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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (58 page)

BOOK: Rama II
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—Quiero hablar con alguien, el general Norimoto quizá, para comprender por qué destruimos Rama. Sé que usted y yo hablamos de ello ayer, pero deseo oír las razones de la persona que ha dado la orden.

—Es deber de un oficial militar seguir las órdenes. Formular preguntas puede ser considerado como una infracción disciplinaria...

—Comprendo todo eso, Otto —interrumpió O'Toole—, pero no nos hallamos en una situación de batalla. No me estoy negando a cumplir una orden. Simplemente deseo asegurarme... —Su voz murió, y O'Toole miró a la distancia.

—¿Asegurarse de qué? —preguntó Heilmann. O'Toole inspiró profundamente.

—Asegurarme de que hago lo correcto.

Fue concertada una videoconferencia con Norimoto, y la reunión del equipo Newton fue aplazada. Puesto que era medianoche en Amsterdam, pasó cierto tiempo antes que la trasmisión codificada pudiera ser traducida y presentada al jefe de estado mayor del Consejo de Gobiernos. A su manera típica, el general Norimoto pidió entonces varias horas más para preparar su respuesta, a fin de poder obtener el "consenso del estado mayor" acerca de lo que iba a decirle a O'Toole.

El general y el almirante Heilmann estaban sentados juntos en el centro de control de la
Newton
militar cuando llegó la trasmisión de Norimoto. El general Norimoto iba vestido con todas sus galas militares. No sonrió cuando saludó a los oficiales de la
Newton
. Se puso los anteojos y leyó un texto preparado.

—"General O'Toole, hemos estudiado atentamente las preguntas contenidas en su última trasmisión. Todas sus preocupaciones estaban incluidas en la lista de probabilidades que fue discutida aquí en la Tierra antes que llegáramos a la decisión de seguir adelante con Trinidad. Bajo las disposiciones únicas contenidas en los protocolos operativos del CG-AIE, usted y el resto del personal militar de la misión Newton forman parte temporariamente de mi estado mayor especial; en consecuencia, yo soy su oficial al mando. El mensaje que le fue trasmitido tiene que ser considerado como una orden."

El general Norimoto consiguió esbozar el asomo de una sonrisa.

—"De todos modos —siguió leyendo—, debido al significado de la acción contenida en la orden y su evidente preocupación acerca de sus repercusiones, hemos preparado tres declaraciones resumen que deberían ayudarle a comprender nuestra decisión:

"Uno. No sabemos si Rama es hostil o amistosa. No tenemos forma de obtener datos adicionales para resolver el asunto.

"Dos. Rama avanza hacia la Tierra. Puede impactar con nuestro planeta natal, emprender una acción hostil una vez que esté en nuestras inmediaciones, o realizar actividades benéficas que no podemos definir.

"Tres. Activando Trinidad cuando Rama esté aún a diez o más días de distancia, podemos garantizar la seguridad del planeta, independientemente de las intenciones o futuras acciones de Rama."

El general hizo una brevísima pausa.

—Eso es todo —concluyó—. Procedan con Trinidad. La pantalla quedó vacía.

—¿Está satisfecho? —preguntó el almirante Heilmann.

—Supongo que sí —suspiró O'Toole—. No he oído nada nuevo, peto tampoco debía esperarlo.

El almirante Heilmann consultó su reloj.

—Hemos malgastado casi todo un día —dijo—. ¿Reunimos al equipo después de cenar?

—Mejor no —respondió O'Toole—. Este episodio me ha agotado, y apenas he dormido esta última noche. Preferiría aguardar hasta mañana por la mañana.

—De acuerdo —dijo Heilmann tras una pausa. Se puso de pie y apoyó una mano sobre el hombro de O'Toole—. Será lo primero que hagamos después de desayunar.

Por la mañana, el general O'Toole no asistió a la prevista reunión del equipo. Telefoneó a Heilmann y le pidió al almirante que procediera sin él. La excusa de O'Toole fue que había sufrido "dolores estomacales" toda la noche. Dudaba de que el almirante Heilmann creyera en su explicación, pero en realidad no le importaba.

O'Toole observó y escuchó la reunión por el televisor de su habitación, sin interrumpir ni decir nada en ningún momento. Ninguno de los demás cosmonautas pareció particularmente sorprendido de que la
Newton
transportara un arsenal nuclear. Heilmann hizo un concienzudo trabajo explicando lo que había que hacer. Requirió la ayuda de Yamanaka y Tabori, tal como él y O'Toole habían acordado, y delineó una secuencia de actividades que concluirían con las armas desplegadas dentro de Rama en setenta y dos horas. Eso dejaría al equipo otros tres días para prepararse para la partida.

—¿Cuándo detonarán las bombas? —preguntó nerviosamente Janos Tabori, una vez que el almirante Heilmann hubo terminado.

—Serán fijadas para estallar sesenta horas después de nuestra partida prevista. Según los modelos analíticos, deberíamos estar fuera del campo de los restos en doce horas, pero por seguridad hemos especificado en nuestro procedimiento que las armas no estallen a menos que nosotros estemos a veinticuatro horas de distancia... Si nuestra partida se ve retrasada por alguna crisis, siempre podemos reescribir la secuencia de detonación por medio de una orden electrónica.

—Eso es tranquilizador —observó Janos.

—¿Alguna otra pregunta?

—Sólo una —dijo Janos—. Mientras estemos dentro de Rama poniendo esas cosas en sus localizaciones correspondientes, supongo que estará bien que echemos un vistazo en busca de nuestro amigos perdidos. En caso de que estén vagando por ahí...

—La secuencia de tiempo es muy ajustada, cosmonauta Tabori —respondió el almirante—, y el despliegue en sí, dentro de la estructura, sólo tomará unas pocas horas. Desgraciadamente, debido a los retrasos en el inicio del proceso, situaremos las armas en sus posiciones designadas durante el tiempo en que Rama esté a oscuras.

Estupendo,
pensó O'Toole en su habitación.
Eso es otra cosa de la que se me puede culpar.
De todos modos, tuvo la sensación de que en líneas generales el almirante Heilmann había manejado muy bien la reunión.
Ha sido un detalle que Otto no haya dicho nada acerca del código,
se dijo O'Toole.
Probablemente imagina que yo colaboraré. Y probablemente está en lo cierto.

Cuando O'Toole despertó de un corto sueño, ya había pasado la hora de la comida y tenía un hambre terrible. No había nadie en el comedor excepto Francesca Sabatini; estaba terminando su café y estudiando alguna especie de datos de ingeniería en el monitor de su ordenador.

—¿Se encuentra mejor, Michael? —preguntó al verlo. Asintió con la cabeza.

—¿Qué está leyendo? —preguntó.

—Es el manual ejecutivo del software —respondió Francesca—, David está muy preocupado de que, sin Wakefield, ni siquiera podamos saber si el software de la
Newton
funciona adecuadamente o no. Estoy aprendiendo a leer el output de diagnóstico del autotest.

—Vaya —silbó O'Toole—. Eso es más bien fuerte para una periodista.

—En realidad no es tan complicado —rió Francesca—. Y es extremadamente lógico. Quizá mi próxima carrera sea la de ingeniero.

O'Toole se preparó un bocadillo, tomó un tetrabrik de leche y se unió a Francesca en la mesa. Ella apoyó una mano sobre su antebrazo.

—Hablando de próximas carreras, Michael, ¿ha pensado usted ya en la suya? Él la miró interrogativamente.

—¿De qué está hablando?

—Me siento atrapada en el habitual dilema profesional, mi querido amigo. Mis deberes como periodista se hallan en conflicto directo con mis sentimientos.

O'Toole dejó de masticar.

—¿Heilmann se lo ha dicho? Ella asintió.

—No soy estúpida, Michael. Lo habría descubierto más pronto o más tarde. Y ésta es una gran, gran historia. Quizás una de las más grandes de la misión. ¿No puede imaginar el anticipo de las noticias de la tarde: "General norteamericano se niega a seguir las órdenes de destruir Rama. Sintonícenos a las cinco"?

El general se puso a la defensiva.

—No me he negado. El procedimiento de Trinidad no me exige que introduzca mi código hasta después que las armas estén fuera de los contenedores...— ...y listas para ser introducidas en las vainas —completó Francesca—. Lo cual es dentro de unas dieciocho horas. Mañana por la mañana es lo más aproximado que puedo imaginar... Tengo intención de estar a mano para registrar el acontecimiento histórico. — Se levantó de la mesa. —Y, Michael, en caso de que se lo esté preguntando, no he mencionado su llamada a Norimoto en ninguno de mis informes. Puede que me refiera a su conversación con él en mis memorias, pero no voy a publicarlas al menos hasta dentro de cinco años.

Francesca se dio la vuelta y miró directamente a los ojos de O'Toole.

—Va usted a convertirse en un héroe internacional de la noche a la mañana, amigo mío. Espero que haya considerado cuidadosamente todas las ramificaciones de su decisión.

55 - La voz de Michele

El general O'Toole pasó la tarde en su habitación, viendo por el televisor cómo Tabori y Yamanaka comprobaban las armas nucleares. Fue disculpado, sobre la base de sus molestias estomacales, de su tarea asignada de comprobar los sistemas de las armas. El procedimiento era sorprendentemente directo y sencillo; nadie hubiera sospechado que había sido diseñado para destruir la más impresionante obra de ingeniería jamás vista por la humanidad.

Antes de cenar, O'Toole llamó a su esposa. Las
Newton
se estaban acercando rápidamente a la Tierra ahora, y el tiempo de espera entre trasmisión y recepción estaba por debajo de los tres minutos. Las conversaciones a la manera antigua eran de nuevo posibles. Su charla con Kathleen fue cordial y mundana. El general O'Toole pensó brevemente en compartir su dilema moral con su esposa, pero se dio cuenta de que el videófono no era seguro y decidió dejarlo. Ambos expresaron su excitación ante la idea de reunirse de nuevo en un futuro próximo.

El general cenó con el resto del equipo. Janos estaba de humor exuberante y entretenía a los demás con historias acerca de su tarde con "las balas", como insistía en llamar a las bombas nucleares.

—Hubo un momento —le dijo a Francesca, que estaba riendo sin parar desde que empezó su narración— en que tuvimos todas las balas ligeramente ancladas al suelo y dispuestas en una fila, como dóminos. Asusté mortalmente a Yamanaka. Empujé una, y las demás cayeron, clang, bang, en todas direcciones. Hiro estuvo seguro de que iban a estallar.

—¿No le preocupó la posibilidad de dañar algún componente crítico? —preguntó David Brown.

—En absoluto —respondió Janos—. Los manuales que me pasó Otto dicen que no puedes hacerles ningún daño a esas cosas ni aunque las dejes caer desde lo alto de la Torre Trump. Además —añadió—, todavía no están armadas. ¿No es así,
Herr
almirante?

Heilmann asintió, y Janos se lanzó a otra historia. El general O'Toole se alejó mentalmente hacia otros lugares, debatiéndose imposiblemente con la relación entre aquellos objetos metálicos en la nave militar y la nube en forma de hongo en el Pacífico... Francesca interrumpió su ensoñación.

—Tiene una llamada urgente en línea privada, Michael —dijo—. El presidente Bothwell estará en ella en cinco minutos. Las conversaciones en la mesa se interrumpieron.

—Bien —dijo Janos con una sonrisa—, usted debe de ser una persona especial. No todo el mundo recibe llamadas de "Slugger" Bothwell.

El general O'Toole se disculpó educadamente de la mesa y fue a su habitación.
Debe saberlo,
pensó mientras aguardaba impaciente la conexión.
Por supuesto. Es el Presidente de los Estados Unidos.

O'Toole siempre había sido aficionado al béisbol, y su equipo favorito era el de los Red Sox de Boston. El béisbol había pasado a administración judicial en lo más fuerte del Gran Caos, en 2141, pero un nuevo grupo de propietarios había vuelto a poner las ligas en marcha cuatro años más tarde. Cuando Michael tenía seis, en 2148, su padre lo había llevado al Fenway Dome para presenciar un partido entre los Red Sox y los Huracanes de La Habana. Fue el inicio de una pasión amorosa que duraría toda la vida de O'Toole.

Sherman Bothwell había sido un primer base zurdo y de potente pegada de los Red Sox entre 2172 y 2187. Había sido inmensamente popular. Nacido en Missouri, su genuina modestia y dedicación a la antigua al trabajo duro eran tan excepcionales como las cuatrocientas veintisiete carreras completas realizadas durante sus dieciséis años en las ligas mayores. Durante el último año de su carrera de béisbol, la esposa de Bothwell había muerto en un terrible accidente náutico. La silenciosa dedicación de Sherman a la responsabilidad de criar y educar a sus hijos fue ampliamente aplaudida.

Tres años más tarde, cuando se casó con Linda Black, la hermosa hija del gobernador de Texas, resultó obvio para mucha gente que Sherman tenía en mente una carrera política. Avanzó por entre las filas de su partido a gran velocidad. Primero vicegobernador, luego gobernador y posible presidente. Fue elegido para la Casa Blanca por una aplastante mayoría en 2196; se anticipaba que derrotaría abrumadoramente al candidato Cristiano Conservador en las próximas elecciones generales de 2200.

—Hola, general O'Toole —dijo el hombre del traje azul, con una sonrisa amistosa, cuando la pantalla se iluminó—. Aquí Sherman Bothwell, su presidente.

El Presidente no utilizaba notas. Estaba inclinado hacia delante en una silla sencilla, con los codos apoyados sobre los muslos y las manos cruzadas ante él. Hablaba como si estuviera sentado al lado del general O'Toole en una sala de estar cualquiera.

—He estado siguiendo su misión Newton con gran interés, como todo el mundo en mi familia, incluidos Linda y los cuatro chicos, desde su despegue. Pero he permanecido
especialmente
atento a estas últimas semanas, a medida que las tragedias llovían sobre usted y sus valerosos colegas. Oh. Oh. ¿Quién hubiera podido pensar nunca que una cosa como esa nave Rama pudiera existir? Es realmente abrumador...

"De todos modos, tengo entendido por nuestro representante en el Consejo de Gobiernos que ha sido dada la orden de destruir Rama. Sé que las decisiones como ésa no son tomadas a la ligera, y que sitúan una gran responsabilidad en gente como usted. Sin embargo, estoy seguro de que es la acción correcta.

"Sí, señor, sé que es la correcta. ¿Sabe?, mi hija Courtney, es la que tiene ocho años, se despierta casi cada noche con pesadillas. Estábamos mirando cuando todos ustedes intentaban capturar ese
biot,
el que se parecía a un cangrejo, y oh, fue positivamente horrible. Ahora Courtney sabe, no dejan de repetirlo por la televisión, que Rama se dirige
directamente
hacia la Tierra, y está realmente asustada. Aterrorizada. Piensa que todo el país va a verse invadido por esas cosas cangrejo y que ella y todos sus amigos serán cortados en trozos exactamente igual que el periodista Wilson.

BOOK: Rama II
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