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Authors: David Morrell

Tags: #Otros

Rambo. Acorralado (20 page)

BOOK: Rambo. Acorralado
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—Una pomada; se le fue la mano al ponérmela. Tengo vendas debajo de la ropa también. Las que me cubren las piernas y las rodillas están tan ajustadas que casi no puedo caminar.

Hizo un esfuerzo por sonreír, como si las vendas apretadas fueran una broma del médico. No quería que Kern se diera cuenta de lo mareado, enfermo y mal que se sentía.

—¿Tiene algún dolor? —dijo Kern.

—Me dolía menos antes de que me vendara tan fuerte. Me dio unas pastillas para que me las tome cada hora.

—¿Sirven de algo?

—Bastante.

Eso estaba bien. Tenía que tener sumo cuidado de la forma en que le hablaba a Kern sobre sus dolores, debía quitarles importancia, pero no tanta como para que Kern desconfiara y lo enviara otra vez al hospital.

Kern se enojó mucho con él cuando estuvo en el hospital, reprochándole el haberse metido en el monte detrás del muchacho sin haber esperado a que llegara la policía estatal.

—Es mi jurisdicción y usted se aprovechó de ello, y ahora más vale que no vuelva a meterse en este asunto —dijo Kern.

Teasle había aguantado todo, esperando que Kern descargara su rabia y luego, lentamente, había tratado en la mejor forma posible de convencerlo de que se necesitaba a más de una persona para organizar esta amplia búsqueda. Existía otro argumento que no quiso emplear, pero que estaba seguro que Kern no ignoraba: podían morir tantas personas ahora como al principio de la búsqueda, y era conveniente tener otra persona para compartir esa responsabilidad con ella.

Kern era un jefe algo débil. Teasle lo había visto apoyarse en otros demasiado frecuentemente. Por eso Teasle lo estaba ayudando ahora, pero no necesariamente durante mucho más tiempo. A pesar de sus defectos, Kern se preocupaba por sus hombres, preguntándose cuántos esfuerzos podrían aguantar, y si llegaba a pensar que Teasle estaba sufriendo demasiado, podía mandarlo de vuelta con gran facilidad.

Afuera se oía el ruido de camiones que se desplazaban en la noche, grandes camiones de transporte que, como sabía Teasle, estaban llenos de soldados. Se oyó el ruido de una sirena que avanzaba rápidamente por el camino rumbo a la ciudad, y se alegró de poder hablar de otra cosa que no fuera su estado.

—¿Para qué es la ambulancia?

—Otro civil herido.

Teasle meneó la cabeza.

—Están desesperados tratando de ayudar.

—Muriendo es la palabra más adecuada.

—¿Qué sucedió?

—Una estupidez. Un grupo de ellos estaban acampando en el bosque pensando que estaban junto a nosotros cuando iniciamos la búsqueda esta mañana. Oyeron un ruido en la oscuridad y pensaron que quizás era el muchacho que trataba de escapar y llegar al camino, agarraron entonces sus rifles y salieron a inspeccionar. Lo primero que hicieron fue confundirse en la oscuridad. Un tipo oyó moverse a otro, pensó que era el muchacho, y comenzó a disparar, el otro disparó a su vez y al rato todos disparaban. Gracias a Dios que no murió ninguno, solamente hubo heridos graves. Nunca vi algo igual.

—Yo sí.

Poco antes, mientras había estado estudiando el mapa, tuvo la sensación de que su cabeza estaba rellena de seda y ahora tuvo repentinamente la misma sensación. Sentía los oídos tapados también, y las palabras «Yo sí» parecieron provenir de un eco ajeno a él. Estaba medio mareado y sentía ligeras náuseas, tenía ganas de acostarse en el banco pero no podía dejar que Kern sospechara lo que le sucedía.

—Cuando trabajaba en Louisville —comenzó a decir y casi no pudo continuar—. Hace más o menos ocho años. Raptaron a una niña de seis años en un pequeño pueblo de los alrededores. La policía local pensó que podía haber sido violada y arrojada luego en algún lugar de las cercanías, por lo que organizaron una búsqueda: algunos de nosotros que teníamos el fin de semana libre fuimos allí para ayudar. Pero lo malo fue que los que organizaban la partida pidieron ayuda por la radio y en los diarios y se presentó allí, mucha gente que sólo ambicionaba comer gratis y divertirse un poco.

Estaba decidido a no acostarse. Pero la luz le parecía cada vez más pálida y le pareció sentir que se tambaleaba el banco sobre el que estaba sentado. Finalmente no tuvo más remedio que recostarse contra la pared del camión, confiando en mantener un buen aspecto.

—Cuatro mil —dijo, concentrándose en pronunciar correctamente las palabras—. No había lugar para alojarlos a todos ni para darles de comer. No se podían coordinar los movimientos de tantas personas. La ciudad creció de un día para otro y sus edificios le quedaron chicos. La mayor parte de ellos se pasaban el tiempo bebiendo y luego se presentaban borrachos para tomar los autobuses que los llevarían a donde se iniciaba la búsqueda. Un tipo estuvo a punto de ahogarse en un pantano. Un grupo se perdió y hubo que suspender la búsqueda para que todos fueran a rescatarles a ellos. Picaduras de víboras. Piernas rotas. Insolaciones. Finalmente la confusión era tal, que se ordenó a todos los civiles que regresaran a sus casas, y solamente la policía quedó a cargo de la investigación.

Encendió un cigarrillo y dio una larga calada tratando de vencer su mareo. Vio que el operador de radio y el agente se habían dado la vuelta y estaban escuchándole. ¿Durante cuánto tiempo habría estado hablando? Parecían diez minutos, pero tal vez no fuera así. Su mente fluctuaba hacia arriba y abajo con un suave movimiento ondulante.

—Bueno, no se detenga —dijo Kern—. ¿Qué pasó con la niña? ¿La encontraron?

Teasle asintió lentamente.

—Seis meses después. Enterrada en una tumba poco profunda cavada a un lado de un camino lateral, a una milla de distancia de donde había terminado originalmente la búsqueda. Nos enteramos que un viejo había estado bromeando en un bar de Louisville respecto a violaciones de niñas. Las posibilidades de que tuviera cierta relación con el caso eran algo remotas, desde luego, pero decidimos investigar de todas formas. Como yo había participado en la búsqueda y conocía el caso, me encargaron que lo interrogara y al cabo de cuarenta minutos confesó todo el asunto. Dijo que pasaba en su coche frente a esa granja y vio a la niña bañándose en una piscina de plástico en el jardín que daba a la calle. Según él lo que lo había atraído fue el traje de baño amarillo. La sacó del jardín y la metió en el coche sin que nadie lo viera. Nos condujo directamente a la tumba. Era la segunda tumba. La primera la había cavado en medio de la zona donde se realizó la búsqueda, volvió allí una noche y la sacó mientras los civiles daban vueltas y confundían las pistas. —Dio otra larga calada a su cigarrillo, sujetándolo con sus dedos vendados, hinchados e insensibles, sintiendo el humo tibio en su garganta—. Esos civiles estropearán esta búsqueda también. No debió decirse ni una sola palabra sobre el asunto.

—Fue culpa mía. Un periodista llegó a mi oficina y oyó los comentarios de mis hombres antes de que yo pudiera decirles que no dijeran nada al respecto. He encargado a varios de ellos que hagan volver a la ciudad a todos los que no tienen nada que ver con esto.

—Sí, pero ese grupo que sigue aún en el bosque podrá volver a inquietarse otra vez y dispararán contra sus hombres. De todos modos, no le va a ser posible encargarse de todos. Esas montañas estarán repletas de civiles mañana por la mañana. Ya vio cómo han invadido la ciudad. Hay demasiados para poder controlarlos. Lo peor no ha llegado todavía. Espere a que se presenten los profesionales.

—No entiendo lo que quiere decir con profesionales. ¿A quién demonios se refiere?

—Aficionados en realidad, pero ellos se titulan profesionales. Tipos que no tienen nada mejor que hacer que recorrer el país esperando encontrar algún lugar donde se realice una búsqueda como ésta. Tuve oportunidad de encontrarme con algunos de esos ejemplares mientras buscábamos a la niña. Uno acababa de llegar de los Everglades donde habían estado tratando de localizar a unos excursionistas que se habían perdido. Antes de eso había ido a California para colaborar en la búsqueda de una familia que había sido atrapada por el fuego mientras caminaba por un bosque. Ese invierno había estado en Wyoming buscando a unos esquiadores embestidos por una avalancha. Y entre una y otra cosa estuvo en las inundaciones del Missisipi y rescatando a unos mineros encerrados por un desprendimiento en la mina. Lo malo es que ese tipo de gente nunca trabaja junto con los que tienen a su cargo la búsqueda. Quieren organizar sus propios grupos para salir por su cuenta, y no transcurre mucho tiempo antes de que confundan las pistas, interfieran con los grupos oficiales, se apresuren a revisar lugares que les parecen interesantes, como por ejemplo granjas viejas, y dejan sin revisar campos enteros

Teasle se llevó súbitamente las manos al pecho y lanzó un gemido: el ritmo de los latidos de su corazón se había acelerado, se saltó un latido, recobró nuevamente el ritmo acelerado.

—¿Qué le pasa? —inquirió Kern—. Le

—Estoy bien. Estoy bien. Necesito solamente otra pastilla. El doctor me advirtió que esto me sucedería.

No era cierto. El doctor no le había dicho absolutamente nada, pero ésta era la segunda vez que su corazón fallaba y la primera vez se había normalizado al tomar una pastilla, por lo que tomó otra rápidamente. Evidentemente no podía permitir que Kern sospechara que algo raro le sucedía a su corazón.

Kern no pareció muy satisfecho con su respuesta, Pero en ese momento el operador de la radio se ajustó los auriculares como si estuviera escuchando un informe y le dijo al agente:

—Camión número treinta y dos de la Guardia Nacional en su puesto —recorrió con su dedo una página con una lista de nombres—. Queda en el principio de Branch Road— y el agente clavó otro alfiler rojo en el mapa.

Teasle seguía sintiendo en la boca el gusto a creta de la pastilla. Respiró y la opresión que sentía en el corazón comenzó a desaparecer.

—Nunca comprendí por qué el viejo cambió de sepultura el cuerpo de la niña —dijo dirigiéndose a Kern, sintiendo más aliviado su corazón—, Recuerdo el aspecto que tenía cuando la desenterramos después de lo que le hizo el viejo y de estar sepultada durante seis meses. Recuerdo que pensé éste sí que es un modo triste de morir, Dios mío.

—¿Qué fue lo que le pasó a usted?

—Nada. Fatiga, según dijo el médico.

Su cara tenía el mismo tono gris de su camisa.

Otros camiones pasaron por el camino y Teasle eludió la contestación aprovechando el ruido. Un coche patrulla se acercó entonces, deteniéndose justo detrás de Kern, iluminándole con los faros y Teasle comprendió que ya no tendría necesidad de contestar,

—Parece que debo irme —dijo Kern sin ganas—. Debo repartir esos transmisores portátiles que acaban de llegar —dio un paso en dirección al patrullero, titubeó y se volvió hacia él—. Por qué no aprovecha para recostarse sobre el banco al menos, y trate de dormir un poco mientras yo no estoy. No va a conseguir saber dónde está el muchacho por más que mire el mapa; le conviene estar descansado para cuando reanudemos las operaciones mañana.

—Si me siento cansado lo haré. Quiero estar más que seguro de que todos están donde deben estar. No estoy en condiciones de subir a las montañas con usted, por lo tanto más vale que sea de utilidad aquí.

—Oiga. Respecto a lo que le dije en el hospital sobre la lamentable forma en que persiguió al muchacho

—Ya pasó. Olvídelo.

—Pero escuche. Sé lo que intenta hacer. Está pensando en todos los hombres suyos que murieron y está mortificando su cuerpo para castigarse a sí mismo. Tal vez sea cierto lo que le dije antes, que Orval podía estar vivo si usted hubiera compartido su trabajo conmigo desde el principio. Pero el muchacho fue el que empleó su arma contra él y contra los demás. No fue usted. No lo olvide.

Teasle no necesitaba que nadie se lo recordara.

El radio-operador decía:

—Unidad diecinueve de la policía estatal en su puesto —mientras Teasle daba nuevas caladas a su cigarrillo y observaba atentamente al agente que colocaba un alfiler amarillo en la zona este del mapa.

II

El mapa no tenía prácticamente ningún detalle en la parte interior.

—Nadie necesitó hasta ahora un mapa en relieve de esas montañas —explicó el agrimensor local cuando lo trajo—. Quizás sea necesario hacerlo si algún día pasa un camino por allí. Pero cuesta mucho dinero hacer uno, sobre todo en ese tipo de terreno tan escabroso y no tenía mucho sentido emplear el dinero del presupuesto en algo que posiblemente nadie necesitara.

Por lo menos los caminos circundantes estaban bien indicados. Formaban la parte superior de un cuadrado hacia el norte; pero el camino que conducía al sur formaba una curva como la parte inferior de un círculo, juntándose con los otros caminos que subían en línea recta a cada lado.

El camión de comunicaciones donde se encontraba Teasle estaba estacionado en la parte más inferior del arco que formaba el camino del sur. Allí fue donde lo encontró el policía estatal, y como el muchacho andaba por las cercanías la última vez que lo vio, la búsqueda se dirigía desde ese lugar.

El radio-operador se dirigió a Teasle:

—Se acerca un helicóptero. Están comunicándose pero no lo suficientemente claro como para entender lo que dicen.

—Los dos nuestros acaban de salir. Ninguno debería volver tan pronto.

—Tal vez tengan algún fallo en el motor.

—O tal vez no se trate de uno de los nuestros. A lo mejor es de alguna agencia de noticias que quiere sobrevolar el lugar para sacar fotografías. En ese caso no quiero que aterricen.

El radio-operador tomó contacto con el helicóptero y le pidió que se identificara. No recibió respuesta alguna.

Teasle oyó entonces el ruido cada vez más próximo de las aspas, se levantó dificultosamente del banco donde estaba sentado y se dirigió caminando despacio hacia la puerta de atrás del camión. Al lado del camión se extendía el campo arado por el que se había arrastrado esa mañana. Estaba bastante oscuro, pero pudo ver los surcos iluminados por una luz blanca e intensa que provenía de la parte de abajo del helicóptero mientras éste descendía sobre el campo arado. Era un faro semejante al que habían empleado un poco antes los de la agencia para sacar fotografías.

—Están fijos en el mismo lugar —le dijo al radio-operador—. Pruebe otra vez. Cerciórese de que no aterrizarán.

Pero el helicóptero ya estaba tocando tierra, el ruido del motor disminuía cada vez más, las aspas giraban en el aire produciendo un silbido periódico que se oía más y más espaciado. La cabina estaba iluminada y Teasle pudo ver que un hombre bajaba de ella y por la forma en que caminaba por el campo arado en dirección al camión, con paso firme, ágil y erguido, Teasle supo sin necesidad de mirar las ropas que vestía que no se trataba de un periodista ni tampoco de un miembro de la policía estatal que volvía por algún fallo del motor. Era el hombre que él había mandado a buscar.

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