Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (60 page)

BOOK: Rama II
6.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Ni Hiro Yamanaka ni Francesca dijeron nada. Francesca impresionó al resto del equipo tecleando sus treinta primeros dígitos de memoria. Considerando que nunca había visto, se suponía, el código de Heilmann hasta una hora antes de aquel momento, y que no había estado a solas más de dos minutos desde entonces, su hazaña era realmente notable.

A continuación fue el turno del general O'Toole. Sonriendo, caminó con tranquilidad hacia la primera arma. Los otros cosmonautas aplaudieron, mostrando tanto su respeto por el general como su reconocimiento de su lucha interna. Pidió a todo el mundo que por favor guardaran silencio, explicando que había confiado toda la secuencia a su memoria. Luego, O'Toole entró la primera decena de números.

Se detuvo durante un segundo mientras parpadeaba la luz verde. En ese instante una imagen parpadeó también en su mente, la de uno de los frescos del primer piso del santuario de san Michele en Roma. Un joven con una túnica azul, con los ojos alzados al cielo, estaba de pie en las escaleras del monumento a Víctor Manuel, predicando a una atenta multitud. El general O'Toole oyó un voz, clara y distinta. La voz dijo: "No".

El general giró rápidamente en redondo.

—¿Alguien ha dicho algo? —preguntó, mirando a los demás cosmonautas. Todos negaron con la cabeza. Desconcertado, O'Toole se volvió de nuevo hacia la bomba. Intentó recordar la segunda decena de dígitos. Pero no hubo forma. Su corazón latía a una velocidad endiablada. Su mente no dejaba de decir, una y otra vez:
¿Qué fue esa voz?
Su resolución de cumplir con su deber se había desvanecido.

Michael O'Toole inspiró profundamente, se volvió de nuevo en redondo, y cruzó la enorme bodega. Cuando pasó junto a sus sorprendidos colegas oyó al almirante Heilmann gritar:

—¿Que está haciendo?

—Voy a mi habitación —dijo O'Toole sin alterar su paso.

—¿No va a activar las bombas? —dijo el doctor Brown a sus espaldas.

—No —respondió el general O'Toole—. Al menos, todavía no.

56 - Respuesta a una plegaria

El general O'Toole permaneció en su habitación durante todo el resto del día. El almirante Heilmann se dejó caer por allí una hora después del fracaso de O'Toole en entrar su código. Tras unos minutos de absurda charla intrascendente (Heilmann era terrible en ese tipo de cosas), el almirante hizo la pregunta importante:

—¿Ya está preparado para proceder a la activación? O'Toole negó con la cabeza.

—Creí estarlo esta mañana, Otto, pero... —No hubo necesidad de que dijera más. Heilmann se levantó de su silla.

—He dado órdenes a Yamanaka de que lleve las dos primeras balas al pasadizo dentro de Rama. Estarán allí a la hora de cenar si usted cambia de opinión. Las otras tres serán dejadas en la bodega por ahora. —Miró a su colega durante varios segundos. —Espero que recupere sus sentidos antes que pase demasiado tiempo, Michael. Ya estamos en problemas graves con el cuartel general.

Cuando Francesca entró con su cámara dos horas más tarde, resultó claro por su elección de las palabras que la actitud hacia el general, al menos entre los restantes cosmonautas, era que O'Toole sufría una aguda tensión nerviosa. No estaba siendo desafiante. No estaba haciendo una declaración. Nadie del resto del equipo hubiera tolerado esas alternativas, porque todas habrían parecido malas por asociación. No, resultaba evidente que había algo mal en sus nervios.

—Le he dicho a todo el mundo que no lo moleste con visitas —dijo compasivamente Francesca mientras paseaba su mirada por la habitación, con su mente televisiva encuadrando ya las imágenes de la inminente entrevista—. Los teléfonos han estado sonando como locos, especialmente desde que envié la cinta de esta mañana. —Se dirigió al escritorio, comprobando los objetos que había encima. —¿Es éste Michele de Siena? —preguntó, tomando la estatuita.

O'Toole consiguió una lánguida sonrisa.

—Sí —dijo—. Y supongo que conocerá también al hombre en la cruz de la pintura.

—Muy bien —respondió Francesca—. Lo conozco muy bien... Mire, Michael, ya sabe usted lo que se avecina. Me gustaría que esta entrevista lo pintara a usted bajo la mejor luz posible. No es que vaya a tratarlo con guantes de terciopelo, entienda, pero quiero asegurarme de que esos lobos de ahí abajo tengan oportunidad de oír su versión de la historia...

—¿Ya están pidiendo mi piel? —interrumpió O'Toole.

—Oh, sí —respondió ella—. Y será mucho peor aún. Cuanto más retrase el activar las bombas, más ira caerá sobre usted.

—Pero, ¿por qué? —protestó O'Toole—. No he cometido ningún crimen. Simplemente he retardado activar un arma cuyo poder destructivo excede...

—Eso es irrelevante —contestó Francesca—. A
sus
ojos, usted no ha hecho su trabajo, es decir proteger a la gente en el planeta Tierra. Están asustados. No comprenden toda esta mierda extraterrestre. Se les ha dicho que Rama será destruida, y ahora usted se niega a extirpar sus pesadillas.

—Pesadillas —murmuró O'Toole—. Eso es lo que Bothwell...

—¿Qué pasa con el presidente Bothwell? —inquirió Francesca.

—Oh, nada —dijo él. Apartó la mirada de sus sondeantes ojos. —¿Qué más? —preguntó impaciente.

—Como iba diciendo, deseo que usted quede lo mejor posible. Péinese de nuevo y póngase un uniforme, no el overol de vuelo. Le aplicaré un poco de maquillaje en la cara para que no parezca tan pálido. —Se volvió al escritorio. —Dispondremos las fotos de su familia a plena vista, cerca de Jesús y Michele. Piense atentamente en lo que va a decir. Por supuesto, le preguntaré por qué no activó las armas esta mañana.

Francesca avanzó unos pasos y apoyó una mano sobre el hombro de O'Toole.

—En mi introducción sugeriré que usted ha estado sometido a una gran tensión. No quiero poner palabras en su boca, pero admitir una cierta debilidad sentará probablemente bien. Particularmente en su país.

El general O'Toole se agitó mientras Francesca terminaba los preparativos para la entrevista.

—¿Tengo que hacer esto? —preguntó, sintiéndose cada vez más incómodo mientras la periodista arreglaba a su gusto la habitación.

—Sólo si quiere que todo el mundo piense que usted no es Benedict Arnold —fue la seca respuesta.

Janos fue a visitarlo justo antes de cenar.

—Su entrevista con Francesca fue muy buena —mintió—. Al menos planteó usted algunas cuestiones morales que todos nosotros deberíamos considerar.

—Fue una torpeza por mi parte suscitar toda esa mierda filosófica —se inquietó O'Toole—. Hubiera debido seguir el consejo de Francesca y echarle la culpa de todo a mi fatiga.

—Bueno, Michael —dijo Janos—, lo que está hecho hecho está. No vine aquí para revisar los acontecimientos del día. Estoy seguro de que usted lo ha hecho ya montones de veces. Vine aquí para ver si podía serle de alguna ayuda.

—No lo creo, Janos —respondió O'Toole—. Pero aprecio la intención. Hubo un largo hiato en la conversación. Finalmente, Janos se puso de pie y se dirigió arrastrando los pies hacia la puerta.

—¿Qué va a hacer usted ahora? —preguntó en voz baja.

—Me gustaría saberlo —respondió O'Toole—. Creo que no soy capaz de elaborar ningún plan.

La nave espacial combinada
Rama-Newton
seguía dirigiéndose hacia la Tierra. Con cada día que pasaba la amenaza de Rama se hacía mayor, un enorme cilindro avanzando a velocidad hiperbólica hacia lo que podía ser un impacto calamitoso si no se efectuaba ninguna otra corrección en el rumbo. El punto de colisión estimado era en el estado de Tamil Nadu, al sur de la India, no lejos de la ciudad de Madurai. Los físicos estaban en las noticias de la red de cada noche, explicando lo que cabía esperar. Palabras como "onda de choque" y "deyección" se convinieron en términos que corrían de boca en boca en todas las cenas.

Michael O'Toole fue denostado por la prensa mundial. Francesca había tenido razón. El general norteamericano se convirtió en el foco de la furia de todo el mundo. Incluso hubo sugerencias de que debería ser sometido a un consejo de guerra y ejecutado, a bordo mismo de la
Newton
, por no cumplir con las órdenes. Toda una vida de importantes logros y desinteresadas contribuciones fue olvidada. Kathleen O'Toole se vio obligada a abandonar el apartamento familiar en Boston y buscar refugio con una amiga en Maine.

El general se sentía torturado por la indecisión. Sabía que estaba causando un daño irreparable a su familia y a su carrera con su fracaso en activar las armas. Pero cada vez que se convencía a sí mismo de que estaba dispuesto a ejecutar la orden, aquel fuerte y resonante "No" creaba nuevamente ecos en sus oídos.

O'Toole se mostró sólo marginalmente coherente en su última entrevista con Francesca, el día antes que la nave científica partiera en su viaje de regreso a la Tierra. Le formuló algunas duras preguntas. Cuando Francesca le preguntó por qué, si Rama tenía intención de situarse en órbita en torno de la Tierra, aún no había efectuado ninguna maniobra de desvío, el general se animó momentáneamente y le recordó que el frenado atmosférico —el disipar energía en forma de calor en la atmósfera— era el método más eficiente de conseguir una órbita en torno de un cuerpo planetario con una atmósfera. Pero cuando ella le dio la posibilidad de ampliar su afirmación, de plantear cómo Rama podía reconfigurarse para adoptar superficies aerodinámicas, O'Toole no respondió. Simplemente la miró distraídamente.

O'Toole salió de su habitación para la última cena antes que Brown, Sabatini, Tabori y Turgeniev partieran de vuelta a casa. Su presencia estropeó la cena. Irina se mostró extremadamente desagradable con él, haciéndole venenosas recriminaciones y negándose a sentarse a la misma mesa. David Brown lo ignoró completamente, inclinándose por discutir con excesivo detalle el laboratorio que estaba siendo diseñado en Texas para acomodar al cangrejo biot capturado. Sólo Francesca y Janos se mostraron amistosos, de modo que el general O'Toole regresó a su habitación inmediatamente después de la cena sin decir formalmente adiós a nadie.

A la mañana siguiente, menos de una hora después que la nave científica hubiera partido, O'Toole llamó al almirante Heilmann y le pidió un encuentro.

—¿Así que ha cambiado finalmente de opinión? —dijo excitadamente el alemán cuando el general entró en su oficina—. Bien. Todavía no es demasiado tarde. Sólo estamos a I-12 días. Si nos apresuramos aún podemos detonar las bombas I-9.

—Me estoy acercando, Otto —respondió O'Toole—, pero todavía no he llegado. He estado pensando muy cuidadosamente en todo esto. Hay dos cosas que todavía me gustaría hacer. Me gustaría hablar con el papa Juan Pablo, y deseo ir adentro para ver Rama por mí mismo.

La respuesta de O'Toole deshinchó a Heilmann.

—Mierda —dijo—. Ya estamos de nuevo. Probablemente...

—Usted no lo comprende, Otto —dijo el norteamericano. Miraba fijamente a su colega.

—Esto son buenas noticias. A menos que ocurra algo totalmente inesperado, o bien durante mi llamada al Papa o mientras esté explorando Rama, estaré dispuesto a entrar el código en el momento mismo en que salga de allí.

—¿Está seguro? —preguntó Heilmann.

—Le doy mi palabra —respondió O'Toole.

El general O'Toole no ocultó nada en su larga y emotiva trasmisión al Papa. Era consciente de que su llamada estaba siendo monitorizada, pero ya no le importaba. Sólo una cosa era importante en su mente: tomar la decisión de activar las armas nucleares con una conciencia clara.

Aguardó impaciente la respuesta. Cuando el papa Juan Pablo V apareció finalmente en la pantalla, estaba sentado en la misma habitación del Vaticano donde O'Toole había celebrado su audiencia justo después de Navidad. El Papa sostenía un pequeño bloc electrónico en su mano derecha, y miraba ocasionalmente hacia allá mientras hablaba.

—He rezado con usted, hijo mío —empezó el pontífice con su preciso inglés—, en particular durante esta última semana de angustia personal para usted. No puedo decirle qué debe hacer. No tengo las respuestas más de lo que las tiene usted. Sólo podemos esperar juntos que Dios, en Su sabiduría, proporcione una respuesta no ambigua a sus plegarias.

"En respuesta a algunas de sus preguntas religiosas, sin embargo, sí puedo hacer algunos comentarios. Se los ofrezco con la esperanza de que le sirvan de algo... No puedo decir si la voz qué oyó fue o no la de san Michele, o si sufrió usted lo que se conoce como una experiencia religiosa. Puedo afirmar que hay una categoría de experiencia humana, llamada normalmente religiosa por falta de un término mejor, que existe y no puede ser explicada en términos puramente racionales o científicos. Saúl de Tarso fue definitivamente cegado por una luz procedente de los cielos como parte de su conversión al cristianismo, antes que se convirtiera en el apóstol Pablo. Su voz pudo ser la de san Michele. Sólo usted puede decidirlo.

"Como hablamos hace tres meses, ciertamente, Dios creó a los ramanes, sean quienes fueren. Pero también creó los virus y las bacterias que causan la muerte y las enfermedades humanas. No podemos glorificar a Dios, ni individualmente ni como especie, si no sobrevivimos. Me parece muy poco probable que Dios espere que no tomemos ninguna acción si nuestra supervivencia se ve amenazada.

"El posible papel de Rama como heraldo de la segunda venida de Cristo es un tema muy difícil. Hay algunos sacerdotes dentro de la Iglesia que están de acuerdo con san Michele, aunque son una clara minoría. La mayoría de nosotros creemos que los aparatos ramanos son demasiado estériles espiritualmente como para ser heraldos. Son increíbles maravillas de ingeniería, por supuesto, pero no hay nada en ellos que sugiera ningún calor o compasión o ninguna otra característica redentora asociada con Cristo. En consecuencia, parece muy improbable que Rama posea ningún significado estrictamente religioso.

"En resumidas cuentas, ésa es una decisión que tiene que tomar usted por sí mismo. Debe proseguir con sus plegarias, como estoy seguro de que se da cuenta, pero quizá deba esperar un poco menos fanfarria en la respuesta de Dios. Él no habla a todo el mundo de la misma manera; ni cada uno de Sus mensajes le llegará de la misma forma. Por favor, recuerde una cosa más. Cuando explore Rama en busca de la voluntad de Dios, las plegarias de mucha gente en la Tierra estarán con usted. Puede estar seguro de que Dios le dará una respuesta; su desafío es identificarla e interpretarla.

BOOK: Rama II
6.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Transhumanist Wager, The by Istvan, Zoltan
Highly Strung by Justine Elyot
Pandaemonium by Christopher Brookmyre
Uncaged by John Sandford, Michele Cook
Crazy for Love by Victoria Dahl
Queen & Country by Shirley McKay
The Sexy Stranger Bundle by Madison, Tiffany
The Detective's Garden by Janyce Stefan-Cole