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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (6 page)

BOOK: Preludio a la fundación
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9

Anduvieron por calles donde la luz era suave y amarilla. Los ojos de Hummin iban de un lado a otro, vigilantes, y mantuvo el paso a la misma velocidad de los demás peatones, ni adelantando, ni dejándose adelantar.

Mantenía una conversación indiferente, pero fluida, sobre tópicos insustanciales. Seldon, agitado e incapaz de hacer lo mismo, dijo:

–Parece haber muchos peatones por aquí. Hay filas interminables en ambas direcciones y en los cruces.

–¿Por qué no? – contestó Hummin-. Andar es el mejor modo de transporte en las distancias cortas, el más conveniente, más barato y más sano. Incontables años de avances tecnológicos no han podido cambiar esto… ¿Eres acrofóbico, Seldon?

Seldon miró por encima de la barandilla a su derecha, hacia un profundo declive que separaba las dos vías peatonales…, cada una en dirección opuesta entre los cruces espaciados con regularidad. Se estremeció de manera involuntaria.

–Si te refieres al temor de las alturas, por lo general, no. Pero mirar hacia abajo no resulta nada agradable. ¿Hasta dónde desciende?

–En este punto, creo que cuarenta o cincuenta niveles. Este tipo de corte es corriente en el Sector Imperial y en algunas otras regiones con un alto desarrollo. En muchos lugares se circula a lo que podríamos considerar el nivel del suelo.

–Imagino que esto fomentará los intentos de suicidio.

–Raramente. Hay métodos mucho más sencillos. Además, el suicidio no es una deshonra en Trantor. Uno puede acabar con su vida por diversos métodos reconocidos, en centros que existen a ese respecto…, si uno está dispuesto a someterse primero a cierta psicoterapia. Hay algún que otro accidente, por supuesto, pero ha sido por esto que te he preguntado acerca de la acrofobia. Nos dirigimos a una parada de taxis donde me conocen como periodista. Les he hecho algunos favores y, a veces, ellos me los devuelven. Se olvidarán de consignarme y no se fijarán en que viajo con un acompañante. Por supuesto, pagaré una buena prima y, también por supuesto, si la gente de Demerzel ejerce demasiada presión sobre ellos, tendrán que decir la verdad y achacar su fallo a una contabilidad descuidada, pero eso puede llevar un tiempo considerable.

–¿A santo de qué viene lo de la acrofobia?

–Pues porque podemos llegar allí mucho más deprisa si vamos en un ascensor gravítico. Poca gente lo utiliza y debo confesarte que, a mí, tampoco la idea me hace mucha gracia, pero si crees poder soportarlo, deberíamos tomarlo.

–¿Qué es un ascensor gravítico?

–Es experimental. Puede que llegue el día en que se difunda por Trantor, siempre y cuando resulte psicológicamente aceptable…, o pueda hacerse así para transportar bastante público. Entonces, quizá se extienda también a otros mundos. Es un hueco de ascensor sin cabina, por decirlo de algún modo. Entramos en el espacio vacío y bajamos despacio, o nos elevamos despacio, por la influencia de la antigravedad. Es, probablemente, la única aplicación de la antigravedad establecida hasta ahora, sobre todo porque es la más simple aplicación posible.

–¿Y qué ocurre si la energía falla mientras viajamos en él?

–Exactamente lo que estás pensando. Nos caeremos y, a menos que nos encontremos muy cerca del suelo…, moriremos. No he oído decir que haya ocurrido, y, créeme, yo estaría enterado si hubiera ocurrido. No podríamos dar la noticia por razones de seguridad, que es la excusa que siempre nos ponen para ocultar las malas noticias, pero yo lo sabría. Ahí está, delante de nosotros. Si no te atreves, no lo haremos, pero los corredores mecánicos son lentos, aburridos, y, después de un rato, acaban mareándole a uno.

Hummin pasó un cruce por alto y penetró en una gran entrada donde esperaban, en cola, hombres y mujeres, algunas con niños.

–En mi tierra no he oído hablar de esto -dijo Seldon en voz baja-. Claro que nuestros propios medios de comunicación son locales, pero, ¿no crees que se mencionaría una cosa así si existiera?

–Se trata de algo estrictamente experimental y está confinado al Sector Imperial. Gasta más energía de lo que vale, así que el Gobierno no está muy interesado en impulsarlo, por ahora, dándole publicidad. El viejo Emperador, Stanel VI, el anterior a Cleon, que sorprendió a todos muriendo en su cama, insistió en que se instalara en algunos puntos. Quería ver su nombre asociado a la antigravedad, dicen, porque le preocupaba el lugar que ocuparía en la Historia, como suelen hacer, con frecuencia, ciertos ancianos con pocas luces. Como te he dicho, la técnica puede divulgarse pero, por el contrario, es posible que de todo ello no salga nada más que el ascensor gravítico.

–¿Qué querían que saliera de ello? – preguntó Seldon.

–Vuelo espacial antigravedad. Pero exigiría muchas rupturas y la mayoría de los físicos, por lo que he oído, están firmemente convencidos de que esto no puede realizarse… Aunque también hubo muchos antes que creyeron que incluso los ascensores gravíticos tampoco podrían conseguirse.

La cola que tenían delante iba acortándose y Seldon se encontró con Hummin al borde del piso, con una abertura a sus pies. El aire, delante de ellos, brillaba tenuemente. En un acto maquinal, alargó la mano y experimentó un ligero choque. No resultó doloroso, pero retiró la mano de inmediato.

–Es una precaución elemental para evitar que nadie traspase el umbral antes de que se activen los controles -refunfuñó Hummin, y marcó unos números en el panel de control, con lo que el brillo se extinguió.

Seldon miró por encima del borde, hacia la profundidad del hueco.

–Te parecerá mejor…, o más fácil, si nos cogemos del brazo y tú cierras los ojos -explicó Hummin-. No tardaremos más de unos segundos.

En realidad, no dio ninguna opción a Seldon. Le cogió del brazo y, por segunda vez, no pudo desprenderse de aquella mano firme. Hummin penetró en el vacío y Seldon (que se oyó, con gran vergüenza, emitir una queja apagada) entró por el tirón.

Cerró los ojos con fuerza y no experimentó ninguna sensación de caída, ni sintió el movimiento del aire. Pasaron unos segundos y le empujaron hacia delante. Dio un traspié, recuperó el equilibrio y se encontró en tierra firme. Abrió los ojos.

–¿Lo hemos conseguido?

–No estamos muertos -respondió secamente Hummin y comenzó a andar sin soltar a Seldon, que se vio obligado a seguirle.

–Quiero decir que si hemos llegado al nivel previsto.

–Desde luego.

–¿Qué podría ocurrir si cuando nosotros bajábamos alguien más estaba subiendo?

–Hay dos vías separadas. En una, todo el mundo baja a la misma velocidad; en la otra, todos suben a la misma velocidad. El hueco se despeja solamente cuando no hay gente a una distancia de diez metros. Así, si todo funciona bien, no hay peligro de colisión.

–No he sentido nada.

–¿Por qué ibas a sentirlo? No hubo aceleración. Después de la primera décima de segundo, ibas a una velocidad constante y el aire de tu inmediata vecindad bajaba contigo a la misma velocidad.

–¡Maravilloso!

–Por completo. Pero antieconómico. Y no parece que haya grandes presiones para aumentar la eficiencia del procedimiento y volverlo rentable. Por todas partes se oye lo mismo: «No podemos hacerlo», «No puede hacerse». Esto lo aplican a todo. – Hummin se encogió de hombros visiblemente irritado y añadió-: Pero ya estamos en la parada de taxis. Sigamos.

10

Seldon trató de pasar inadvertido, mas le resultó muy difícil. Parecer ostentosamente invisible…, deslizarse, volver el rostro cuando alguien pasaba, estudiar con excesiva atención uno de los vehículos…, era, indudablemente, la mejor forma de llamar la atención. El modo de comportarse debía ser asumir una inocente normalidad.

Pero, ¿qué era la normalidad? Se sentía incómodo dentro de aquella ropa. No llevaba bolsillos, de modo que no tenía donde meter las manos. Las dos bolsas, que colgaban de su cinturón, a cada lado, le molestaban porque le iban golpeando al andar, al extremo de pensar continuamente que alguien le había empujado.

Trató de mirar a las mujeres que pasaban. No llevaban bolsos, por lo menos él no veía ninguno, pero portaban algo parecido a una cajita que, de tanto en tanto, adherían a una u otra cadera por medio de algún sistema que no supo descubrir. «Quizás algo pseudomagnético», se dijo. Las ropas que llevaban no eran nada reveladoras, notó decepcionado, y ninguna de ellas iba escotada, aunque algunos trajes parecían diseñados para realzar las nalgas.

Entretanto, Hummin había estado muy ocupado. Después de presentar los créditos necesarios, regresó con la pieza de cerámica superconductora que activaría un determinado taxi aéreo.

–Sube, Seldon -le dijo, señalando un pequeño vehículo de dos plazas.

–¿Has tenido que firmar con tu nombre, Hummin?

–Claro que no. Me conocen bien y se dejan de formalidades conmigo.

–¿Qué creen que estás haciendo?

–Ni me lo han preguntado ni yo he ofrecido información. – Metió la pieza en su ranura y Seldon notó una leve vibración al ponerse en marcha el taxi aéreo.

–Vamos hacia D-7 -explicó Hummin por decir algo.

Seldon ignoraba lo que significaba D-7, pero supuso que se trataría de una ruta o algo parecido.

El aerotaxi se abrió camino entre y alrededor de otros vehículos y, al fin, enfiló una rampa lisa y ganó velocidad. Luego, con una ligera sacudida, despegó.

Seldon, que se había visto automáticamente amarrado por una especie de red, se sintió empujado primero contra el asiento y después contra la red.

–Esto no se parece a la antigravedad -comentó.

–No lo es. Se trata de un pequeño reactor. Lo bastante potente para llevarnos hasta los tubos.

Lo que aparecía ahora ante ellos era como un acantilado lleno de aberturas, parecidas a cuevas, similar a un tablero de ajedrez. Hummin maniobró hacia la abertura D-7, esquivando otros aerotaxis que también se dirigían hacia otros túneles.

–Podrías chocar con facilidad -musitó Seldon, aclarándose la garganta.

–Y es probable que lo hiciera si todo dependiera de mis sentidos y reacciones, pero el taxi lleva una computadora y ésta actúa en mi lugar sin el menor problema. Lo mismo es válido para los otros taxis… Vamos allá.

Se metieron en D-7 como si hubieran sido aspirados y la luz brillante de la abierta plaza exterior se dulcificó, volviéndose de un cálido tono amarillento.

Hummin soltó los controles y se recostó en su asiento.

–Una etapa superada hasta ahora con éxito -dijo, respirando profundamente-. Podían habernos detenido en la estación. Aquí nos hallamos casi seguros.

La carrera era tranquila y las paredes del túnel pasaban a toda velocidad. Casi no había ruido, sólo un aterciopelado zumbido a medida que el taxi avanzaba.

–¿A qué velocidad vamos? – quiso saber Seldon.

Hummin echó un vistazo al tablero.

–A trescientos kilómetros por hora.

–¿Propulsión magnética?

–Sí. También la tendréis en Helicón, me supongo.

–Sí. Una línea. No he circulado nunca por ella aunque siempre he deseado hacerlo. No obstante, no creo que se parezca a ésta.

–Seguro que no. Trantor dispone de millares de kilómetros de esos túneles, perforando la tierra en la subsuperficie y otro número que serpentea por debajo del océano, donde hay poco fondo. Es el sistema principal de viajar a larga distancia.

–¿Cuánto tardaremos?

–¿Para llegar a nuestro destino inmediato? Poco más de cinco horas.

–¡Cinco horas! – exclamó Seldon, abatido.

–No te preocupes. Cada veinte minutos o así pasaremos junto a áreas de descanso, en ellas podemos parar, salir del túnel, estirar las piernas, comer, o ir al lavabo. Pero me gustaría hacer eso lo menos posible, claro.

Continuaron en silencio y, de pronto, Seldon se sobresaltó cuando observó un resplandor a su derecha, por unos segundos, y en el destello creyó ver dos aerotaxis.

–Era un área de descanso -aclaró Hummin en respuesta a la pregunta no formulada.

–¿Voy a estar realmente a salvo donde sea que me estés llevando?

–A salvo de cualquier movimiento descubierto por parte de las fuerzas Imperiales. Desde luego, si hablamos de un operador en solitario, espía, agente, asesino a sueldo, uno debe tener cuidado siempre. Como es lógico, te proporcionaré un guardaespaldas.

–¿Un asesino a sueldo? ¿Lo dices en serio? ¿Y por qué van a querer matarme?

–Estoy seguro de que Demerzel no lo desea. Sospecho que prefiere utilizarte a eliminarte. Pero otros enemigos pueden aparecer, o una desgraciada concatenación de acontecimientos. No puedes ir por la vida como si fueras un sonámbulo.

Seldon sacudió la cabeza y miró hacia otra parte. Pensaba que, sólo cuarenta y ocho horas antes, era un insignificante y virtualmente desconocido matemático del Mundo Exterior, feliz, con sólo pasar el tiempo que le quedaba recorriendo Trantor, admirando la enormidad del gran mundo con sus ojos de provinciano. Y ahora, al fin, se daba cuenta de ello, era un hombre buscado, acosado por las fuerzas Imperiales. La enormidad de la situación lo abrumaba, y se estremeció.

–¿Qué pasará contigo? ¿Y qué estás haciendo ahora mismo?

–Bueno, no sentirán ningún cariño por mí, supongo -musitó Hummin, pensativo-. Podrían abrirme la cabeza o volarme el pecho…, por medio de algún misterioso atacante.

Hummin lo dijo sin que le temblara la voz o se notara cambio alguno en su aspecto tranquilo, pero Seldon se acobardó.

–He llegado a creer que pensabas en que esto era lo que el destino te tenía reservado. No pareces estar…, no pareces preocuparte en absoluto.

–Soy un viejo trantoriano. Conozco este planeta como nadie. Conozco a mucha gente y muchos de ellos me están obligados y agradecidos. Me gusta pensar que soy astuto y difícil de engañar. En resumen, Seldon, estoy plenamente convencido de que puedo cuidar muy bien de mí mismo.

–Me alegra que sientas eso y espero que estés en lo cierto al pensar así, Hummin, pero lo que no me cabe en la cabeza es por qué te arriesgas de este modo. ¿Qué represento yo para ti? ¿Por qué ibas a correr el menor riesgo por un desconocido?

Hummin comprobó los controles, preocupado, y se volvió a mirar abiertamente a Seldon, con ojos firmes y graves.

–Quiero salvarte por la misma razón que el Emperador desea utilizarte…, por tus poderes de predicción.

Seldon sintió un profundo desaliento. Así que, después de todo, no se trataba de salvarle la vida. Era, simplemente, la desvalida y disputada presa de unos depredadores rivales.

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