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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (38 page)

BOOK: Preludio a la fundación
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Una vez en el ascensor, mientras bajaban, Dors observó:

–Imagino, Mr. Tisalver, que los hoyos son lugares donde el calor interno de Trantor es utilizado para producir un vapor que mueva las turbinas y conseguir, así, la electricidad.

–Oh, no. Unas eficaces termopilas a gran escala producen la electricidad directamente. No me pregunte detalles, por favor. Yo no soy más que un programador de holovisión. A decir verdad, no pregunte detalles a nadie, aquí abajo. El conjunto no es más que una gran caja negra. Funciona, pero nadie sabe cómo.

–¿Y si algo falla?

–No suele ocurrir, pero, de ser así, algún experto viene de alguna parte. Alguien que entiende de computadoras. Todo está altamente computarizado, por supuesto.

El ascensor se detuvo y salieron. Una oleada de calor les envolvió.

–¡Qué calor! – exclamó Seldon al momento.

–Mucho -dijo Tisalver-. Esto es lo que hace a Dahl tan valioso como fuente de energía. La capa de magma se halla muy cerca de la superficie, mucho más aquí que en cualquier parte del mundo. Por eso, hay que trabajar en medio del calor.

–¿Y si acondicionaran el aire? – preguntó Dors.

–Existe el acondicionamiento de aire, pero resulta demasiado costoso. Ventilamos, secamos la humedad y refrescamos, pero si exageramos, gastamos demasiada energía y todo el proceso resulta excesivamente caro.

Tisalver se detuvo ante una puerta e hizo una señal. Al abrirse una bocanada de aire más fresco salió por ella.

–Deberíamos intentar encontrar a alguien que nos muestre el lugar -murmuró- y que sepa controlar los comentarios que la doctora Venabili tendrá que soportar…, por parte de los hombres.

–Los comentarios no me turbarán -declaró Dors.

–Pero a mí sí -afirmó Tisalver.

Un joven salió de la oficina y se presentó como Hano Lindor. Se parecía muchísimo a Tisalver, pero Seldon decidió que hasta que se habituara a la casi universal talla baja, color de piel y cabellos y bigotes exuberantes, no distinguiría las diferencias individuales con facilidad.

–Me encantará mostrarles cuanto hay que ver -les aseguró Lindor-, mas no es nada espectacular. – Se dirigía a todos, pero sus ojos estaban fijos en Dors-. No va a ser cómodo. Les sugiero que se quiten las camisetas.

–Aquí se está bien y fresco -observó Seldon.

–Claro, porque somos ejecutivos. El rango tiene sus privilegios. Fuera de aquí, no podemos mantener el aire acondicionado al mismo nivel. Por eso cobran más que nosotros. En realidad, ésos son los puestos mejor pagados de Dahl, y ésa es la única razón de que trabajen aquí. Así y todo, cada vez es más difícil conseguir boyeros de calor… -Respiró profundamente-. Bien, metámonos en la sopa.

Se quitó la camiseta y se la colgó del cinturón. Tisalver hizo lo mismo y Seldon los imitó. Lindor echó una mirada a Dors.

–Para su mayor comodidad, señora, aunque no es obligatorio…

–De acuerdo. – Ella se quitó la camiseta también.

Su sostén era blanco, sencillo y muy escotado.

–Señora -protestó Lindor-, eso no… -Reflexionó un instante, se encogió de hombros y terminó-: Bien, vámonos.

Al principio, Seldon vio sólo computadoras y maquinaria, grandes tuberías, luces parpadeantes y pantallas deslumbrantes.

La luz general era relativamente baja, aunque las secciones individuales de la maquinaria estaban iluminadas. Seldon elevó la mirada a la casi oscuridad.

–¿Por qué no hay mejor iluminación? – preguntó.

–La iluminación está bien…, como debe estarlo. – La voz de Lindor era bien modulada, y hablaba deprisa, aunque tajante-. La iluminación general se mantiene baja por razones psicológicas. Si la luz es muy potente, mentalmente, la transforman en calor. Nos llegan quejas cuando aumentamos la luz, incluso aunque disminuyamos la temperatura.

–La computarización parece perfecta -observó Dors-. No entiendo por qué todas las operaciones no son confiadas a la computadora. Este tipo de ambiente está hecho para la inteligencia artificial.

–Tiene toda la razón -asintió Lindor-, pero tampoco podemos arriesgarnos a tener fallos. Necesitamos gente en el punto donde puede presentarse alguno. Una computadora que deja de funcionar bien puede crear problemas a dos mil kilómetros de distancia.

–También puede hacerlo el error humano, ¿no es verdad? – sugirió Seldon.

–Sí, pero con computadoras y seres humanos trabajando a un tiempo en lo mismo, el error de la computadora puede ser detectado y corregido rápidamente por las personas, y a la inversa, el error humano puede ser detectado de inmediato por las computadoras. Todo ello se resume en que no puede ocurrir nada grave a menos que el error humano y el de la computadora tenga lugar en el mismo instante. Y eso es prácticamente imposible que ocurra.

–Casi nunca, pero nunca… Las computadoras no son lo que solían, y la gente tampoco.

–Eso es lo que parece siempre -rió Seldon.

–No, no. No hablo por hablar. No me refiero a los buenos viejos tiempos. Estoy hablando de estadísticas.

Seldon recordó entonces que Hummin le había hablado de la degeneración de los tiempos.

–¿Ve a lo que me refiero? – dijo Lindor bajando la voz-. Allí hay un grupo de personas, que por su aspecto parecen de nivel C-3, bebiendo. Ni uno solo de ellos está en su puesto.

–¿Qué están bebiendo? – preguntó Dors.

–Fluidos especiales para remplazar la pérdida electrolítica. Zumo de frutas.

–Entonces, no puede censurarles, ¿verdad? – exclamó Dors, indignada-. Con tanto calor seco, es necesario beber.

–¿Sabe cuánto tiempo pierde un especialista C-3 con la bebida? Y no podemos hacer nada. Si los autorizáramos a beber pero los atosigáramos para que no se agruparan todos al mismo tiempo, provocaríamos una rebelión.

Entretanto, iban acercándose al grupo. Había hombres y mujeres (la sociedad de Dahl parecía más o menos equisexual) y ambos sexos iban sin camisa. Las mujeres llevaban unas prendas que podían llamarse sostenes, pero que eran estrictamente funcionales. Servían para elevar los senos, lo que facilitaba la respiración y limitaba el sudor, mas no servían para cubrir nada.

–Eso es sensato -dijo Dors a Seldon en un aparte-. Yo ya estoy empapada.

–Quítate el sostén, si así lo deseas. Yo no levantaré un dedo para impedírtelo.

–Me figuraba que iba a ser así -murmuró ella, y dejó el sostén donde estaba.

Cuando se encontraban junto al grupo de personas congregadas…, una docena más o menos, Dors advirtió:

–Si alguno de ellos hace un comentario grosero, dejadle, sobreviviré.

–Gracias -susurró Lindor-. No puedo prometerle que no lo hagan… Pero no tendré más remedio que presentarles. Si llegaran a imaginar que ambos son inspectores acompañados por mí, se desmandarían. Los inspectores fisgan por su cuenta sin que nadie de la Dirección los supervise. – Levantó los brazos y anunció-: Caloreros, he de presentarles a dos personas. Tenemos visitantes de fuera… Dos eruditos procedentes del mundo exterior. Sus mundos poseen poca energía y han venido para ver cómo lo hacemos en Dahl. Creen que podrán aprender algo.

–¡Aprenderán a sudar! – gritó un calorero y fue coreado por las risas de los demás.

–Ella tiene el pecho empapado de sudor cubierta como va -gritó también una mujer.

Dors, también a gritos, respondió:

–¡Me lo destaparía, pero no puedo competir con vosotras!

Entonces, las risas se volvieron bien intencionadas.

Un muchacho dio unos pasos hacia delante mirando a Seldon intensamente, con el rostro contraído, grave.

–¡Lo conozco! ¡Usted es el matemático!

Y se adelantó corriendo, mirando el rostro de Seldon con ansiosa solemnidad. En un gesto automático, Dors se colocó delante de Seldon y Lindor delante de ella, gritando:

–¡Atrás, calorero! ¡Cuida tus modales!

–¡Espere! Deje que me hable -exclamó Seldon-. ¿Por qué está todo el mundo delante de mí?

–Si alguno de ellos se acerca -respondió en voz baja Lindor-, descubrirá que no huelen como flores de invernadero.

–Lo aguantaré -cortó Seldon-. Joven, ¿qué es lo que desea?

–Me llamo Amaryl. Yugo Amaryl. Le he visto a usted en holovisión.

–Tal vez sí, ¿y qué?

–No recuerdo su nombre.

–Ni falta que le hace.

–Habló de algo llamado la psicohistoria.

–No sabe cuánto he deseado no haberlo hecho.

–¿Cómo?

–Nada. ¿Qué quiere?

–Deseo hablar con usted. Sólo un momento. Ahora.

Seldon miró a Lindor, quien sacudió la cabeza.

–No, mientras está en su turno de trabajo.

–¿Cuándo empieza su turno, Amaryl? – preguntó Seldon.

–A las dieciséis.

–¿Puede visitarme mañana a las catorce?

–Ya lo creo. ¿Dónde?

Seldon se volvió a Tisalver.

–¿Me permitirá que lo vea en su casa?

–No es necesario -repuso Tisalver, que parecía muy disgustado-. No es más que un calorero.

–Me ha reconocido. Sabe algo de mí. No puede ser un cualquiera. Lo recibiré en mi habitación. Mi habitación -repitió, al ver que el rostro de Tisalver seguía preocupado-, por la que usted recibe un alquiler. Además, a esa hora estará en su trabajo, fuera de casa.

–No es por mí, doctor Seldon -confesó en voz baja Tisalver-. Es por mi mujer, por Casilia. Ella no lo permitirá.

–Yo le hablaré. Tendrá que permitirlo.

64

Casilia Tisalver desorbitó los ojos

–¿Un calorero? En mi casa, no.

–¿Por qué no? Además, vendrá a mi habitación. A las catorce en punto.

–¡No pienso tolerarlo! – insistió Mrs. Tisalver-. Esto es lo que ocurre por bajar a los hoyos de calor. Jirad es un imbécil.

–En absoluto, señora. Bajamos porque yo lo pedí y nos quedamos fascinados. Debo ver a ese joven, pues es necesario para mi trabajo de erudición.

–Siento que sea así, pero no lo permitiré.

Dors Venabili alzó la mano.

–Hari, deja que lo resuelva yo. Mrs. Tisalver, si el doctor Seldon debe ver a alguien esta tarde, en su habitación, la persona de más implica un pago adicional. Nos damos cuenta. Por hoy, pues, el alquiler de la habitación del doctor Seldon, costará el doble.

Mrs. Tisalver pareció reflexionar.

–Bueno, es muy considerado por su parte, pero no sólo se trata de dinero. Hay que tener en cuenta los vecinos. Un calorero sudado y maloliente…

–Dudo de que, a las catorce, él venga sudado y oliendo mal, señora, pero déjeme continuar. Puesto que el doctor Seldon tiene que verle, si no puede recibirle aquí, tendrá que ir a otra parte, y no podemos andar corriendo de un lugar a otro. Sería un gran inconveniente para nosotros. Por tanto, lo que vamos a hacer es buscar una habitación en otra parte. No será fácil, ni nos gustará hacerlo, pero no tendremos más remedio. Así que le pagaremos hasta hoy y nos iremos, y, desde luego, tendremos que explicarle a Mr. Hummin la razón que nos ha obligado a modificar el arreglo que con tanta amabilidad gestionó para nosotros.

–Espere. – El rostro de la mujer era la imagen del cálculo-. No nos gustaría desagradar a Mr. Hummin…, o a ustedes dos. ¿Cuánto tiempo permanecerá ese individuo aquí?

–Llegará a las catorce. Empieza su trabajo a las dieciséis. Por lo tanto, estará menos de dos horas, tal vez mucho menos. Le esperaremos fuera, ambos, y le acompañaremos a la habitación del doctor Seldon. Cualquier vecino que nos vea pensará que es un amigo nuestro, un forastero.

La mujer movió la cabeza afirmativamente.

–Sea como usted dice. Doble alquiler, hoy, por la habitación del doctor Seldon y el calorero lo visitará, mas sólo por hoy.

–Sólo esta vez -aseguró Dors.

Poco después, cuando Seldon y Dors estaban sentados en la alcoba de ésta, ella le preguntó:

–¿Por qué tienes que verle, Hari? ¿Entrevistar a un calorero es también importante para la psicohistoria?

Seldon creyó detectar un ligero sarcasmo en la voz de Dors.

–No tengo por qué basarlo todo en mi inmenso proyecto -se apresuró a protestar él-, en el que tengo puesta muy poca esperanza. También soy un ser humano con curiosidad humana. Hemos estado horas allá abajo, en los hoyos de calor y pudiste ver cómo eran los obreros. Gente, obviamente, sin educación. Individuos de bajo nivel (que conste que no estoy haciendo un juego de palabras); no obstante, uno de ellos me reconoció. Debió haberme visto en holovisión, cuando la Convención Decenal, y recordaba la palabra «psicohistoria». No me parece normal, está por completo fuera de lugar…, y me gustaría hablarle.

–¿Por qué agrada a tu vanidad ser conocido incluso por los caloreros de Dahl?

–Sí…, quizá. Pero también porque despierta mi curiosidad.

–¿Cómo sabes que no ha sido manipulado y que se propone comprometerte igual que ha ocurrido en otras ocasiones?

–No dejaré que pase sus dedos por mi cabello. En todo caso, nos hallamos más preparados, ahora, ¿verdad? Además, estoy seguro de que te quedarás conmigo. Quiero decir, aunque me dejaste subir solo a
Arriba
, y me dejaste ir solo a las microgranjas con Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, no vas a dejarme solo ahora, ¿verdad?

–Puedes estar absolutamente seguro de que no lo haré -prometió Dors.

–Muy bien, yo hablaré con el muchacho, y tú vigilarás las posibles trampas. Gozas de toda mi confianza.

65

Amaryl llegó unos minutos antes de las catorce, un poco temeroso. Iba bien peinado y su frondoso bigote aparecía cepillado y un poco retorcido en las puntas. Su camiseta era de un blanco deslumbrante. Olía, pero era un olor a fruta, que, sin duda, procedía del uso, ligeramente entusiasta, de perfume. Llevaba una bolsa.

Seldon, que le había estado esperando fuera, lo cogió de un brazo, Dors del otro, y los tres entraron rápidamente en el ascensor. Habiendo llegado al nivel correcto, cruzaron el apartamento y entraron en la habitación de Seldon.

–Nadie en casa, ¿eh? – comentó Amaryl con voz algo avergonzada.

–Todo el mundo trabaja -respondió Seldon, imperturbable, y le indicó el único asiento de la estancia, un almohadón en el suelo.

–No -protestó Amaryl-, no lo necesito. Uno de ustedes dos puede usarlo. – Se sentó en el suelo con un gracioso movimiento.

Dors lo imitó, sentándose al borde de la colchoneta de Seldon, pero éste se dejó caer con torpeza, teniendo que ayudarse con las manos, incapaz de encontrar una postura cómoda para las piernas.

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