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Authors: Arno Strobel

Pasillo oculto (11 page)

BOOK: Pasillo oculto
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—¡No! —gritó en voz tan alta que ella misma se sobresaltó. Sacudió la cabeza y se puso en movimiento.

No.

Se alejó del camino para adentrarse en el sendero que conducía hasta la casa y no vio a Rosie hasta que prácticamente la tuvo encima. Se encontraba de pie en la puerta de entrada y era evidente que había estado esperándola.

Sólo piense en qué circunstancias se han encontrado y evalúe si el comportamiento de esa mujer es mínimamente normal.

Una amplia sonrisa se extendió por el rostro de Rosie.

—¿Qué me dices, chiquilla? ¿Te ha sentado bien el paseo?

Capítulo 12

Hans se ocultaba detrás de un laurel, en el jardín situado justo enfrente del arbusto tras el cual conversaban los otros dos.

A aquella distancia podía distinguir a la perfección la camiseta blanca. Había aparcado el coche a unos cincuenta metros de allí y retrocedido hasta la casa paseando tranquilamente. Tras descubrir aquel magnífico puesto tras el laurel, y una vez comprobado que desde aquella ubicación la visibilidad era magnífica, se dirigió a la casa a la que pertenecía el arbusto y llamó al timbre. Esperó unos instantes y volvió a llamar, y, al no recibir ningún tipo de respuesta, se dirigió, satisfecho, a su nuevo puesto de observación.

Joachim había seguido a las mujeres hasta aquella casa, le había cedido el BMW a Hans y desaparecido sin más. Hans había estado vigilando un tiempo, después había seguido a las mujeres hasta el geriátrico, habiendo llamado previamente al Doctor y recibiendo de éste de nuevo la orden de mantenerse al margen de momento.

Tras la visita al geriátrico, Jane le pareció encontrarse completamente aturdida, su miedo era palpable. Hans había sentido la urgencia de entrar en aquel edificio para ocuparse de la persona que había asustado a Jane hasta ese extremo. Le costó mucho contenerse.

También en aquel preciso instante parecía hallarse muy conmocionada. Allí de pie, sola, asustada e inmóvil, se agachó y recogió un trozo de papel del suelo.

Hans memorizó su expresión, la forma en la que se movía, y también sus reacciones, del modo más exacto posible. Era consciente de que, cuanto más desconcertada se encontrara ella, más se acercaría el momento de su intervención, porque en el pasillo oculto... Hans apartó aquel pensamiento de su mente.

Capítulo 13

Yacía en su mitad de la enorme cama de matrimonio de Rosie y contemplaba fijamente el techo.

Le ardían los ojos, que sentía hinchados. Aunque le era imposible producir una sola lágrima más, en realidad no deseaba sino abandonarse al llanto.

No te quedan lágrimas.

¿Por qué pienso ahora en...?

Ignoraba cómo se le había venido a la mente la famosa canción de Peter Maffay. ¿Una locura? Sí, quizá.

Cerrar los párpados unos segundos la calmaba, pero aun así volvía a abrirlos una y otra vez en cuanto sentía que estaba a punto de rendirse al sueño. Temía lo que tal vez pudiera suceder si se dormía.

No creo

Que me echara de menos ni una sola persona,

Pues a aquélla que deseo que me añore

No le importo en absoluto

Se le escapó una absurda risita.

Sí, estoy loca.

Ignoraba dónde y cómo había pasado los dos últimos meses de su vida, no tenía ni la más mínima idea de dónde podía encontrarse su hijo en aquellos momentos, incluso ignoraba si estaba bien. Comenzaba a poner en duda todo lo que hasta la fecha había tenido por verdades absolutas, incluso su propia cordura. Y, sin embargo, recordaba perfectamente la letra, al completo, de una canción de Peter Maffay. Cada línea. Y no sólo de esa única canción.

Tu casa es como una fortaleza,

A cuya puerta llamo. ¡Ábreme!

Tus ventanas carecen de vida

Y siento que ya no vives aquí.

Sacudió la cabeza para alejar aquellos absurdos pensamientos y se tumbó sobre un costado. Unos segundos después, era Christian Rössler y la extraña historia de su hermana quienes ocupaban su mente.

—Nunca tuvo hijo alguno.

¿Cómo ha podido encontrarme ese hombre? Si le vi por primera vez en el hospital... Desde donde se encontraba es imposible que oyera mi conversación con los policías y el médico, absolutamente imposible. Así que... ya me había visto antes! ¿Y dónde puede haber sido eso, Dios mío? No hay ninguna posibilidad, no hay lugar donde pueda haberme visto, es decir, que miente. Miente.

Sibylle respiró hondo y decidió hablarle a Rosie de Christian Rössler.

Pero después. Más tarde.

Capítulo 14

Había demasiada luz, por lo que necesitó unos instantes de parpadeo antes de poder distinguir con nitidez su entorno. Tenía ante sí el sonriente rostro de Rosie que, de pie al lado de la cama, se había inclinado sobre ella y le pasaba una mano tranquilizadora por el pelo.

—Despierta, chiquilla, que ya está listo el desayuno. He preparado unos huevos con bacon que resucitarían a un muerto.

Sibylle se incorporó y miró a su alrededor. El despertador digital marcaba las 7.23.

El sol se introducía a través de las rendijas de la persiana parcialmente bajada en anchas franjas de luz, impregnando de calidez veraniega la habitación. El aire en el interior también era cálido, agradablemente cálido. Se sentía casi como en casa, cuando, al despertar los fines de semana, se encontraba con el sonriente rostro de su hijo, con sus rostros tan cerca que se tocaban las puntas de sus narices. Los sábados y domingos, si Lukas despertaba antes que ella, lo cual ocurría con frecuencia, el niño se acercaba sigilosamente al dormitorio materno y se acurrucaba a su lado con sumo cuidado a fin de no despertarla. Y yacía allí, inmóvil a su lado, pacientemente, hasta que ella despertaba. Pero a partir de ese momento no había quien le detuviera, y exigía su ración de caricias, abrazos y cosquillas. No era raro que la común ceremonia del despertar desembocara en una salvaje batalla con las almohadas por misiles, en la que, en ocasiones, terminaban incluso lanzándose edredones y cualquier otro objeto que se encontrara a mano y fuese de textura suave, todo ello acompañado por gritos y risas hasta que, al fin, ambos se dejaban caer en la cama, exhaustos pero felices.

—No me llores, anda. ¡Vámonos a desayunar!

Sibylle se sobresaltó y miró a Rosie. No había notado que las lágrimas habían vuelto a empañar sus ojos.

Eliminó con gesto rápido las húmedas huellas de la tristeza de sus mejillas.

—No te preocupes, Rosie. Ya se me pasa. Yo... ahora mismo me levanto.

Algo en aquella maravillosa imagen de su lucha matinal de almohadas la incomodaba.

¿Lukas? No, no era Lukas. Se trataba de algo distinto. Era... ¡Claro, que sí! Era Johannes. No había participado en aquello, estaba... ¿Por qué Johannes no estaba junto a ellos?

Si se pensaba en ello podía ver el aspecto que presentaba Johannes por las mañanas, dormido a su lado, el rostro arrugado y sin afeitar y el pelo revuelto. Pero no había sido capaz de recordarlo espontáneamente, sin concentrarse. Todo aquello le resultaba sumamente extraño.

Rosie intentó llamar su atención suspirando repetidas veces de forma exagerada. Estaba de pie junto a la puerta, los brazos cruzados delante de su imponente busto, contemplándola impaciente con la cabeza ladeada.

Sibylle sacó las piernas del lecho.

—Ya voy, ya voy.

Pocos minutos después, ambas estaban sentadas frente a frente, ante una mesa con capacidad para acoger cómodamente a cuatro personas.

La cocina ofrecía un aspecto casi estéril. Incluso las migas de pan que deberían haber caído al cortar los panecillos habían desaparecido. Sólo la mesa puesta para el desayuno sugería que aquella cocina se había utilizado alguna vez, y tanto cuidado no le cuadraba a Sibylle en una mujer tan inquieta como ya sabía que era Rosie.

Poco después de que se levantara, Rosie le había entregado un cepillo de dientes aún en su caja. Siempre guardaba como mínimo un cepillo de dientes de recambio en casa, le había explicado la mujer, para el caso de que alguno de sus amantes decidiera pasar la noche allí.

Ahora, mientras removía los huevos revueltos que Rosie había amontonado en su plato, se obligaba a introducir de vez en cuando una porción en su boca, a pesar de que no sentía hambre en absoluto.

—¿Rosie?

—¿Sí?

—Ayer no estuve paseando.

No apartó la vista de sus huevos revueltos.

—¿Qué no estuviste qué?

Sibylle levantó la vista.

—Por la tarde. Antes de acostarme. No estuve paseando.

El rostro redondo de Rosie dejó traslucir sorpresa y desconcierto.

—Pero, entonces... Si no estuviste paseando, ¿a dónde fuiste?

—A encontrarme con un hombre. Le había visto observarme, primero en el hospital y después en la calle Adolf- Schmetzer. Justo antes de que me recogieras. Te lo mencioné, ¿recuerdas?

Rosie descansó el tenedor en el plato y se echó hacia atrás. Su silla protestó con un chirrido lastimoso.

—Pero, ¿qué...? ¿Cómo pudo llegar hasta aquí ese hombre? ¿Y qué quería de ti?

Sibylle continuó removiendo sus huevos.

—Me estaba esperando aquí. Y cuando volvimos ayer por la tarde me hizo señas.

Rosie sacudió la cabeza.

—Vaya. Así que me explicas que vas a dar un paseo y en realidad te citas con un hombre detrás de un arbusto, como si te tratases de una adolescente enamorada.

Apenas hubo oído aquellas palabras, Sibylle sintió una desagradable incomodidad en la zona del estómago. Simultáneamente constató que Rosie había cerrado brevemente los párpados.

—¿Cómo lo sabes, Rosie?

—¿Qué?

—No te he dicho dónde me encontré con él.

No apartó la mirada de la pelirroja sintiendo cómo su pequeño, su último bote salvavidas, el que la había estado manteniendo a flote en ese océano de mentiras en el que se encontraba perdida, estaba a punto de naufragar.

—Pues... eso... lo he adivinado. Quiero decir, ¿en qué otro lugar podía haber estado esperándote él?

Era más que evidente que mentía, y ella misma se apercibió de que Sibylle no la creía. Con semblante entristecido, se inclinó sobre la mesa, pero al intentar cogerle la mano a Sibylle, ésta se la retiró.

—Lo siento, Sibylle. Ya vi al hombre cuando ambas llegamos a casa por la tarde, aunque no le había prestado demasiada atención. Sin embargo, de repente me dices que quieres dar un paseo en solitario, y además veo que te alejas en la misma dirección en la que le había visto a él, y todo aquello me dio que pensar. En el lateral de esta casa hay un pequeño hueco en el arbusto por el que puede distinguirse la propiedad vecina. Yo... os estuve observando. Sé que no actué bien y que debería habértelo dicho, pero me avergonzaba de mi comportamiento y no quería que pensaras que me dedico a espiarte. Además, estaba segura de que tarde o temprano me contarías lo que habías estado haciendo.

Créame, por favor, esa mujer no desea ayudar... Tras todo este asunto debe encontrarse una organización importante... Es necesario que alguno de ellos se encuentre siempre cerca de usted. Alguien en quien usted confíe.

—¿Me observas a través de un hueco por entre los arbustos y no quieres que piense que me estás espiando? ¿Qué te parece que debo pensar entonces, Rosie?

—Dios, te conozco desde hace veinticuatro horas solamente, pero de alguna manera me siento responsable de ti.

Sibylle la contempló en silencio.

—Confías en mí, de lo contrario no me hubieras llamado cuando no sabías a quién acudir. Eso me enorgullece, pero también me obliga en cierto modo a cuidarte. No te estuve observando ayer tarde debido a mi insaciable curiosidad, sino porque quería asegurarme de que no te hacían daño. Y que no te lo haya mencionado antes se debe a que quería comprobar si confiabas en mí lo suficiente como para contármelo tú misma —se defendió Rosie. Su voz era cálida y serena—. Sibylle, creo en tu historia, aunque algunas cosas que me has referido me parecen, por decirlo de forma suave, demenciales. A todo ello hay que añadir que has huido de la policía y que seguramente te estarán buscando en estos momentos por toda la ciudad. Quiero ayudarte a encontrar a tu hijo, aunque con ello me convierta en cómplice de un delito. Pero... bueno, hace muy poco que nos conocemos. Quizá logres comprenderme un poco.

Sibylle empujaba sus huevos de un lado a otro del plato observando cómo se desgajaban en pedacitos cada vez más pequeños. Finalmente inspiró profundamente y arrancó su mirada, con cierto esfuerzo, de la comida.

—Tienes razón, Rosie. Creo que soy demasiado susceptible.

De inmediato, aquella mujer tristemente madura se transformó de nuevo en la alegre Rosie que conocía.

—Tonterías. No eres demasiado susceptible. Es evidente que has de desconfiar si una vieja como yo se oculta detrás de un arbusto para observarte. ¿Querrás decirme qué quería de ti aquel hombre?

Sibylle meditó cuánto de aquella conversación deseaba comentar ahora. Se decidió por una versión abreviada que no mencionara las sospechas de Rössler acerca de Rosie.

—Su hermana ha desaparecido. Al parecer, logró enterarse de algún modo en el hospital de que yo tenía dificultades semejantes a las de ella antes de su desaparición, por lo que llegó a la conclusión de que tal vez pudiera ayudarle a encontrarla.

Rosie alzó las delgadas, pardas y oscuras líneas dibujadas en la zona en la que normalmente se encontraban las cejas.

—¿Y cómo se le ha ocurrido que tú puedes ayudarle? Habiendo descubierto además, por lo que dices, que tú misma tienes importantes problemas.

—Bueno, dice que cree que la gente que me ha metido en este lío es también responsable de la desaparición de su hermana.

—Bueno, no sé... Todo eso me parece muy raro. ¿Cómo puede saber en qué lio estás metida? ¿Cómo sabía dónde encontrarte? ¿Y a qué viene tanto misterio?

—Me dijo que nos había seguido cuando viniste a recogerme. Y que en estos momentos no confía en absolutamente nadie.

Rosie soltó una risita gutural.

—Exceptuándote a ti, claro. ¿Y la policía qué? ¿Tampoco confía en ellos? A mí más bien me parece que ese individuo está él mismo implicado en todo este asunto y ahora utiliza esa absurda historia para acercarse a ti, ganarse tu confianza y poder vigilarte tranquilamente.

Ambos insisten en que desean ayudarme
, pensó Sibylle,
y se culpan mutuamente de tener algo que ocultar. Esto cada vez se complica más.

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