Perdida en un buen libro (11 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

BOOK: Perdida en un buen libro
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—Lo acepto.

—Pero ¿por qué no pasa?

—Ni idea.

—Ninguno de los átomos del vaso roto violaría ninguna ley de la física si todos volviesen a reunirse… A nivel subatómico, todas las interacciones entre partículas son reversibles. Allá
abajo
es imposible saber qué acontecimiento precedió a otro. Es sólo aquí
arriba
que vemos el envejecimiento y una dirección estricta para el fluir del tiempo.

—¿Qué pretendes decir, tío?

—Que esas cosas
no
pasan debido a la segunda ley de la termodinámica, que afirma que el desorden del universo
siempre
se incrementa; la cantidad de ese desorden es un valor conocido como entropía.

—¿Qué relación tiene con las coincidencias?

—A eso voy; imagina una caja con un tabique divisorio… El lado izquierdo está lleno de gas, en el derecho hay vacío. Quitas el tabique y el gas se expande al otro lado de la caja… ¿sí? —Asentí—. No esperarías que el gas volviese a apretujarse en el lado izquierdo, ¿verdad?

—No.

—¡Ah! —respondió Mycroft sonriendo—. No es
del todo
cierto. Verás, como toda interacción entre los átomos del gas es reversible, en algún momento, tarde o temprano, ¡el gas
debe
apretujarse una vez más en el lado izquierdo!

—¿Debe?

—Sí; la clave es
cuánto tiempo más tarde.
Dado que incluso una pequeña caja de gas puede contener 10
20
átomos, el tiempo que les llevaría probar todas las combinaciones
posibles
sería mucho mayor que la edad del universo; un decrecimiento de la entropía lo suficientemente fuerte como para permitir que el gas se apretase, que un vaso roto se arreglase solo o que la estatua de san Zvlkx de ahí fuera bajase de su pedestal y entrase en el pub no viola, creo, ninguna ley de la física, simplemente es fantásticamente improbable.

—Por tanto, lo que dices es que las coincidencias
verdaderamente
extrañas se deben a una disminución de la entropía.

—Exacto. Pero no es más que una hipótesis. No tengo más que algunas ideas preliminares sobre por qué la entropía iba a decrecer espontáneamente y cómo podrían realizarse experimentos para detectar la reducción del campo entrópico, con las que no te voy a marear. Pero mira, toma esto… podría salvarte la vida.

Me pasó un bote de mermelada cerrado lleno hasta la mitad de lentejas y hasta arriba de arroz.

—No tengo hambre, gracias —le dije.

—No, no. Lo llamo entropioscopio. Agítalo.

Agité el frasco y las lentejas y el arroz acabaron en ese estado aleatorio que habitualmente dicta el azar.

—¿Y? —pregunté.

—Esto es completamente normal —respondió Mycroft—. Agrupamientos estándar, niveles de entropía normales. Agítalo de vez en cuando. Sabrás cuándo se produce una disminución de la entropía porque el arroz y las lentejas adoptarán disposiciones más ordenadas… y
ése
será el momento para que te pongas en guardia ante coincidencias ridículamente improbables.

Polly entró en el taller y le dio un abrazo a su esposo.

—Hola a los dos —dijo—. ¿Os lo pasáis bien?

—Le mostraba a Thursday lo que he estado haciendo, cariño —respondió Mycroft amablemente.

—¿Le has enseñado el dispositivo para borrar la memoria, Crofty?

—No, no lo ha hecho —dije.

—Sí que lo
he hecho
—respondió Mycroft sonriendo. Añadió—: Vas a tener que dejarme, cachorrito… Tengo trabajo. Me jubilo dentro de cincuenta y seis minutos.

Mi padre no apareció esa velada, para gran decepción de mi madre. A las diez menos cinco Mycroft, cumpliendo su palabra y seguido de Polly, salió del laboratorio para sentarse a cenar.

Las cenas familiares de los Next son acontecimientos ruidosos y esa noche no fue diferente. Landen se sentó junto a Orville e imitó bastante bien a una persona que intenta no parecer aburrida. Joffy, sentado junto a Wilbur, opinaba que su nuevo trabajo era una completa porquería y Wilbur, que hacía al menos tres décadas que soportaba las pullas de Joffy, respondió que él opinaba que la Deidad Estándar Global era el montón de chorradas sin sentido más grande con el que se había topado nunca.

—Ah —respondió Joffy altanero—, espera a toparte con la Hermandad de la Verborrea Incontrolada.

Gloria y Charlotte siempre se sentaban juntas, Gloria para hablar de alguna trivialidad y Charlotte para darle la razón. Mamá y Polly hablaron sobre la Federación de Mujeres y yo me senté junto a Mycroft.

—¿Qué vas a hacer ahora que te has jubilado, tío?

—No lo sé, cachorrito. Hace tiempo que quiero escribir libros.

—¿Sobre tu trabajo? —Demasiado aburrido. ¿Puedo contarte una idea?

—Claro.

Sonrió, miró a su alrededor, bajó la voz y se acercó.

—Vale, ahí va: un joven y brillante cirujano, Dexter Colt, empieza a trabajar en un hospital infantil muy bueno pero con pocos recursos, ejecutando una labor pionera en el campo de aliviar el sufrimiento de los huérfanos amputados. La jefa de enfermeras es la cabezota pero hermosa Tiffany Lampe. Tiffany apenas se ha recuperado de una relación amorosa desastrosa con el anestesista, el doctor Burns, y…

—¿Se enamoran? —aventuré.

Mycroft se quedó atónito.

—Entonces, ¿ya conoces la historia?

—Lo de los huérfanos amputados es bueno —comenté, intentando no desilusionarle—. ¿Cómo lo vas a titular?

—Pensaba titularlo
Amor entre los huérfanos.
¿Qué te parece?

Para cuando terminó la comida, Mycroft me había contado el argumento de varios libros, cada uno más ridículo que el anterior. En cierto momento Joffy y Wilbur se habían liado a bofetadas en el jardín, discutiendo acerca de la santidad de la paz y el perdón entre puñetazos y crujidos de narices rotas.

A medianoche Mycroft tomó a Polly en brazos y nos dio las gracias a todos por haber ido.

—He pasado toda mi vida buscando la verdad científica y el conocimiento —anunció con grandilocuencia—, respuestas a acertijos y teorías unificadas del todo. Quizá debería haber invertido el tiempo en salir más. En cincuenta y cuatro años ni Polly ni yo nos hemos ido de vacaciones. Por tanto, eso es lo que vamos a hacer ahora.

Fuimos al jardín toda la familia, deseándoles un buen viaje. Se quedaron delante de la puerta del taller y, después de mirarse, nos miraron a todos.

—Bien, gracias por la fiesta —dijo Mycroft—. Sopa de pera seguida de estofado de pera con salsa de pera y de postre bomba sorpresa, también de pera, ha sido una exquisitez. Muy poco común, pero exquisito igualmente. Cuida de MycroTech mientras estoy fuera, Wilbur, y gracias por todas las comidas, Wednesday. Bien, eso es todo —concluyó Mycroft—. Nos vamos. Adiós.

—Pasadlo bien —dije.

—¡Oh, claro! —dijo él, diciéndonos de nuevo adiós y desapareciendo en el interior del taller. Polly nos besó a todos, se despidió con la mano, le siguió y cerró la puerta.

—No será lo mismo sin él y sus proyectos chalados, ¿verdad? —dijo Landen.

—No —respondí—. Es…

Sentí un hormigueo intenso a medida que una luz blanca totalmente silenciosa surgía del interior del taller. Rayos delgados como lápices surgían de toda grieta y todo agujero de remache, destacando hasta la última mota de suciedad de las ventanas, cada grieta del vidrio súbitamente iluminada por un arco iris de colores. Retrocedimos y nos protegimos los ojos, pero casi tan pronto como había aparecido la luz volvió a desaparecer, desvaneciéndose en un coletazo de electricidad.

Landen y yo nos miramos y dimos un paso al frente. La puerta se abrió con facilidad y allí nos quedamos, mirando el enorme y vacío taller. Todo el equipo había desaparecido. No quedaba ni un tornillo, ni una tuerca, ni una arandela.

—No va a dedicar su jubilación sólo a escribir comedias románticas —comentó Joffy.

—Lo más probable es que se lo haya llevado todo para que nadie pueda continuar con su trabajo. Los escrúpulos de Mycroft están a la altura de su intelecto.

Mi madre estaba sentada en una carretilla volcada, rodeada de do—dos que esperaban alguna golosina.

—No van a volver —dijo mi madre con tristeza—. Lo sabes, ¿no?

—Sí —dije—, lo sé.

7

White Horse, Uffington y un picnic

Decidimos que Parke-Laine-Next era un poco un trabalenguas, así que yo me quedé con mi apellido y él con el suyo. Yo me hacía llamar señora en lugar de señorita,
[14]
pero por lo demás todo seguía igual. Me gustaba que me llamasen su esposa de la misma forma que me gustaba decir que Landen era mi esposo. Sentía una especie de
cosquilleo.
Tuve la misma sensación cuando miré mi anillo de bodas. Dicen que te acostumbras, pero esperaba que se equivocasen. El matrimonio, como las espinacas y la ópera, era algo que jamás se me hubiese ocurrido que pudiese gustarme. Cambié de idea sobre la ópera a los nueve años. Mi padre me llevó al estreno de
Madame Butterfly
en Brescia, en 1904. Y, tras la representación, cocinó mientras Puccini me deleitaba con historias hilarantes y firmaba en mi libro de autógrafos… Desde esa día fui su seguidora incondicional. De la misma forma, hizo falta que me enamorase de Landen para que cambiara de idea con respecto al matrimonio. Me resultaba emocionante y estimulante; dos personas, juntas, como una. Me encontraba donde quería estar. Era feliz; estaba satisfecha; estaba contenta.

¿Y las espinacas? Bien, sigo esperando.

T
HURSDAY
N
EXT

Diarios privados

—¿Qué crees que harán? —preguntó Landen mientras estábamos tendidos en la cama, él con una mano descansando delicadamente sobre mi estómago y la otra a mi alrededor. Había retirado la ropa de cama y acabábamos de recuperar el aliento.

—¿Quién?

—Los de OE-1. Por eso de golpear al neandertal esta tarde.

—Oh,
eso.
No lo sé. Técnicamente, en realidad no he hecho nada malo. Creo que me dejarán en paz. Teniendo en cuenta todo el trabajo de relaciones públicas que he realizado… quedaría un poco cutre que arrestaran a su agente estrella, ¿no?

—Eso dando por supuesto que piensan con lógica, como tú o como yo.

—Cierto, ¿no lo hacen? —Suspiré—. Hay personas a las que han empapelado por menos. A OE-1 le gusta dar ejemplo de vez en cuando.

—Sabes que no tienes por qué trabajar.

Le miré, pero tenía la cara demasiado cerca para enfocarla, lo que, en cierto modo, resultaba agradable.

—Lo sé —respondí—, pero me gustaría seguir. No me veo como matriarca, la verdad.

—Tus habilidades en la cocina apoyan esa afirmación.

—Mi madre también cocina fatal… creo que es hereditario. Mi vista a OE-1 es a las cuatro. ¿Quieres que vayamos a ver las migraciones de mamuts?

—Claro.

Llamaron a la puerta.

—¿Quién puede ser?

—Todavía es pronto para saberlo —comentó Landen—. Tengo entendido que la técnica de «levantarse e ir a ver» suele funcionar.

—Muy gracioso.

Me puse algo de ropa y bajé. En la puerta había un hombre demacrado de rasgos lúgubres. Estaba todo lo cerca que se puede estar de ser un sabueso sin tener cola y ladrar.

—¿Sí?

Saludó con el sombrero y me dedicó una sonrisa perezosa.

—Me llamo Hopkins —explicó—. Soy periodista, de
The Owl.
Me preguntaba si podría hacerle algunas preguntas sobre el tiempo que pasó en
Jane Eyre.

—Me temo que tendrá que concertar una cita con Cordelia Flakk en OpEspec. Realmente no estoy en condiciones…

—Sé que estuvo dentro del libro; el final original es que Jane se va a la India, pero en
su
final se queda y se casa con Rochester. ¿Cómo lo logró?

—De verdad que tiene que pedir cita primero a Flakk, señor Hopkins.

Suspiró.

—Vale, lo haré. Sólo una cosa. ¿Prefiere el nuevo final,
su
nuevo final?

—Claro. ¿No lo prefiere usted?

El señor Hopkins tomó nota en una libreta y volvió a sonreír.

—Gracias, señorita Next. Estoy en deuda con usted. ¡Buenos días!

Volvió a saludar con el sombrero y se fue.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Landen pasándome una taza de café.

—La prensa.

—¿Qué le has dicho?

—Nada. Que tenía que hablar primero con Flakk.

Uffington estaba muy concurrido esa mañana. La población de mamuts en Inglaterra, Gales y Escocia era de 249 ejemplares distribuidos en nueve grupos, los cuales, a finales de otoño, migraban de norte a sur y regresaban en primavera. Todos los años, con asombrosa precisión, seguían las mismas rutas. En general evitaban las zonas pobladas, excepto Devizes, cuya calle mayor había que evacuar dos veces al año mientras los pesados paquidermos barritaban por el centro de la calzada. En Devizes nadie podía dormir ni conseguir una póliza de seguros contra los daños causados por proboscídeos, pero el dinero del turismo solía compensar.

Aquella mañana, sin embargo, no sólo había oteadores de mamuts, senderistas, druidas y neandertales en la cima de una colina reclamando el derecho a cazar; un automóvil azul oscuro nos esperaba, y cuando alguien te espera en un lugar al que no habías planeado ir, pues te llama mucho la atención. Había tres hombres de pie junto al coche, todos ellos vestidos con traje oscuro y placa esmaltada azul de la Goliath en la solapa. Sólo reconocí a Schitt-Hawse; cuando nos acercamos se apresuraron a comer helado.

—Señor Schitt-Hawse —dije—, ¡qué sorpresa! ¿Conoce a mi esposo?

Schitt-Hawse tendió una mano que Landen no aceptó. El agente de la Goliath hizo una breve mueca y luego sonrió divertido.

—La vi en la tele, señorita Next. Debo decir que la suya fue una charla
fascinante
sobre dodos.

—La próxima vez me gustaría tratar más temas —respondí con tranquilidad—. Incluso es posible que intente comentar algo sobre el perverso control que la Goliath ejerce sobre esta nación.

Schitt-Hawse cabeceó apenado.

—Imprudente, Next, imprudente. Lo que absurdamente no logra comprender es que la Goliath es todo lo que puede necesitar. Todo lo que cualquiera puede necesitar. Lo fabricamos todo, desde hamacas hasta ataúdes, y damos empleo a más de ocho millones de personas en más de seis mil empresas subsidiarias. Todo lo necesario, desde la cuna hasta el traje de madera.

—¿Y cuántos beneficios esperan obtener llevándonos de la entrada a la salida?

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