—Hola —le dije a un joven que sacaba una caja de cartón del maletero de su coche—. ¿Eres nuevo?
—Pues, sí —respondió el joven, dejando la caja en el suelo un momento para ofrecerme la mano.
—John Smith, Malas Hierbas y Semillas.
—Un nombre poco común —dije, estrechándole la mano—. Soy Thursday Next.
—¡Oh! —dijo, mirándome con interés.
—Sí —respondí—, esa Thursday Next precisamente. ¿Malas Hierbas y Semillas?
—Agencia de Horticultura Doméstica —explicó John—. OE-32. Voy a abrir la oficina local. Recientemente ha habido un incremento del número de
hackers.
Las actividades de la Patrulla de la Pampa son cada vez más desvergonzadas; puede que la pradera de la Pampa sea una monstruosidad, pero no tiene nada de ilegal.
Le mostramos las identificaciones al sargento de recepción y subimos las escaleras hasta el segundo piso.
—He oído algo al respecto —murmuré—. ¿Existe alguna conexión con la Asociación Antileylandii?
—No es seguro —respondió Smith—, pero tengo pistas.
—¿Cuántos agentes hay en tu división?
—Incluyéndome a mí: uno. —Smith sonrió—. ¿Pensabas que el tuyo era el departamento peor financiado de OpEspec? Pues no. Tengo seis meses para desenmascarar a los
hackers,
controlar la
Fallopia japonica
y encontrar un femenino aceptable para melón.
Llegamos al pasillo de arriba.
—Te deseo suerte.
Me dio las gracias y le dejé instalándose en su pequeño despacho, que había sido la sede de OE-31, la Autoridad para el Cultivo del Buen Gusto. Habían desmantelado la división un mes antes, cuando el proyecto de ley para prohibir los revestimientos de piedra, las pinturas de payasos tristes y las alfombras con motivos florales no consiguió la aprobación parlamentaria.
Pasaba justo por delante del despacho de OE-14 cuando oí una voz chillona.
—¡Thursday! ¡Thursday, yuju! ¡Aquí!
Suspiré. Era Cordelia Flakk. Rápidamente me alcanzó y me ofreció un abrazo afectuoso.
—¡El programa de Lush fue un desastre! —le dije—. ¡Dijiste que no habría censura! ¡Acabé hablando sobre dodos, de mi coche y de todo menos de
Jane Eyre!
—¡Estuviste
maravillosa!
—dijo entusiasmada—. Te tengo preparada otra serie de entrevistas para pasado mañana.
—Ya basta, Cordelia.
Me miró abatida.
—No te comprendo.
—¿Qué parte de
ya basta
no comprendes?
—No seas así, Thursday —respondió, sonriendo en un intento de que cambiase de opinión—. Eres una buena publicidad y, créeme, en una institución que suele dejar al público confundido, prematuramente envejecido o, con suerte, muerto, necesitamos toda la buena prensa que podamos conseguir.
—¿Causamos
tanto
daño al público? —pregunté. Flakk sonrió modestamente.
—Puede que como relaciones públicas no sea tan desastrosa —concedió, para añadir con rapidez—: pero toda persona normal que acaba en medio de un tiroteo es una víctima innecesaria.
—Quizá sea así —respondí—, pero el hecho es que he dejado las relaciones públicas de OpEspec.
Flakk pareció nerviosa, dio unos saltitos, adoptó una expresión suplicante, retorció las manos, hinchó los carrillos y miró al techo.
—
¿Qué?
—pregunté.
—Bueno, hemos organizado un concurso.
—¿Qué tipo de concurso? —pregunté suspicaz.
—Nos pareció buena idea que te encontrases cara a cara con algunos miembros del público.
—Vaya. Escúchame bien, Cordelia…
—Dilly, Thursday, ya que somos amigas.
Captó mi reticencia y añadió:
—Pues Cords. O Delia. ¿Qué tal Flakky? En el colegio me llamaban Flik-Flak. ¿Te puedo llamar Thurs?
—¡Cordelia! —dije con más dureza antes de que se hiciese amiga mía del alma—.
¡No voy a hacerlo!
Dijiste que la entrevista con Lush sería la última, y punto.
Me fui alejando pero, cuando Dios repartía insistencia, Cordelia Flakk estaba la primera de la fila.
—Thursday, me duele mucho que te pongas así. Me hiere justo… justo, eh, aquí.
Hizo un rápido cálculo sobre la posición de su corazón y me miró con la expresión dolida que probablemente había aprendido de un spaniel.
—Los tengo esperando aquí mismo,
ahora,
en la cafetería. Será un momento, diez minutos
como mucho.
Porfaporfaporfaporfaporfa. Sólo he llamado a dos docenas de periodistas y equipos de televisión… La sala estará prácticamente vacía.
Miré la hora.
—Diez minutos,
[2]
vaya… ¿quién…?
—¿Quién… qué?
—Alguien ha dicho mi nombre. ¿Lo has oído?
—No —respondió Cordelia, mirándome con curiosidad.
Me toqué las orejas. Lo había oído con tanta claridad que estaba desconcertada.
[3]
—¡Otra vez!
—¿Otra vez qué?
—¡Una voz de hombre! —dije tontamente—. ¡Habla
dentro
de mi cabeza! —Me señalé la sien para indicárselo, pero Cordelia dio un paso atrás con cara de consternación.
—¿Estás bien, Thursday? ¿Llamo a alguien?
—Oh. No, no, estoy bien. Simplemente acabo de darme cuenta… ah… me he dejado un receptor en la oreja. Debe de ser mi compañero; hay un 12-14 o un 10-30 o…
algo
numérico en curso. Di a los ganadores de tu concurso que en otra ocasión será. ¡Adiós!
Salí corriendo. Evidentemente, no llevaba receptor, pero no iba a dejar que Flakk dijese a los loqueros que oía voces. Caminé con paso rápido hacia la oficina de detectives literarios.
[4]
Me detuve y miré a mi alrededor. El pasillo estaba desierto.
—Le oigo —dije—, pero ¿dónde está?
[5]
»Se llama Flakk. Relaciones públicas de OpEspec.
[6]
»¿Qué es esto?
¿Cita a ciegas
en OpEspec? ¿Qué demonios está pasando?
[7]
»¿Caso? ¿Qué caso? ¡Yo no he hecho nada! —Mi orgullo herido me hizo levantar la voz. Consideraba una grave injusticia que me acusasen de algo… especialmente de algo sobre lo que no sabía nada, a mí, que me había pasado la vida haciendo cumplir la ley y el orden—.
[8]
Por amor de Dios, Snell, ¿de qué demonios se me acusa?
—¿Está usted bien, Next?
Era Braxton Hicks. Acababa de doblar la esquina y me miraba como si fuese un bicho raro.
—Estupendamente, señor —dije, pensando con rapidez—. El tensionólogo de OpEspec me dijo que verbalizara el estrés postraumático. Escuche: «¡ALÉJATE DE MÍ, HADES, VETE!» ¿Ve? Ya me siento mejor.
—¡Oh! —dijo Hicks dubitativo—. Bien, supongo que los loqueros saben lo que hacen. ¿Firmó la fotografía para mi ahijado Max?
—Está sobre su mesa, señor.
—La señorita Flakk organizó un concurso o algo parecido. ¿Hablará con ella del asunto?
—Será mi principal prioridad, señor.
—Bien. Vale, entonces siga con la verbalización.
—Gracias, señor.
Pero no se fue. Se quedó allí plantado, mirándome.
—¿Señor?
—Haga como si yo no estuviera —respondió Hicks—, sólo quiero ver cómo va eso de la verbalización del estrés. Mi tensionólogo me dijo que cultivase la afición de ordenar piedrecitas… o la de contar coches azules.
Así que verbalicé mi estrés en el pasillo durante cinco minutos mientras mi jefe me observaba.
—Muy bien —dijo al fin, y se fue.
Después de asegurarme de que volvía a estar sola, dije en voz alta:
—¡Snell!
Silencio.
—Señor Snell, ¿puede oírme?
Más silencio.
Me senté y puse la cabeza entre las rodillas. Me sentía mareada y acalorada; tanto el tensionólogo residente de OpEspec como el estrés-experto habían dicho que podría sufrir los efectos traumáticos de haberme enfrentado a Acheron Hades, pero no había esperado que se manifestasen de una forma tan intensa, como voces en mi cabeza. Esperé hasta que me sentí mejor y luego me puse a caminar, no hacia Flakk y los ganadores de su concurso, sino hacia Bowden y la oficina de detectives literarios.
[9]
Me detuve.
—¿Prepararme para qué? ¡No he hecho nada!
[10]
»¡No, no! —exclamé—. En serio que no sé qué puedo haber hecho. ¡Maldita sea! ¿Dónde está?
[11]
»¡Espere! ¿No debería verle antes de la vista?
No hubo respuesta. Estaba a punto de gritar otra vez, pero en ese momento varias personas salieron del ascensor, por lo que me mantuve en silencio. Esperé un momento, pero el señor Snell no parecía tener nada más que añadir, así que llegué hasta la oficina de alto techo de detectives literarios, que no parecía otra cosa que una biblioteca. No había muchos libros que nosotros no tuviésemos después de tantas confiscaciones de obras literarias de contrabando a lo largo de años. Bowden Cable, mi compañero, ya estaba sentado a su mesa, tan pulcramente ordenada como siempre. Bowden era estudioso y se tomaba el trabajo con tranquilidad, mientras que yo era mucho más directa. Nuestra asociación funcionaba bien.
—Buenos días, Bowden.
—Buenos días, Thursday. Anoche te vi en la tele.
—¿Qué aspecto tenía?
—Bueno. No te dejaron hablar mucho sobre
Jane Eyre,
¿verdad?
Le lancé una mirada asesina y me comprendió de inmediato.
—Tranquila… algún día se conocerá toda la historia. ¿Estás bien? Pareces un poco alterada.
—Estoy bien —le dije, y añadí en un susurro—. En realidad, no lo estoy. He estado oyendo voces.
—Eso se debe al estrés, Thursday. No tiene nada de rato. ¿La de alguien en concreto?
—La de un abogado llamado Snell. Akrid Snell. Decía que me defendía.
—¿De qué acusación?
—No lo ha dicho.
—Suena a conflicto interior debido a la culpa, Thursday. El trabajo de policía a veces… nos exige negar nuestras emociones. ¿Podrías haber matado a Hades de haber estado pensando con claridad?
—Creo que no hubiese podido matarle de no haber estado pensando con claridad. No he perdido el sueño ni una sola noche por Hades, pero la pobre Bertha Rochester me altera un poco.
—Quizá sea eso —respondió Bowden—. Quizás inconscientemente quieres que te consideren responsable de su muerte. Tras el asesinato de Crometty estuve oyéndole semanas; creía que tendría que haber estado allí para apoyarle pero no estuve.
Aquello me hizo sentir mucho mejor y así se lo dije.
—Vale. ¿Quieres que te tranquilice acerca de alguna otra cosa, ya puestos?
—¿Acerca de la Corporación Goliath?
Bowden mudó de expresión.
—En ocasiones pides demasiado.
—¡Ah, ahí estáis! —dijo una voz estentórea.
Era Victor Analogy, director de los detectives literarios de Swindon, un setentón con una mente tan afilada como una cuchilla de afeitar. Era un buen enlace entre OE-27 y Braxton Hicks, el estricto hombre de empresa. Analogy protegía con celo nuestra independencia, como a nosotros nos gustaba.
Le dimos los buenos días y Victor se sentó sobre mi mesa.
—¿Cómo van las relaciones públicas, Thursday?
—Más tediosas que Spenser, señor.
—Muy cierto. Te vi anoche en la tele. Todo pactado, ¿no?
—Más o menos.
—Lamento ser un pesado, pero esto es importante. Echa un vistazo a este fax.
Me pasó una hoja de papel que Bowden leyó por encima de mi hombro.
—Es absurdo —dije, devolviéndole el fax—. ¿Qué beneficio podría obtener la Toast Marketing Board de convertirse en nuestra patrocinadora?
Victor se encogió de hombros.
—Ni idea. Pero si les sobra el dinero bien podemos aprovecharlo.
—¿Qué vas a hacer?
—Braxton va a hablar con ellos esta tarde. Le encanta la idea.
—Ya lo supongo.
La vida de Braxton Hicks giraba alrededor de su queridísimo presupuesto de OpEspec. Si a alguno de nosotros se le hubiese ocurrido siquiera la idea de hacer horas extra, Braxton habría tenido algo que decir y ese algo habría sido «no». Corría el rumor de qué había hablado con los de la cafetería para que nos sirviesen raciones más pequeñas en el almuerzo. Desde entonces todos en la oficina lo llamaban Ración Escasa… aunque no a la cara.
—¿Descubristeis quién había falsificado e intentaba vender el final del
Don Juan
de Byron? —preguntó Victor.
Bowden le enseñó una foto en blanco y negro de un tipo elegante subiéndose a un coche aparcado.
—Nuestro principal sospechoso es un tipo llamado Byron
2
.
Victor estudió cuidadosamente la fotografía.
—¿Es el Byron número dos? Tuvo que darse una prisa del demonio cuando la ley de cambio de nombre entró en vigor. ¿Cuántos Byron hay ahora?
—Byron
2620
se registró la semana pasada —le dije—. Llevamos un mes siguiendo a Byron
2
pero es listo. No se le puede relacionar con ninguno de los fragmentos falsificados de
Cielo y tierra.
—¿Escuchas?
—Lo intentamos. Pero el juez dictaminó que aunque la operación quirúrgica de Byron
2
para tener deforme el pie en un intento de emular a su héroe era sin duda extravagante, y que dejar embarazada a su hermanastra era claramente repugnante, esos actos sólo demostraban una mente byrónica febril y no necesariamente la intención de falsificar. Tendremos que atraparle con las manos en la tinta, pero ahora mismo está de viaje por el Mediterráneo. Mientras, intentaremos conseguir una orden de registro.
—Entonces, ¿no estáis demasiado ocupados?
—¿Qué tienes en mente?
—Bien —arrancó Victor—, parece que ha habido algunos intentos más de falsificar
Cardenio.
¿Os importaría echar un vistazo?
—No tardaremos mucho —dije—. ¿Tienes las direcciones?
Nos entregó una hoja de papel y nos deseó suerte. Nos pusimos en pie para irnos; Bowden repasó con atención la lista.
—Iremos primero a la calle Roseberry —dijo—, cae más cerca.
Cardenio
desencadenado
Cardenio
se representó en la corte, en el año 1613. Se inscribió en el registro en 1653 como «obra del señor Fletcher y Shakespeare» y, en 1728, Theobald Lewis publicó su
Double Falsehood,
obra que afirmaba haber escrito basándose en una vieja copia para el apuntador de
Cardenio.
Dada su mediocridad y su negativa a presentar el manuscrito original, la afirmación parece dudosa. Cardenio era el nombre del personaje de ficción del
Don Quijote
de Cervantes que se enamora de Luscinda, cuya historia narraba supuestamente la obra de Shakespeare. Pero jamás lo sabremos. No se conserva ni un solo fragmento.