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Authors: Gesualdo Bufalino

Qui Pro Quo (14 page)

BOOK: Qui Pro Quo
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Apareciendo como ausente arriba, en la misma coyuntura en que obligaba a los presuntos culpables a una peligrosa presencia ...

—Es bastante inverosímil para ser verdadero —admitió Lidia Orioli, repitiendo mi frase, aunque me pareció que sin ironía.

Yo seguí callada, saboreando el momentáneo consenso. Sin disfrutarlo por mucho rato, sin embargo, ya que Lietta intervino para estropearlo. En medio del silencio general, desperezándose del letargo, nos comunicó alegremente:

—Estoy embarazada. —Y tuvimos que fijamos en ella.

Quedó inmediatamente claro que la muchacha, como me parece que se dice en jerga, estaba «colocada». Quién sabe dónde había encontrado la dosis, cuánto hacía que había vuelto a caer. Pero lo peor era la tonta indulgencia con que el
guru
Giuliano había acogido la revelación, sin plantearse una sola duda respecto a su credibilidad, con una cara radiante, con el aire tranquilo y orgulloso de los futuros padres ...

«Pues cásate con ella», imprequé mentalmente, herida por la interrupción.

«Cásate con su barriga llena, con sus venas envenenadas. Pero ¡tú, muchacha, déjame trabajar!»

Me dejó trabajar; ofreció la frente a un beso prematrimonial del cura, y a continuación, hundiendo la cabeza entre las rodillas de él, volvió a dormirse al instante.

—Existe un argumento posterior —proseguí, un poco frenada por el incidente y con menor exuberancia—. Un argumento que lleva a las cuerdas al imputado y disuelve su coartada de mantequilla. Según lo que me contaba al teléfono, él pasó la hora crítica que precedió al delito panza al aire en su trono, ocupado en leer mi
Qui pro quo,
de la que me daba discontinuas informaciones. Nada más falso. Ya que mi manuscrito, tal como fue recogido ensangrentado de sus manos y anotado entre las pertenencias, se me ha revelado, cuando. esta mañana tuve la fortuna de recuperado, con los capítulos del primero al penúltimo vírgenes, cerrados todavía por una casi invisible tirita de
scotch.
Antigua precaución de todos los aspirantes a escritores en los concursos, cuando quieren asegurarse de haber sido leídos por los miembros del jurado.

—¿Y qué? —se maravilló el propio Curro-o. ¿Así que no lo leyó? Y todas aquellas frases sobre Roussel, sobre los finales de ajedrez y qué sé yo ...

—Banalidades, humo en los ojos. Leyó las tres últimas páginas, el final y nada más. Después, colocando hábilmente sobre él todas las
fiches,
quiso pasar por lector de la obra entera.

A lo que Lidia, malignamente:

—Eso no basta para declarado culpable. En determinados manuscritos el aburrimiento es lo que empuja a leer solamente la primera y la última página ...

No lo recogí.

—¿Quieren una prueba suprema? —continué-o. Frágil como un hilo de telaraña, pero no menos capaz de capturar la mosca. Aquí está. Todos se acuerdan de la primera carta del editor; y de que en ella preveía para sí dos hipótesis de muerte violenta, la cálida y la fría. Ahora bien, ¿cómo es que despacha en pocas palabras la primera, la del baño, que sin embargo habría sido mucho más practicable para el aspirante a homicida? ¿Cómo es que se concentra por completo en la segunda, la más escenográfica y aparatosa, como si supiera de antemano, en virtud de una profecía, que moriría de ésa y sólo de ésa? ¿No notan la desproporción? ¿ Y no se colige de ahí que él en persona era no sólo el proyectista sino el ejecutor
in pectore
de la fechoría? No sólo eso, sino que ¿no advierten en su grafomanía acusatoria una sospechosa profusión? Como de quien no se contenta avaramente con un solo blanco, sino que quisiera por voracidad herir a muchos ...

—También —sacudió la cabeza Lidia Orioli, haciendo tintinear sus pendientes de turquesas— me parece significativo que los haya tomado de uno en uno; evitando las atractivas parejas: Cipriana y Ghigo, Cipriana y Apollonio ... Me parece una laguna extraña. Como si por un lado quisiera asustar a la mujer, y por otro protegerla ...

Aprobé, aunque sólo fuera por una vez. ¡Vaya agudeza que dan los celos! Pero Dafne Duval seguía dudando:

—Siga con el tercer punto, señorita policía, opinaremos al final. ¿Qué es, pues, ese latinajo:
Naturalis historia?

De nuevo me convidaban a bodas.

—Es una famosa obra de Plinio el Viejo. Donde, libro décimo, capítulo tercero, se cuenta (he llamado a un latinista para confirmarlo) la legendaria muerte de Esquilo. Aplastado por la concha de una tortuga que un águila dejó caer del cielo en Gela, hace veinticinco siglos. Pues bien, todo lo estúpido que se quiera, me parece que aquí se oculta un sardónico
calembour:
puesto que un águila mató a Esquilo, Esquilo matará a Aquila, y el círculo se cerrará.

Lidia Orioli se retorcía visiblemente de envidia. —¡No me lo creo, no me lo creo!

Eso casi no lo aceptaría ni en una novela.

—Pero si estamos en una novela —repliqué alegremente y, sin darle tiempo a sorprenderse, añadí—:

Tengo más heno en el granero, escúchenme un poco.

¿Se han fijado en la extrañeza de que entre los bustos de los siete sabios de Grecia sólo falte uno, Tales, y en su lugar esté un poeta? ¿Y si les dijera que en el almacén, entre los objetos abandonados, he descubierto un Tales de mármol?

Así que se ha producido la sustitución del pensador por el trágico. No sin intención, si se piensa que el excluido predicaba que el agua es principio y fin de vida; mientras en nuestro caso el hielo convertido en agua ha sido semilla de muerte ... Pero puede que aquí me traicione mi gusto por la redundancia, puede que sólo se trate de una sutil coincidencia ...

—De un chiste, más bien —bromeó Lidia Orioli, pero parecía estupefacta y convencida.

—Todo esto huele a posmoderno —dijo con voz de trueno el escultor, sea lo que fuere lo que quisiera decir con eso.

Francalanza tartajeó a su vez una nueva perplejidad:

—Mi duda es más vulgar: si Aquila se esforzó tanto en subir sin ser visto a la rotonda para realizar allí los preparativos del golpe a escondidas de todos, ¿por qué no evitó dejarse ver por Ghigo, aunque sólo fuera un minuto ... ?

También había pensado en eso.

—Un contratiempo —contesté-o. Por impaciencia, Ghigo llegó demasiado pronto. Por otra parte, es en los libros donde todo pasa al pie de la letra.

Mientras que la realidad puede permitirse el lujo de ser incongruente ...

Lidia Orioli protestó:

—¡Estamos en un libro! ¡Lo has dicho tú! Tenemos deberes hacia los lectores ...

—¡¿Yo?! —Negué descaradamente-o. ¡Y si es así, tanto peor para ellos!

Sólo quedaba la traca final.

—En conclusión —casi grité—, ¿no notan la fuerza de tantos indicios? Medardo sabía que estaba condenado, quería, en lugar de una fatigosa agonía, una muerte espectacular. No elegir simplemente matarse, sino morir
en contra de
alguien, Ghigo, Belmondo, no sé quién más, pero en especial contra el enemigo interior que le había invadido la cabeza, aquella polilla de un tumor que con su metástasis le corrompía, si no el ingenio, la dignidad del pensamiento. Esto es lo que él quería atacar, aplastándolo con una piedra ...

—Un caso de majestuoso delirio —comentó don Giuliano, y desganadamente citó—: Entonces Saúl tomó la espada y se echó sobre ella ...

—De alambicado, razonado delirio —corregí-o. Ya que estoy convencida de que a él no sólo le interesaba complicar a la persona o a las personas que más odiaba, sino concluir una vida irónica con una irónica muerte, proponiéndonos resolver, en lugar del delito perfecto, el suicidio perfecto, del que no quedara más huella que un poco de humedad efímera, confundible con el rocío nocturno o el pipí de un pájaro de paso ... , bajo el peso de aquel Esquilo tan calvo como él, desafiándonos a resolver el acertijo, convencido de que no lo conseguiríamos, ensoberbecido de habernos engañado por última vez ... Sin olvidarse, en medio de tanta perfidia, de las más delicadas atenciones, como la de alejarme de sí con una excusa, un instante antes del derrumbamiento, para que no me hiriera el rebote del busto ... Bueno, ¿todo eso no es muy suyo?

—¡Bingo! —exclamó Lietta, que llevaba unos minutos despierta y escuchaba, acariciándose el vientre.

—El cadáver cayó en la trampa -concluyó Amos, y siguió un aplauso general.

—El cadáver cayó en la trampa.

(Gourmelin)

No me pregunté hasta qué punto mi éxito se debía al alivio que la incriminación del muerto producía en todos los ánimos, liberándolos de la sospecha y de los problemas de una historia equívoca, sino que disfruté del espectáculo que se me ofrecía. Curro se había levantado, Francalanza otro tanto. Por un momento temí que los dos comenzaran a hablar a un tiempo, pero el comisario, después de un instante de inseguridad, se agachó y volvió a sentarse. Entonces el juez pronunció un discurso milagrosamente exento de atascos y puntos suspensivos:

—Gracias a la señorita Esther y su expertise —dijo—, podemos considerar resuelto el caso. Son, somos, yo también me incluyo, todos inocentes. El homicidio sólo era un suicidio y, por extravagante y aberrante que haya sido su concepción, por mucho que nos parezca una siniestra chiquillada y una abstrusa partida de mona, a su inventor, ejecutor y mártir debemos ahora solamente silencio. Y un poco, también, de piedad.

XI. PAISAJE MARINO CON FIGURAS

A las «Descontentas» regresé unos meses después, en compañía de Curro.

Nos encontramos por casualidad, un sábado desapacible, en la calle Gesu, Giuseppe y Maria, en el
vernissage
de los
Sudarios,
delante de la misma sábana embadurnada: yo ocupada en descifrar su título en el folleto en colores; él con la nariz arrugada, gruñendo
sottovoce:

—¡Aquí hace falta una lavandería!

Inmediatamente apareció Amos, irreconocible, él que parecía tan indiferente a la gloria, y atosigándonos con gestos de servil felicidad, nos secuestró hasta un bufet de pastas saladas y cinzanos. Allí abrazos y besos de Dafne y discusión de si era más válido el lino
Menstruación de Adele
o el madapolán
Extremaunción,
con certificado anexo de auténticos sudores mortales ... Cuando después llegó Cipriana, todavía enlutada pero del brazo de su antiguo gorila, y vimos a Su Deidad Matilde Garro caminar majestuosamente entre dos alas de loca devota, y aparecer detrás de ella a Lietta, seguida por Nisticò, ya con la conspicua barriguita debajo de las mallas color salmón ... , cuando volvimos a oír la voz de Ghigo, invisible en el centro de un ruidoso grupo, proferir un despropósito ... , bueno, no nos pareció conveniente adentrarnos en el reencuentro de viejos compañeros de curso y, los dos bajo el único paraguas, escapamos.

A los pies del ascensor, al despedirse como si nada, sin una explicación por el prolongado silencio, Curro me invita a pasar el domingo juntos y yo le digo que sí, proponiéndole como meta la playa de nuestro único encuentro. No sólo para ir a recoger algún objeto olvidado en el frenesí de la partida, sino porque creo que yo desmejoraría en un marco diferente: hasta tal punto cualquier gesto o palabra se alimenta en mí de una sufrida y melancólica vanidad.

Hechos nuevos, en el ínterin, habían ocurrido muchos. Había sabido por los periódicos que Curro estaba casado, con hijos. No es que me importara ... , pero lloré toda la noche. Como decía mi madre, tengo una cara hecha aposta para llorar. Con ello cerré mentalmente el caso, que, por otra parte, al no escribirme ni telefonearme, él

demostraba haber querido cerrar sin certificación de buen servicio antes todavía que yo.

—Aquí hace falta una lavandería!

Folon

Además, aun sin renunciar al empleo, había emprendido una fructuosa carrera de conferenciante, con títulos cada vez más temerarios: El caso Aquila y la teoría de las catástrofes, Uso de la lectio difficilior en la interpretación de los sueños, Historia del enigma de Edipo al príncipe Olaf... Un enfoque absolutamente inesperado pero que el triunfo de mis argumentos en el reciente episodio, aireado por el énfasis de los cro nistas de sucesos, justificaba ampliamente. Finalmente había reescrito mi novela, suprimiendo (¡ay!) al protagonista contable Sudano e interviniendo yo misma en su lugar (qui pro quo de nuevo). Relacionada con oportunos retoques con la historia que había vivido, tan llena de golpes de escena como de golpes de palabra, la obra había encontrado inmediatamente audiencia, pese al ácido prefacio de Lidia Orioli. Y comenzaron los críticos amigos a elogiarme por el heroísmo de seguir creyendo en una lengua vetusta; y a hablar de mise en abíme y de cómo yo jugaba, siguiendo el ejemplo de aquel cuadro de las Meninas, entre arte, artificio y realidad ... Alguien llegó a citar, quien sabe por qué, a Karl Popper; otro sacó a colación los «fractales», y yo tuve que irme corriendo a reír tranquila a solas a la toilette ...

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