En «Blancanieves», al igual que en «Caperucita Roja», aparece una figura masculina que podría interpretarse como una representación inconsciente del padre: el cazador, al que se da la orden de matar a Blancanieves y que, sin embargo, le salva la vida. ¿Quién si no un padre sustituto fingiría someterse a la voluntad de la madrastra y, a sus espaldas, arriesgarse a contradecir sus deseos; por amor a la pequeña? Esto es lo que a la niña adolescente, o en el período edípico, le gustaría creer de su padre, que ante lo que la madre le ruega, si fuera libre de elegir, se pondría de parte de su hija, burlando, así, a la madre.
¿Por qué los personajes masculinos libertadores están casi siempre representados por cazadores? La explicación de que, cuando surgieron los cuentos de hadas, la caza era una ocupación típicamente masculina resulta demasiado simple, puesto que, por aquel entonces, los príncipes y las princesas eran seres tan extraños como lo son hoy en día, y, en cambio, abundan en los cuentos de hadas. De todas formas, en el lugar y la época en que estas historias se crearon, la caza constituía un privilegio aristocrático, hecho que ahora nos proporciona una buena razón para ver al cazador como un personaje sublime comparable al padre.
En realidad, los cazadores aparecen con mucha frecuencia en los cuentos de hadas porque se prestan perfectamente a este tipo de proyecciones. Todos los niños, en algún momento de su vida, desean ser un príncipe o una princesa; y, a veces, a nivel inconsciente, el pequeño llega incluso a creer que lo es en realidad, aunque temporalmente degradado a causa de las circunstancias. En los cuentos hallamos casi siempre reyes y reinas, porque este rango simboliza el poder absoluto, como el que ostenta el padre sobre su hijo. Así pues, la realeza de estas historias representa las proyecciones de la imaginación infantil, lo mismo que el cazador.
La rápida aceptación del personaje del cazador como símbolo de la figura paterna, fuerte y protectora —opuesta a la de muchos padres inútiles, como el de Hansel y Gretel—, debemos relacionarla con las asociaciones que se adhieren a aquella imagen. A nivel inconsciente, el cazador es un símbolo de protección. En relación a esto, hemos de tener en cuenta las fobias a los animales, de las que el niño no está totalmente exento. En sus sueños y fantasías diurnas el niño se ve amenazado y perseguido por feroces animales, producto de sus temores y sentimientos de culpabilidad. Tan sólo el padre-cazador, a los ojos del niño, puede ahuyentar a estos animales que amenazan al pequeño y alejarlos definitivamente de su mundo. Por consiguiente, el cazador no es un personaje que mata criaturas inocentes, sino alguien que domina, controla y somete a bestias feroces y salvajes. A un nivel más profundo, simboliza la represión de las violentas tendencias animales y asociales que coexisten en el hombre. El cazador es un personaje eminentemente protector que puede salvarnos, y de hecho así lo hace, de los peligros de nuestras violentas emociones y de las de los otros, puesto que busca, rastrea y vence los aspectos más miserables del hombre: el lobo.
En «Blancanieves», el conflicto edípico de la muchacha en el período de la pubertad no aparece reprimido, sino dramatizado en torno a la madre con figura rival. En la historia de Blancanieves, el padre-cazador no logra mantener una posición firme y definida, porque no cumple su deber respecto a la reina ni se enfrenta a su obligación moral de procurar a Blancanieves la seguridad y consuelo necesarios. No la mata directamente, pero la abandona en medio del bosque, dejándola a merced de los animales salvajes, que acabarán con la pequeña. El cazador intenta aplacar, tanto a la madre, fingiendo cumplir sus órdenes, como a la hija, perdonándole la vida. La ambivalencia del padre provoca en la madre los celos y el odio constantes que, en «Blancanieves», se proyectan en la malvada reina, quien, por esta razón, vuelve a intervenir en la vida de la niña.
Un padre de carácter débil de poco puede servir a Blancanieves, como tampoco ayudó a Hansel y Gretel. La constante aparición de tales personajes en los cuentos de hadas nos indica que los maridos dominados por sus mujeres no representan nada nuevo en nuestra época. Incluso podríamos decir que este tipo de padres crea en el niño dificultades insuperables, sin poder ayudarle a resolverlas. Este es otro ejemplo del importante mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los padres.
¿Por qué en estos cuentos la figura materna es tan despreciable, mientras que el padre es simplemente inútil e inepto? El hecho de que se describa a la madre (madrastra) como un ser perverso y al padre como alguien sumamente débil, hace referencia a lo que el niño espera de sus padres. En una familia nuclear típica, el deber del padre consiste en proteger al niño de los peligros del mundo externo y de los que sus propias tendencias asociales originen. La madre tiene que proporcionar la nutrición y la satisfacción de las necesidades físicas inmediatas, imprescindibles para la supervivencia del niño. Por lo tanto, si la madre abandona al pequeño en los cuentos de hadas, la vida de éste estará plagada de peligros, como ocurre en «Hansel y Gretel» cuando su madre insiste en deshacerse de los dos niños. Si el padre débil descuida sus obligaciones, la vida del niño no se ve directamente perjudicada, aunque, al carecer de la protección paterna, el pequeño tendrá que arreglárselas por su cuenta. Así, Blancanieves se ve obligada a defenderse sola al ser abandonada por el cazador en medio del bosque.
Tan sólo el cuidado amoroso combinado con una conducta responsable por parte de ambos progenitores facilita la integración de los conflictos edípicos en el niño. Tanto si se le priva de uno como de ambos, el niño no podrá identificarse con ellos. Si una muchacha no puede llegar a una identificación positiva con su madre, no sólo se queda fijada en el conflicto edípico, sino que da comienzo en ella una regresión, al igual que sucede cuando el niño no consigue alcanzar un estadio superior de desarrollo para el que está cronológicamente preparado.
La reina, que permanece fijada a un narcisismo primitivo y a un estadio oral, es una persona incapaz de relacionarse positivamente y con la que nadie puede identificarse. La reina no se limita a ordenar al cazador que dé muerte a Blancanieves, sino que además, como prueba de que ha cumplido sus órdenes, le exige que le arranque los pulmones y el hígado. Al regresar, el cazador muestra a la malvada reina las vísceras de un animal que había matado por el camino, «el cocinero las guisó con sal y todo, y la perversa mujer se las comió pensando que eran de Blancanieves». De acuerdo con el pensamiento y costumbres de los primitivos, uno adquiere las cualidades y poderes de lo que está comiendo. La reina, celosa de la belleza de Blancanieves, deseaba apropiarse de los atractivos de la muchacha, simbolizados por sus órganos internos.
No es esta la primera historia de una madre celosa por la floreciente sexualidad de su hija, como tampoco es tan extraño que una hija acuse, en su fuero interno, a su madre de sentir celos. El espejo mágico parece hablar por boca de una hija más que por boca de una madre. Una niña pequeña está convencida de que su madre es la persona más hermosa del mundo y esto es, precisamente, lo que el espejo le dice a la reina al principio. Sin embargo, a medida que la niña va creciendo piensa que ella es mucho más bella que su madre, como más adelante declara el espejo. Una madre, cuando se mira al espejo y se compara con su hija, puede sentirse desilusionada y pensar: «Mi hija es mucho más bonita que yo». Pero el espejo insiste: «Ella es mil veces más hermosa»; esta afirmación es análoga a la exageración del adolescente, que aumenta sus ventajas y acalla sus dudas internas.
El niño, en la etapa de la pubertad, siente una gran ambivalencia en cuanto al deseo de superar en todo al progenitor del mismo sexo, pues teme que éste, mucho más poderoso, desate su terrible venganza sobre él, en el caso de que sus suposiciones sean ciertas.
Pero hemos de señalar que es el niño el que teme una destrucción a causa de su superioridad real o imaginada, y no el padre quien quiere destruir. El progenitor puede sentirse celoso y sufrir si, a su vez, no ha logrado una identificación positiva con su hijo, porque sólo entonces podrá obtener un placer sustitutivo ante los éxitos del pequeño. Es importante que el padre se identifique con su hijo del mismo sexo para que la identificación del niño con él sea satisfactoria.
Cuando el joven, en la etapa de la pubertad, revive los conflictos edípicos, la vida en el seno de la familia se le hace insoportable debido a sus sentimientos ambivalentes. Para escapar a su agitación interna, sueña que es hijo de otros padres más bondadosos y junto a los cuales nunca hubiera conocido estos desórdenes psicológicos. Algunos niños van mucho más lejos en sus fantasías y huyen, realmente, en busca de este hogar ideal. Sin embargo, los cuentos de hadas les muestran que este maravilloso hogar existe tan sólo en países imaginarios y que, una vez hallado, dista mucho de ser satisfactorio. Esto resulta particularmente cierto para Hansel y Gretel, así como para Blancanieves. Aunque la experiencia de Blancanieves en un hogar lejos del suyo sea menos penosa que la de Hansel y Gretel, tampoco es demasiado agradable. Los enanitos no pueden protegerla lo suficiente y su madre continúa ejerciendo sobre ella un poder al que Blancanieves no puede escapar, y que está simbolizado por el hecho de permitir que la reina (hábilmente disfrazada) entre en la casa, a pesar de las advertencias de los enanitos de que tenga cuidado con los trucos de la reina y de que no abra la puerta a nadie.
Uno no puede liberarse del impacto de los padres ni de los propios sentimientos respecto a ellos por el simple hecho de haber huido de casa; aunque nos parezca la solución más fácil. Únicamente se podrá alcanzar la independencia si uno logra resolver los conflictos internos, que los niños suelen proyectar en sus padres. Al principio, el niño desearía poder eludir esta penosa tarea de integración, que, como ilustra la historia de Blancanieves, está plagada de enormes peligros. Durante algún tiempo parece factible escapar a esta difícil empresa. Blancanieves vive, por algunos años, una existencia pacífica, al lado de los enanitos, donde deja de ser una niña, incapaz de enfrentarse a los problemas que el mundo le plantea, para convertirse en una muchacha que aprende a trabajar y a disfrutar de sus tareas. Esto es precisamente lo que los enanitos le exigen si quiere quedarse a vivir con ellos: puede permanecer a su lado y no le faltará nada: «cuidarás de nuestra casa, guisarás, harás las camas, lavarás, coserás, harás calceta, y lo tendrás todo muy limpio y aseado». Así, Blancanieves se convierte en una perfecta ama de casa, al igual que sucede con muchas niñas que, en ausencia de su madre, cuidan del padre, de la casa y de los hermanos.
Antes de encontrarse con los enanitos, Blancanieves se muestra capaz de controlar sus impulsos orales, por muy imperiosos que sean. Al llegar a la casa de los enanitos, aun estando muy hambrienta, se limita a coger tan sólo un poco de comida de cada platito y a beber un sorbito de cada uno de los siete vasitos, para no escatimar la porción a uno solo. (¡Qué diferente de Hansel y Gretel, fijados en el estadio oral, que se lanzan, voraz y desesperadamente, a devorar la casita de turrón!)
Después de saciar el hambre, Blancanieves intenta acostarse en las siete camitas, pero una es demasiado grande, otra demasiado pequeña; hasta que finalmente se echa en la séptima y se queda profundamente dormida. Blancanieves sabe que todas estas camas pertenecen a otras personas, que querrán dormir en ellas aunque encuentren a la niña allí tumbada. El hecho de ir probando todas las camas nos indica que la pequeña es consciente de este riesgo, e intenta quedarse en una que no comporte peligro alguno. Y así sucede. Al regresar a casa, los enanitos se sienten completamente atraídos por su belleza; sin que el séptimo, en cuya cama reposa Blancanieves, llegue a lamentarse; por el contrario, «durmió una hora en la camita de cada uno de sus compañeros hasta que apuntó el día».
Desde el punto de vista popular de la inocencia de Blancanieves, la idea de que se haya arriesgado inconscientemente a pasar la noche en la cama con un hombre parece ultrajante. Pero Blancanieves demuestra también, al dejarse convencer tres veces por la reina oculta bajo un disfraz, que, como la mayoría de seres humanos —sobre todo los adolescentes—, se la puede tentar fácilmente. Sin embargo, esta incapacidad para resistir a la tentación, hace a Blancanieves más humana y atractiva, sin que el lector sea consciente de ello. Por otra parte, el hecho de reprimirse en el momento de comer y beber, y el resistir a no tumbarse a dormir en una cama que no es adecuada para ella, prueba que Blancanieves ha aprendido, también, en cierto modo, a controlar los impulsos del ello y a mantenerlos bajo las demandas del super-yo. Asimismo nos damos cuenta de que su yo se ha hecho más maduro, pues ahora Blancanieves trabaja bien y con ahínco, compartiendo su vida con otros.
Los enanos —estos hombres diminutos— tienen distintas connotaciones en los diferentes cuentos en que aparecen.
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Al igual que las hadas, pueden ser buenos o malos; en Blancanieves nos encontramos con unos enanitos bondadosos y serviciales. Lo primero que se nos dice de ellos es que regresan de las montañas donde trabajan como mineros. Al igual que todos los enanitos, incluso los más desagradables, son muy trabajadores y listos en sus negocios. El trabajo es la esencia de sus vidas; desconocen el ocio y la distracción. Aunque queden profundamente impresionados por la belleza de Blancanieves y conmovidos por su desgracia, dejan muy bien sentado que el precio que la niña deberá pagar por permanecer con ellos será su concienzudo trabajo. Los siete enanitos simbolizan los siete días de la semana: días llenos de trabajo. Así pues, si Blancanieves quiere desarrollarse satisfactoriamente, deberá hacer suyo este universo de trabajo; este aspecto que caracteriza su estancia con los enanitos es fácilmente comprensible.
Otros significados históricos de los enanitos pueden ayudarnos a entender mejor su simbolismo. Las leyendas y los cuentos de hadas europeos son, a menudo, residuos de temas religiosos precristianos que, con la llegada del cristianismo, perdieron popularidad, al no tolerar éste que se manifestaran abiertamente tendencias paganas. En cierto modo, el origen de la armoniosa belleza de Blancanieves parece provenir del sol; su nombre nos sugiere la blancura y pureza de la intensa luz de ese astro. De acuerdo con las creencias de los antiguos, eran siete los planetas que giraban alrededor del sol; de ahí los siete enanitos. En la doctrina teutónica, los enanos o gnomos trabajaban en la tierra, extrayendo metales preciosos, de los que, en el pasado, tan sólo se conocían siete. Y, siguiendo la antigua filosofía natural, cada uno de esos metales estaba relacionado con un planeta (el oro con el sol, la plata con la luna, etc.).