Parque Jurásico (57 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
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No sabía qué hacer. Apretó
PARÁMETROS CLÁSICOS
:

PARÁMETROS CLÁSICOS
Rejillas Reserva
R4-R4
Rejillas Zoológico
B8-07
Rejillas Mant.
E5-L6
Rejillas Pabellón
F4-D4
Rejillas Sensores
D5-G4
Rejillas Principales
C4-G7
Rejillas núcleo
A1-C1
Rejillas Servicios
AH-B5

Integridad Circuito No Ensayada

Rejillas de Seguridad Permanecen Automáticas

Tim sacudió la cabeza, frustrado. Tardó unos momentos en darse cuenta de que acababa de obtener información valiosa: ¡ahora sabía las coordenadas de las rejillas que protegían el pabellón! Apretó rejilla F4:

REJILLA DE CORRIENTE D4 (PABELLÓN SAFARI)

INSTRUCCIÓN NO SE PUEDE EJECUTAR. ERROR-505

ERROR DE POTENCIA INCOMPATIBLE CON INSTRUCCIÓN.

Ref. Páginas Manual (4.09-4.11)

—No funciona —dijo Lex.

—¡Lo sé! —Tim apretó otro botón. La pantalla volvió a titilar:

REJILLA DE CORRIENTE D4 (PABELLÓN SAFARI)

INSTRUCCIÓN NO SE PUEDE EJECUTAR. ERROR-505

ERROR DE POTENCIA INCOMPATIBLE CON INSTRUCCIÓN.

Ref. Páginas Manual (4,09-4.11)

Tim trató de mantener la calma, de pensar más allá: por alguna causa estaba recibiendo un mensaje permanente de error, toda vez que intentaba encender una rejilla. Se le estaba diciendo que la potencia era incompatible con la instrucción que estaba dando. Pero, ¿qué quería decir eso? ¿Por qué la potencia era incompatible?

—Timmy… —dijo Lex, tironeándole del brazo.

—Ahora no, Lex.

—Sí, ahora —insistió su hermana, y lo apartó de las pantallas y de la consola. Y fue en ese momento cuando Tim oyó el gruñido de los velocirraptores.

Provenía del pasillo.

En el tragaluz que estaba por encima de la cama de Malcolm, los raptores casi habían roído el segundo barrote metálico. Ahora podían meter por completo la cabeza a través del vidrio destrozado, y arremeter y gruñir contra la gente que había abajo. Después, al cabo de unos instantes, retrocedían y reanudaban la masticación del metal.

—Ahora no falta mucho. Tres o cuatro minutos —dijo Malcolm.

—¿Está seguro de que no hay armas aquí? —dijo Ellie.

—¡Demonios, no! Esto es un hotel. —Apretó el botón de la radio—: ¿Tim, estás ahí? ¿Tim?

No hubo respuesta.

Tim se deslizó por la puerta, junto con Lex, y vio al único velocirraptor, en el extremo opuesto del pasillo, erguido junto al balcón. Lo contempló completamente atónito: ¿cómo había salido de la cámara congeladora?

En ese momento, mientras observaba, un segundo raptor apareció de repente en el balcón, y Tim comprendió: el otro animal no había salido del congelador. Éste había venido de fuera; había saltado desde el suelo, aterrizando en silencio, con perfecto equilibrio, sobre la barandilla. Tim no lo podía creer: el enorme animal había dado un salto vertical ascendente de tres metros. Más de tres metros. Sus patas tenían que ser increíblemente poderosas.

—Creí que dijiste que no podían… —murmuró Lex.

—¡Cállate!

Tim estaba tratando de pensar, pero miraba, con una especie de fascinación producida por el terror, cómo el tercer velocirraptor saltaba al balcón. Durante unos instantes, los animales dieron vueltas sin rumbo por el pasillo; después, empezaron a avanzar en fila india. Acercándose a Tim y a Lex.

En silencio, Tim se apoyó contra la puerta que tenía a sus espaldas, para volver a entrar en la sala de control. Pero la puerta estaba trabada. Empujó con más fuerza.

—Nos hemos quedado fuera —susurró Lex—. Mira. —Señalaba la ranura para tarjetas de seguridad que estaba al lado de la puerta: allí refulgía un brillante punto rojo. De alguna manera, se habían activado las puertas de seguridad.

—¡Pedazo de idiota; nos has dejado fuera!

Tim estaba al lado de la sala de control, a mitad de camino por el pasillo. Más allá, vio varias puertas más, pero todas tenían sendas luces rojas brillando al lado: eso quería decir que todas las puertas estaban trabadas. No había lugar alguno al que pudieran ir.

Entonces, vio una forma tendida en el suelo, en el otro extremo del pasillo: era un guardia muerto. Una tarjeta blanca de seguridad estaba prendida en su cinturón.

—Vamos —susurró. Corrieron hacia el guardia. Tim tomó la tarjeta y volvió. Pero, claro está, los raptores les habían visto: gruñeron y les bloquearon el camino de regreso a la sala de control. Empezaron a separarse, abriéndose en abanico por el pasillo, para rodearles. Las cabezas de los animales empezaron a oscilar hacia atrás y hacia delante en forma rítmica.

Iban a atacar.

Tim hizo lo único que podía hacer: usando la tarjeta, abrió la puerta más próxima del pasillo e hizo entrar a Lex de un empujón. Cuando la puerta se empezaba a cerrar lentamente tras ellos, los velocirraptores sisearon y se lanzaron a la carga.

Pabellón

Ian Malcolm inhalaba cada bocanada de aire como si pudiera ser la última. Observaba a los raptores con ojos opacos. Harding le tomó la presión, frunció el entrecejo, la volvió a tomar. Ellie Sattler estaba envuelta en una manta, tiritando y con frío. Muldoon estaba sentado en el suelo, la espalda apoyada contra la pared. Hammond tenía la vista clavada en lo alto, sin hablar. Todos estaban atentos a la radio.

—¿Qué le ha pasado a Tim? —inquirió Hammond—. ¿Todavía no hay información?

—No sé.

—Feos, ¿no es así? Verdaderamente feos —comentó Malcolm.

Hammond sacudió la cabeza.

—¿Quién podría haber imaginado que las cosas resultarían así?

—Aparentemente, Malcolm lo hizo —respondió Ellie.

—No lo imaginé así —aclaró Malcolm—. Lo calculé.

Hammond suspiró:

—No más de eso, por favor. Lleva horas diciendo «se lo dije». Pero nadie quiso jamás que pasara esto.

—No es cuestión de que se quiera o no se quiera —dijo Malcolm, con los ojos cerrados. Hablaba con lentitud, a causa de las drogas—. Es cuestión de que lo que se crea se pueda lograr. Cuando el cazador sale a la jungla tropical para cazar para su familia, ¿espera controlar la Naturaleza? No. Simplemente intenta ser parte de la Naturaleza. Deja que la Naturaleza se cuide a sí misma. Imagina que la Naturaleza está más allá de él, más allá de su comprensión, más allá de su control. Quizá le reza a la Naturaleza, a la fertilidad de la jungla que le provee de alimento. Reza porque sabe que no la controla. Está a merced de ella.

»Pero usted decide que no estará a merced de la Naturaleza. Usted decide que la controlará y, a partir de ese momento, se encuentra con serios problemas, porque no puede hacerlo. Y, sin embargo, creó sistemas que exigen que usted lo haga. Y usted no lo puede hacer, y nunca lo hizo, y nunca lo hará. No confunda las cosas: usted puede fabricar un barco, pero no puede fabricar el océano. Usted puede hacer un avión, pero no fabricar el aire. Sus poderes son mucho menores de lo que sus sueños de raciocinio le hicieron creer.

—Me he perdido —suspiró Hammond—. ¿A dónde fue Tim? Parecía un chico tan responsable…

—Estoy seguro de que está tratando de conseguir el control de la situación —afirmó Malcolm—. Como todos los demás.

—Y Grant también: ¿qué le ha pasado a Grant?

Con Gennaro a la zaga, Grant llegó a la puerta trasera del centro para visitantes, a la misma puerta que había dejado veinte minutos atrás. Tiró del pomo: estaba cerrada. Entonces vio la lucecita roja. ¡Las puertas de seguridad estaban reactivadas! ¡Maldición! Corrió hasta el frente del edificio y pasó por las puertas principales, hechas añicos, hasta el vestíbulo principal, deteniéndose junto al escritorio del guardia en el que había estado antes. Pudo oír el siseo seco de su radio. Fue a la cocina, en busca de los niños, pero la puerta estaba abierta; los niños se habían ido.

Fue al piso de arriba, pero llegó al panel de vidrio señalado con
ZONA CERRADA
y la puerta estaba trabada. Necesitaba una tarjeta de seguridad para ir más allá. No podía entrar.

Oyó a los raptores gruñendo en alguna parte del pasillo.

La coriácea piel de reptil tocó la cara de Tim, las garras le desgarraron la camisa y él cayó de espaldas, aullando de terror.

—¡Timmy! —gritó Lex.

Tim logró ponerse de pie otra vez. El velocirraptor bebé estaba sentado sobre su hombro, gorjeando y chillando por el pánico. Tim y Lex estaban en la guardería blanca redonda. Había juguetes en el suelo: una pelota amarilla que rodaba, una muñeca, un sonajero de plástico.

—Es el raptor bebé —dijo Lex, señalando el animal que aferraba el hombro de Tim.

El pequeño velocirraptor hundió la cabeza en el cuello de Tim. «El pobrecito probablemente está muerto de hambre», pensó éste.

Lex se acercó más y el bebé le saltó al hombro. Se frotó contra el cuello de la niña:

—¿Por qué hace eso? —preguntó Lex—. ¿Tiene miedo?

—No lo sé —contestó Tim.

Le pasó el raptor de vuelta a Tim: el animalito estaba gorjeando y chillando, y saltando sin cesar en el hombro del chico, presa de la excitación. Seguía mirando a su alrededor, la cabeza se movía con rapidez. No había dudas al respecto: el bebé estaba excitado y…

—Tim —musitó Lex.

La puerta que daba al pasillo no se había cerrado detrás de ellos, cuando entraron en la guardería: ahora, los velocirraptores grandes estaban entrando. Primero uno, después un segundo, y gruñían.

Claramente agitado, el bebé gorjeaba y saltaba sobre el hombro de Tim, que sabía que tenía que escapar. A lo mejor, el bebé los entretendría; después de todo, era un bebé velocirraptor. Se quitó el animalito del hombro y lo arrojó al otro lado de la sala, donde aterrizó a los pies de los animales más grandes. El bebé correteó entre las patas de los adultos. El primer raptor bajó el hocico y olfateó con delicadeza al bebé.

Tim tomó la mano de Lex y la arrastró hacia lo más profundo de la guardería. Tenía que hallar una puerta, una manera de salir…

Se oyó un penetrante chillido: Tim miró hacia atrás, para ver al bebé en las mandíbulas del adulto. Un segundo velocirraptor se adelantó y tironeó de las patitas del bebé, tratando de arrancarlo de la boca del primer adulto. Los dos raptores peleaban por el bebé, mientras el animalito chillaba. La sangre salpicó con grandes gotas el piso.

—Se lo comen —dijo Lex.

Los animales lucharon por los restos del bebé. Se erguían sobre las patas traseras, encrespados, y se daban topetazos con la cabeza. Tim encontró una puerta sin traba y pasó por ella, arrastrando a Lex detrás de sí.

Estaban en otra sala y, por el intenso fulgor verde, se dio cuenta de que estaban en el abandonado laboratorio para extracción de ADN, las hileras de microscopios estereoscópicos abandonados, las pantallas de alta resolución mostrando imágenes de insectos congelados, gigantescas en blanco y negro: las moscas y los jejenes que habían picado a los dinosaurios millones de años atrás, succionando la sangre que ahora se había usado para volver a crear dinosaurios en el parque.

Corrieron por el laboratorio, y Tim pudo oír los bufidos y gruñidos de los raptores, que les perseguían, que se acercaban y, entonces, Tim fue a la parte de atrás del laboratorio y pasó por una puerta que debía de tener una alarma, porque en el estrecho pasillo una sirena intermitente sonaba de modo penetrante, y las luces que estaban en el techo destellaban encendiéndose y apagándose. Al correr por el pasillo, Tim quedaba envuelto por la oscuridad, después por la luz otra vez, después por la oscuridad. Por encima del sonido de la alarma, oía a los raptores resoplar mientras les perseguían. Lex lloriqueaba y gemía. Más adelante, Tim vio otra puerta, con la indicación azul de peligro biológico, se lanzó contra ella, y la abrió de un empujón, pasó a través de ella y, de repente, chocó con algo grande y Lex lanzó un chillido de terror.

—Calma, chicos —dijo una voz.

Tim parpadeó sin poder creer lo que veía: en pie, por encima de él, estaba el doctor Grant. Y junto a él estaba el señor Gennaro.

Afuera, en el pasillo, a Grant le había llevado cerca de dos minutos darse cuenta de que el guardia muerto del vestíbulo probablemente tenía una tarjeta de seguridad. Volvió sobre sus pasos, la cogió y entró en el pasillo superior, desplazándose con rapidez por el pasillo. Siguió el sonido de los raptores y los encontró peleando en la guardería. Estaba seguro de que los niños habían ido a la sala siguiente, y corrió de inmediato al laboratorio de extracciones.

Y encontró a los chicos.

Ahora, los animales iban hacia ellos. Parecían momentáneamente vacilantes, sorprendidos por la aparición de más seres humanos.

Grant empujó a los niños hacia los brazos de Gennaro y dijo:

—Llévelos de vuelta hacia un sitio seguro.

—Pero…

—Por aquí —indicó Grant señalando por encima del hombro a una puerta que estaba más lejos—. Llévelos a la sala de control, si puede: todos deberían estar seguros allí.

—¿Qué va a hacer usted? —preguntó Gennaro.

Los velocirraptores estaban cerca de la puerta. Grant observó que esperaban hasta que todos los animales estuvieran juntos y, entonces, avanzaban en grupo. Cazadores en jauría. Sintió escalofríos.

—Tengo un plan —contestó—. Ahora, vayan.

Gennaro sacó a los chicos de aquel lugar. Los raptores seguían avanzando lentamente hacia Grant, pasando los superordenadores, pasando las pantallas que todavía titilaban con secuencias interminables de código descifrado por los ordenadores. Los reptiles se acercaban sin vacilaciones, olfateando el suelo, agachando repetidamente la cabeza.

Grant oyó el chasquido de la puerta al cerrarse detrás de él y echó un vistazo sobre el hombro: todos estaban al otro lado de la puerta de vidrio, observándole. Gennaro sacudía la cabeza.

Grant sabía lo que eso quería decir: no había puerta para ir más allá de la sala de control. Gennaro y los chicos estaban atrapados ahí dentro.

Ahora, todo dependía de él.

Grant se movía despacio, bordeando el laboratorio, llevando a los raptores lejos de Gennaro y de los niños. Pudo ver otra puerta, más cerca del frente, que tenía un letrero: AL LABORATORIO. Tenía una idea y la esperanza de que esa idea fuera correcta. La puerta tenía un cartel con el emblema azul de peligro biológico. Los animales se estaban acercando; uno de ellos gruñó, y Grant se volvió y abrió la puerta de un golpe, pasando a través de ella y penetrando en un silencio profundo, cálido.

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