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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (5 page)

BOOK: Perdida en un buen libro
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M
ILLON DE
F
LOSS

Cardenio:
fácilmente llega, fácilmente se va

Unos minutos más tarde doblábamos por una calle cercana al nuevo estadio de cróquet de treinta mil localidades.

—¿Cuántos textos originales de Shakespeare existen actualmente en el planeta?—le pregunté a Bowden.

—Cinco firmas, tres páginas de revisiones de
Tomás Moro
y el fragmento de
El rey Lear
que se descubrió en 1962 —me dijo—. Para ser alguien tan influyente, no sabemos casi nada sobre él. De no haberse completado el primer folio cuando se completó, nos faltarían dieciséis obras más.

No pensé en contarle a Bowden lo que mi padre me había dicho sobre la verdadera autoría del canon de Shakespeare; era una revelación que el mundo podía seguir ignorando.

Bowden aparcó el coche en una calle de casas adosadas. Lo cerró y llamamos al timbre del número 216. Al cabo de un instante una mujer rubicunda de mediana edad nos abrió la puerta. Iba recién peinada y emperifollada con lo que ella pero nadie más debía considerar sus mejores galas.

—¿Señora Hathaway
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? —¿Sí?

Le mostramos la placa.

—Cable y Next, detectives literarios de Swindon. ¿Nos ha llamado esta mañana?

La señora Hathaway
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sonrió y nos hizo pasar entusiasmada. No había un palmo de pared que no estuviera ocupado por un retrato de Shakespeare, un cartel enmarcado, un grabado o una placa conmemorativa. Estaba claro que era una verdadera aficionada. Si no fanática, poco le faltaba.

—¿Les apetecería una taza de té? —preguntó Hathaway
34
.

—No gracias, señora. ¿Dice que tiene un ejemplar del
Cardenio?

—¡Claro que sí! —dijo entusiasmada, para añadir con un guiño—: La obra perdida de Will apareciendo de pronto como salida de una caja sorpresa debe de haber sido desconcertante para ustedes, ¿no?

No le dije que la frecuencia de la estafa del
Cardenio
era semanal.

—Nos pasamos el día desconcertados, señora Hathaway
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.

—¡Llámenme Anne! —dijo mientras abría un cajón y delicadamente sacaba un libro envuelto en papel rosa. Con reverencia nos lo puso delante—. Lo compré en una venta callejera la semana pasada —nos confió—. No creo que el propietario supiese que tenía un ejemplar de la obra perdida de Shakespeare entre novelas sin leer de Daphne Farquitt y ejemplares atrasados de revistas. —Se inclinó—. Me hice con él por un precio irrisorio, ¿saben? —Rió—. Creo que es el hallazgo más importante desde el del fragmento de
El rey Lear
—añadió jubilosa, llevándose las manos al pecho y mirando con adoración el grabado del Bardo que había sobre la chimenea—. El fragmento, escrito de puño y letra por Will, abarcaba sólo dos líneas de diálogo entre Lear y Cordelia. ¡Se subastó por 1,8 millones! ¡Piensen en lo que podría valer el
Cardenio!

—Un
Cardenio
auténtico no tendría precio, señora —dijo Bowden con amabilidad, recalcando lo de auténtico.

Cerré la tapa. Había leído lo suficiente.

—Lamento decepcionarla, señora Hathaway
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—Anne. Llámeme Anne.

—Anne. Me temo que se trata de una falsificación.

No se inmutó.

—¿Está segura, querida? No ha leído mucho.

—Me temo que sí. La rima, la métrica y la gramática no coinciden con las de ninguna obra conocida de Shakespeare.

—Will era muy adaptable, señorita Next… ¡No creo que una
ligera
desviación de la norma tenga demasiada importancia!

—Creo que no lo comprende —respondí, intentando ser todo lo delicada posible—. Ni siquiera es una
buena
falsificación.

—¡Bien! —dijo Anne, indignada por el agravio—. El proceso de autentificación es muy difícil. ¡Tendré que buscar una segunda opinión!

—Tiene todo el derecho a hacerlo, señora —respondí lentamente—, pero, consulte a quien consulte, obtendrá la misma respuesta. No se trata sólo del texto. Verá, Shakespeare jamás escribió sobre papel pautado a bolígrafo, e incluso en caso de haberlo hecho, dudo que hubiese situado a Cardenio buscando a Luscinda en Sierra Morena al volante de un Range Rover.

—¿Y eso qué importa? —respondió furiosa la señora Hathaway
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—. En
Julio César
salen muchos relojes y el reloj no se inventó hasta mucho después; creo que Shakespeare introdujo el Range Rover por la misma razón; un anacronismo literario, ¡de eso se trata!

Nos acompañó a la puerta.

—Nos gustaría que viniese con nosotros y realizase una declaración. Le mostraremos algunas fotografías de fichados, a ver si podemos identificar al responsable de esto.

—¡Tonterías! —dijo con altanería—. Lamento comprobar que los detectives literarios de Swindon son claramente incapaces de reconocer una verdadera obra maestra. Buscaré una segunda opinión y, si es necesario, una tercera y una cuarta… o las que hagan falta. ¡Buenos días, agentes!

Y abrió la puerta, nos echó y la cerró de un portazo.

No tenía nada de raro. La semana anterior casi me habían pegado por sugerir que una grabación ruidosa de William Hazlitt era casi con seguridad una falsificación porque los dispositivos de grabación no existían a principios del siglo XIX. El propietario, molesto, me explicó que sí, que sabía que era raro que estuviese grabada en ocho pistas, pero incluso así tuve que mostrarme firme.

—Nace uno por minuto —murmuró Bowden mientras íbamos hacia el coche.

—Y que lo digas. Vaya… qué
interesante.

—¿Qué?

—No mires, pero calle arriba hay un Pontiac negro. Cuando hemos salido hacia aquí estaba aparcado delante del edificio de OpEspec.

Bowden dio un vistazo rápido en esa dirección mientras entrábamos en el coche.

—¿Lo has visto? —pregunté una vez dentro.

—¿La Goliath?

—Podría ser. Probablemente siguen cabreados por haber perdido a Jack Schitt en «El cuervo».

—Probablemente —respondió Bowden, tomando por la carretera.

Miré por el espejito el automóvil negro del que nos separaban otros tres vehículos.

—¿Sigue con nosotros? —preguntó Bowden.

—Sí. Veamos qué quieren. Gira a la izquierda, luego otra vez a la izquierda y déjame bajar. Continúa unos cien metros y para.

Bowden dejó que me apeara como le había pedido, aceleró hasta pasada la siguiente esquina y se detuvo, bloqueando la calle. Me metí detrás de un coche aparcado y, como esperaba, el enorme Pontiac negro me dejó atrás. Dobló la siguiente esquina, se detuvo de pronto al ver a Bowden y dio marcha atrás. Di unos golpecitos en la luna tintada y enseñé la placa. El conductor, evidentemente, pensó que engañarme sería lo más práctico.

—Aquí estoy —le dije tan pronto como bajó la ventanilla—. ¿Qué queréis?

El conductor me miró.

—Parece que nos hemos equivocado al girar, señorita. ¿Puede indicarnos el camino al Emporio Dodo de Pete y Dave?

No me impresionó nada la trola, pero aun así sonreí. Eran tan OpEspec como yo.

—Podemos perderos con toda facilidad, chicos. ¿Por qué no me decís quiénes sois? Nos llevaremos todos mucho mejor, creedme.

Los dos hombres se miraron, asintieron con resignación y me enseñaron la placa. Eran de OE-5, la misma Unidad de Búsqueda y Confinamiento a la que yo pertenecía cuando nos enfrentamos a Hades.

—¿De OE-5? —pregunté—. ¿El antiguo grupo de Tamworth?

—Me llamo Phodder —dijo el conductor—. Mi compañero se llama Kannon. Los de OE-5 hemos sido transferidos.

—¿Significa eso que Acheron Hades está oficialmente muerto?

—Ese caso nunca estará cerrado del todo… Pero Acheron no era más que la
tercera
mente criminal en importancia del planeta.

—¿Entonces a quién o qué buscáis?

—Es confidencial. Tu nombre apareció en la investigación preliminar. Dime, ¿recientemente te ha sucedido algo raro?

—¿A qué te refieres con eso de raro?

—Inusual. Fuera de lo corriente. Algo que se salga de los parámetros de la normalidad. Un suceso sin precedentes.

Pensé un momento.

—No.

—Bien —dijo el señor Phodder—, si te pasa algo así, ¿querrías llamarnos a este número?

—Claro.

Miré la tarjeta, les deseé buenos días y volví con Bowden. Al cabo de poco íbamos en dirección norte por la carretera de Cirencester. Al Pontiac no se lo veía por ninguna parte. Le expliqué a Bowden quiénes eran y él alzó la ceja para decir:

—Qué siniestro. ¿Alguien peor que Hades?

—Cuesta creerlo, ¿verdad? ¿Adónde vamos ahora?

—A Vole Towers.

—¿En serio? —respondí, un tanto sorprendida—. ¿Por qué alguien tan eminente y respetable como lord Volescamper iba a implicarse en una estafa de
Cardenio?

—Ni pajolera idea. Es compañero de golf de Braxton, así que puede que se trate únicamente de política. Será mejor que no lo rechacemos de inmediato ni le hagamos quedar como un idiota… de otro modo sólo conseguiremos que el jefe nos machaque.

Entramos por las puertas ajadas y oxidadas de Vole Towers y avanzamos por el largo camino de entrada, más de hierbajos que de gravilla. Paramos delante de la impresionante mansión neogótica que pedía a gritos una restauración y lord Volescamper salió a recibirnos. Era un hombre alto y delgado de pelo gris y porte grave. Vestía un par de viejos pantalones de espiguilla y blandía unas tijeras de podar como si fuesen un sable de caballería.

—¡Malditas zarzas! —murmuró cuando nos estrechaba la mano—. Miren, crecen hasta cinco centímetros por día, ¿lo sabían?; sinvergüenzas inexorables que amenazan con tragarse todo lo que conocemos y amamos… La verdad es que se parecen un poco a los anarquistas. Usted es Next, ¿verdad? Creo que nos conocimos en la boda de mi sobrina Gloria… ¿Con quién se casó?

—Con mi primo Wilbur.

—Ahora me acuerdo. ¿Quién fue aquel viejo patético que se puso en evidencia en la pista de baile?

—Creo que fue usted, señor.

Lord Volescamper se lo pensó un momento y se miró los pies.

—¡Por amor del cielo! Fui yo, ¿no? La vi en la tele anoche. Mire, fue difícil lo del libro de la Brontë, ¿eh?

—Muy difícil —le aseguré—. Este es Bowden Cable, mi compañero.

—¿Cómo está usted, señor Cable? Se ha comprado uno de los nuevos Griffin Sportina, por lo que veo. ¿Cómo lo encuentra?

—Suelo encontrarlo donde lo dejo, señor.

—¿En serio? Pero pasen. Victor los envía, ¿no?

Seguimos a Volescamper mientras entraba arrastrando los pies en la decrépita mansión. Pasamos al salón principal, generosamente decorado con las cabezas de varios antílopes, disecadas y montadas sobre escudos de madera.

—En tiempos pasados en la familia había prodigiosos cazadores —explicó Volescamper—. Pero yo no me dedico a eso. A mi padre le encantaba matar y disecar todo tipo de bichos. Insistió en que cuando muriera también lo disecaran. Está ahí mismo.

Nos detuvimos en el descansillo y Bowden y yo pudimos admirar con interés al conde fallecido. Con su arma favorita apoyada en el brazo y su fiel perro a los pies, miraba con ojos inexpresivos desde el armero. Se me ocurrió que lo apropiado hubiese sido que montaran su cabeza y hombros sobre un escudo de madera, pero no me pareció cortés decirlo. En lugar de eso dije:

—Parece muy joven.

—Es que lo era. Tenía cuarenta y tres años y ocho días. Lo arrolló un antílope.

—¿En África?

—No. —Volescamper suspiró nostálgico—. En la A30, cerca de Chard, una noche del año 1934. Paró el coche porque había un venado con una cornamenta espléndida tendido en medio de la carretera. Mi padre salió a echar un vistazo y… bien, no tuvo la más mínima oportunidad. La manada surgió de la nada.

—Lo lamento.

—Es irónico —dijo Volescamper—, pero ¿saben?, lo realmente extraño es que cuando la manada de antílopes hubo pasado, el imponente ciervo también había desaparecido.

—Debía… debía de estar simplemente aturdido —aventuró Bowden.

—Sí, sí, supongo —respondió Volescamper con voz ausente—. Supongo que sí. Pero bueno, mi padre no es lo que les interesa a ustedes. ¡Vengan!

Y diciendo esto avanzó decidido por el pasillo que llevaba a la biblioteca. Tuvimos que ir al trote para alcanzarle, pero cualquier duda sobre el valor de la colección Volescamper se esfumó con rapidez. Las puertas de la biblioteca eran de acero reforzado.

—Oh, sí —dijo Volescamper siguiendo mi mirada—. Miren, la vieja biblioteca vale unos cuantos peniques… Me gusta tomar precauciones. No se dejen engañar por el revestimiento interior de roble… a todos los efectos la biblioteca es una enorme caja fuerte.

No era algo inusual; la biblioteca Bodleian era como Fort Knox… y el propio Fort Knox había sido reconvertido para proteger las obras más importantes de la Biblioteca del Congreso.

Entramos y noté que a Bowden se le iluminaban los ojos cuando vio la colección de antiguos libros y manuscritos.

—Entonces, usted no ha comprado
Cardenio
recientemente ni nada parecido, ¿verdad? —pregunté, sintiendo de pronto que quizá mí rechazo inicial había sido precipitado.

—Por amor de Dios, no. Miren, lo encontramos el otro día mientras catalogábamos parte de la biblioteca privada de mi tatarabuelo Bartholomew Volescamper. Yo ni siquiera sabía que lo tuviera. Éste es el señor Swaike, mi asesor de seguridad.

Un hombre corpulento con expresión seria había entrado en la biblioteca. Nos miró con suspicacia mientras Volescamper nos presentaba. Colocó luego sobre la mesa un volumen de páginas mal cortadas encuadernado en piel.

—¿En qué tipo de cuestiones de seguridad asesora usted, señor Swaike? —preguntó Bowden.

—En personal y seguros. La biblioteca está sin catalogar y no está asegurada. Las bandas criminales podrían considerarla un blanco deseable a pesar de las medidas evidentes de seguridad. El
Cardenio
no es más que uno de los doce libros que ahora mismo conservo en una caja de seguridad
dentro
de la biblioteca cerrada.

—No se lo reprocho, señor Swaike —respondió Bowden.

Acerqué una silla y miré el manuscrito. A primera vista, tenía buen aspecto, por lo que rápidamente me puse un par de guantes de algodón, algo que ni siquiera me había molestado en hacer con el
Cardenio
de la señora Hathaway
34
. Examiné la primera página. La letra era muy similar a la de Shakespeare y el papel, no cabía duda, fabricado a mano. Olí la tinta y el papel. Todo
parecía
muy auténtico, pero ya había visto buenas falsificaciones otras veces. Muchos académicos eran lo suficientemente versados en Shakespeare, historia isabelina, gramática y ortografía como para
intentar
realizar una falsificación, aunque ninguno de ellos había poseído nunca el ingenio y el encanto del propio Bardo. Victor solía decir que falsificar la obra de Shakespeare era imposible porque el acto de copiar era inherentemente incompatible con la creación inspirada; digamos que la mente aplastaba al corazón. Pero cuando volví la página y leí la lista de personajes, algo se agitó en mi interior: los nervios de la anticipación mezclados con cierta aprensión. Ya había leído cincuenta o sesenta
Cardemos,
pero… Volví la página y leí el monólogo inicial de Cardenio.

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