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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (5 page)

BOOK: Preludio a la fundación
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–No volverán en la vida. Pero puede que alguno de esos valientes que han salido del parque con tanta rapidez, en su afán de evitarse un espectáculo desagradable, haya alertado a la Policía.

–Estupendo, Tenemos los nombres de los gamberros, y podemos describirles a la perfección.

–¿Describirles? ¿Y para qué iba a querer la Policía su descripción?

–Nos han asaltado…

–No seas tonto. No tenemos ni un arañazo. Ellos son virtualmente carne de hospital, sobre todo Alem. Nosotros seríamos los acusados.

–Pero eso es imposible. La gente ha sido testigo de que…

–No llamarían a nadie…, Seldon, métetelo en la cabeza. Esos dos vinieron a buscarte…, a ti, específicamente. Les dijeron que llevabas ropas de Helicón y te describieron con todo detalle. Quizás incluso les mostraron tu holografía. Sospecho que fueron enviados por la gente que controla a la Policía, así que no nos quedemos aquí ni un minuto más.

Hummin echó a andar rápidamente, con la mano cerrada sobre el brazo de Seldon. Éste encontró imposible desprenderse de ella y, sintiéndose como un niño en manos de una niñera impetuosa, lo siguió.

Se metieron en una galería y, antes de que los ojos de Seldon se acostumbraran a la penumbra, oyeron el chirriar de los frenos de un coche.

–Ahí están -murmuró Hummin-. Más deprisa, Seldon. – Saltaron a un corredor mecánico y se perdieron entre la multitud.

7

Seldon había tratado inútilmente de persuadir a Hummin de que le llevara a la habitación de su hotel, pero aquél no quiso hacerle caso.

–¿Estás loco? – preguntó a media voz-. Los tienes allí, esperándote.

–Pero todas mis cosas también están allí, esperándome.

–Pues tendrán que seguir allí.

Se hallaban en una pequeña habitación, en un agradable edificio de apartamentos que podía encontrarse en cualquier lugar, por lo que a Seldon se refería. Miró a su alrededor. La mayor parte de la estancia estaba ocupada por una mesa y una silla, una cama y una computadora de salida. No había ni cocina, ni lavabo de ningún tipo, aunque Hummin le había indicado un lavabo comunal en el vestíbulo. Alguien había entrado, antes de que Seldon hubiera terminado del todo, echando una breve y curiosa mirada a la ropa de Seldon, más que al propio Seldon, para luego desviar la vista.

Seldon se lo comentó a Hummin, quien sacudió la cabeza e insistió:

–Debemos deshacernos de tu ropa. Es una pena que Helicón esté tan pasado de moda…

–¿Cuánto de todo esto es producto de tu imaginación, Hummin? – protestó Seldon con impaciencia-. Me tienes medio convencido y a lo mejor no es más que una especie de…, de…

–¿Estás buscando la palabra «paranoia»?

–Pues sí, en efecto. Puede que no se trate más que de tu paranoica imaginación.

–Piensa un poco, ¿quieres? No puedo discutirlo matemáticamente, pero tú has visto al Emperador. No lo niegues. Él quería algo de ti, y no se lo has dado. Tampoco lo niegues. Sospecho que los detalles del futuro son lo que él desea y tú se los has negado. Quizá Demerzel piensa que simulabas no tener detalles…, porque te reservas para un mejor postor, o para alguien que apuesta por ti. ¿Quién sabe? Te he dicho que si Demerzel quiere cogerte, te encontrará, estés donde estés. Te lo comenté antes de que aquella pareja de matones apareciera en escena. Soy periodista y trantoriano. Sé cómo funcionan las cosas aquí. En un momento dado, Alem dijo: «Éste es el que buscamos», ¿te acuerdas?

–Resulta que sí, me acuerdo.

–Para él, yo era sólo el «otro hijo de lacayo» que debían apartar mientras él se dedicaba al verdadero encargo de atacarte.

Hummin se sentó en la silla y señaló la cama.

–Échate, Seldon. Ponte cómodo. Quienquiera que enviara a la pareja… (debió de ser Demerzel en mi opinión), puede enviar a otros, así que debemos deshacernos de toda tu ropa. Creo que cualquier otro heliconiano de este sector, descubierto con ropas de su mundo, lo pasará mal hasta que pueda demostrar que no se trata de ti.

–¡Venga ya!

–Lo digo en serio. Tendrás que desnudarte y las atomizaremos…, si podemos llegar lo bastante cerca de una unidad de eliminación sin ser vistos. Antes de que lo hagamos habré de conseguirte un equipo trantoriano. Eres un poco más bajo que yo y tendré que recordarlo. Si no te cae demasiado bien, no importa…

–No tengo créditos para pagarlo -protestó Seldon-. No los llevo encima. Todo lo que poseo, y no es mucho, se halla en mi caja fuerte del hotel.

–Nos preocuparemos de eso en otro momento. Deberás permanecer aquí una o dos horas mientras yo voy en busca de la ropa necesaria.

Seldon abrió los brazos y suspiró con resignación.

–Está bien. Si tan importante es, esperaré.

–¿No intentarás regresar a tu hotel? ¿Palabra de honor?

–Palabra de matemático. Pero estoy realmente avergonzado por todas las molestias que te tomas por mí. Y el gasto. Después de todo lo que me has dicho de Demerzel, creo que, en realidad, no venían a lastimarme o raptarme. Con lo único que me amenazaron fue con arrebatarme la ropa.

–En absoluto. También iban a llevarte al espaciopuerto y meterte en una nave con destino a Helicón.

–Pero ésa fue una amenaza tonta…, que yo no podía tomarme en serio.

–¿Por qué no?

–Pues porque me voy a Helicón. Se lo dije a ellos. Me voy mañana.

–¿Sigues pensando marcharte mañana? – preguntó Hummin.

–Desde luego. ¿Por qué no?

–Hay enormes razones de por qué no.

–Venga, Hummin -se enfadó Seldon-, no puedo seguir jugando este juego. He terminado aquí y quiero volver a casa. Mis billetes están en la habitación del hotel. De no ser así, intentaría canjearlos por un viaje para hoy. Lo digo en serio.

–No puedes volver a Helicón.

–¿Por qué no? – exclamó, enfurecido-. ¿Es que también estarán esperándome allí?

Hummin asintió.

–No te sulfures, Seldon. También te esperaban allí. Escúchame. Si te vas a Helicón es lo mismo que ponerte en manos de Demerzel. Helicón es un territorio Imperial, bueno, seguro. ¿Se ha rebelado Helicón alguna vez? ¿Ha seguido, alguna vez, la bandera de algún anti-Emperador?

–No, no lo ha hecho…, y por una razón. Está rodeado por mundos mayores. Depende de la paz Imperial para su seguridad.

–¡Exactamente! Por lo tanto, las fuerzas Imperiales de Helicón pueden contar con la plena cooperación del Gobierno local. Estarías sometido a una estrecha vigilancia en todo momento. En cualquier momento en que Demerzel te reclamara, podría apoderarse de ti. Y, excepto por el hecho de que ahora te estoy poniendo en guardia, no sabrías nada de esto y trabajarías con plena libertad, lleno de falsa seguridad.

–¡Es ridículo! Si me quería en Helicón, ¿por qué no me dejó simplemente en paz? Mañana me marchaba. ¿A santo de qué enviarme esos dos gamberros para apresurar mi marcha en unas horas y correr así el riesgo de ponerme sobre aviso?

–¿Y por qué le iba a hacer pensar que te ponía sobre aviso? Ignoraba que yo estaría contigo, sumiéndote en lo que llamas «mi paranoia».

–Incluso sin la cuestión de ponerme sobre aviso, ¿a qué tanto jaleo para que saliera unas horas antes?

–Quizá porque pensaba que podías cambiar de idea.

–Y marcharme…, ¿a dónde, si no era a casa? Si podía cogerme en Helicón, podría cogerme en cualquier otra parte, en…, en Anacreon, por ejemplo, que está a unos buenos diez mil
pársecs
de distancia…, caso de que se me ocurriera ir allí. ¿Qué significa la distancia para las naves hiperespaciales? Incluso si encontrara un mundo no del todo dependiente de las fuerzas Imperiales como es Helicón, ¿qué mundo está ahora en rebeldía? El Imperio se halla en paz. Aunque algunos mundos se encuentren resentidos, todavía debido a las injusticias del pasado, ninguno va a desafiar a las fuerzas armadas Imperiales para protegerme. Además, en ninguna parte, salvo Helicón, seré un ciudadano local y ni siquiera se tendría en cuenta el principio de ayudar a mantener el Imperio a raya.

Hummin le escuchaba, paciente, asintiendo ligeramente con la cabeza, pero con la expresión tan grave y tan imperturbable como siempre.

–Tu razonamiento es bueno, por ahora -observó-, pero hay un mundo que no está realmente sometido al control del Emperador. Eso es, creo, lo que más preocupa a Demerzel.

Seldon se quedó pensativo, repasando la historia reciente y encontrándose incapaz de elegir un mundo en el que las fuerzas Imperiales no pudieran actuar.

–¿Qué mundo es ése? – preguntó al fin.

–Te encuentras en él, lo cual, precisamente, hace el asunto tan peligroso a los ojos de Demerzel, me figuro. No es tanto el que esté deseando que vuelvas a Helicón, sino que está ansioso por hacerte marchar de Trantor antes de que se te ocurra quedarte por cualquier razón, aunque sólo fuera la turística.

Ambos guardaron silencio unos minutos.

–¡Trantor! – comentó Seldon con sarcasmo-. La capital del Imperio, con la base de la flota en una estación espacial en órbita a su alrededor, y con las mejores unidades del Ejército acuarteladas aquí. Si crees que Trantor es el mundo seguro, estás progresando de paranoia a fantasía absoluta.

–No. Tú eres el Mundo Exterior, Seldon. No sabes lo que es Trantor. Es cuarenta mil millones de personas y hay pocos otros mundos con siquiera la décima parte de esa población. Se trata de un complejo tecnológico y cultural inimaginable. Donde nos encontramos ahora, es el Sector Imperial…, con el más alto nivel de vida de la Galaxia y enteramente poblado de funcionarios Imperiales. Pero en cualquier otra parte del planeta hay más de ochocientos sectores, alguno de ellos con subculturas diferentes por completo de la que tenemos aquí e intocables la mayoría de ellos por parte de las fuerzas Imperiales.

–¿Por qué intocables?

–El Imperio no puede ejercer fuerza efectiva contra Trantor. Hacerlo así, equivaldría a desplazar una faceta u otra de la tecnología en que el planeta entero está apoyado. La tecnología se encuentra tan interrelacionada que el hacer saltar una de las interconexiones sería tanto como desmantelar el conjunto. Créeme, Seldon, nosotros, los de Trantor, observamos lo que ocurre cuando hay un terremoto que evita ser detenido, una erupción volcánica que no puede apagarse a tiempo, una tormenta que no se desvía o, simplemente, un error humano no detectado. El planeta se tambalea y hay que hacer hasta el último esfuerzo para que el equilibrio se restablezca en el acto.

–Jamás he oído tal cosa.

Una sonrisa fugaz iluminó el rostro de Hummin.

–¡Claro que no! ¿Quieres acaso que el Imperio anuncie la debilidad de su médula? Sin embargo, como periodista, sé todo lo que ocurre y que los Mundos Exteriores ignoran, incluso cuando gran parte de Trantor lo ignora también, incluso cuando la presión Imperial se esfuerza por ocultar los acontecimientos. ¡Créeme! El Emperador sabe…, y Eto Demerzel sabe…, aunque tú no lo sepas, que perturbar a Trantor puede destruir el Imperio.

–Entonces, ¿sugieres que me quede en Trantor por esta razón?

–Sí. Puedo llevarte a un lugar de Trantor donde te encontrarás a salvo de Demerzel. No tendrás que cambiar tu nombre, podrás operar abiertamente, y no te tocará. Por eso, él quería obligarte a salir de Trantor de inmediato; de no haber sido por ese juego del destino que nos ha reunido y por tu sorprendente habilidad para defenderte, lo habría conseguido.

–Pero, ¿cuánto tiempo tendré que permanecer en Trantor?

–Mientras tu seguridad lo requiera, Seldon. Tal vez el resto de tu vida.

8

Hari Seldon contempló su holografía proyectada por el dispositivo de Hummin. Era más impresionante y útil de lo que hubiera sido un espejo. En realidad, parecía como si en la habitación hubiera dos Seldon.

Éste se fijó en la manga de su nueva vestidura. Su personalidad heliconiana le hacía desear que los colores fueran menos brillantes, pero estaba agradecido a Hummin, que había elegido colores más apagados de lo que era habitual en ese mundo. (Seldon recordó las ropas que llevaban sus dos atacantes y se estremeció interiormente).

–Y supongo que tendré que usar este sombrero -murmuró.

–En el Sector Imperial, sí. Aquí, circular con la cabeza descubierta es de baja categoría. En otros sectores, las reglas son diferentes.

Seldon suspiró. El sombrero redondo estaba hecho de un material blando y se adaptaba a su cabeza al ponérselo. Toda el ala tenía la misma anchura alrededor, pero era más estrecha que en los sombreros que llevaban sus atacantes. Seldon se consoló al observar que cuando llevaba el sombrero el ala se curvaba graciosamente.

–Pero no tiene barboquejo.

–Por supuesto. Eso es para los pisaverdes que van a la última.

–¿Para los qué?

–Un pisaverde es alguien que lleva las cosas por su valor de impacto. Estoy seguro de que en Helicón también tenéis jóvenes así.

–Los hay que llevan el pelo hasta el hombro por un lado y afeitado por el otro -rió al recordarlo.

–Supongo que parecerá indeciblemente feo -murmuró Hummin conteniendo la sonrisa.

–Peor. Hay partidarios del lado derecho y partidarios del izquierdo, y cada uno encuentra horrenda la versión del otro. Los dos grupos suelen organizar luchas callejeras.

–Entonces, creo que podrás soportar el sombrero, en especial sin el barboquejo.

–Me acostumbraré -comentó Seldon.

–Llamará algo la atención. En primer lugar, porque es discreto y te hace parecer que estás de luto. Y porque no encaja del todo. También lo llevas con evidente malestar. No obstante, pasaremos poco tiempo en el Sector Imperial… ¿Te has visto bien ya? – Y el hológrafo se apagó.

–¿Cuánto te ha costado todo esto? – preguntó Seldon.

–¿Qué importa?

–Me molesta estar en deuda contigo.

–No te preocupes. Ha sido cosa mía. Pero llevamos demasiado tiempo aquí. Habrán dado mi descripción, estoy seguro. Me identificarán y vendrán aquí por mí.

–En ese caso, el dinero que has gastado tiene poca importancia. Te estás poniendo en peligro por mi causa. En peligro personal.

–Lo sé. Pero lo he elegido con entera libertad y sé cuidarme.

–Pero, ¿por qué…?

–Más tarde discutiremos la filosofía del caso… He atomizado tus ropas, por cierto, y no creo que me hayan visto. Hubo, claro, un aumento de energía, y quedará registrado. Alguien podría deducir lo que ha ocurrido, mas…, resulta difícil ocultar cualquier acción cuando hay ojos que vigilan y mentes despiertas. Esperemos hallarnos lejos y a salvo cuando ellos consigan sumar dos y dos.

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