Parque Jurásico (55 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
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Y aunque Wu nunca lo admitiría, el descubrimiento de que los dinosaurios se estaban reproduciendo representaba una tremenda ratificación de su obra. Un animal que se reproducía era demostrablemente eficaz, y de manera fundamental: quería decir que Wu había montado todas las piezas en forma correcta; que había recreado un animal de millones de años de antigüedad, y que lo había hecho con tal precisión que ese ser hasta se podía reproducir.

Pero, así y todo, al mirar a los raptores de ahí fuera, le preocupaba la persistencia de la conducta: los velocirraptores eran inteligentes, y los animales inteligentes se aburrían con rapidez. Los animales inteligentes también hacían planes, y…

Harding salió al pasillo, saliendo de la habitación de Malcolm:

—¿Dónde está Ellie?

—Todavía fuera.

—Es mejor que la haga entrar. Los raptores abandonaron el tragaluz.

—¿Cuándo? —preguntó Wu, yendo hacia la puerta.

—Hace unos minutos —contestó Harding.

Wu abrió la puerta del frente.

—¡Ellie! ¡Adentro, ahora!

La joven le miró, perpleja.

—No hay problema, todo está bajo control…

—¡Ahora!

Ellie negó con la cabeza.

—Sé lo que estoy haciendo —dijo.

—¡Ahora, Ellie, maldición!

Muldoon fue hacia la puerta, saltando sobre su pierna sana. No le gustaba que Wu estuviera ahí, con la puerta abierta, y estaba a punto de decírselo, cuando vio una sombra descender desde lo alto, y de inmediato se dio cuenta de lo que ocurría: el raptor había saltado desde el techo. Y, en ese momento, Wu fue literalmente arrancado de la puerta y Muldoon vio a Ellie que gritaba. Llegó hasta la puerta y miró hacia fuera, para ver que Wu estaba tendido de espaldas, el cuerpo ya abierto por un profundo tajo atestado por la enorme garra, y el animal estaba tirando la cabeza hacia atrás en forma espasmódica, tironeando de los intestinos de Wu, aun cuando Wu todavía estaba vivo, estirando todavía débilmente los brazos para quitarse de encima la cabezota: se lo comía mientras todavía estaba vivo. Y, en ese momento, Ellie dejó de gritar, empezó a correr a lo largo del interior de la cerca y Muldoon cerró la puerta con violencia, aturdido por el horror. ¡Todo había sucedido tan deprisa!

—¿Saltó desde el techo? —preguntó Harding.

Muldoon asintió con la cabeza. Fue hacia la ventana, miró hacia fuera y vio que los tres velocirraptores que estaban fuera de la cerca se alejaban corriendo. Pero no seguían a Ellie.

Estaban volviendo hacia el centro de visitantes.

Grant llegó hasta el borde del edificio de mantenimiento y escudriñó lo que tenía delante, en la niebla: podía oír los gruñidos de los raptores, y parecían estar acercándose. Ahora podía ver sus cuerpos, pasando frente a él: iban hacia el centro de visitantes.

Miró a Gennaro, que estaba atrás.

Gennaro sacudió la cabeza, negando.

Grant se inclinó para acercársele y le musitó al oído:

—No hay alternativa. Tenemos que establecer contacto con ese barco dentro de quince minutos. —Y Grant se puso en marcha entre la niebla.

Después de un instante, Gennaro lo siguió.

Ellie no se detuvo a pensar. Cuando los velocirraptores cayeron dentro de la cerca para atacar a Wu, ella se limitó a dar la vuelta y correr, lo más rápido que podía, hacia el extremo opuesto del pabellón. Había un espacio de cuatro metros y medio entre la cerca y el pabellón. Ellie corrió, sin oír si los animales la perseguían: sólo oía su propia respiración. Dio vuelta a la esquina, vio un árbol que se alzaba al costado del edificio y saltó, agarrándose a una rama y, con su propio impulso, osciló hacia arriba. No sintió pánico sino una especie de regocijo cuando perneó para impulsarse, vio sus piernas ascender frente a su cara y las flexionó sobre una rama que estaba más arriba, tiró violentamente los talones hacia atrás, tensó los músculos abdominales y se elevó con rapidez.

Ya estaba a unos cuatro metros del suelo, los velocirraptores todavía no la seguían y estaba empezando a sentirse muy bien, cuando vio el primer animal al pie del árbol: tenía la boca cubierta de sangre y de las comisuras le colgaban pedazos de carne desgarrada. Ellie siguió subiendo con rapidez, poniendo una mano sobre la otra, apenas consiguiendo un punto de apoyo y avanzando, y casi podía ver la parte superior del edificio. Volvió a mirar hacia abajo.

Los dos raptores estaban trepando al árbol.

Sintió escalofríos, porque ahora estaba al nivel del techo, podía ver la grava sólo a un metro de distancia y las pirámides de los tragaluces sobresaliendo sólo de la bruma. Había una puerta en el techo: podía entrar por ella. Con un solo esfuerzo para impulsarse, se lanzó por el aire y cayó con todo el cuerpo sobre la grava. No con mucho garbo, se raspó la cara pero, de alguna manera, su única sensación era de alborozo, como si fuera una especie de juego en el que estuviera interviniendo, un juego que intentaba ganar. Corrió hacia la puerta que llevaba al hueco de la escalera. Detrás de ella podía oír a los raptores sacudiendo las ramas del árbol: todavía estaban en el árbol.

Alcanzó la puerta y dio vuelta al pomo.

La puerta estaba cerrada con llave.

Pasaron unos instantes antes de que el significado de eso penetrara a través de su euforia: la puerta estaba cerrada con llave. Estaba en el techo y no podía bajar. La puerta estaba cerrada.

Golpeó en la puerta con los puños cerrados, presa de ira y frustración y, después, corrió hacia el extremo opuesto del techo, con la esperanza de ver una manera de llegar abajo, pero únicamente estaba el contorno verde de la piscina, que se discernía entre la flotante bruma. Alrededor de la piscina, había suelo de hormigón; tres, cuatro metros de hormigón: demasiado como para cruzarlos de un salto. No había otros árboles por los que descender. No había escaleras. No había salida de emergencia.

Nada.

Ellie dio la vuelta y vio a los velocirraptores saltando con facilidad al techo. Corrió hacia el otro lado del edificio, con la esperanza de que hubiese otra puerta, pero no la había.

Los animales se le acercaban con lentitud, acosándola, deslizándose en silencio entre las pirámides de vidrio. Ellie miró hacia abajo: el borde de la piscina estaba a tres metros de distancia.

Demasiado lejos.

Los raptores estaban más cerca, empezaban a separarse e, ilógicamente, pensó: «¿No es así siempre?: algún pequeño error lo echa todo a perder». Todavía se sentía aturdida, todavía sentía alborozo y, por alguna razón, no podía creer que esos animales la pudieran atrapar, no le resultaba posible creer que su vida terminase de esa manera. No parecía posible. Estaba envuelta en una especie de protectora jovialidad. Sencillamente no creía que eso estuviera ocurriendo.

El velocirraptor gruñó. Ellie retrocedió, desplazándose hacia el extremo opuesto del techo. Tomó una bocanada de aire y, después, corrió a toda velocidad hacia el borde. Mientras avanzaba ágilmente hacia el borde, vio la piscina y supo que estaba demasiado lejos, pero pensó «qué demonios», y saltó hacia el vacío.

Con un golpe punzante, se sintió envuelta por el frío: estaba debajo del agua. ¡Lo había logrado! Emergió, miró hacia el techo, y vio a los velocirraptores que la miraban. Y supo que, si ella había podido hacerlo, los animales podían hacerlo también. Chapoteó en el agua y pensó: «¿Pueden nadar los velocirraptores?». Pero estaba segura de que podían. Era probable que pudieran nadar como cocodrilos.

Los reptiles se apartaron del borde del edificio. Y, en ese momento, oyó a Harding que gritaba, ¿Sattler? y se dio cuenta de que el veterinario había abierto la puerta del techo. Y de que los raptores iban tras él.

Con premura saltó de la piscina, trepando por el borde con piernas y brazos, y corrió hacia el pabellón.

Harding había subido a la terraza, saltando los escalones de dos en dos, y había abierto violentamente la puerta sin pensar:

—¡Sattler! —gritó. Y entonces se detuvo. Entre las pirámides del techo había bruma. Los velocirraptores no estaban a la vista.

—¡Sattler!

Estaba tan preocupado por Sattler que pasaron unos instantes antes de que se diera cuenta de su error. «Debería poder ver los animales», pensó. Al momento siguiente, el antebrazo armado con garras se abatió violentamente desde detrás de la puerta, alcanzándolo en el pecho, causándole un dolor desgarrador, y tuvo que hacer un máximo esfuerzo para echarse atrás y cerrar la puerta sobre ese brazo. Desde abajo oyó a Muldoon que gritaba:

—¡Está aquí, la chica ya está dentro!

Desde el otro lado de la puerta, el velocirraptor gruñó y Harding volvió a cerrarla con violencia, las garras retrocedieron y Harding cerró la puerta con metálico retumbar y se sentó tosiendo en el suelo.

—¿A dónde vamos? —preguntó Lex. Estaban en el segundo piso del centro de visitantes. Un pasillo con paredes de vidrio recorría todo el edificio.

—A la sala de control —dijo Tim.

—¿Dónde está eso?

—Por aquí abajo, en alguna parte. —Tim miró los nombres impresos en las puertas, a medida que pasaban frente a ellas. Éstas parecían ser oficinas:
GUARDAPARQUE… SERVICIOS PARA HUÉSPEDES… GERENTE GENERAL… INTERVENTOR…

Llegaron hasta un tabique de vidrio con un letrero:

ZONA CERRADA

SÓLO PERSONAL AUTORIZADO

MÁS ALLÁ DE ESTE PUNTO

Había una ranura para una tarjeta de seguridad, pero Tim simplemente empujó la puerta y la abrió.

—¿Cómo es que se ha abierto?

—No hay corriente —dijo él.

—¿Por qué vamos a la sala de control? —preguntó Lex.

—Para encontrar una radio. Necesitamos llamar a alguien.

Más allá de la puerta de vidrio, el pasillo seguía. Tim recordaba ese sector; lo había visto con anterioridad, durante la excursión. Lex trotaba a su lado. A la distancia oyeron el gruñido de los raptores; los animales parecían estar acercándose. Después, Tim los oyó embestir ruidosamente contra el vidrio de la planta baja.

—Están ahí fuera… —susurró Lex.

—No te preocupes.

—¿Qué están haciendo aquí?

—No te preocupes ahora.

SUPERVISOR DEL PARQUE… OPERACIONES… CONTROL PRINCIPAL…

—Aquí —dijo Tim.

Abrió la puerta de un empujón. La sala de control principal era como la había visto antes: en el centro de la sala había una consola con cuatro sillas y cuatro monitores. La habitación estaba completamente a oscuras, salvo por los monitores, todos los cuales exhibían una serie de rectángulos de color.

—Bien; ¿dónde hay una radio? —dijo Lex.

Pero Tim lo había olvidado todo sobre la radio. Avanzó, contemplando las pantallas del ordenador: ¡las pantallas estaban encendidas! Eso solamente podía significar…

—La corriente tiene que haber vuelto…

—¡Ajjj! —dijo Lex, desplazando el cuerpo.

—¿Qué?

—He puesto el pie en la oreja de alguien.

Tim no había visto un cuerpo cuando entraron. Miró hacia atrás y vio que únicamente había una oreja tirada en el suelo.

—Esto es verdaderamente repugnante —dijo la niña.

—No importa. —Tim se volvió hacia los monitores.

—¿Dónde está lo que falta? —insistió ella.

—No importa eso ahora.

Escudriñó de cerca el monitor: había hileras de rótulo de color en la pantalla:

PARQUE JURÁSICO - PUESTA EN MARCHA DEL SISTEMA
 
PUESTA EN
MARCHA
AB(0)
 
PUESTA EN
MARCHA
CN/D
 
Principal
Seguridad
Principal
Monitores
Principal
Instrucciones
Principal
Eléctrico
Principal
Hidráulico
Principal
Maestro
Principal
Zoolog.
Poner
Rejillas
NL
Vista
VBB
Acceso
TNL
Calefacción/
Refrigeración
Interfaz
Plegar
Puerta
Alr
SAAG
Almacena-
miento/
Reparaciones
Cerraduras
Críticas
TeleComs.
VBB
Restaurar/
Invertir
Ilum.
Emergencia
Principal
IIGAS/VLD
Interfaz
Común
Principal
Estado
Franquia
Control
DRS
TeleCom
Principal
Plantillas
Paráms.
FNCC
Pel.
Explosión
Incendio
Principal
Esquemáticos
Seguridad/
Salud

—Es mejor que no te metas, Timmy —dijo Lex.

—No te preocupes, no lo haré.

Tim ya había visto antes ordenadores complicados, como los que estaban instalados en los edificios en los que trabajaba su padre. Esos ordenadores lo controlaban todo, desde los ascensores y la seguridad hasta los sistemas de calefacción y refrigeración. Básicamente, tenían el aspecto de este, un montón de rótulos de colores pero eran más simples. Y casi siempre había un rótulo de ayuda, si hacía falta aprender cómo actuaba el sistema. Pero aquí no vio nada semejante. Volvió a mirar, para estar seguro.

Pero, en ese momento, vio algo más: cifras que titilaban y cambiaban en el extremo superior izquierdo de la pantalla. Rezaban 10.47.22. Entonces, se dio cuenta de que era la hora. ¡Eran las 10:47! Sólo quedaban trece minutos antes de que el barco… Pero ahora estaba más preocupado por la gente del pabellón.

Hubo un restallar de estática. Se volvió y allí estaba Lex, con una radio, haciendo girar los botones y diales.

—¿Cómo funciona? —dijo—. No puedo hacer que funcione.

—¡Dámela!

—¡Es mía! ¡Yo la encontré!

—¡Dámela, Lex!

—¡Yo lo usaré primero!

De repente, la radio chasqueó:

—¡Qué demonios está pasando! —dijo la voz de Muldoon.

Sorprendida, Lex la dejó caer al suelo.

Grant se agazapó, poniéndose en cuclillas entre las palmeras. A través de la bruma que había delante pudo ver a los velocirraptores saltando y gruñendo y golpeando con la cabeza contra el vidrio del centro de visitantes. Pero, entre gruñidos, se quedaban en silencio y levantaban la cabeza, como si estuvieran escuchando algo distante. Y después producían sonidos parecidos a gemiditos.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Gennaro.

—Parece que están tratando de meterse en el restaurante.

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