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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (40 page)

BOOK: Politeísmos
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—Me manda Lucien.

Álex casi se cayó de la banqueta.

—¡ME CAGO EN SU PUTA MADRE!

Lázaro comenzó a examinar los grupos de aves con una mirada larga, detenida. Soportaron el escrutinio algo trémulos.

—Beletzar —susurró Lucien al cabo, siguiendo la costumbre de denominarlos por el nick—. Vos estás lista para estirar las alas. Te va a guiar Ángeles el próximo mes.

—Dale —asintió la argentina.

—Atenea —la gótica de blanco levantó el rostro acorazonado, lamiéndose los labios—. Seguís conmigo; no hay cambios. El lunes te quiero en la tienda; vamos a probar de otro modo.

—Gracias, Lucien.

—¿De qué va esto? —preguntó Cristina al que tenía más cerca.

—Sssh...

—Rook. ¿Te sentís preparado para volar solo?

El chico pareció entusiasmado en principio, pero se le torció la alegría.

—Lucien... No me atrevo. Me encantaría, pero me da miedo.

—Admiro tu entereza y tu modestia. Hay que admitir las limitaciones para sobrepasarlas. Seguís con Corvuscorax, entonces.

El cuervo mostró su beneplácito con gravedad.

—Preparate para volar dentro de dos semanas. El resto tendrá que esperar —Lázaro zanjó el tema, sin dedicarle una palabra más, y planeó la mirada sobre la neófita—. Jackdaw —el joven que se sentaba al lado de Cristina levantó la cabeza—. La nueva queda a tu cargo. Explicale lo que necesita saber.

—De acuerdo.

—Perdona... —musitó Cristina a su compañero—. ¿Lo de que “quedo a tu cargo” qué significa?

—Luego te lo cuento —le respondió.

—Oye —insistió Cris—. ¿Lo de los nombrecitos en plan superhéroes a qué viene?

—Sólo son nicks. Muchos no nos conocemos más que por ese nombre. Cállate, por favor —murmuró Jackdaw.

Lucien se giró hacia el chaval esbelto con largo cabello negro que se había negado a darle la hora a los nuevos.

—Hugin, acercate. Quiero ver bien esa linda alma, con alas inmensas, como de ángel.

El adolescente se aproximó con un tropiezo, nerviosísimo. Toda la petulancia que exhibía antes se había desvanecido. Se observó los pies. Lucien tenía una sonrisa áspera, picuda.

—Mirame a los ojos, Hugin. ¿A qué le tenés miedo?

—Yo...

—Ismael —segó Lucien la excusa—. No me mientas. Sabés que puedo verte como si estuvieses hecho de vidrio.

—Sólo fue una pastilla, Lucien —murmuró débilmente—. Lo juro. Y ni siquiera vi nada raro...

Cristina abrió la boca alucinada.

—Venga ya... —musitó—. Dime que no está hablando en plan críptico de lo que creo que está hablando.

—Cristina, me estás cansando —interrumpió Jackdaw, molesto—. No sé si sabes que los polluelos de cuervo matan a picotazos al último que sale del cascarón para contar con más comida para los demás.

La neófita tragó saliva.

—Oye...

—Cierra el pico, Cristina.

—Te prometo que no pasó nada, Lucien —repetía el chico que sufría el examen de Lázaro—. Fue para echar unas risas. No pasó nada... nada fuera de lo normal.

—Hugin —cortaba Lucien la retahíla de pretextos del muchacho que tenía delante—. Te dije que plegases las alas. No me importa lo que hagas con tu cuerpo. Pero tu alma es otro asunto: estás en la bandada y debés seguir sus normas si querés seguir en ella. Te creés muy grande, pero sos un pollito. Un polluelo enorme en un nido muy chico; tené cuidado no se te vaya a romper bajo las patas —Lucien inclinó la cabeza y los ojos oscuros—. Que te quede bien claro, Ismael: yo digo cuándo. Yo digo cómo. Y yo digo con quién. Si volvés a volar sin permiso, ya podés marcharte en este instante para no regresar.

—Lo siento... —el chico se atropelló a ofrecer excusas—. Lucien, no pensé que...

—Basta —hizo un gesto con la mano—. No lo entienden, ¿no? Les estoy haciendo un favor y a cambio de nada. Los ayudo a crecer porque es lo que tengo que hacer. A mí esto no me llena la alcancía: no lo hago por plata; no lo hago por favores; no lo hago por reconocimiento.
Lo hago porque puedo
.

Álex echó el aire entre los dientes. Cerró el libro y lo dejó sobre la barra. El chaval le contemplaba tranquilamente, esperando. El lobo sólo tenía cuatro palabras en la cabeza que se le repetían una y otra vez, y eran las siguientes: “
Lucien. Hijo de puta
”. Estuvo a punto de soltar que no conocía a ningún Lucien, pero acabó tomándoselo con filosofía.

—Vale. Te manda Lucien. De puta madre. Pues cuando le vuelvas a ver, le dices de mi parte que si me quiere enviar a alguien se asegure de que sean tías, que sólo con que tengan melenita no me vale. Y ahora, puerta, mocoso. Que tengo cosas mejores que hacer.

El chico, en lugar de obedecerle, cogió una banqueta y se sentó a su lado. Encendió un pitillo y le acercó el tabaco a su amigo.

—No me pienso mover de aquí hasta que me cuentes de qué va esto —declaró con testarudez—. Esos colgados se han quedado con una amiga nuestra y a nosotros nos han echado. A mí me han dicho que viniera aquí y de aquí no me voy.

Álex estalló en carcajadas.

—¿Que se han quedado con tu chica? Joder, pues espero que ya te la hayas follado porque te la devuelven desvirgada fijo. A ésos les mola mazo lo de ponerse hasta arriba de ayahuasca, y el consumo ritual de drogas lleva al sexo en grupo, y el sexo en grupo lleva a la sodomía, así que no sabes de la que te has librado al haber sido pateado, chaval. Enhorabuena, y adiós —abrió el libro y aplastó bien el canal de en medio de las hojas. Se puso a leer—. Joder, qué descanso —resopló levantando la mirada—. Ya se acaba la puta canción.

El pincha sonreía.

—La próxima va para ti, Haller. Te encantará.

Cuando empezaron los acordes pegadizos y comerciales del siguiente tema, una guitarra sucia con una voz ñoña y dejada de adolescente por encima, Álex le lanzó el libro a la cabeza por el ventanuco que separaba la cabina de la lápida.

—Tú hoy quieres cabrearme, ¿eh?

El pinchadiscos le devolvió el ejemplar de bolsillo, riéndose a mandíbula batiente.

Iván apoyó el codo en la barra. Esperó unos instantes.

—¿Cuál es mi animal? —preguntó con un tono de voz neutro e indiferente, como si estuviera pidiendo la hora.

—Pírate y te lo mando por correo —respondió Álex, poniéndose a leer.

—Oye —dijo el chico—; está bien claro que no te apetece una mierda que te andemos dando la vara, y no tienes la menor idea de las pocas ganas que tengo yo de estar aquí. Así que como tú veas: cuanto antes nos digas lo que queremos saber, antes nos abrimos y te dejamos en paz.

El lobo giró las pupilas y lo observó por el rabillo. Dejó el libro y se puso derecho en la banqueta.

—Mira, me has convencido —sonrió torcidamente—. ¿Qué dijo el cuervo? Predadores, ¿eh? Es un hijo de la gran puta. Él
ve
perfectamente, pero me manda a mí que me coma el marrón. Cómo le pone eso a Lucien... —contempló al chico con fijeza un instante y puso una mueca—. Hale. Ya está. Me parece haber visto un lindo gatito, chaval.

—¿Qué?

—Misi, misi —Álex le hizo el gesto burlón para llamar a los animales domésticos al tiempo que pronunciaba la onomatopeya—. Gato montés. ¿Te mola?
Felis silvestris
. Grande (para ser un gatito, claro), atigrado, peludo, cabeza ancha, hocico corto, rabo anillado con la punta negra. Uñas y dientes fuera. Solitario. Un tipo esquivo y retraído con bastante mala hostia, al que le encanta dejar huella y marcar su territorio. Necesita bosques con mucha vegetación y baja densidad humana. Es buen trepador, pero caza preferiblemente en el suelo y lo que más le pone comer son conejos. Y hablando de conejos, las vas a pasar putas para encontrar hembra a no ser que comprendas aquello de “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”, porque tu señora guarda su propio coto de caza y como se te ocurra atravesarlo en otra época que no sea el celo, te llevas un zarpazo que te deja tuerto. Y otros bichos dudo que te aguanten, así que ya sabes. Busca gatas o zampa presas, que para un polvo no están mal. ¿Contento? —recogió el libro—. Cuando pases el rito de iniciación te regalo un cascabel. Y ahora, largo, que yo desayuno gatos monteses cuando se me acaban las corzas, y hoy aún no he comido.

El chico, demasiado flipado como para decir una palabra, se tragó toda la enciclopedia de pullas sin protestar. Se levantó para marcharse con una extraña ligereza de ánimo. De pronto frunció el ceño.

—Espera.

—Para más datos, te compras los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente —añadió Álex sin levantar los ojos de las letras.

—No, que falta mi amigo.

—Joder —con las manos aferradas a la barra, se dio la vuelta como una ruleta—. Venga, vista al frente —apenas le había echado una ojeada al muchacho cuando elaboró una sonrisa de crueldad absoluta. Después de lamerse el filo de los dientes, siguió hablando lleno de desprecio—. ¿Ya tienes claro qué vas a hacer cuando acabes el instituto, chaval? ¿Has considerado el suicidio como salida profesional?

—¿Qué?

—Bueno, si quieres colaborar con la causa, sería la opción moralmente más aceptable. Estás más vacío que mi estómago, así que ¿para qué prolongar el sufrimiento? Mátate rápido y a ver si en la próxima vida te come con patatas un bicho molón. ¿Cuál te gusta?

—No te entiendo... El del parque me dio su tarjeta y me dijo que fuera a sus clases de... ¿crecimiento personal? Algo así.

Álex echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada malsana.

—Y luego soy yo el hijo de puta. Será cabrón el cuervo... Volando en círculos, esperando a que la presa la palme, pero si hay dónde pillar ahí está el Lucien para chuparle hasta la sangre. Di que sí; tú gástate la paga en aprender yoga. Con eso también ayudas a la causa: le das de comer a ese pedazo de
raven
de metro y medio de alas de envergadura, que aún recuerda cómo se merendó a un sacerdote egipcio y a un emperador romano. La madre que le parió —Álex captó la incomprensión de Iván por el término inglés y sonrió—.
Raven
. No tiene traducción. No hay palabra en castellano para distinguir tipos de cuervos... Verás, el
crow
tendrá más o menos el tamaño de una paloma. Pero el
raven
... el cuervo carnicero carece de depredadores. Es casi tan grande como un búho real —el lobo se estiró y estrujó el paquete de tabaco vacío. Separó la cinta de plástico de uno nuevo, le rompió una abertura al papel de plata y golpeó la cajetilla con los dedos para sacar el primer pitillo. Se dirigió al gato montés, ignorando al otro muchacho—. ¿Sabes que dicen que ver un cuervo trae suerte?
One's lucky, / Two's unlucky, / Three is health, / Four is wealth, / Five is sickness / And six is death
. En el parlamento hay más de seis, muchos más de seis. Están todos colgados, pero son
peligrosos
. Olvídate de tu chica si ha entrado ahí. No volverá a salir.

—Sentate, Hugin —ordenó Lázaro al chaval—. No sé si intentás llamar la atención, pero no más vuelos por tu cuenta. Te di un aviso. Te voy a dar otro. Al tercero, te quedás solo. Y no vengas a la tienda a suplicar mentor porque vas a conseguir un libro de autoayuda nomás.

—Gracias, Lucien. No... no volverá a pasar. Te lo prometo.

—Depende de vos, Hugin —replicó con frialdad—. Quiero que comprendan que esto no es un juego. ¿Repararon en el chico que iba con el gato? ¿Se fijaron en él? ¿Cuántos lo
vieron
? —algunos bajaron la vista. Otros asintieron—. El alma humana mezquina, vacía de inquilino, como una cáscara negra y hueca... ¿Saben los pocos que hay que caminan sin huésped? Atenea, ¿recordás
antes
? Intentá acordarte, querida.
Podés hacerlo
.

—Yo... recuerdo, Lucien —respondió Sara despacio, como si le costara pensar—. Creo que... antes era raro encontrar gente
llena
. Relucían entre la muchedumbre como si llevaran dentro una vela. Es la primera vez que me encuentro con alguien... desocupado.

—En esta vida. ¿Saben qué significa eso? Cada vez hay menos que no lleven dentro
a otro
. Se está acabando el tiempo y si no están preparados, se van a perder como se nos perdió Mónica. No pienso permitir que eso suceda. Vamos a remover cielo y tierra para encontrarlos si se extravían, pero sería mejor que nos ocupáramos de hacer crecer a sus cuervos: romper el huevo, mudar el plumón, aletear, aprender a volar, a emplear su fuerza. Ustedes deben ser tan diestros como su ave. Deben volar como ella. El cuervo, a pesar de su peso, es tan virtuoso y hábil como un gorrión. La lechuza es un fantasma: siempre en silencio, con sus plumas suaves que bate sin rumor, sin que tiemble una hoja de árbol, pero nunca se eleva demasiado. El búho es potente y directo, pero es incapaz de capturar una presa que esté quieta. El halcón planea y se abate a una velocidad increíble, pero no cambia de dirección cuando le place. El águila asciende más alto que ningún ave, pero tarda en levantar el vuelo. El cuervo carece de esos problemas:
el cuervo es acróbata
. Las corrientes de aire carecen de misterio para él. Gira, se voltea, hace cabriolas, quiebros e inversiones en medio del viento, cae en picado y remonta cuando lo desea —Lucien aspiró profundamente—. ¿Alguno encontró a Mónica? ¿Nevermore, Corvuscorax, Lilith?

Negaron con la cabeza. Lázaro hundió los hombros.

—Ángeles y yo tampoco lo logramos. No pienso rendirme —subió la mirada—. Vamos a seguir intentándolo hasta que nos duelan las alas.

La bandada asintió. Reinó un silencio profundo. Lucien contemplaba el lago rodeado de estatuas y abetos y la fachada norte del Palacio Real. Cerró los ojos y, ante el asombro de Cristina, todos le imitaron. La gótica de blanco se incorporó con un susurro de sedas y se alejó del grupo de forma enigmática. Anduvo en sigilo entre laberintos de setos que le llegaban por las rodillas, con la vista tan perdida como los pensamientos. Mientras la bandada permanecía en un mutismo inquietante, Atenea recorría los parterres simétricos, paseaba entre arizónica, aligustres y cipreses recortados. Rozaba las hojitas de boj con los bajos deshilachados de las telas, con las uñas duras esmaltadas como pétalos blancos. Parecía un hada mendicante y trágica. La lámina de agua negra del estanque se doraba en chaparrón con las luces de los surtidores. La lechuza caminaba blandamente, como si volara a ras del suelo entre el verde del jardín. Se cruzó con el guarda, apenas un instante, en un silencio roto tan sólo por el brinco continuo del agua. Pasaron al lado, sin rozarse, cada uno en su camino y en su mundo privado. Cristina, entretanto, se revolvía sobre la arena. No se atrevía a romper a hablar, a reírse. Era como si le hubieran cortado la lengua. El jardín de noche, la hermandad de cuervos con los ojos cerrados, el silencio pesadillesco, lóbrego y quieto como el agua del lago la rodeaban del mismo modo que el betún pegajoso. Tal vez hubieran pasado diez minutos; quince; incluso veinte. Escuchaba una algarabía de graznidos mitigados, muy lejos; las copas de los árboles del otro lado del palacio debían de estar llenas de urracas. Se moría de ganas de gritar, de lanzarle una piedra al agua oscura de la charca, de cantar, de soltar la carcajada y recibir las risas alegres de los chavales que la rodeaban, la palmada en la espalda, el “lo hacíamos a ver cómo reaccionabas”. Porque parecía una broma, una broma pésima, para meterle miedo: treinta desconocidos en silencio en un parque. Ni un carraspeo. Ni un rumor. Ni un codazo y un intercambio de miradas. Ni un sonido. Los cuervos callaban. Cristina se empezaba a encontrar mal, mareada. Le sudaban las palmas. Arrastró la mano sobre la tierra y se levantó, con la sensación incómoda de que, de pronto, abrirían los ojos, levantarían el vuelo y la abatirían a picotazos. Nadie se movió, salvo ella. Con cuidado para no despertarlos —parecían dormidos, en posturas rígidas y forzadas, pero dormidos— se dirigió a la escalinata de la izquierda del muro. Corría, aunque no quería admitirlo. Empezó a saltar peldaños de cuatro en cuatro, escuchándose los latidos.

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