Ha ido a la aldea; no tardará en volver.
Christian asintió.
No entraron en la casa. Se estaba muy bien allí, de modo que se sentaron en el porche a contemplar la puesta de sol. Christian saludó a Erik, que se enfurruñó casi enseguida y volvió a entrar en la casa corriendo.
—En el fondo le caes bien —dijo Jack—. Ha preguntado por ti, te ha echado de menos. Creo que el rechazo que siente hacia ti en tu presencia es algo...
—Instintivo —lo ayudó Christian.
—Supongo que sí —suspiró Jack.
Hubo un breve silencio.
—Jack, tú sabes que las cosas no serán siempre así —dijo entonces Christian.
Jack bostezó perezosamente.
—¿A qué te refieres? Yo creo que todo va bien.
—Todo va bien porque hemos pasado mucho tiempo en tensión, luchando en una guerra, y estamos cansados de pelear. Pero cuando nos hayamos acostumbrado a la calma, el instinto volverá a jugarnos malas pasadas.
—No sé tú, pero yo tengo a Domivat bien guardada y hace mucho tiempo que no la uso. Benditos celestes —sonrió.
Christian movió la cabeza con desaprobación. Jack comprendió.
—Te marchas, ¿verdad? Has venido a decir que vas a irte, y esta vez por mucho más tiempo.
Christian paseó la mirada por el horizonte.
—Me vuelvo a la Tierra —dijo solamente.
Jack se quedó helado.
—¿Que te vuelves a la Tierra?
—Eso he dicho.
—Pero... ¿por qué?
—Tú eres el último dragón. Si supieras que puedes llegar a un mundo donde queda un puñado de dragones, ¿qué harías?
—Es verdad —comprendió Jack—. Hay sheks en la Tierra. Pero, según Victoria, no te tienen aprecio. Tratarán de matarte.
—No sería muy inteligente por su parte. Soy el único que puede decirles a dónde se fueron los otros sheks.
—¿Gerde no les avisó? —Jack no podía creerlo—. ¿Los abandonó en la Tierra?
—No van a alegrarse mucho cuando lo sepan, pero alguien tiene que decírselo. No creo que deseen seguir siendo leales al Séptimo cuando se enteren. Podré pactar con ellos; les ayudaré a buscar a los otros sheks si me garantizan que me van a dejar en paz.
—Pero la idea de crear un nuevo mundo en lugar de conquistar la Tierra fue tuya. Si no fuera por ti, ahora todas las serpientes estarían allí, en la Tierra. O sea que, indirectamente, es culpa tuya que ellos se hayan quedado allí tirados.
—Me aseguraré de que no descubran ese pequeño detalle.
—Pero —dijo Jack—, ¿realmente puedes reunirte con ellos en su nuevo mundo?
—No. Los Seis destruyeron la Puerta por completo, el único enlace que había entre este mundo y el otro. La conexión con la Tierra sigue existiendo, y por eso puedo seguir viajando de un lado a otro. Pero no puedo reunirme con los míos en el lugar donde viven ahora.
—Seguirías estando fuera de lugar —dijo Jack—, porque tienes un cuerpo humano, y en su nuevo mundo no hay humanos.
—Lo sé. Por eso la Tierra es el lugar perfecto para mí. Podemos tardar años, tal vez siglos, en averiguar dónde está ese mundo exactamente y en tratar de llegar hasta él. Pero yo soy el que tiene la poca información de que disponemos. Me necesitan... otra vez.
Pensó en Shizuko y sonrió.
—¿Y si deciden regresar a Idhún?
—¿Ellos solos? Son solo treinta y dos. Regresar a Idhún sería un suicidio para ellos en estas circunstancias.
Hubo un breve silencio.
—No es solo por eso —dijo Jack entonces; Christian lo miró—. Podrías ir a la Tierra y regresar en poco tiempo, y no tendrías necesidad de dar tantas explicaciones. Vas a ir para quedarte. Los otros sheks no tienen tanta importancia en el fondo, ¿verdad?
—Me voy para no poneros en peligro —admitió el shek—. Los Nuevos Dragones están removiendo cielo y tierra para buscarme. No tienen sheks contra los que luchar, así que su mera existencia ya no tiene ningún sentido, de modo que se han vuelto contra mí. ¿Has oído las historias?
—Sí —asintió Jack—. Dicen que pretendes devolver a la vida a Ashran, y que todo lo que pasó cuando vinieron los dioses fue porque estabas jugando con magia prohibida para traerlo de vuelta. Dicen que toda la culpa es tuya. Es curioso, nadie habla de Gerde.
—Muy poca gente sabe que ella estuvo implicada en todo lo que pasó. Y sé que no se sentirán tranquilos hasta que hayan acabado conmigo. Y si siguen mi rastro, tarde o temprano os encontrarán a vosotros también. No quiero que perdáis todo esto que habéis conseguido.
—Estamos dispuestos a arriesgarnos, Christian, lo sabes. Si te vas solo por no ponernos en peligro, le partirás el corazón a Victoria.
Christian respiró hondo.
—Son muchas cosas —dijo—. Supongo que la más importante de ellas es que, a pesar de haber nacido aquí, hace mucho que ya no siento este mundo como mío. —Se volvió hacia Jack y dijo—. Existe otra posibilidad, y es que os vengáis conmigo los tres, de vuelta a la Tierra.
La propuesta era tan tentadora que a Jack le dolió el corazón de nostalgia.
—Sería mucho lo que dejaríamos aquí —dijo, sin embargo—. Y nadie nos espera al otro lado, después de todo. Pero háblalo con Victoria. Creo que en el fondo ella es la principal interesada.
Se puso en pie de un salto.
—Me voy —anunció—. Victoria está al caer, y, si te vas a marchar mañana, como supongo que harás, esta noche yo sobro aquí —añadió, con una sonrisa.
Christian sonrió a su vez.
—Gracias —dijo.
—¿Quieres que me lleve al niño para que no os moleste?
—No, déjalo. Tiene un sueño muy pesado; dormirá como un tronco hasta el amanecer.
—En eso se parece a mí —comentó Jack—. Bien, pues me marcho. Dile a Victoria que volveré con el tercer amanecer. Y en cuanto a ti... buena suerte, y buen viaje. Y vuelve de vez en cuando, aunque solo sea para saludar. No puedes abandonarla ahora —añadió, muy serio.
—No voy a abandonarla. Nunca.
Jack sonrió otra vez, pero no dijo nada más. Se despidieron y, momentos más tarde, Jack se elevaba hacia las tres lunas, en dirección a las montañas.
Victoria volvía ya cuando lo vio alejarse. Lo llamó, pero él no la oyó. La joven corrió a casa, preocupada por que Erik pudiera haberse quedado solo.
Christian la estaba esperando en el porche.
Victoria se detuvo en seco. Hacía casi un año que no lo veía, y se quedó mirándolo, sin poder creer que fuera de verdad. El anillo no le había transmitido nada aquella vez; Christian había querido mantener su llegada en secreto, tal vez para que fuese una sorpresa.
Cuando él avanzó unos pasos y la luz de las lunas iluminó su rostro, Victoria corrió a refugiarse entre sus brazos, ebria de felicidad.
—¡Christian! —susurró—. ¡Has vuelto! Te he echado mucho de menos.
El shek sonrió, le acarició el pelo, pero no dijo nada. Juntos, cogidos de la cintura, regresaron al interior de la casa.
Dieron de comer a Erik, lo bañaron y lo acostaron. Solo cuando el niño ya dormía profundamente, se sentaron junto a la ventana, con las luces apagadas, y hablaron en voz baja.
Victoria le contó todo lo que había pasado cuando él estaba fuera. Hablaba feliz y entusiasmada, y Christian sabía que le rompería el corazón si le decía que tenía que marcharse otra vez. Deseó, por un momento, ser como Jack, ser capaz de quedarse con Victoria constantemente, de formar parte de una familia. Pero sabía que necesitaba estar a solas, y sabía que terminaría por marcharse a la Tierra tarde o temprano. Podría quedarse varios días, varios meses en Kelesban, con ellos, antes de irse, pero en el fondo no le parecía buena idea. Tenía que hacerlo ahora, cuanto antes, porque cada minuto que pasara allí le costaría más trabajo marcharse.
Pero necesitaba volver a estar con Victoria al menos un rato más. Al menos una noche más.
—Y a ti —dijo ella entonces—, ¿cómo te ha ido?
Christian empezó a contarle, en pocas palabras, lo que había sido su vida en Nanhai todo aquel tiempo, pero no llegó a terminar su relato. Calló y la miró intensamente, en silencio.
—¿Qué? —susurró Victoria, estremeciéndose, sin saber por qué.
El shek respiró hondo.
—Victoria, tengo que volver a marcharme.
Ella lo miró, pero no dijo nada. Permaneció callada mientras él le explicaba todo lo que le había dicho a Jack.
—... Por eso he de irme —concluyó—. Pero me gustaría que vinierais conmigo.
Victoria suspiró.
—Ojalá pudiéramos. Pero tengo que pensar en Erik. No sé qué puedo ofrecerle en la Tierra. Y, además... tampoco podemos marcharnos, sin más. Darles la espalda a Shail, a Zaisei, a Kimara... a todo el mundo.
—¿Todavía te sientes responsable por todo lo que pase aquí? —sonrió Christian.
Victoria sacudió la cabeza.
—Es una sensación difícil de olvidar.
Tomó su mano, tímidamente, como si no quisiera que él creyese que trataba de retenerlo.
—Voy... voy a echarte de menos —susurró.
—Volveré, Victoria. Te prometo que vendré a menudo. Pero no será como antes, porque estaremos en mundos diferentes.
Victoria no dijo nada. Christian la tomó de la barbilla, con delicadeza, y le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.
—Yo también voy a echarte de menos —dijo—. Muchísimo.
Y la besó, como nunca antes la había besado. Victoria se dejó envolver por sus brazos, hundió los dedos en su pelo y lloró como una niña.
—Quiero irme contigo —le susurró al oído.
—Ven cuando quieras —respondió él, también en su oído—. Si algún día no eres feliz, o te sientes en peligro, o crees que ya no perteneces a este mundo... no tengas miedo y cruza la Puerta. Te estaré esperando al otro lado. A ti, y a Jack y Erik, si quieres.
Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Siempre me dices que vaya contigo —murmuró—, y yo nunca lo hago.
—Siempre me pides que me quede contigo —respondió él—, y yo nunca puedo. Y, a pesar de eso... me siento más unido a ti que a ninguna otra persona que haya conocido jamás.
Victoria cerró los ojos y se abandonó a sus besos y a sus caricias.
«No te vayas», pensó.
«Nunca me iré del todo», respondió él.
Christian se quedó hasta el primer amanecer. Normalmente se iba cuando todavía era de noche, pero aquel día quería estar junto a Victoria cuando ella despertase.
No obstante, al verla tan profundamente dormida, Christian supo que no tendría valor para despertarla, o para esperar a que abriese los ojos, y tener que despedirse... otra vez.
De modo que se levantó y se vistió en silencio. Besó a Victoria suavemente en la frente antes de salir, y abandonó la habitación.