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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (10 page)

BOOK: Perdida en un buen libro
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—¿Los invertebrados marinos? —repitió Landen—. ¿Qué ha sido de aquel jersey en forma de sepia de tu madre? ¡Podría valer una fortuna!

—¿Ninguno de los dos puede portarse con seriedad? —preguntó Gloria con desdén—. Si no estás
in,
estás
out.
Así que, ¿dónde va a estar una?


Out
, supongo —respondí—. Land, ¿qué opinas tú?

—Totalmente
out
, Thurs.

La miramos, sonriendo, y se echó a reír. Gloria era buena persona una vez que derribabas sus defensas. Wilbur, aprovechando la oportunidad para contarnos más acerca de aquel fascinante trabajo suyo, se puso a hablar tan pronto como su mujer dejó de hacerlo.

—Ahora gano veinte mil más coche v un buen fondo de pensiones.

Podría retirarme voluntariamente a los cincuenta y cinco y seguiría ganando dos tercios de mi sueldo. ¿Qué tal es el fondo de pensiones de OpEspec?

—Una mierda, Wilbur… pero tú ya lo sabes.

De pronto se acercó una versión ligeramente más pequeña y más limitada capilarmente de Wilbur.

—Hola, Thursday.

—Hola, Orville. ¿Qué tal el oído?

—Igual. ¿Qué comentabas de jubilarte a los cincuenta y cinco, Will?

Con la emoción de los planes de pensiones me había olvidado. Charlotte, la esposa de Orville, también iba a lo Thursday Next; ella y Gloria se embarcaron con alegría en una conversación apasionante sobre si los zapatos de cuero del
look
debían llevarse por encima o por debajo del tobillo y si era aceptable un poco de lápiz de ojos. Como era habitual, Charlotte tendía a estar de acuerdo en todo con Gloria; es más, tendía a convenir en todo con todo el mundo. Era tan hospitalaria como largo el día, pero convenía evitar quedarse atrapada en un ascensor con ella… podía darte la razón hasta matarte.

Me alejé de la conversación y crucé el salón. Atrapé con destreza la muñeca de mi hermano mayor Joffy, que había tenido la esperanza de darme una colleja como tenía por costumbre desde hacía treinta y cinco años. Le había visto acecharme y estaba preparada. Le retorcí el brazo con una llave y le pegué la cara contra la puerta antes de que se diera cuenta de lo que había pasado.

—¡Hola, Joff! —dije—. ¿Pierdes facultades con la edad?

Le solté. Se rió con ganas, enderezó la mandíbula y el cuello y me abrazó con fuerza mientras le ofrecía a Landen la mano. Landen, después de comprobar que no llevaba el casi obligatorio dispositivo de descarga, la aceptó de corazón.

—¿Qué tal les va al señor y a la señora Bodoque?

—Estamos bien, Joff. ¿Tú?

—No tan bien, Thurs. En la Iglesia de la Deidad Estándar Global ha habido un cisma.

—¡No! —imprimí tanta sorpresa y preocupación como pude a mi voz.

—Eso me temo. La nueva Deidad Estándar Global
en el Sentido de las Agujas del Reloj
se ha separado debido a diferencias irreconciliables sobre la dirección en la que se debe pasar el platillo de limosnas.


¿Otra
escisión? ¡Es la tercera esta semana!

—La cuarta —respondió Joffy hosco—, y estamos a martes. Los probaptistas estándar unidos con las hermanas metodistas—luteranas de esto o aquello se dividió ayer en dos subgrupos. Pronto —añadió con gravedad— no habrá suficientes pastores para encargarse de todos los grupos. Como están las cosas, cada semana tengo que servir a dos docenas diferentes de grupos eclesiásticos divididos. A menudo olvido en cuál estoy, y como podéis imaginar, leer a los Amigos Idólatras de san Zvlkx el Consumidor el sermón que debería haber leído en la Iglesia de la Promesa Tergiversada de la Vida Eterna es muy embarazoso. Mamá está en la cocina. ¿Crees que papá vendrá?

No lo sabía y eso le dije. Durante un momento se mostró abatido y luego añadió:

—¿Asistirás a un encuentro profesional en mi exposición
Les arts modernes de Swindon
la próxima semana?

—¿Por qué yo?

—Porque eres algo famosa y eres mi hermana. ¿Sí?

—Vale.

Me tiró afectuosamente de la oreja y entramos en la cocina.

—¡Hola, mamá!

Mi madre se afanaba con los volovanes de pollo. Por algún azar del destino, no se habían quemado y tenían un aspecto bastante apetitoso… lo que le había provocado un pequeño ataque de pánico. La mayor parte de sus experiencias en la cocina acababan en el equivalente culinario del acontecimiento de Tunguska.

—Hola, Thursday, hola, Landen. ¿Me pasas ese cuenco, porfa?

Landen se lo pasó, intentando no mirar el contenido.

—Hola, señora Next —dijo.

—Llámame Wednesday, Landen… ahora eres de la familia —sonrió y rió para sí.

—Papá te manda un saludo —añadí rápidamente antes de que mamá entrase en un frenesí familiar—. Le he visto hoy.

Mi madre abandonó de inmediato su método aleatorio de cocina y recordó durante un momento, imagino, los cariñosos abrazos de su esposo erradicado. Debió de ser toda una conmoción para ella despertar una mañana y descubrir que su marido jamás había existido. Luego, inesperadamente, gritó:


DH-82,
¡abajo! —La furia iba dirigida contra un pequeño lobo de Tasmania que había estado olisqueando los restos de pollo en el borde de la mesa—. ¡Niño malo! —le reprochó. El lobo de Tasmania quedó alicaído, se sentó en su manta cerca de la cocina y se miró las patas.

—Es un tilacino rescatado —me explicó mi madre—. Era un animal de laboratorio. Se fumaba cuarenta al día antes de escapar. Me cuesta una fortuna en parches de nicotina. ¿Verdad,
DH-82?

El pequeño nativo recreado de Tasmania alzó la vista y cabeceó. A pesar de tener vagamente la forma de un perro, estaba más emparentado con el canguro que con un labrador. Esperabas que agitase el rabo, ladrase o atrapase un palo, pero nunca lo hacía. La única similitud de comportamiento era su tendencia a robar comida y una dedicación casi fanática a perseguirse el rabo.

—Echo mucho de menos a tu padre, ¿sabes? —dijo mi madre con melancolía—. ¿Cómo…?

Se oyó una fuerte explosión, las luces parpadearon y algo pasó volando delante de la ventana de la cocina.

—¿Qué ha sido eso? —dijo mi madre.

—Creo —respondió Landen con sobriedad— que era la tía Polly.

La encontramos en el huerto vestida con un traje de goma desinflado que se suponía que debía haber amortiguado la caída pero que, evidentemente, no había funcionado: se apretaba con un pañuelo la nariz ensangrentada.

—¡Por amor de Dios! —exclamó mi madre—. ¿Estás bien?

—¡Nunca he estado mejor! —respondió ella, mirando una estaca del suelo. Gritó—: ¡Setenta y cinco metros!

—¡Correctito! —dijo una voz distante desde el otro extremo del huerto.

Nos volvimos para ver a mi tío Mycroft, quien consultaba unas notas junto a un Volkswagen descapotable que echaba humo.

—Es un dispositivo de expulsión de asientos en caso de accidente de tráfico —explicó Polly—, con un traje de goma autoinflable para amortiguar la caída. Le das a un botón y
pum…
allá vas. Un prototipo, por supuesto.

—Claro.

La ayudamos a ponerse en pie y se fue, aparentemente indemne tras la experiencia.

—Entonces, ¿Mycroft sigue inventando? —dije mientras entraba para descubrir que
DH-82
se había comido todos los volovanes, el plato principal y el postre.


¡DH!
—exclamó mamá cabreada a punto de reventar y con cara de culpabilidad al lobo de Tasmania—. ¡Eso ha estado muy mal! ¿Ahora qué voy a servir?

—¿Qué tal chuletas de tilacino? —propuso Landen.

Yo le di un codazo en las costillas y mamá fingió no oírle.

Landen se arremangó y se puso a buscar algo con lo que improvisar. Todas las alacenas estaban repletas de pera enlatada.

—¿Tiene algo aparte de fruta en lata, señora… quiero decir, Wednesday?

Mamá dejó de intentar reprender a
DH-82,
quien, adormilado por la comilona, se había acomodado para una larga siesta.

—No —admitió—. El señor de la tienda dijo que habría escasez y compré todas las existencias.

Fui hasta el laboratorio de Mycroft, llamé y, al no recibir respuesta, entré. Habían desmontado todas las máquinas, cuyas piezas estaban esparcidas por toda la habitación, etiquetadas y cuidadosamente apiladas. Mycroft, que evidentemente había dejado de probar el sistema de eyección, manipulaba un pequeño objeto de bronce. Pareció un poco sorprendido cuando pronuncié su nombre pero se relajó al comprobar que era yo.

—¡Hola, amor! —dijo con amabilidad—. Me jubilo dentro de una hora y nueve minutos. Estuviste bien en la tele anoche.

—Gracias. ¿Qué haces, tío?

Me pasó un libro enorme.

—Indexado mejorado. En un diccionario nextiano, la devoción
puede
estar cerca de la limpieza… o de lo que haga falta.

Abrí el libro para buscar «trucha» y encontré la palabra en la primera página que leí.

—Ahorra tiempo, ¿eh?

—Sí; pero…

Mycroft había pasado a otra cosa.

—Aquí tenemos un filtro Lego para aspiradoras. ¿Sabías que cada año se aspiran más de un millón de libras en piezas Lego y que se malgastan en total diez mil horas en hurgar en las bolsas de polvo?

—No lo sabía, no.

—Este dispositivo clasifica cualquier pieza de Lego por color o forma, según los ajustes.

—Impresionante.

—No es más que un entretenimiento. Ven a ver la
verdadera
innovación.

Me llamó a una pizarra, cubierta de una confusión de funciones algebraicas complicadas.

—Éste es el entretenimiento de Polly. Es un nuevo tipo de teoría matemática que hace que el trabajo de Euclides parezca aritmética básica. Lo llamamos geometría nextiana. No te voy a fastidiar con los detalles, pero mira esto. —Mycroft se subió las mangas, colocó una enorme bola de masa en el banco de trabajo y la aplanó—. Masa para bollos. No le he puesto pasas para que quede más claro. Si aplicamos la geometría convencional, un molde de corte redondo siempre deja material sobrante, ¿cierto?

—Cierto.

—¡No según la geometría nextiana! ¿Ves este molde de galletas? Es circular, ¿no te parece?

—Perfectamente circular, sí.

—Bien —añadió Mycroft emocionado—, no lo es. Parece circular, pero en realidad es cuadrado. Un cuadrado nextiano. Mira.

Recortó hábilmente doce formas perfectamente circulares sin dejar sobras. Fruncí el ceño y miré el montoncito de discos, sin acabar de creer lo que acababa de ver.

—¿Cómo…?

—Ingenioso, ¿verdad? —rió—. Pero en realidad, es muy, muy simple. Una lata de judías es circular, ¿no lo dirías?

Asentí.

—Pero vista de
lado,
parece oblonga. Lo que hace la geometría nextiana, en términos muy simples, es llevar el plano horizontal de un cuerpo sólido a la vertical pero sin alterar los vértices del sólido en el espacio. Admito que sólo funciona con la masa de bollos nextiana, que no sube muy bien y sabe a pasta de dientes, pero ya estamos trabajando en ese problema.


Parece
imposible, tío.

—Tardamos tres millones y medio de años en descubrir la verdadera naturaleza del rayo y el arco iris, muñequita. No lo rechaces simplemente porque
parece
imposible. Si cerrásemos nuestras mentes no tendrías Gravetubos, antimateria, Portales de Prosa ni termos de café…

—¡Alto! —le interrumpí—. ¿Por qué incluyes los termos en el grupo?

—Porque, mi querida niña, nadie tiene ni la más remota idea de
por qué
funcionan. —Me miró fijamente un momento y prosiguió—: Estarás de acuerdo en que un termo mantiene los líquidos calientes en invierno y fríos en verano.

—Sí.

—Bien,
¿cómo sabe si es invierno o verano?
He estudiado los termos muchos años y
ninguno
me ha dado ni la más mínima pista sobre sus habilidades inherentes para distinguir las estaciones. Para mí es un misterio, ya te digo.

—Vale, vale, tío… ¿Cuáles son las aplicaciones de la geometría nextiana?

—Cientos. Será una revolución en el empaquetamiento y la administración del espacio. Puedo meter pelotas de pimpón en una caja de cartón sin dejar huecos, fabricar chapas de botella sin dejar material sobrante, taladrar agujeros cuadrados, fabricar un túnel a la Luna, cortar el pastel de forma más eficiente y además… y esto es lo mejor…
colapsar la materia.

—¿Eso no es peligroso?

—En absoluto —respondió Mycroft con despreocupación—. ¿Aceptas que toda materia es sobre todo espacio vacío? ¿El vacío entre el núcleo y los electrones? Bien, aplicando geometría nextiana al nivel subatómico puedo hacer colapsar la materia a una fracción de su anterior tamaño. ¡Podré reducir casi cualquier cosa a un tamaño microscópico!

—¿Van a comercializar la idea?

Era una buena pregunta. La mayoría de las ideas de Mycroft eran excesivamente peligrosas como para planteárselas siquiera, menos aún para divulgarlas en un mundo que no estaba preparado para conceptos tan tremendamente radicales.

—La miniaturización es una tecnología que
necesita
ser utilizada —explicó Mycroft—. ¿Puedes imaginar diminutas nanomáquinas, apenas mayores que una célula, construyendo, digamos, proteínas nutritivas a partir de la basura? ¡Pastel de plátano y dulce de leche sacado de un vertedero, barcos de metal construidos a partir de chatarra…! Es una idea fantástica. Cosas Útiles Consolidadas ya me está financiado la investigación y el desarrollo.

—Es impresionante, tío, pero ¿qué sabes sobre las coincidencias?

—Bien —dijo Mycroft pensativo—, en mi meditada opinión la mayoría de las coincidencias no son más que caprichos del azar… Si extrapolas la curva de campana de la probabilidad descubrirás que las anormalidades estadísticas que parecen extrañas son, en realidad, muy probables considerando el número de personas que viven en el planeta y todas las acciones diferentes que ejecutamos a lo largo de nuestras vidas.

—Comprendo —respondí lentamente—. Eso explicaría las pequeñas coincidencias, pero ¿qué hay de las grandes coincidencias? ¿Cómo valorarías el hecho de que hubiese siete personas en el Skyrail llamadas Irma Cohen y que las respuestas a un crucigrama fuesen «entrometida, Thursday, adiós» justo antes de que alguien intentase asesinarme?

Mycroft silbó por lo bajo.

—Es mucha coincidencia. Me parece más que coincidencia —respiró hondo—. Thursday, piénsalo un momento. El universo siempre pasa de un estado ordenado a un estado desordenado; un vaso puede caer al suelo y hacerse añicos
pero jamás
ves un vaso formarse en el suelo y saltar a la mesa.

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