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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (37 page)

BOOK: Politeísmos
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—¿Por qué iba a tenerte miedo? —respondió soslayando la cuestión y hundiendo la boca en el borde del mini. Luego se lo pensó mejor y, tras beber un largo trago, le miró a los ojos—. Álex. Yo te conozco. Tú nunca me harías...
eso
—ni siquiera nombró la posibilidad, como si ponerla con palabras fuera darle cuerpo.

—Fíjate. Yo hubiera jurado lo mismo de ti. Ya sabes. Que nunca me harías
eso
—repitió la palabra imitando su tono con recochineo.

Fran se acabó el mini de golpe. 

—Álex, joder. Es distinto. No me vengas ahora con rencores —cogió el cubata aguado que el lobo tenía delante—. Tú
desapareciste
. Coño, ni tu padre sabía dónde cojones estabas. ¿Qué querías? ¿Que te guardáramos luto? Pues te lo guardamos, por si no lo sabías.

—Sí, seguro que te esperaste por lo menos a que pasara un mes después de selectividad para follártela. ¿Así que fuisteis a ver a Gonzalo? Tuvo que ser una escena enternecedora, vosotros dos hechos un mar de lágrimas y cogiditos de la mano ante mi estimado progenitor, que, por cierto, perdió el culo en poner una denuncia en comisaría para que me localizaran. ¿Y luego? ¿Follasteis pensando en mí, para consolaros? Por lo menos la primera vez...

—No jodas, tu padre estaba realmente preocupado. A ver, te hiciste la maleta, le robaste quinientas mil pelas y saliste por piernas sin dejar una puta nota. 

—Sí, Álex —asintió Javi con seriedad de mal actor al que se le escapa la sonrisa—. Todos esperábamos al menos un “que te follen” escrito bajo la lista de la compra.

—Álex, es que eres increíble —declaró Jaime después de pedir otra ronda—. Dos meses sin dirigirnos la palabra a ninguno, huyendo por los pasillos del instituto con los cascos a todo volumen, y en cuanto pasan los exámenes te marchas a Londres sin decir una palabra a nadie. 

—¿Dos meses sin hablar con nadie? ¡Eso no es cierto! —protestó el coyote—. A mí me hablabas, capullo.

—A ti es imposible no hablarte, tío. Eres demasiado plasta.

—Coño, ya recuerdo, lobo —Javi se dio un golpe en la frente—. ¿No le metiste un puñetazo a Fran por saludarte un día?

—Es altamente probable —admitió Álex.

—Es cierto —murmuró Fran.

—Vale, me pasé y lo siento. Era un puto mocoso y tenía la testosterona de punta. Pero joder, yo avisé. Dije: “Dejadme en paz”. ¿No me haces caso? Pues te atienes a las consecuencias.

—Eres único —concluyó Jaime—. Hasta que llamó tu madre a tu casa no dejamos de...

—Ah... Pobre Susan. ¿Así que le llamó? Nunca me lo dijo. Vaya sacrificios que hace por mí, hablar con ese hijo de la gran perra. ¿Y os fuisteis todos en comité a ver a mi padre...? 

—Pues sí que lo hicimos, Álex —Fran hablaba bastante deprisa, un poco trabucado. Estaba empezando a encenderse y a cabrearse bastante—. Y tú, mientras, tan contento en Londres. ¿Te parece normal eso?

—Pues ahora, no. Pero entonces me pareció la opción más cómoda.

—¿Cómo te lo montaste, lobo? —preguntó Javi con interés—. ¿Cuándo te volviste para acá? Porque nunca te lo pregunté las veces que nos vimos...

—¿Que tú estabas en contacto con Álex, Javi? No me jodas...

—Pues sí, Fran. Tampoco en contacto, no creas, que habremos hablado tres veces en siete años. Que aquí el tío necesita su puto
espacio
. ¿A que sí, mamón? —Álex sólo sonrió—. Nos encontramos en la Fnac, ¿no? Como cosa de un año después de que te esfumaras. Estuvimos hablando toda la tarde... Y tu escapada del SIMO en el 98, Houdini. Eres el más rápido, lobo.

—No puedo creerlo... —casi gritaba Fran mientras Javi hablaba—. ¿Que hablaste con él al año? ¿Y no nos dijiste nada? —le dio una hostia a la barra—. ¡Joder, Javier!

—Sí, Javi. Ya podías haber pensado un poco —añadió el chacal—. Estábamos todos preocupadísimos... 

—Jaime, cállate que esto no va contigo. Mira, Fran —el coyote prendió un pitillo con el zippo y entrecerró los párpados—. Aparte de que acababas de empezar con Paula y no me pareció nada oportuno andar tocando las pelotas con el Álex, a mí si éste me pide que no os lo cuente, yo cumplo. Tan simple como eso. 

El lobo sonrió de soslayo.

—Ése es uno de los motivos por los que nunca hemos dejado de ser amigos, Javi.

—A pesar de la que te colé con Verónica, joder... Soy un hijo de puta —se miró las deportivas—. No te he pedido todavía perdón a la cara.

—No te molestes. Olvídate de esa zorra. Si le da por llamarte un día de estos, fóllatela a mi salud. Aunque te hago una advertencia...

Javi se puso tenso, temiéndose la tarascada. Álex tenía una expresión grave. Abrió la boca, y dijo:

—No le pidas mamadas, que no son su fuerte.

El coyote descolgó la mandíbula. Álex se partía el culo. Javi le dio un puñetazo y estalló en carcajadas.

—Capullo. Anormal. Imbécil. Cabronazo. Me habías asustado.

El lobo puso un gesto rarísimo. Tragó saliva y se cogió el estómago. 

—Joder, Javi. ¿Vas al gimnasio o qué? No me des hostias en la tripa que estoy jodido.

—Venga ya, mariquita. Si te he dado flojo.

—Tu puta madre flojo...

Fran tenía los dientes encajados.

—Me cago en Dios —juró dándole un trago al cubata—. Decid que sí. Vosotros reíos que tiene un huevo de gracia todo esto... Eres la hostia, Javier. Cuando se lo cuente a Paula no te vuelve a dirigir la palabra...

—Pues nada —Javi se encogió de hombros—, tú díselo y ya verás cómo mejora la convivencia. Bueno —se dirigió a Álex—. Cuenta, lobo. ¿Qué hiciste en Inglaterra? Las inglesas son mazo de feas, que lo sé yo, así que no te inventes relatos de terror con cinco chavalas que estuvieran buenísimas.

—Que te jodan, Javi. Mi madre es bien guapa, que para algo es mi madre.

—Ya, pero con ella no te lo has montado... ESPERO.

—No, tranquilo. No se deja.

—Gilipollas —apostilló Fran con la voz espesa—. Eres imbécil profundo, Álex. Te crees que tienes gracia, pero no tienes maldita la gracia...

El lobo se sonrió. Fran cogió una banqueta y se dejó caer.

—Me parece a mí que aquí hay uno que ya va calentito. Jaime, deja de pedir alcohol, cojones, que sólo sois tres y aquí hay cerveza para un regimiento.

—He hecho bien en pedir otra ronda, que hace un huevo que se acabó el dos por uno y así tenemos para toda la noche. ¿No te animas, Álex?

—No, pero ahora que lo pienso, tú sigue pidiendo, que me encantaría verte borracho, chacal. Seguro que te marcabas un strip-tease sobre la barra. Bueno, lo de que me encantaría verte hacer eso es un decir. Me daría auténtico asco, pero me reiría un huevo —se giró hacia Javi—. Que qué hice en Londres... Pues a ver, que me acuerde yo... Llamé a Susan, que me acogió generosamente en su casa sin hacer preguntas, lo que nunca le agradeceré lo suficiente, me ayudó a buscar curro y, cuando ahorré lo bastante viviendo a mesa puesta sin que me dejara aportar un penique, me volví. Me busqué habitación en piso compartido, de la que me patearon a toda velocidad, así que fui de apartamento en apartamento de estudiantes sin aguantar más de tres meses en ninguno... Cuando vi que mi padre me estaba metiendo pelas en la cuenta para calmar su conciencia, la cancelé y me abrí otra evitando tentaciones, que estaba muerto de hambre como para no tocar dinero que me caía del cielo... Así estuve por lo menos dos años. Sobreviví currando de playtester, de acomodador de cine, de traductor de artículos de informática y de lo que se terciara menos chapero. En Square fui haciendo pinitos poco a poco... Cuando pude pagarme un alquiler solo, pillé un montón de cajas vacías de un supermercado y llamé a casa de Gonzalo a varias horas para comprobar si andaba o no en el quinto coño viajando por su importante curro de consultor informático. Me aseguré de que no estuviera, me planté de madrugada y arramblé con todos mis trastos. Me sorprendió muchísimo que no hubiera cambiado la cerradura... Y hasta la fecha, poco han variado las cosas. Puedes hacer la ola, Javi, que sé que lo estás deseando. Y tú, Fran, puedes meterme una hostia, que también sé que te mueres de ganas. Pero te aviso que yo las devuelvo.

—Eres... eres... eres un jodido hijo de puta, Álex —barbotó Fran.

—Deja de beber antes de que digas algo de lo que te puedas arrepentir.

—¿Quién coño te crees que eres para darme órdenes? —le soltó levantándose.

—Javi, cuida de tu hermano que no se caiga, que yo voy a echar una meada —respondió evasivamente—. Ahora vuelvo... Y vigila también a Jaime, no se vaya a desnudar y le violen y monte el espectáculo chillando y dando gemidos agudos como una nena. Aquí la gente no sabe ni beber... —se incorporó empujando la banqueta.


Cobarde
—susurró Fran.

Álex se quedó quieto en el sitio. Con la cabeza gacha, le atravesó con la mirada. 

—Nos ladra el dingo, ¿eh, perrito? 

De pronto, ante la estupefacción de Fran, el lobo sonrió ampliamente. Le apretó el hombro con ímpetu, clavándole los dedos.

—¿Con dos cubatas bastaba para despertarte un poco, Fran? Joder, llego a saberlo y te emborracho el otro día. Me partió el alma verte tan domesticado, hostia.

—¿Qué?

—Voy al baño. No es por no responder a tu provocación, pero es que quiero mear. Cuando vuelva, si te apetece nos arrancamos las orejas a dentelladas. Ahora, no.

Se alejó hacia el fondo del local, seguido por el grito de Fran, que era ahogado por los decibelios de la música.

—¡Estás como una puta cabra, Álex! ¡Estás
enfermo
! ¡Enfermo! ¡Eso es lo que estás!

—Fran... Deja de beber, en serio —le pidió Javi—. Ahora cuando vuelva el Álex vete tú a mear. Ya sabes el dicho: “El que pota y mea...”

—“Nunca se tambalea” —finalizó Jaime riéndose.

—No me toques los cojones, Javier.

—Pues haz lo que te dé la gana, Fran, que para algo eres el mayor y el
responsable
. Bebe, bebe. Métete todo lo que no te has metido en siete años y recupera el tiempo perdido... 

Álex cerró de un golpe la puerta interior del aseo. Sujetándose las tripas, dio una arcada. Consiguió a duras penas contener el vómito y retener lo poco que tenía en el estómago. Salió del retrete. Apoyado contra el lavabo, se arremangó la camisa, se enjuagó la boca y se mojó la cara, la nuca y los brazos hasta el codo.

—Puto ácido acetilsalicílico —murmuró—. Joder... Mierda. Estoy fatal...

Esperó un poco a que se le calmaran las náuseas antes de volverse con ellos. Fran se bamboleaba a pesar de estar sentado. Tenía la mirada perdida y un mini de cerveza en la mano. Jaime conversaba animadamente mientras Javi le metía pullas, con una mueca de amplitud exagerada, como si se estuviera estirando la boca con los dedos.

—¿Me habéis echado de menos? —saludó el lobo.

—Siempre, capullo.

Estuvieron un rato hablando, mientras Fran no paraba de beber. De pronto, Álex se fijó en el chacal sin poder contener la sonrisa.

—Jaime. Jaime —dijo—. A ver. Dime que eso es una diadema. O una coronita de duque. O una banda elástica. Dime que no son gafas de sol. JODER.

—Las llevaba por la tarde y luego...

—¿Se te olvidó quitártelas? Claro, el sol de marzo pega mazo de fuerte, ¿eh? Mira, si me dices que eres fotosensible te pego una hostia que te empotro contra la chorrada esta de la lápida, que seguro que te pone.

—Hombre, son graduadas; yo tengo los ojos delicados y el sol me hace daño...

Álex le metió un empujón contra la barra.

—Te lo advertí.

Jaime, en lugar de rebotarse, se friccionó el brazo, riendo.

—Álex, cómo eres...

—Sí, de anormal —masculló Fran. Sacudió la cabeza y se miró el reloj desenfocadamente—. Espera. Joder. Que yo me tengo que ir a buscar a Paula. ¿Qué hora es?

—Ni la ves ya, ¿eh, Fran? —rió Javi—. ¡Son las dos y veinte, coño! ¿Llevamos aguantando siniestreces cinco horas? Se me ha pasado el tiempo volando...

—Me voy —dijo levantándose con un tropiezo.

—Nos vamos todos, que yo no te dejo solo.

—Javi, que nos quedan dos minis enteros... —advirtió Jaime.

—Eso te pasa por pedir tanto, majadero.

—Voy yo con él —dijo Álex—. Quedaos aquí.

Fran le miró de forma suspicaz.

—No necesito canguro.

—Vale. Pero a mí me apetece dar un paseo. Si quieres vamos a diez metros de distancia. Hale, tira.

—¿Volvéis luego con Paula?

—Eso dependerá de ella, Javi —respondió Álex—. Mis poderes adivinatorios me dicen que le apetecerá más una operación a corazón abierto, así que dejaré a éstos en su caseta y luego veré qué hago. No prometo volver; igual me da pereza.

—Como gustes, lobo. Que conste que me parece fatal; quedarme solito en compañía del Jaime y de la piara gótica de aquí me da pánico. Es que me he dejado la vaselina en casa, ya sabes.

—Javi, eres imbécil —replicó Jaime.

—Y tú un capullo y no te lo digo a la cara —contestó el coyote sonriendo.

Fran salió dando traspiés, seguido por Álex, que se encendía un cigarro para dejarle espacio. Empujó las hojas negras de la puerta y salió al rellano. El tipo que pedía los carnés despidió a Haller con un gesto. Fran tropezó en el escalón.

—A ver, tío —le dijo el lobo acercándose—. Cógete a mí.

—Déjame en paz, Álex.

—Como quieras. Tú vete haciendo eses y dándote hostias contra la pared. ¿Dónde curra Paula?

—¿Para qué quieres saberlo? —respondió fríamente el perro.

—Para saber si hay hostales cerca donde follármela a gusto, no te jode —Fran abrió los ojos como platos. Dio un resbalón y Álex le sujetó por la manga para que no se despeñara—. ¿Tú qué crees, perrito? Para llevarte ahí, gilipollas.

—Sé ir solo.

—Ya. Pues dime, ¿Hortaleza para arriba o para abajo?

—¿Dónde estamos...?

—En la calle Hortaleza, Fran —suspiró Álex—. ¿Cuánto hace que no bebías? No me parece normal que estés así por un par de copas...

—No salimos mucho —le respondió en un murmullo.

—Eso está muy bien. Follando todo el día, ¿quién quiere salir?

—Álex. ¿Quieres dejar de tocarme los cojones?

—Joder —el lobo enarcó las cejas—. ¿Qué coño he dicho? Tío, estás muy sensible.

—No tienes ni idea —gimió Fran dejándose caer contra la pared—. Hostia...

—Eh. Eh. No me jodas. No te derrumbes —le incorporó, poniéndole el brazo sobre sus hombros—. Vamos a por tu chica, Fran. ¿Hortaleza arriba o abajo? No tenemos toda la noche...

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