Parque Jurásico (60 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
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Hammond frunció el entrecejo:

—El mero hecho de que haya durado mucho tiempo no significa que sea permanente. Si ocurriese un accidente producido por radiación atómica…

—Supongamos que ocurriese —dijo Malcolm—. Digamos que se produce uno malo de verdad y que todas las plantas y todos los animales mueren, y que la Tierra crepita como una brasa ardiente durante cien mil años: la vida sobreviviría en alguna parte, bajo el suelo o, a lo mejor, congelada en el hielo ártico. Y, después de todos esos años, cuando el planeta ya no fuera inhóspito, la vida nuevamente se diseminaría sobre él. Y el proceso evolutivo comenzaría una vez más. Podría ser que transcurriesen algunos miles de millones de años para que la vida recuperase su variedad actual. Y, claro está, sería muy diferente de lo que es hoy. Pero la Tierra sobreviviría a nuestra insensatez. Sólo nosotros —completó— creo que no lo haríamos.

—Bueno, si la capa de ozono se adelgaza más… —comenzó Hammond.

—Habría más radiación ultravioleta que llegaría a la superficie del planeta. ¿Y qué?

—Pues, eso ocasionaría cáncer de piel.

Malcolm negó con la cabeza, y dijo:

—La radiación ultravioleta es buena para la vida. Es una energía poderosa. Promueve la mutación, el cambio. Muchas formas de vida medrarán con más radiación UV.

—Y muchas otras fenecerán —replicó Hammond.

Malcolm suspiró.

—¿Cree que esta es la primera vez que algo así ha ocurrido? ¿No sabe nada sobre el oxígeno?

—Sé que es necesario para la vida.

—Lo es ahora, pero el oxígeno es, en realidad, un veneno metabólico; es un gas corrosivo, como el flúor, que se usa para grabar vidrio. Y cuando el oxígeno lo produjeron por primera vez, como producto de desecho, algunas células vegetales hace, digamos, alrededor de tres mil millones de años, ocasionó una crisis en todas las demás formas de vida que había en nuestro planeta: esas células vegetales estaban contaminando el ambiente con un veneno letal; estaban exhalando gas mortífero e incrementando su concentración. Un planeta como Venus tiene menos del uno por ciento de oxígeno. En la Tierra, la concentración de oxígeno estaba ascendiendo con rapidez: ¡cinco, diez, hasta, finalmente, el veintiuno por ciento! ¡La Tierra tenía una atmósfera de veneno puro! ¡Incompatible con la vida!

Hammond parecía irritado:

—¿Entonces, qué es lo que usted quiere probar? ¿Que los contaminantes modernos se van a incorporar también?

—No: mi tesis es que la vida que hay sobre la Tierra puede cuidar de sí misma. Para la mentalidad de un ser humano, cien años es mucho tiempo. Cien años atrás no teníamos automóviles ni aviones ni ordenadores ni vacunas… Era un mundo del todo diferente. Pero, para la Tierra, cien años no es nada. Un millón de años no es nada. Este planeta vive y respira en una escala mucho más vasta. No nos podemos imaginar sus lentos y poderosos ritmos, y carecemos de humildad para intentarlo. Hemos sido residentes de este planeta el tiempo de un abrir y cerrar de ojos. Si mañana desaparecemos, la Tierra no nos echará en falta.

—Y no sería nada raro que hubiéramos desaparecido —dijo Hammond, encolerizado.

—Sí —admitió Malcolm—. No sería nada raro.

—Entonces, ¿qué es lo que está usted diciendo? ¿Que no nos deberíamos preocupar por el ambiente?

—No, claro que no.

—Entonces, ¿qué?

Malcolm tosió y fijó la mirada en el infinito:

—Seamos claros: el planeta no está en peligro. Nosotros estamos en peligro. No tenemos el poder de destruir el planeta… ni de salvarlo. Pero podríamos tener el poder de salvarnos a nosotros mismos.

Bajo control

Habían transcurrido cuatro horas. Era por la tarde; el sol se estaba poniendo. El sistema de aire acondicionado estaba nuevamente encendido en la sala de control y el ordenador funcionaba correctamente. Tanto como les fue posible determinar, de veinte personas que había en la isla, ocho estaban muertas y seis más figuraban como desaparecidas. Tanto el centro de visitantes como el Pabellón Safari eran lugares seguros, y el perímetro norte parecía estar libre de dinosaurios.

Habían llamado a las autoridades de San José, pidiéndoles ayuda. La Guardia Nacional de Costa Rica estaba en camino, así como una ambulancia aérea para trasladar a Malcolm a un hospital. Pero, al comunicarse por teléfono, la Guardia costarricense claramente había demostrado cautela: era indudable que se producían llamadas telefónicas entre San José y Washington, antes de que finalmente la ayuda se enviara a la isla. Y ahora estaba avanzando el día: si los helicópteros no llegaran pronto, tendrían que esperar hasta mañana.

Mientras tanto, no había otra cosa que hacer sino aguardar. El barco estaba regresando; la tripulación había descubierto tres raptores jóvenes correteando en una de las bodegas de popa, y les habían dado muerte. En la Isla Nubla, el peligro inmediato parecía conjurado; todo el mundo estaba en el centro de visitantes o en el pabellón. Tim se había vuelto bastante ducho en el manejo del ordenador, y había hecho aparecer una nueva pantalla:

Total de Animales
292
 
 
Especies
Esperados
Hallados
Ver.
Tyrannosaurus
Maiasaurus
Stegosaurus
Triceratops
Procompsognathida
Othnielia
Velocirraptor
Apatosaurus
Hadrosaurus
Dilophosaurus
Pterosaurus
Hypsilophodontida
Euoplocephalida
Styracosaurus
Microceratops
2
21
4
8
65
23
37
17
11
7
6
34
16
18
22
1
20
1
6
64
15
27
12
5
4
5
14
9
7
13
4.1
??
3.9
3.1
??
3.1
3.0
3.1
3.1
4.3
4.3
??
4.0
3.9
4.1
Total
292
203
 

—¿Qué diablos está haciendo el ordenador? —dijo Gennaro—. ¿Ahora dice que hay menos animales?

Grant asintió con la cabeza:

—Probablemente.

Ellie agregó:

—El Parque Jurásico finalmente está quedando bajo control.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Equilibrio. —Grant señaló uno de los monitores: en uno de ellos, los hipsilofodontes saltaron al aire cuando una jauría de velocirraptores entraba en el campo desde el oeste.

»Las cercas estuvieron sin corriente durante horas —explicó—. Los animales se están mezclando unos con otros. Las poblaciones están alcanzando el equilibrio, un verdadero equilibrio jurásico.

—No creo que eso fuera lo que se esperaba que ocurriera —dijo Gennaro—. Nunca se pensó en que los animales se mezclaran.

—Pues lo están haciendo.

En otro monitor, Grant vio una jauría de raptores corriendo a toda velocidad, a través de un terreno abierto, en dirección a un hadrosaurio de cuatro toneladas. El hadrosaurio se volvió para huir y uno de los velocirraptores le saltó sobre el lomo, mordiéndole el largo cuello, mientras los demás avanzaban a la carrera, lo rodeaban formando un círculo, le mordisqueaban las patas y se elevaban de un salto, para abrirle el vientre de un tajo inferido por las poderosas garras. Al cabo de unos minutos, seis raptores habían derribado a un animal más grande.

Grant miraba, silencioso.

—¿Es así como lo habías imaginado? —preguntó Ellie.

—No sé lo que había imaginado —contestó Grant. Observó el monitor, agregando—: No, no así exactamente.

Muldoon dijo con calma:

—Sabe, parece que todos los velocirraptores adultos han salido en este preciso momento.

Grant no prestó mucha atención al principio: se limitó a observar los monitores, la interacción de los grandes animales. En el sur, el estegosaurio estaba blandiendo su cola armada de púas, dando cautelosas vueltas en círculos alrededor del tiranosaurio bebé, que lo observaba absorto y, en ocasiones, acometía para mordisquear fútilmente las púas. En el cuadrante occidental, los triceratops adultos peleaban entre ellos, lanzándose a la carga y entrecruzando los cuernos. Uno de los animales ya estaba caído, herido y agonizante.

—Todavía nos queda una hora de buena luz de día, doctor Grant. Si es que desea tratar de encontrar ese nido —advirtió Muldoon.

—Muy bien —dijo Grant—. Lo haré.

—Estaba pensando —dijo Muldoon— que, cuando lleguen los costarricenses, es probable que consideren que esta isla es un problema militar. Algo que hay que destruir lo antes posible.

—Tiene toda la razón —dijo Gennaro.

—La bombardearán desde el aire —prosiguió Muldoon—. Quizá con napalm, quizá con gas neurotóxico también. Pero desde el aire.

—Espero que lo hagan —aprobó Gennaro—: esta isla es demasiado peligrosa. Todo animal de esta isla debe ser destruido, y cuanto antes mejor.

—Eso no es satisfactorio —contradijo Grant—. Se puso de pie: Empecemos.

—No creo que lo comprenda, Alan —dijo Gennaro—. Mi opinión es que esta isla es demasiado peligrosa. Hay que destruirla. Todo animal de esta isla debe ser destruido, y eso es lo que la Guardia costarricense hará. Creo que debemos dejarlo en sus expertas manos. ¿Entiende lo que estoy diciendo?

—Perfectamente.

—Entonces, ¿cuál es su problema? Es una operación militar. Dejemos que ellos la lleven a cabo.

A Grant le dolía la espalda, donde el raptor le había alcanzado con la garra. Dijo:

—No. Nosotros tenemos que hacernos cargo de eso.

—Déjeselo a los expertos —repitió Gennaro.

Grant recordó cómo había encontrado a Gennaro, apenas seis horas atrás: acurrucado y aterrorizado en la cabina de un camión, en el edificio de mantenimiento. Y, de repente, perdió los estribos y tomó a Gennaro por el cuello, poniéndole violentamente de espaldas contra la pared:

—Escúcheme, pedazo de hijo de puta, usted es responsable de esta situación, y va a empezar a asumirla.

—Lo estoy haciendo —dijo Gennaro, tosiendo.

—No, no lo está haciendo. Usted ha estado rehuyendo su responsabilidad todo el tiempo, desde el mismísimo comienzo.

—¡No, señor!

—A sus inversores les vendió una empresa que no entendía del todo. Usted era propietario parcial de un negocio cuya supervisión descuidó. No controló las actividades de un hombre del que, por experiencia, sabía que era un mentiroso, y permitió que ese hombre anduviera metiéndose con la tecnología más peligrosa de la historia humana. Yo diría que usted evadió su responsabilidad.

Gennaro volvió a toser:

—Bueno, pues ahora la estoy asumiendo.

—No. Todavía sigue evadiéndola. Y ya no puede seguir haciéndolo.

Soltó a Gennaro, que se dobló sobre sí mismo, jadeando para recuperar el aliento. Grant se volvió hacia Muldoon y preguntó:

—¿Qué tenemos que nos sirva como arma?

—Tenemos algunas redes de control y picanas eléctricas.

—¿Son eficaces esas picanas? —pregunto Grant.

—Son como las lanzas detonadoras para tiburones: tienen una punta explosiva con un condensador eléctrico; lanzan una descarga eléctrica en el momento de tocar el blanco. Alto voltaje, bajo amperaje. No es mortal, pero no hay duda de que es incapacitante.

—Busquemos el nido.

—¿Qué nido? —preguntó Gennaro, tosiendo.

—El nido de los velocirraptores —contestó Ellie.

—¿El nido de los raptores?

—¿Tiene collares rastreadores con radio? —prosiguió Grant.

—Estoy seguro de que los tenemos.

—Consiga uno. ¿Hay algo más que se puede utilizar para la defensa?

Muldoon negó con la cabeza.

—Bueno, consiga lo que pueda.

Muldoon se alejó. Grant se volvió hacia Gennaro, y dijo:

—Su isla es un revoltijo, señor Gennaro. Su experimento es un revoltijo. Hay que hacer una limpieza. Pero no se puede hacer mientras no conozcamos la amplitud del revoltijo. Y eso significa hallar los nidos que haya en la isla. En especial, los de raptor. Están ocultos. Tenemos que encontrarlos, inspeccionarlos y contar los huevos. Tenemos que justificar cada animal nacido en esta isla. Después, podemos quemarla hasta los cimientos. Pero primero tenemos un trabajito que hacer.

Ellie estaba mirando el mapa mural, que ahora mostraba los predios de los animales. Tim estaba trabajando en el teclado. Ellie señaló el mapa:

—Los velocirraptores están localizados en la zona sur, allá donde están los terrenos con salidas de vapor volcánico. Quizá les gusta lo cálido.

—¿Hay algún sitio para esconderse ahí abajo?

—Resulta ser que sí —repuso Ellie—: hay enormes sistemas para abastecimiento de agua, con el objeto de controlar las inundaciones de las llanuras del sur. Una zona subterránea grande. Agua y sombra.

—Entonces ahí es donde estarán.

—Creo que también hay una entrada desde la playa —añadió Ellie. Se volvió hacia las consolas y dijo—: Tim, muéstranos la vista en corte del sistema de agua.

Tim no estaba escuchando.

—¿Tim?

El niño estaba encorvado sobre el teclado:

—Un momento: he encontrado algo.

—¿Qué es?

—Es un depósito que no figura en la lista. No sé qué hay ahí.

—Entonces, podría haber armas —dijo Grant.

Todos estaban detrás del edificio de mantenimiento, abriendo la cerradura de una cortina de acero, levantándola bajo la luz del día, para revelar escalones de hormigón que descendían hacia la tierra.

—¡Maldito Arnold! —masculló Muldoon, mientras bajaba cojeando los escalones—. Debía de saber durante todo este tiempo que esto estaba aquí.

—Quizá no —dijo Grant—. No intentó venir hacia aquí.

—Pues entonces Hammond lo sabía. Alguien lo sabía.

—¿Dónde está Hammond ahora?

—En el pabellón todavía.

Llegaron al pie de la escalera y se toparon con hileras de máscaras antigás colgadas de la pared, dentro de recipientes de plástico. Dirigieron el haz de luz de sus linternas hacia lo más profundo de la habitación, y vieron varios cubos de vidrio espeso, de sesenta centímetros de altura, que tenían tapones de acero. Dentro de los cubos, Grant pudo ver pequeñas esferas oscuras: «es como estar en una habitación llena de granos gigantes de pimienta», pensó.

Muldoon abrió la tapa de uno de los cubos, metió el brazo, hurgó y sacó una esfera. Le dio vueltas a la luz, frunciendo el entrecejo:

—Qué les parece…

—¿Qué es? —preguntó Grant.

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