Peter se volvió y regresó a la escalera para probar el experimento.
Un puñado de cables improvisados que unían este edificio con el del otro lado de la calle, el de los andamios y lonas azules, llamó la atención de Zula. Estaba conectado a la pared frontal que había casi directamente bajo ella entre los pisos cuatro y cinco. No estaba conectado a ningún punto sino que se mezclaba con el edificio a través de un sistema ramificado que se extendía. Zula pudo distinguir un cable de red azul expandiéndose perezosamente en espiral alrededor de la parte externa del puñado de cables: el último trozo de cable que había sido añadido.
—Ivanov solicita informe de situación —dijo Sokolov, que se había agachado tras ella en el piso de gravilla. Había conectado un auricular a su walkie talkie.
—Creo que está en esta esquina del edificio —respondió Zula—. Debajo de nosotros, en alguna parte. Yo diría que en el cuarto o quinto piso.
Sokolov retransmitió sus palabras al micro que llevaba sujeto en el cuello de su camisa.
—Golgaras se ha apagado —informó Peter—. Atheron sigue transmitiendo.
—¿Y eso significa? —preguntó Sokolov.
—Creemos que tienen dos WAPS
[06]
—dijo Peter—. Uno aquí en el tejado y probablemente otro en su apartamento.
Sokolov se llevó la mano al oído y escuchó. Luego preguntó:
—Ivanov dice que cuál es la base para suponer que está en esta esquina.
Zula dirigió su atención al haz de cables que tenían debajo. Peter y Sokolov se asomaron al pretil y vieron lo que había visto ella.
—Podríamos estrecharlo más —ofreció Peter—, si pudiéramos echar un vistazo al edificio desde el frente. Ver por dónde entran en la estructura los cables azules.
Sokolov lo retransmitió. Hubo una breve pausa.
—Mierda —dijo Sokolov en inglés, y miró hacia abajo. En su cara, la furia se mezcló con algo parecido a la vergüenza.
Zula y Peter siguieron su mirada y vieron a Ivanov salir del asiento de pasajeros de la furgoneta. Se dirigió a la puerta lateral, la abrió, rebuscó un momento, y sacó un par de binoculares, que se llevó a la cara y enfocó hacia ellos.
Sokolov se apartó del pretil y extendió la mano para agarrar a Peter y Zula, pero estos ya se habían agachado para que no los pudieran ver desde abajo.
—Está loco —dijo Sokolov, de manera casual, como si observara que Ivanov medía un metro ochenta de altura. No lo dijo de la forma irónica y admiradora con que podría haberlo hecho un joven americano. Pero antes de poder abundar en el tema sus ojos se desencajaron mientras recibía una transmisión de Ivanov.
—Bajemos —dijo.
Se reunieron en el sótano con Ivanov, que había sacado una foto con el móvil de lo que, desde su punto de vista, era el cuadrante superior izquierdo de la fachada del edificio. Naturalmente la pantalla de su teléfono ni siquiera podía mostrar con su resolución un objeto tan fino como un cable de red desde lejos, pero pudo señalar el lugar donde, con la ayuda de sus binoculares, había visto los dos cables azules entrar en el edificio: un agujerito, probablemente el respiradero de un ventilador de cocina, sobre el cuarto piso y debajo del quinto.
Contaron las ventanas entre la esquina del edificio y la localización de ese agujero. Entonces enviaron a un asesor de seguridad a una de las plantas inferiores (asumiendo que todas tenían el mismo trazado) y lo hicieron llegar hasta el fondo del pasillo y luego contar las puertas hacia atrás, anotando los números de los apartamentos de las puertas.
Mientras tanto, Zula consiguió apartar a Csongor del centro de la discusión.
—¡Yuxia está sola en la furgoneta! —exclamó—. Si pudiéramos llegar hasta ella...
Csongor negó con la cabeza.
—Ivanov quitó las llaves del contacto. Las lleva en el bolsillo.
—Oh.
—En el bolsillo delantero izquierdo de su pantalón, por si esa información es relevante de algún modo.
—De todas formas, podría tocar el claxon, pedir ayuda...
—Uno de los rusos planteó el mismo tema —dijo Csongor, y guardó silencio.
—¿Y...?
—A Ivanov no le preocupa.
—¿Por qué no?
—Yuxia te llamó «amiga querida».
—¿Y?
—Así que creen que tal vez seáis lesbianas —Csongor se ruborizó claramente incluso con la tenue luz azul del sótano.
—Mierda —dijo Zula—. Mañana recuérdame que me tronche de risa si no me han torturado hasta la muerte.
—Pero yo pienso que «amiga querida» es una forma que tienen las mujeres negras de saludarse, aunque sean heterosexuales.
Algo en la expresión del rostro de Csongor indicaba que no se trataba solo de una incursión en el argot urbano norteamericano, sino que era de posible importancia directa en su futura felicidad. Zula se permitió un momento de diversión pensando cómo el impulso reproductor masculino podía interponerse en situaciones donde era peor que inútil. Incluso consideró decir una mentirijilla.
—Tienes razón —dijo por fin—. Yuxia aprendería la expresión en alguna película o algo.
—Yuxia y tú solo sois amigas —dijo Csongor, con un alivio tan evidente que Zula sintió que su rostro se acaloraba.
—Solo amigas que se conocen desde hace unas veinticuatro horas.
—Ivanov cree otra cosa —dijo Csongor—, y le dijo a Yuxia que si creaba algún problema, te haría cosas malas.
—Bueno, eso podría ser cierto.
A Csongor no le gustó oír esto.
—Pero aunque Yuxia y yo no somos amantes —recalcó Zula—, amenazarme podría cambiar la forma en que tome decisiones.
El ruso que contaba las puertas regresó con un burdo boceto. A partir de aquí y con la foto de la fachada del edificio, pudieron calcular qué puerta daría acceso al apartamento en cuestión, suponiendo que supieran si era la tercera o la cuarta planta. Pero no había forma de zanjar la cuestión mirando al edificio desde fuera. El resultado era que el Troll probablemente vivía en el apartamento 305 o 405.
Esto le pareció a Zula un progreso excelente (si querías mirarlo de esa forma), considerando que llevaban en el edifico unos veinte minutos. Pero solo hizo que Ivanov pareciera más fastidiado.
Zula se acercó a la gran caja de acero oxidada que, como todo el mundo podía ver por los cables y conductos, servía como panel eléctrico principal del edificio. La puerta colgaba torcida. La abrió de una patada. El tío John le había enseñado a meterse las manos en los bolsillos cuando se acercaba a equipo eléctrico misterioso. Así lo hizo ahora.
El panel contaba con un puñado de objetos planos redondos con ventanitas, conectados a enchufes redondos. Algunos de los enchufes estaban vacíos, revelando roscas de tornillos y electrodos similares a los casquillos de las bombillas. La mayoría, sin embargo, estaban ocupados por los pequeños botones con ventanas. Estaban etiquetados con tiras de papel con caracteres chinos escritos a mano.
—¿Qué son? —preguntó Peter. La había seguido.
—Fusibles —dijo Zula—. He oído hablar de ellos.
—¿En vez de interruptores diferenciales?
—Eso creo.
—Muy bien, ya veo dónde quieres ir a parar —dijo Peter, con un arrebato de energía friki.
Zula no había pretendido ir a ninguna parte, solo acercarse a mirar el material. Miró a Peter. Él había vuelto a sacar su PDA.
—Sí —dijo—. Todavía puedo ver a Atheron.
La miró sonriente, luego se volvió a ver si Sokolov e Ivanov estaban prestando atención. No lo hacían. Comprobó de nuevo la señal y su rostro se nubló.
—Mierda, lo he perdido. La señal es muy débil.
Csongor se había acercado, así que Peter se lo explicó.
—Zula y yo hicimos esto antes, en el tejado. Atheron es su WAP en el apartamento. No puedo conectar (tiene una contraseña), pero puedo ver la señal. Si cortamos la energía tirando del fusible, debería desconectarse.
Los ojos de Csongor se dirigieron al panel.
—¿Cada apartamento tiene un único fusible?
—Eso parece —dijo Zula—. Identificado en chino.
—¿Sabe alguien leer números en chino?
—Más o menos —dijo Zula.
Ivanov se acercó e hizo una pregunta en ruso. Sus ojos saltaron del panel de fusibles a Zula mientras Csongor contestaba. Peter añadió el aviso de que su PDA no podía captar del todo a Atheron desde este sótano y por eso, tras un montón más de charla que parecía realmente necesaria, llegaron a un nuevo acuerdo. La mayoría de los asesores de seguridad se quedó en el sótano haciendo lo que llevaban haciendo todo el rato de todas formas, que era juguetear con las armas y munición que habían sacado de las fundas de las cañas de pescar y las neveras. Peter subió un tramo de escaleras con la PDA, situándose mejor en el edificio para poder captar una señal consistente de Atheron. Ivanov se pegó a Peter: quería verlo con sus propios ojos y por eso estaría asomado a su hombro durante todo el experimento. Csongor se quedó en la base de las escaleras, donde podía ver y charlar con Zula, que estaba apostada ante el panel de fusibles, y Sokolov estaba en las escaleras entre Csongor e Ivanov, de modo que podía intercambiar señales de manos con ambos.
Mientras elaboraban todo esto, Zula se preparó para leer, o fingir que podía leer, los números chinos.
Los números de las puertas eran arábigos. Pero el electricista o el conserje que había etiquetado estos fusibles del sótano había utilizado el sistema chino.
El cero era un círculo. El uno, dos y tres se representaban con el número adecuado de líneas horizontales. El cuatro podía recordarse porque era un cuadrado con algo dentro. A partir de ahí, sin embargo, los números eran un enigma. Con un poco de ayuda de Yuxia, había estado intentando aprenderlos. En algunos contextos, donde los números se presentaban en orden predecible, fue fácil. Leer números al azar le habría resultado imposible. La situación con esta caja de fusibles estaba entre ambos extremos. El lo alto de la caja veía algunas etiquetas que no eran números (supuso que debían de decir cosas como «sótano» o «lavandería»). Debajo empezó a ver números que empezaban con una sola línea horizontal, que significaba 1, y después de varias de estas vio algunas con dos líneas horizontales, y después un puñado con tres líneas, y así sucesivamente. De modo que parecía que los fusibles estaban colocados de forma lógica según la planta y el número del apartamento. Pero todo esto era más una tendencia general que una regla absoluta: estaba claro que la instalación eléctrica del edificio había sido renovada varias veces y que los enchufes disponibles habían sido repartidos al azar. Zula tuvo que hacer primero una especie de investigación arqueológica mental para reconstruir cómo habían llegado a esto. Hacia el fondo del panel empezó a ver el carácter cuadrado que significaba cuatro y, debajo, el glifo menos obvio que estaba segura que era el cinco. Así que el fusible que mataría la señal de Atheron probablemente estaba en la media docena inferior de filas de la caja. Pero esta parte era la que más había sido explotada por los oportunistas renovadores en décadas más recientes y por eso había mucho más problema para orientarse.
—Están preparados —dijo Csongor—. Puedes empezar a extraer fusibles.
—Explícales que esta caja es un lío, y que puede que tarde un poquito más en hallarle sentido.
Csongor la miró como si no quisiera para nada ser el portador de ese mensaje.
—Si empiezo a arrancar fusibles indiscriminadamente —señaló Zula—, los inquilinos empezarán a bajar aquí a averiguar qué ocurre.
Csongor subió las escaleras y le transmitió sus palabras a Sokolov.
Zula advirtió que los circuitos más nuevos tenían todos fusibles pero que varios de los enchufes de lo que consideró eran los apartamentos del quinto piso estaban vacíos. Pensó que eso significaba que los apartamentos estaban vacantes. Para desanimar a los ocupas e impedir que otros inquilinos piratearan la electricidad, quitaban el fusible, por tanto la energía, de todo piso que estuviera desocupado. Al escrutar el panel, Zula vio que todas las plantas tenían al menos una o dos unidades vacantes pero que eran más comunes en el quinto piso: no era sorprendente que, en un edificio sin ascensor, fueran los apartamentos menos deseables.
Encontró un enchufe etiquetado con el carácter del 5, luego el 0, luego el 5 otra vez. El 505 era uno de los candidatos más probables, el otro era el 405. Pero este enchufe no tenía un fusible conectado.
Estudió el panel hasta encontrar la secuencia de caracteres que, estaba bastante segura, representaba el 405. Tenía fusible.
Extendió la mano y desatornilló el fusible, luego se volvió hacia Csongor y alzó el fusible. Csongor le hizo una señal con la mano a Sokolov, quien al parecer la retransmitió escaleras arriba.
Pero nada de esto fue necesario. Peter e Ivanov estaban ya de vuelta.
Zula volvió a colocar el fusible mientras bajaban, devolviendo la corriente al 405.
—¡Lo encontré a la primera! —anunció Peter, agitando la PDA en el aire con un estilo triunfal que a Zula le pareció un poco escalofriante—. ¡Encontramos al Troll!
—Zula —dijo Ivanov—, bien hecho.
Como si ella hubiera extirpado un tumor cerebral. Entonces Ivanov se detuvo, de un modo que resultó casi cómico.
—¿Qué apartamento?
Acababa de darse cuenta de que todavía le faltaba esta información. Solo Zula sabía la respuesta.
Hacía tiempo que no la miraba tanta gente con tanta curiosidad.
—El 505 —dijo.
Sokolov le habló a Ivanov en ruso, haciendo algún tipo de objeción. O tal vez eso fuera una palabra demasiado fuerte. Estaba mencionando un punto interesante.
Ivanov lo consideró y lo discutió con Sokolov, pero no dejó de mirar a Zula ni un instante.
Lo sabía. Ella había hecho algo mal... se había descubierto de alguna forma.
—A Sokolov le preocupa —dijo Csongor— que el procedimiento sea imperfecto. Recomienda una exploración adicional. Pero Ivanov dice que si somos demasiado descarados, podemos advertir al Troll, que podría intentar escapar.
Ivanov asintió, sin embargo, como si hubiera aceptado el argumento de Sokolov. Se dirigió entonces en ruso a los asesores de seguridad.
Tres de ellos echaron mano a sus cinturones, abrieron unas cartucheras negras y sacaron unas esposas. Uno de ellos se acercó a Zula. Enganchó una de las esposas a un pesado tubo de acero que surgía del suelo, conectando cables con la caja de fusibles. Agarró la mano izquierda de Zula y le puso la otra esposa en la muñeca. Mientras tanto esposaron a Csongor a una tubería de agua fría en otra parte de la habitación. Un tercer asesor encadenó a Peter al pasamanos de hierro en la base de las escaleras.