Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Rama II (59 page)

BOOK: Rama II
2.55Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

"Le estoy diciendo todo esto, general, porque sé que usted se enfrenta a una gran decisión. Y he oído rumores de que es posible que sienta dudas ante la idea de destruir esa enorme nave espacial y todas sus maravillas. Pero, general, le he hablado a Courtney de usted. Le he dicho que usted y su equipo van a hacer volar Rama en pedazos mucho antes de que alcance la Tierra, "Por eso lo he llamado. Para decirle que cuento con usted. —Y también Courtney.

El general O'Toole había pensado, antes de escuchar al Presidente, que podía aprovechar la llamada y plantear su dilema frente al líder del pueblo norteamericano. Había imaginado que tal vez podría incluso preguntarle a "Slugger" Bothwell acerca de la naturaleza de una especie que destruye para protegerse contra un riesgo improbable. Pero, después del corto y prácticamente perfecto discurso de ex primer base, O'Toole no tenía nada que decir. ¿Cómo podía negarse a responder a una súplica así? Todas las Courtney Bothwell del planeta contaban con él.

Tras dormir cinco horas, O'Toole despertó a las tres. Era consciente de que se enfrentaba a la acción más importante de su vida. Tenía la impresión de que todo lo había hecho, su carrera, sus estudios religiosos, incluso sus actividades familiares, lo habían estado preparando para este momento. Dios había depositado sobre él una decisión monumental. Pero, ¿qué era lo que quería Dios que hiciera? Su frente se llenó de sudor mientras O'Toole se arrodillaba delante de la imagen de Jesús en la cruz que estaba detrás de su escritorio.

Querido Señor, dijo, juntando ansiosamente las manos,
se acerca mi hora y sigo sin ver claramente Tu voluntad. Sería tan fácil para mí seguir simplemente las órdenes y hacer lo que todo el mundo, quiere. ¿Es ése Tu deseo? ¿Cómo puedo saberlo con seguridad?

Cerró los ojos y rezó pidiendo guía con un fervor que sobrepasaba todo lo que hubiera sentido anteriormente. Mientras rezaba, recordó otra ocasión, años antes, cuando era un joven piloto que formaba parte de una fuerza pacificadora temporaria en Guatemala. O'Toole y sus hombres habían despertado una mañana para descubrir que su pequeña base aérea en la jungla estaba completamente rodeada por terroristas de derecha que intentaban poner de rodillas al inexperto gobierno democrático. Los subversivos deseaban los aviones. A cambio, garantizarían la salida sin problemas del país de O'Toole y sus hombres.

El mayor O'Toole se había tomado quince minutos para deliberar y rezar antes de decidir luchar. En la batalla que siguió, los aviones resultaron destruidos y casi la mitad de sus hombres muertos, pero su simbólica resistencia contra el terrorismo envalentonó al joven gobierno y a muchos otros de Centroamérica en un momento en que los países pobres luchaban desesperadamente por superar los estragos de dos décadas de represión. O'Toole había sido recompensado con la Orden del Mérito, la más alta condecoración militar del Consejo de Gobiernos, por su hazaña en Guatemala.

A bordo de la
Newton
, años más tarde, el proceso de decisión del general O'Toole era mucho menos directo. En Guatemala, el joven mayor no había tenido que formularse ninguna pregunta acerca de la moralidad de sus acciones. Su orden de destruir Rama, en cambio, era algo completamente distinto. En opinión de O'Toole, la nave alienígena no había emprendido ninguna acción abiertamente belicosa. Además, sabía que la orden estaba basada primariamente en dos factores: el miedo a lo que Rama
podía
hacer y el rugir de una opinión pública xenofóbica. Históricamente, tanto el miedo como la opinión pública se despreocupaban notoriamente de la moralidad. Si de alguna forma pudiera averiguar cuál era el auténtico propósito de Rama, entonces podría...

Debajo de la pintura de Jesús sobre el escritorio de su habitación había una pequeña estatua de un hombre joven con el pelo rizado y grandes ojos. La figura de san Michele de Siena había acompañado a O'Toole en todos los viajes que había hecho desde su matrimonio con Kathleen. Ver la estatua le dio una idea. El general O'Toole buscó en uno de los cajones del escritorio y extrajo una plantilla electrónica. La conectó, comprobó el menú, y accedió a un índice de concordancias de los sermones de san Michele.

Bajo la palabra "Rama", el general halló toda una sucesión de referencias distintas. La que estaba buscando era la única señalada con una fuente en negrita. Esa referencia específica era el famoso "sermón de Rama" del santo, pronunciado en el campo a un grupo de cinco mil de los neófitos de Michele tres semanas antes del holocausto de Roma. O'Toole empezó a leer.

"Como tema de mi charla de hoy, voy a hablaros de un santo suscitado por la hermana Judy en nuestro consejo, es decir, cuál es la base para mi afirmación de que la nave espacial extraterrestre llamada Rama puede muy bien haber sido el primer anuncio de la segunda venida de Cristo. Comprended que en este punto no he tenido ninguna revelación clara ni en uno ni en otro sentido; Dios, sin embargo, me sugirió que los heraldos de la próxima venida de Cristo tendrán que ser extraordinarios, o la gente de la Tierra no los observará. Un simple ángel o dos haciendo sonar sus trompetas en los cielos no serán suficientes. Los heraldos tienen que hacer cosas que sean realmente espectaculares para llamar la atención.

Hay un precedente, establecido en las profecías del Antiguo Testamento que predicen la llegada de Jesús, de los anuncios profetices originados en el cielo. El carro de Elías fue el Rama de su tiempo. Estaba, tecnológicamente hablando, tan más allá de la comprensión de sus observadores como lo es Rama hoy. En ese sentido hay un cierto esquema de conformación, una simetría que no es inconsistente con el orden de Dios.

Pero lo que creo que es más alentador acerca de la llegada de la primera nave espacial Rama hace ocho años, y digo 'primera' porque estoy seguro de que habrá otras, es que obliga a la humanidad a pensar por sí misma en una perspectiva extraterrestre. Demasiado a menudo limitamos nuestro concepto de Dios y, por implicación, nuestra propia espiritualidad. Pertenecemos al universo. Somos sus hijos. Es sólo puro azar el que nuestros átomos se hayan elevado hasta la conciencia aquí en este planeta en particular.

Rama nos obliga a pensar en nosotros mismos, y en Dios, como seres del universo. Es un atributo a Su inteligencia que Él haya enviado un heraldo así en este momento. Porque, como os he dicho muchas veces, estamos predestinados a nuestra evolución final, nuestro reconocimiento de que toda la raza humana no es más que un solo organismo. La aparición de Rama es otra señal de que ha llegado para nosotros el tiempo de cambiar nuestro camino e iniciar la evolución final."

El general O'Toole volvió a guardar la plantilla y se frotó los ojos. Había leído el sermón con anterioridad, de hecho justo antes de su entrevista con el Papa en Roma, pero de alguna forma no le había parecido tan significativo como le parecía ahora.
Así que, ¿qué eres tú, Rama?,
pensó.
¿Una amenaza a Courtney Bothwell, o un heraldo de la segunda venida de Cristo?

Una hora antes del desayuno, el general O'Toole seguía vacilando. Genuinamente, no sabía cuál tenía que ser su decisión. Pesando abrumadoramente sobre él gravitaba el hecho de que había recibido una orden explícita de su oficial al mando. O'Toole era muy consciente de que había jurado, al recibir su misión, no sólo seguir las órdenes, sino también proteger a todas las Courtney Bothwell del planeta. ¿Tenía alguna prueba de que esa orden en particular era tan inmoral que debía violar su juramento?

Mientras pensara en Rama como en sólo una máquina, no le resultaba demasiado difícil aceptar su destrucción. Después de todo, su acción no mataría a ningún ramane. Pero, ¿qué era lo que había dicho Wakefield? ¿Que la nave espacial ramana era probablemente más inteligente que cualquier criatura que jamás hubiera vivido sobre la Tierra, incluidos los seres humanos? ¿Y acaso una inteligencia mecánica superior no tenía un lugar especial entre las creaciones de Dios, quizás incluso por encima de las formas de vida inferiores?

Al fin, el general O'Toole sucumbió a la fatiga. Simplemente ya no le quedaba energía para enfrentarse a la interminable sucesión de preguntas sin respuesta. Decidió, renuente, cesar su debate interno y prepararse para cumplir con las órdenes.

Su primera acción fue memorizar de nuevo su código de activación, una cadena específica de cincuenta números enteros entre el O y el 9 que sólo era conocida por él y los procesadores dentro de las armas nucleares. O'Toole había entrado personalmente su código y comprobado que quedara adecuadamente almacenado en cada una de las armas antes que la misión Newton despegara de la Tierra. La cadena de dígitos era larga para minimizar la probabilidad de ser duplicada por una rutina de búsqueda electrónica repetitiva. A cada uno de los oficiales militares de la misión Newton se le había aconsejado que derivara una secuencia que acordara con dos criterios: el código debía ser casi imposible de olvidar, y no debía ser algo directo, como todos los números de teléfono de la familia, que un agente externo pudiera deducir fácilmente de sus archivos personales.

Por razones sentimentales, O'Toole había deseado que nueve de los números de su código fueran su fecha de nacimiento, 29-3-42, y la fecha de nacimiento de su esposa, 7-2-46. Sabía que cualquier especialista en descifrado buscaría inmediatamente unas selecciones tan obvias, así que el general decidió ocultar las fechas de nacimiento entre los cincuenta dígitos. Pero, ¿y los otros cuarenta y uno? Ese número en particular, el 41, había intrigado a O'Toole desde una fiesta de pizza y cerveza durante su segundo año en el MIT. Unos de sus asociados de entonces, un brillante y joven teórico de los números cuyo nombre había olvidado hacía mucho, le había dicho a O'Toole en medio de una discusión de borrachos que el 41 era "un número muy especial, el entero inicial de la más larga cadena continua de primos cuadráticos".

O'Toole nunca comprendió completamente lo que quería decir exactamente con la expresión "primos cuadráticos". Sin embargo, comprendió, y se sintió fascinado, por el hecho de que la cadena 41,43,47,53,61,71,83,97, donde cada número consecutivo era calculado incrementando la diferencia del número anterior en dos, daba como resultado exactamente cuarenta números primos consecutivos. La secuencia de primos terminaba solamente cuando el número cuarenta y uno de la cadena resultaba ser un no primo, exactamente 41 x 41= 1681, O'Toole había compartido esta poco conocida pieza de información sólo una vez en su vida, con su esposa Kathleen en su cuadragésimo primer cumpleaños, y había recibido una respuesta tan poco entusiasta que nunca le había vuelto a hablar de ello a nadie.

Pero era perfecto para su código secreto, particularmente si lo disfrazaba convenientemente. Para construir su número de cincuenta dígitos, el general O'Toole construyó primero una secuencia de cuarenta y un dígitos, cada uno procedente de la suma de los primeros dos dígitos en el término correspondiente en la secuencia especial de primos cuadráticos empezando con 41. Así, "5" fue el dígito inicial, en representación del 41, seguido por "7" por el 43, "1" por el 47 (4 + 7 = 11 y luego truncado), "8" por el 53, etcétera. A continuación distribuyó los números de las dos fechas de nacimiento utilizando una secuencia Fibonacci inversa (34, 21, 13, 8, 5, 3, 2, 1, 1) para definir las localizaciones de los nueve enteros de sus fechas de nacimiento en la cadena de cuarenta y un dígitos original.

No resultaba fácil confiar la secuencia a la memoria, pero el general no deseaba escribirla y llevarla consigo al proceso de activación. Si su código era escrito, entonces cualquiera podía usarlo, con su permiso o sin él, y su opción de cambiar de opinión se vería nuevamente bloqueada. Una vez que hubo memorizado la secuencia, destruyó todos sus cálculos y fue al comedor para desayunar con el resto de los cosmonautas.

—Aquí hay una copia de mi código para usted, Francesca, y una para usted, Irina, y la última para Hiro Yamanaka. Lo siento, Janos —dijo el almirante Heilmann con una amplia sonrisa—, pero me he quedado sin balas. Quizás el general O'Toole le permita entrar su código en una de las bombas.

—No se preocupe,
Herr
almirante —dijo irónicamente Janos—. Puedo pasarme sin algunos privilegios de la vida.

Heilmann estaba haciendo un gran despliegue de activar las armas nucleares. Había impreso varias copias de su número de cincuenta dígitos y se había complacido en explicar a los otros cosmonautas lo listo que había sido en la concepción de su código. Ahora, con un estilo muy poco característico de él, permitía que el resto de la tripulación participara en el proceso.

A Francesca le encantaba aquello. Era definitivamente buena televisión. A O'Toole se le ocurrió que era la propia Francesca quien probablemente había sugerido toda aquella representación a Heilmann, pero no perdió mucho tiempo pensando en ello. Estaba demasiado atareado sorprendiéndose de lo tranquilo que se sentía ahora. Tras su larga y agónica búsqueda anímica, al parecer iba a realizar su deber sin ningún tipo de remordimiento.

El almirante Heilmann se confundió durante la entrada de su código (admitió que estaba nervioso), y perdió temporariamente el hilo de su secuencia. Los diseñadores del sistema habían previsto esta posibilidad y habían instalado dos luces, una verde y otra roja, inmediatamente encima de los teclados numéricos a un lado de la bomba. Después de cada diez dígitos una de las luces se iluminaba, indicando si los diez códigos anteriores eran compatibles o no con los almacenados. El comité de seguridad había expresado su preocupación de que aquel rasgo "extra" comprometiera el sistema (era más fácil decodificar cinco cadenas de diez dígitos que una de cincuenta), pero repetidos tests de ingeniería realizados antes del lanzamiento habían demostrado que las luces eran necesarias.

Al final de su segunda decena de dígitos, Heilmann fue advertido por el parpadeo de la luz roja.

—He hecho algo mal —dijo, evidentemente azorado.

—Más fuerte —gritó Francesca desde donde estaba filmando. Había encuadrado limpiamente la ceremonia de modo que tanto las armas como las vainas aparecieran en la imagen.

—He cometido un error —proclamó el almirante Heilmann—. Todo este ruido me ha distraído. Debo aguardar treinta segundos antes de poder volver a empezar.

Después que Heilmann completara con éxito su código, el doctor Brown entró el código de activación en la segunda arma. Parecía casi aburrido; ciertamente, no pulsaba las teclas con nada que se aproximara al entusiasmo. Irina Turgeniev activó la tercera bomba. Efectuó un corto pero apasionado comentario señalando su creencia de que la destrucción de Rama era algo absolutamente esencial.

BOOK: Rama II
2.55Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ant Attack by Ali Sparkes
Delicate Ape by Dorothy B. Hughes
Numbers by Dana Dane
Dragonmaster by Karleen Bradford
Friend of Madame Maigret by Georges Simenon
Lark by Cope, Erica