Punto de ruptura (31 page)

Read Punto de ruptura Online

Authors: Matthew Stover

BOOK: Punto de ruptura
3.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

La inmensa mano izquierda de Vastor se dirigió contra Nick en una bofetada cegadora que le habría arrancado la cabeza antes de que pudiera pestañear..., pero el enorme brazo fue interceptado por el giro de la mano abierta de Mace.

Los dedos de Mace se cerraron momentáneamente alrededor de la muñeca de Vastor.

—Está conmigo —dijo, y, antes de que el lor pelek pudiera reaccionar, soltó a Vastor y propinó un revés a Nick que lo arrojó al suelo.

Nick cayó al suelo cubierto de moho, encogido, aturdido y mirando a Mace con sorpresa. Mace le envió una pulsación tranquilizadora mediante su conexión en la Fuerza: un disimulado guiño invisible.

Nick le siguió la corriente.

—¿A qué ha venido eso?

El Maestro Jedi le hundió un dedo en el rostro.

—Eres un oficial del Gran Ejército de la República. Compórtate como tal.

—¿Y cómo se comporta uno?

Mace se volvió hacia Vastor.

—Me disculpo por él.

Vastor gruñó.

Su madre es quien debería disculparse.

—Cualquier problema que tengas con él, háblalo conmigo —Mace tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirar al lor pelek a los ojos—. Antes golpeé a uno de tus hombres. También me disculpo por eso —se enfrentó con cansancio a la mirada tija de Vastor—. Debería haberte golpeado a ti.

Eres el Maestro de Depa y mi dôshalo, y no te deseo ningún daño
. El rumor de Vastor se tornó grave y aterciopelado.
No vuelvas a tocarme
.

Mace suspiró, mostrándose todavía aburrido.

—No te levantes —dijo a Nick. Luego miró a Vastor—. Disculpa.

Y rodeó al lor pelek para saltar a la concha dorsal del ankkox.

Tuvo tiempo de preguntarse si su aparente confianza había engañado a alguien.

***

Mace miró a la howdah, a sólo uno o dos pasos de distancia. La boca se le había secado por completo.

Seguía sin poder sentirla.

Incluso tan cerca, por fin, tras todo este tiempo, cualquier presencia que ella pudiera tener en la Fuerza se fundía de modo invisible en la noche selvática que los rodeaba.

Volvió a notar un peso en su corazón, el que había nacido varias semanas antes en el despacho de Palpatine. El que se había acrecentado en Pelek Baw y casi le había aplastado anoche, en el búnker del campamento. Se había aligerado de algún modo en el transcurso de esa larga tarde, quizá porque había estado seguro de hacer lo correcto.

Lo único correcto.

Y ahora estaba a un metro de verse cara a cara con ella, con su padawan, con su protegida. La mujer por la que había dejado atrás Coruscant, el Templo Jedi y las simples abstracciones de la guerra estratégica; por la que se había internado en esa jungla; por la que se había sometido a la cruda, complicada e intratable realidad que había tras unas estrategias que le habían parecido muy limpias y sencillas cuando estaba en las higiénicas cámaras del Consejo.

Para descubrir que, una vez más, no sabía lo que debía hacer.

El mero hecho de ver su sombra tras las cortinas hacía tambalear su idea sobre lo que era correcto o incorrecto.

Las palabras de Palpatine se repitieron en su mente.

"Depa Billaba fue vuestro padawan. Y quizá sea también su amia más íntima, ¿no es así?"

¿Lo es?,
pensó Mace.
Ojalá lo supiera
.

"¿Está usted seguro de que podrá matarla si surge la necesidad?"

En este momento no estaba seguro ni de si podría mirarla.

"...me he convertido en la oscuridad de la jungla..."

Una esbelta mano morena cuya palma tenía esa forma, esa suave textura de venas, tendones y huesos que conocía tan bien como la suya, agarró el borde las cortinas con dedos largos pero fuertes, de uñas rotas y negras por la suciedad. La cortina estaba sucia, manchada de moho y recosida a mano con hilos negros que parecían cicatrices contra el encaje. Se envolvía en la mano a medida que ésta la apartaba lentamente. El corazón de Mace le martilleó con fuerza, y el Jedi estuvo a punto de darse la vuelta. Debió suponer que nunca la vería al alba, al principio de un día, ni siquiera entre una lluvia de fuego escupida por los cañones de una fragata: debió suponer que eso sólo era un deseo anhelado, un consuelo de la Fuerza: debió saber que sólo podrían volver a verse a la sombra del crepúsculo...

Pero el miedo también conduce a la oscuridad.

Ya me he enfrentado a esta oscuridad en la jungla
, pensó.
La he sentido en mi corazón. La he combatido mano a mano y mente a mente ¿Por qué debería temer verla en su rostro?

El nudo de su estómago se aflojó.

Toda la ansiedad le abandonó. Toda la oscuridad resbaló de él. Estaba vacío de todo salvo del cansancio, los dolores de su castigada carne y una reposada expectación Jedi. Estaba dispuesto a aceptar el vuelco de la Fuerza, conllevara lo que conllevara.

Ella apartó la cortina.

Estaba sentada al borde de un largo diván acolchado. Llevaba los andrajos de la túnica Jedi sobre el áspero tejido casero de un korun de la jungla. Tenía el pelo tal y como lo había visto en el campamento: desigual, grasiento y mal cortado, como si hubiera empleado un cuchillo para cortárselo sin la ayuda de un espejo. Tenía el rostro tan demacrado como lo había visto, con pómulos afilados y mandíbula progresivamente prominente. a cicatriz estaba allí, desde una comisura de su boca, afilada por el esfuerzo, a la punta de la mandíbula...

Pero en vez de una venda llevaba una sucia tira de tela atada sobre la frente, ocultando la Marca Mayor de la Iluminación.

O la cicatriz que había dejado...

La Marca Menor aún brillaba, dorada, en el puente de su nariz; y pese a tener los ojos doloridos e inyectados en sangre, su mirada era clara y franca, y, al final, era Depa Billaba.

Al margen de todo lo que pudiera haberle pasado, visto o hecho. Seguía siendo Depa.

Ella curvó la boca en una sonrisa, haciendo un esfuerzo que casi le parte el corazón a Mace. Extendió una mano que tembló ligeramente cuando Mace la cogió. La notó frágil en la suya, como si tuviera huesos huecos como los de un pájaro, pero le agarraba con fuerza y calidez.

—Mace —dijo despacio. Una única lágrima, como una joya, asomó en un ojo—. Mace. Maestro Windu.

—Hola. Depa —Mace se abrió el chaleco y sacó el sable láser de ella—. He guardado esto para ti.

Su mano tembló más aún cuando la alargó para cogerlo.

—Gracias, Maestro —dijo despacio, con agotada formalidad—. Me siento honrada al recibirlo de tu mano.

Su sonrisa se tomó más auténtica. Ella miró su sable láser, dándole vueltas en la mano como si no consiguiera recordar para qué servía. Bajó la cabeza hasta que él no pudo verle los ojos.

—Oh, Mace... ¿Cómo has podido?

—¿Depa?

—¿Cómo puedes ser tan arrogante? ¿Tan estúpido? ¿Tan ciego? —aunque sus palabras eran furiosas, su voz sólo sonaba cansada—. Quisiera... Debiste venir hasta mí, Mace. Directamente hasta mí. Esas personas... no valían todo esto. No me sirve que no lo supieras. Debiste preguntarme a mí... Yo te lo habría dicho...

—¿Por qué debían morir niños inocentes?

Ella agachó aún más la cabeza.

—Todos tenemos que morir, Mace.

—No he venido a discutir contigo, Depa. He venido para llevarte a casa.

—A casa... —repitió ella, y volvió a alzar la cabeza. Sus ojos eran horizontes insondables: infinitamente profundos e infinitamente oscuros—. Empleas esa palabra como si tuviese algún significado.

—Para mí lo tiene.

—Pero no significa nada. Ya no. Ni siquiera para ti. Sólo que aún no te has dado cuenta —suspiró con una risa hueca, amarga y tan oscura como sus ojos, y agitó la temblorosa mano en dirección a la jungla que los rodeaba—. Esto es mi casa. Tanto como puede serlo cualquier otro lugar. Para cualquiera de nosotros. Para todos nosotros. Te he traído para que lo aprendas, Mace, pero lo has estropeado todo. Todo se desmorona y se dispersa en todas direcciones. Todo ha salido mal y ya es demasiado tarde, y debía haber imaginado que acabaría pasando así, debería haberlo imaginado ¡porque eres demasiado arrogante para ocuparte de tus propios asuntos!

Su voz se había ido elevando hasta convenirse en un chirrido, y una gota de sangre asomó en una grieta de su labio inferior.

—Tú eres mi asunto aquí.

—Exacto. ¡Exacto! —ella le cogió de la muñeca y lo atrajo hacia sí con sorprendente fuerza—. Yo era tu asunto aquí. Esas personas no tenían nada que ver contigo. Ni tú con ellas. Pero no puedes dejar de ser un Jedi —dijo con amargura—. Pase lo que pase. Si está en juego la existencia de toda la Orden Jedi tienes que jugar al héroe de la HoloRed. Ahora lo que te traía aquí se ha ido a paseo. Está destruido. Todo se ha perdido. Es demasiado tarde. Demasiado tarde para todos. Tendrás que marcharte, Mace. Tendrás que marcharte ahora mismo, o Kar te matará.

—Pienso hacerlo. Y tú te vendrás conmigo.

—Oh —dijo ella. El fuego de su interior se apaciguó, y su fuerza con él. Su mano se volvió floja en el brazo de Mace—. Oh... Tú crees... Tú crees que podré irme...

—Debes irte, Depa. No sé qué crees que te retiene aquí...

—Tú no lo entiendes. ¿Cómo podrías...? No lo has visto... No te lo he enseñado... No puedes comprenderlo...

Mace pensó en su alucinación en el campamento.

—Lo comprendo —dijo despacio—. Comprendo todo lo que hay que comprender. Y ahora lo creo.

—¿Comprendes que yo no estoy al mando aquí?

—¿Lo está alguien? —repuso, encogiéndose de hombros.

—Exacto —dijo ella—. Exacto. El Maestro Yoda... El Maestro Yoda habría dicho: "Ves, pero no ves".

—Depa...

—Si estás vivo ahora es porque Kar no quiere molestarme. Es el único motivo. No porque yo pueda ordenarle lo que tiene que hacer, sino porque yo se lo pedí. Le pedí que te diera la oportunidad de irte... Porque a Kar..., porque a Kar le gusto...

Mace se volvió y miró a las personas y a los akk que había en la jungla. El crepúsculo se estaba recrudeciendo, y las lumilianas empezaban a latir con vida. Los akk se removieron, incómodos, murmurando rugidos entrecortados y graves en sus enormes pechos. Nick se sentaba en el suelo, con las rodillas levantadas y rodeadas por sus brazos. Mantenía la cabeza gacha, evitando cuidadosamente mirar a Vastor. El lor pelek se movía de un lado a otro ante la cabeza del ankkox, acechando como un felino de las lianas hambriento, lanzando furtivas miradas a Mace y Depa, y apartando a continuación la mirada, como si no quisiera que le sorprendieran mirando.

—¿Vastor manda el FLM...?

—¡El FLM no existe! —siseó Depa—. El FLM es sólo un nombre, nada más. ¡Yo me lo inventé! El Frente de Liberación Mesetario no es más que algo inventado a lo que echar la culpa de todos los ataques, emboscadas, robos, pequeños sabotajes y no sé qué más. La milicia se está volviendo loca buscando una pauta a nuestros ataques, intentando adivinar cuál es nuestra estrategia. Porque no hay ninguna pauta. Ni una estrategia. No hay ningún FLM. Sólo este clan, y esa familia, y esa banda aquí y esa otra allí. Eso es todo. Sólo bandidos y asesinos korun harapientos.

—Tus informes...

—Mis informes —parecía como si ella quisiera agarrarlo y sacudirlo, pero estuviera demasiado cansada para hacerlo—. ¿Qué debería haber contado? Ya has visto un poco de Haruun Kal. ¿Qué podría haber dicho para hacerte comprender?

—No tienes que hacerme comprender nada. Sólo tienes que venir conmigo.

—Mace, escúchame: No puedo —se derrumbó y bajó el rostro hasta sus manos—. Kar esta dispuesto a dejarte marchar sólo porque yo me quedo. Para mantenerte lejos de mí. Si me voy contigo... ¿Irnos por la jungla, Mace? Piénsalo. A pie, sobre herbosos. Incluso en un rondador de vapor. ¿Todo el camino hasta Pelek Baw? ¿Es que no has visto ya lo suficiente de Vastor como para saber que no estarías a salvo en ningún lugar de la jungla?

El peso en el pecho de Mace se aligeró, sólo una pizca. Tragó saliva y descubrió que respiraba con más facilidad.

Ella tenía miedo por él. No había caído tanto como para que dejara de importarle.

Ahí estaba su victoria.

—No vamos a cruzar la jungla —dijo—. Tengo una nave estacionada con un batallón de soldados. Tengo el comunicador averiado, o ya estaríamos de camino. Nick dice que tenéis comunicadores subespaciales en las cavernas del paso de Lorshan. Podremos abandonar este sistema al día siguiente de llegar allí.

Ella volvió a alzar la cabeza. Seguía sin haber esperanza en sus ojos.

—Necesitaremos dos días para llegar hasta allí. Y Kar te matará si sigues aquí dentro de dos horas. Dentro de dos minutos.

—Déjame a Vastor a mí —Mace se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos en la pulida barandilla de la howdah—. No voy a irme sin ti.

—Tienes que hacerlo.

—Deja que te lo diga de otro modo.

Mace respiró hondo.

—Maestra Depa Billaba, en nombre de mi autoridad como miembro del Consejo Jedi, y general del Gran Ejército de la República, queda relevada del mando de las fuerzas de la República en Haruun Kal, tanto militares como civiles. Queda relevada de todos los deberes y responsabilidades en la acción de este planeta. Queda suspendida del Consejo Jedi y pendiente de una investigación sobre sus actos en Haruun Kal, y se le ordena que proceda con la premura debida a desplazarse a Coruscant, donde se presentará ante el Consejo para ser juzgada...

Depa negó con la cabeza.

—No puedes... No puedes...

—Depa —dijo Mace con tristeza—, quedas arrestada.

—Esto es ridículo...

—Sí. Y lo digo completamente en serio. Me conoces, Depa. ¿Cuántos arrestos hicimos en todos esos años? Sabes que entregaré a mi prisionero o moriré en el intento.

Ella asintió despacio y volvió a encontrar la sonrisa, una sonrisa triste y tranquila marcada por la amargura del conocimiento.

—¿Aceptas mi palabra? ¿Si te doy mi palabra de no... intentar escaparme?

—Siempre confiaré en ti, Depa.

Unas lágrimas repentinas chispearon nuevamente en sus ojos, y ella apartó la cara.

—¿Cuántas veces más vas a obligarme a salvarte la vida?

—Sólo esta vez más. Puedes venir conmigo o puedes verme morir. Tú decides.

Los hombros de ella se estremecieron y empezaron a temblar. Mace pensó por un momento que estaría llorando, pero entonces la suave risa llegó a sus oídos.

Other books

Field of Graves by J.T. Ellison
Captain Wentworth's Diary by Amanda Grange
Kasey Michaels - [Redgraves 02] by What a Lady Needs
House of Cards by Waters, Ilana
Suspect by Robert Crais
The Foster Husband by Pippa Wright
Boy Toy by Barry Lyga
Warworld: The Lidless Eye by John F. Carr, Don Hawthorne
Shadows of War by Larry Bond