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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (2 page)

BOOK: Preludio a la fundación
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¿Cuántas personas llegaban a entrevistarse con el Emperador? En persona, no en holovisión. ¿Cuánta gente veía al auténtico, tangible, Emperador, un emperador que nunca abandonaba esas tierras imperiales por las que ahora él, Seldon, circulaba?

El número era sorprendentemente pequeño. Veinticinco millones de mundos habitados, cada uno con su carga de mil millones de seres humanos o más…, y entre todos esos cuatrillones de seres, ¿cuántos habían, o conseguirían alguna vez, puesto los ojos en el Emperador viviente? ¿Mil?

¿Acaso le importaba a alguien? El Emperador no era más que el símbolo del Imperio, como la
Nave Espacial
y el
Sol
, pero menos penetrante, mucho menos real. Eran sus soldados y sus funcionarios, arrastrándose por todas partes, los que representaban a un imperio que se había convertido en un peso muerto sobre su gente…, no el Emperador.

Así ocurrió que, cuando Seldon fue acompañado hasta una estancia de tamaño moderado y amueblado con gran lujo y encontró a un hombre de aspecto joven sentado en el borde de una mesa, en una especie de mirador, con un pie en el suelo y el otro balanceándose desde el borde, empezó a preguntarse si un funcionario lo miraría de aquel modo tan amable y tranquilo. Varias veces había experimentado el hecho de que los funcionarios del Gobierno, y los del servicio imperial ante todo, tenían aspecto grave siempre, como si sobre sus hombros descansara el peso de la Galaxia entera. Y también parecía que cuanto menos importantes eran, más graves se mostraban y más amenazadora era su expresión.

Éste, pues, debía ser un funcionario de tan alta categoría, con el sol del poder brillando sobre él, que no creía necesario afirmarse con nubes de expresiones torvas.

Seldon no estaba seguro de cuan impresionado debía mostrarse, así que decidió guardar silencio y dejar que el otro hablara primero.

–Creo que tú eres Hari Seldon. El matemático -dijo el funcionario.

–Sí, señor -contestó Seldon, escueto. Y esperó.

El joven movió el brazo.

–Deberías decir
Sire
, pero detesto las ceremonias. Es lo único que me dan y estoy harto de ellas. Ahora nos encontramos a solas y me voy a dar el gustazo de saltarme el protocolo. Siéntate, profesor.

A mitad de este discurso, Seldon se dio cuenta de que estaba hablando con el emperador Cleon, primero de este nombre, y se quedó sin aliento. Notó un vago parecido (ahora que lo miraba) con la holografía oficial que aparecía constantemente en las noticias, pero en aquella holografía, Cleon iba siempre vestido de ceremonia, parecía más alto, más noble, con una expresión más fría.

Y delante de él estaba el original de la holografía, el cual, en cierto modo, parecía de lo más corriente.

Seldon no se movió.

El Emperador frunció el ceño ligeramente y, con la costumbre de mando siempre presente, incluso en su intento de abolirla, por lo menos de manera temporal, dijo tajante:

–Te he dicho «siéntate, profesor». Esa silla. Deprisa.

Seldon le obedeció sin decir palabra.

–Sí,
Sire
-consiguió murmurar.

–Eso está mejor -sonrió Cleon-. Ahora, podemos hablar como dos seres humanos que, después de todo, es lo que somos una vez abolido el protocolo. ¿Eh, hombre?

–Si Su Majestad Imperial opina que es así, así será -respondió Seldon, cauteloso.

–Venga, hombre, ¿a qué viene tanta cautela? Quiero que hablemos en igualdad de términos. Tengo ganas de hacerlo. Compláceme.

–Sí,
Sire
.

–Un sencillo sí, hombre. ¿Es que no va a haber modo de entendernos?

Cleon miró a Seldon fijamente y éste pensó que aquella mirada era viva e interesada.

–No pareces un matemático -dijo el Emperador finalmente.

Seldon se sintió capaz de sonreír.

–No tengo idea de lo que debería parecer un matemático, Alt…

Cleon levantó la mano admonitoriamente y Seldon se tragó el título.

–El cabello blanco, supongo -prosiguió Cleon-. Con barba tal vez. Viejo, desde luego.

–Pero, incluso los matemáticos tienen que ser jóvenes para empezar.

–Pero, entonces, carecen de reputación. Para cuando llegan a llamar la atención de la Galaxia, se han vuelto como yo los he descrito.

–Me temo que carezco de reputación.

–Sin embargo, hablaste en la convención celebrada aquí.

–Muchos de nosotros lo hicimos. Algunos más jóvenes que yo. Mas muy pocos de nosotros llamamos la atención.

–Al parecer, tu comunicación llamó la atención de algunos de mis funcionarios. Se me ha dado a entender que crees posible predecir el futuro.

Seldon se sintió abrumado de pronto. Parecía como si esa mala interpretación de su teoría se repitiera constantemente. Quizá no debió presentar su comunicación.

–En realidad, no del todo -protestó-. Lo que he hecho es algo mucho más limitado. En muchos sistemas, la situación es tal que, bajo determinados condicionantes, se desarrollan acontecimientos caóticos. Lo cual significa que, dado un determinado punto de partida, es imposible predecir resultados. Esto es cierto incluso en algunos sistemas muy simples, pero cuanto más complejo sea el sistema, más probabilidades hay de que se vuelva caótico. Siempre se ha pensado que algo tan complicado como la sociedad humana tenía que convertirse en un caos y, por tanto, en impredecible. Pero lo que yo he hecho ha sido demostrar que, si se estudia la sociedad humana se puede elegir un punto de partida y llevar a cabo los supuestos apropiados para suprimir el caos. Esto haría posible predecir el futuro, no con todo detalle, desde luego, pero con un amplio alcance; sin excesiva certeza, mas con probabilidades calculables.

–Pero, ¿no significa esto que has demostrado cómo se predice el futuro? – preguntó el Emperador que lo había escuchado con atención.

–Repito, que no del todo. Sólo he demostrado que es teóricamente posible, nada más. Para hacerlo como vos decís, tendríamos que elegir realmente un punto de partida correcto, hacer suposiciones correctas y encontrar el modo correcto de llevar a cabo los cálculos en un tiempo finito. Nada. En mis argumentos matemáticos, nada nos dice cómo conseguir algo así. Incluso si pudiéramos llevarlo a cabo obtendríamos, como mucho, una evolución de las probabilidades. Y eso no significa predecir el futuro; únicamente, adivinar lo que puede ocurrir. Cada político afortunado, o negociante, o ser humano de cualquier tipo, debe calibrar esos pronósticos del futuro, y hacerlo muy bien, porque, de lo contrario, él, o ella, no alcanzaría el éxito.

–Lo consiguen sin matemáticas.

–Cierto. Por intuición.

–Con las matemáticas apropiadas, cualquiera podría evaluar las probabilidades. No sería preciso tomar al raro ser humano que consigue el éxito gracias a un asombroso sentido intuitivo.

–Cierto también, pero me he limitado a demostrar que el análisis matemático es posible, no que sea práctico.

–¿Cómo puede algo ser posible y no ser práctico?

–Para mí, es teóricamente posible visitar cada mundo de la Galaxia y saludar a cada persona de cada uno de ellos. No obstante, me llevaría más tiempo que los años que me restan de vida, incluso si yo fuera inmortal; la velocidad a la que los seres humanos nacen es mayor que la velocidad a la que yo podría entrevistar a los viejos, y, precisando más, los seres humanos viejos morirían en gran número antes de que me fuera posible llegar a ellos.

–¿Y es este tipo de cosa la verdad de tu matemática del futuro?

Seldon vaciló, y luego continuó:

–Podría ser que la matemática tardara demasiado tiempo en dar resultados, incluso si dispusiéramos de una computadora del tamaño del Universo trabajando a velocidad hiperespacial. Cuando recibiéramos las respuestas, habrían transcurrido los años suficientes para que la situación estuviera tan alterada que hiciera que la respuesta careciera ya de sentido.

–¿Por qué no puede simplificarse el proceso? – preguntó Cleon tajante.

–Su Majestad Imperial… -Seldon observó que el Emperador se iba poniendo más protocolario a medida que las respuestas iban gustándole menos y por ello respondió con más ceremonia-. Considerad la forma en que los científicos han tratado las partículas subatómicas. Hay gran cantidad de ellas moviéndose o vibrando cada una al azar y de forma impredecible…, mas ese caos resulta tener un orden de fondo, así que podemos trabajar una mecánica cuántica que responda a todas las preguntas que sabemos cómo plantear. Al estudiar la sociedad, colocamos a los seres humanos en el lugar de las partículas subatómicas, aunque, en este caso, deberemos añadir el factor que es la mente humana. Las partículas se mueven al azar; los seres humanos, no. El tomar en cuenta las diversas actitudes e impulsos de la mente añade tanta complejidad al estudio que se carece de tiempo para ocuparse de todo.

–¿Y no podría la mente, al igual que la moción sin sentido, tener un orden de base?

–Quizá. Mi análisis matemático da a entender que el orden por más desordenado que parezca, debe ser el fundamento de todo, pero no nos da el menor indicio de cómo puede encontrarse este orden de base. Pensad… Veinticinco millones de mundos, cada uno de ellos con sus características y cultura, significativamente distinto de los demás; cada uno con sus mil millones o más de seres humanos y con su mente individual, y todos los mundos interactuando de innumerables modos y combinaciones. ¡Por más teóricamente posible que pueda ser un análisis psicohistórico, no es probable que pueda hacerse de cualquier forma práctica!

–¿Qué quieres decir con «psicohistórico»?

–Me refiero a la evaluación teórica de las probabilidades concerniendo al futuro, como «psicohistoria».

El Emperador se puso en pie de pronto, anduvo hasta el otro extremo de la estancia, volvió, y se plantó delante del todavía sentado Seldon.

–¡Levántate! – ordenó.

Seldon lo hizo así y observó al ligeramente más alto Emperador. Se esforzó por no desviar la mirada.

–Esta psicohistoria tuya… -dijo Cleon al fin-, si pudiera llevarse a la práctica, resultaría muy útil, ¿no es verdad?

–De una enorme utilidad, por supuesto. Saber lo que guarda el futuro, aunque fuera del modo más general y probable, nos serviría como una nueva y maravillosa guía de nuestras acciones, una guía que la Humanidad jamás ha poseído. Pero desde luego… -Calló.

–¿Qué? – exclamó Cleon impaciente.

–Pues que, en apariencia, excepto por unos pocos que toman decisiones, los resultados del análisis psicohistórico deberían permanecer ignorados por el público.

–¡Ignorados! – repito Cleon, sorprendido.

–Está muy claro. Dejad que trate de explicároslo. Si se hace un análisis psicohistórico y sus resultados son entregados al público, las diversas reacciones y emociones de la Humanidad se distorsionarían en el acto. El análisis psicohistórico, basado en emociones y reacciones que tienen lugar sin conocimiento del futuro, no tiene sentido. ¿Lo comprendéis?

Los ojos del Emperador centellearon y se echó a reír.

–¡Maravilloso!

Dejó caer la mano sobre el hombro de Seldon, y éste se tambaleó ligeramente bajo el impacto.

–¿No lo ves, hombre? ¿No te das cuenta? Ahí tienes para lo que sirve. No necesitas predecir el futuro. Elige, sencillamente, un futuro cualquiera…, un buen futuro, un futuro útil…, y haz el tipo de predicción que altere las emociones y reacciones humanas de tal forma que el futuro que has predicho se realice. Mejor fabricar un buen futuro que predecir uno malo.

–Comprendo lo que queréis decir,
Sire
-comentó Seldon ceñudo-, pero eso resulta igualmente imposible.

–¿Imposible?

–Bien, en todo caso, nada práctico. ¿No lo veis? Si no se puede empezar con emociones y reacciones humanas y predecir el futuro que provocarán, tampoco puede hacerse lo contrario. No se puede empezar con un futuro y predecir las emociones y reacciones que lo harán posible.

Cleon pareció frustrado. Apretó los labios y preguntó:

–¿Y tu comunicación…? – preguntó-. Es así como lo llamas, ¿comunicación…? ¿De qué sirve?

–Se trataba de una demostración matemática nada más. Tocaba un punto interesante para los matemáticos, pero en mi mente nunca hubo la idea de que pudiera resultar útil de alguna forma.

–Lo encuentro repugnante -gritó Cleon, furioso.

Seldon se encogió ligeramente de hombros. Ahora más que nunca comprendía que no debía haber presentado su trabajo. ¿Qué sería de él si al Emperador se le metía en la cabeza que había sido tomado por tonto?

Y era evidente que Cleon no andaba lejos de pensar algo así.

–Sin embargo -dijo-, ¿qué te parece si predijeras el futuro, matemáticamente justificado o no; predicciones que los funcionarios del Gobierno, seres humanos cuya especialidad es conocer lo que es probable que el público haga, juzgaran ser del tipo que provoca reacciones útiles?

–¿Por qué me necesitáis para llevar eso a cabo? Los funcionarios gubernamentales podrían hacer las predicciones ellos mismos, y ahorrar trabajo al intermediario.

–Los funcionarios no conseguirían hacerlo con tanta efectividad. Los funcionarios gubernamentales realizan declaraciones de este tipo de vez en cuando. Y no son necesariamente creídos.

–¿Y por qué yo sí?

–Porque eres un matemático. Tú habrías calculado el futuro, no…, no intuido… Sí, ésta es la palabra.

–Pero yo no lo habría hecho.

–¿Y quién lo sabría? – Cleon le observó con los ojos entornados.

Siguió una pausa. Seldon se sintió atrapado. Si el Emperador le daba una orden directa, ¿sería prudente rehusar? Si rehusaba, podía ser encarcelado o ejecutado. No sin juicio, claro, pero sólo con grandes dificultades puede conseguirse que un juicio vaya en contra de los deseos de un duro funcionario, en especial uno que esté bajo las órdenes directas del Emperador del vasto Imperio Galáctico.

–No funcionaría -repuso por fin.

–¿Por qué no?

–Si me pidierais que predijera generalidades vagas que es posible que no ocurrieran hasta mucho después de que esta generación y, quizá, la siguiente, hubiera muerto, tal vez lográsemos algo, pero también, por el contrario, el público prestaría poca atención. Les importaría un comino saber de un dorado acontecimiento dentro de uno o dos siglos en el futuro.

»Para obtener buenos resultados -prosiguió Seldon-, tendría que predecir asuntos de mayor trascendencia, hechos inmediatos. Sólo a éstos respondería el público. Pero, más pronto o más tarde, quizá más pronto, uno de esos hechos dejaría de ocurrir y mi utilidad terminaría al instante. Con esto, vuestra popularidad podría acabar también, y lo peor de todo es que desaparecería todo apoyo al desarrollo de la psicohistoria de modo que no habría posibilidad de que ningún bien se derivara de ella si las futuras mejoras de penetración matemática ayudaran a acercarla algo más al reino de lo práctico.

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