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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (43 page)

BOOK: Recuerdos
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Las salas de pruebas de Seguridad Imperial estaban situadas en el subsótano; ocupaban las cámaras del antiguo bloque prisión. Cámaras de los horrores, las había considerado Miles siempre. El bloque fue, en los últimos días del loco Emperador Yuri, el mejor calabozo moderno, con un claro aire médico que Miles encontraba más escalofriante que las paredes goteantes y las telarañas y las cadenas y las ratas escurridizas. El Emperador Ezar también lo había utilizado, con mucha más discreción, para sus prisioneros políticos… empezando por los propios carceleros de Yuri, una agraciada nota de justicia cómica en un reinado generalmente implacable. Miles consideraba que uno de los mejores logros de la regencia de su padre fue que la siniestra prisión hubiera sido convertida, de modo efectivo, en un museo. Realmente lo único que le faltaba era una figura de cera del viejo loco Yuri y sus escuadrones.

Pero tal como estaban las salas de pruebas, tenían que ser unas de las más seguras del planeta. Ahora albergaban todos los cachivaches y juguetes más interesantes que SegImp había recolectado en el curso de sus muchas investigaciones. Las salas estaban repletas de documentación, armas, drogas biológicas (bien selladas, confiaba Miles) y artículos aún más extraños confiscados a los malvados y los desafortunados, que esperaban, nuevas investigaciones, o ser reclasificados y considerados obsoletos. Meditó sobre la conveniencia de visitar la sala de armas. Habían pasado un par de años desde la última vez que estuvo allí para llevarse a casa algunos artículos interesantes de una de sus misiones Dendarii. En uno de los estantes del fondo había descubierto una oxidada ballesta de metal y unos cuantos contenedores de gas soltoxin. Eran los últimos restos físicos, aparte de su persona, del intento de envenenamiento del entonces recién nombrado Regente Imperial Lord Aral Vorkosigan y su embarazada esposa, hacía treinta años y unos pocos meses.
Alfa y omega, muchacho, principio y final
.

El sargento a cargo del mostrador principal, situado en la antigua cámara de recepción de los prisioneros, era un joven pálido con cierto aire a bibliotecario monástico. Se levantó de un salto de su comuconsola cuando Miles entró y se puso firme, sin saber si inclinarse o saludar. Agachó la cabeza, en una especie de término medio.

—Milord Auditor. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Siéntese, relájese e infórmeme. Quiero dar un paseo —le dijo Miles.

—Por supuesto, milord Auditor.

Volvió a sentarse mientras Miles, experimentado en procedimientos, se acercaba a la mesa, colocaba la palma de su mano en el lector y estiraba el cuello para alcanzar el escáner retinal. Sonrió un poco agradecido a Miles por aliviarlo así de tener que decidir si un Auditor Imperial estaba por encima de los procedimientos de seguridad estándar o no, y si no, cómo demonios iba a tratar de hacer cumplir las normas.

Su alivio fue breve, ya que las luces del panel parpadearon en rojo, y su comuconsola emitió sonidos de desaprobación.

—¿Milord? Se le cita a usted explícitamente como no accesible, por orden del general Haroche.

—¿Qué? —Miles dio la vuelta a la comuconsola para mirar por encima de su hombro—. Ah. Compruebe la fecha. Eso es un residuo de… hace unas semanas. Si le molesta, llame al despacho de Haroche y pida el cambio de autorización. Esperaré.

Nervioso, el sargento así lo hizo. Mientras negociaba con el secretario de Haroche, que envió velozmente la autorización junto con una disculpa en el momento en que comprendió el problema, Miles contempló la pantalla plana proyectada sobre la placa vid. Incluía todas las fechas y horas de cada visita que había hecho al lugar hasta casi una década antes, además de los códigos para los artículos que había metido y sacado, sobre todo metido. Había una bomba inteligente zvegana, convenientemente lobotomizada, ah, sí. Y aquellas extrañas muestras genéticas cetagandanas que ahora investigaba el doctor Weddell, según sospechaba. Y… ¿qué demonios…?

Miles se acercó más.

—Discúlpeme. Esta comuconsola me incluye como visitante de la sala de pruebas hace doce semanas.

Era la fecha de su regreso de la última misión Dendarii; de hecho, se trataba del día fatal en que Illyan estaba fuera de la ciudad. La hora indicada era… justo después de que saliera del despacho de Illyan, aproximadamente cuando caminaba de regreso a casa. Sus ojos se ensancharon, y apretó los dientes.

—Qué… interesante —susurró.

—¿Sí, mi señor? —dijo el sargento.

—¿Estaba usted de servicio ese día?

—No lo recuerdo, señor. Tendría que comprobar el archivo. Um… ¿por qué lo pregunta, señor?

—Porque no bajé aquí ese día. Ni ningún otro día desde hace más de un año.

—Aparece usted en la lista, señor.

—Ya lo veo. —Miles sonrió, mostrando los dientes.

Había encontrado lo que había estado buscando subliminalmente durante los tres últimos días. El cabo suelto.
Es la clave o una trampa. Me pregunto cuál de las dos cosas
. ¿Se pretendía que lo encontrara? ¿Tenía que hacerlo ahora? ¿Podía algún vidente haber previsto aquella visita subterránea?
No asumas nada, muchacho. Tú sigue. Con cuidado
.

—Abra un canal seguro con Ops en su comuconsola —le dijo al sargento—. Quiero al capitán Vorpatril, y lo quiero ahora.

Ivan llegó rápidamente, a pesar de venir desde el edificio de Operaciones situado en el otro extremo de la ciudad; por suerte, Miles le había pillado en un día en que no se había marchado temprano del trabajo. Miles, sentado en el borde de la mesa de la comuconsola en la entrada de la sala de pruebas, con una pierna colgando, sonrió sombrío al verlo entrar, mientras despedía a su escolta interna de SegImp.

—Sí, sí, ¿ve? No estoy perdido. Puede marcharse ya. Gracias.

El sargento de la sala de pruebas y su supervisor, un teniente, esperaban junto al Lord Auditor. El teniente estaba verde y tembloroso.

Ivan echó un vistazo a la cara de Miles, y sus cejas se alzaron.

—Bien, Lord Auditor Primito. ¿Encontraste algo divertido?

—¿Parezco alegre?

—Más bien maníaco.

—Es divertido, Ivan, absolutamente divertido. El sistema de seguridad interno de SegImp me está mintiendo.

—Qué curioso —dijo Ivan con cautela—. ¿Y qué dice?

—Piensa que visité la sala de pruebas, aquí, el día de mi regreso de mi última misión. Es más, el archivo de entradas de arriba ha sido alterado para que encaje: dice que dejé el edificio media hora más tarde de lo que lo hice. Los registros de seguridad de la Residencia Vorkosigan muestran la hora real de mi llegada… tiempo suficiente para cubrir el lapso de usar un vehículo de tierra para volver. Sólo que… regresé caminando ese día. Aún más, y esto es lo importante, se descubrió que la cinta vid interna de la sala de pruebas para ese día, ha… ¿lo adivinas?

Ivan miró al teniente de SegImp, obviamente inquieto.

—¿Desaparecido?

—Apúntate una.

Ivan torció la cara.

—¿Por qué?

—Por qué, eso digo yo. La misma pregunta que pretendo responder a continuación. Supongo que esto podría no tener ninguna relación con el sabotaje de Illyan. ¿Quieres apostar?

—Ni hablar. —Ivan lo miró, sombrío—. ¿Significa eso que debo cancelar mis planes para cenar?

—Sí, y también los míos. Llama a mi madre y preséntale mis disculpas, pero no iré a casa esta noche. Luego siéntate aquí. —Señaló el puesto del sargento, que se lo cedió—. Declaro sellada esta sala de pruebas. Que no entre nadie, Ivan, nadie en absoluto, sin mi autorización de Auditor. Ustedes dos —su brazo giró para señalar a los dos hombres de SegImp, que dieron un respingo— son mis testigos de que yo, personalmente, no he entrado hoy en las salas de almacenamiento.

Se dirigió al teniente.

—Hábleme de sus procedimientos de inventario.

El teniente tragó saliva.

—Los registros de la comuconsola son constantemente puestos al día, por supuesto, milord Auditor. Hacemos inventario físico una vez al mes. Tarda una semana.

—Y el último se hizo, ¿cuándo?

—Hace dos semanas.

—¿Faltaba algo?

—No, mi señor.

—¿Ha faltado algo durante los últimos tres meses?

—No.

—¿El último año?

—¡No!

—¿Hacen siempre los mismos hombres el inventario?

—Va por rotación. No es… una tarea popular.

—Apuesto a que no. —Miles miró a Ivan—. Ya que estás sentado ahí, llama a Ops y pide cuatro hombres de máxima seguridad, que nunca hayan trabajado para o con SegImp. Serán tu equipo.

El rostro de Ivan se contrajo de desazón.

—Oh, Dios —gruñó—. No irás a mandarme que haga el inventario de todo eso, ¿verdad?

—Sí. Por razones obvias, no puedo hacerlo yo mismo. Alguien ha plantado una bandera roja aquí, con mi nombre en ella. Si querían mi atención, sin duda la tienen.

—¿Las pruebas biológicas también? ¿El congelador también? —Ivan se estremeció.

—Todo.

—¿Qué tengo que buscar?

—Si lo supiera, no tendríamos que hacer inventario, ¿no te parece?

—¿Y si, en vez de sacar algo, lo hubieran metido? ¿Y si no se trata de una pista lo que tienes entre manos, sino de una bomba? —preguntó Ivan. Su mano se crispó teatralmente.

—Entonces confío en que la desactives. —Señaló a los dos hombres de SegImp—. Vengan conmigo, caballeros. Vamos a ver al general Haroche.

Haroche también se puso en guardia en el instante en que vio la cara de Miles cuando entraba en el despacho con su pequeña escolta. Cerró las puertas tras ellos, apagó la comuconsola y dijo:

—¿Qué ha encontrado, milord?

—Aproximadamente veinticinco minutos de historia revisada. Sus comuconsolas han sido manipuladas.

El rostro de Haroche se fue entristeciendo a medida que Miles explicaba su descubrimiento del tiempo añadido, corroborado por el supervisor de la sala de pruebas. Se ensombreció aún más con la noticia de la cinta vid perdida.

—¿Puede demostrarnos dónde estuvo? —preguntó cuando Miles terminó—. ¿Demostrar que regresó caminando a casa?

Miles se encogió de hombros.

—Posiblemente. Me topé en la calle con un montón de gente, y soy, ah, un poco más memorable que un hombre medio. Buscar testigos años después de los hechos es algo que los guardias municipales tienen que hacer constantemente, al investigar sus crímenes civiles. Puedo recurrir a ellos, si parece necesario. Pero, como Auditor Imperial, mi palabra no está en tela de juicio.

Todavía
.

—Er. Cierto.

Miles miró a los hombres de la sala de pruebas.

—Caballeros, ¿quieren esperarme en la oficina exterior, por favor? No vayan a ninguna parte ni hablen con nadie.

Haroche y él esperaron hasta que despejaron la habitación; entonces Miles continuó:

—Lo que sí es seguro, en este punto, es que tiene usted un topo en sus sistemas internos de seguridad. Puedo abordar esto de dos formas. Puedo desconectar por completo SegImp mientras traigo expertos de fuera que los estudien. Hay ciertas desventajas claras en este método.

Haroche gruñó.

—Una forma leve de expresarlo, milord.

—Sí. Desconectar todo SegImp durante una semana, o más, mientras que gente que no conoce su sistema intenta entenderlo y luego comprobarlo me parece una invitación al desastre. Pero hacer una comprobación interna usando personal interno tiene, um, serias pegas. ¿Alguna idea?

Haroche se frotó la frente.

—Veo lo que quiere decir. Supongamos… supongamos que nombramos un equipo de hombres para hacer la comprobación. Al menos tres, que deben trabajar juntos en todo momento. Así se vigilan mutuamente. Admito que haya un topo, pero tres, escogidos al azar… Puede paralizar el sistema por secciones, con una interrupción mínima de los deberes de SegImp. Si quiere, le doy una lista de personal cualificado y usted selecciona a los hombres.

—Sí… —dijo Miles despacio—. Me parece bien. Hágalo.

Haroche suspiró, aliviado.

—Le agradezco que sea tan razonable respecto a todo esto, mi señor.

—Siempre soy razonable.

Los labios de Haroche se fruncieron, pero no discutió. Suspiró.

—Este asunto se pone cada vez más feo. No me gustan las investigaciones internas. Incluso si ganas, pierdes. Pero qué… lo confieso, no entiendo este asunto de la sala de pruebas. ¿Qué le parece a usted?

Miles sacudió la cabeza.

—Parece una encerrona. Todo va… al revés. Quiero decir que normalmente se empieza con el crimen y se llega al sospechoso. Voy a tener que empezar por el sospechoso y descubrir el crimen.

—Sí, pero… ¿quién podría ser lo bastante idiota para tratar de involucrar a un Auditor Imperial? Parece una locura.

Miles frunció el ceño, y deambuló por la habitación de un lado a otro, ante la mesa de Haroche. ¿Cuántas veces había caminado así delante de Illyan mientras elaboraban planes para sus misiones?

—Eso depende… Quiero que sus analistas de sistemas investiguen particularmente este asunto. Depende del tiempo que esto lleve en la comuconsola de la sala de pruebas. Era una mina enterrada, preparada para explotar al contacto. ¿Cuándo se modificaron los registros? Quiero decir que podría haber sido en cualquier momento entre el día en que llegué y esta mañana. Pero si se modificaron hace varias semanas… alguien tal vez no sabía que estaba involucrando a un Auditor Imperial. No veo cómo podrían haber previsto ese nombramiento mío, cuando yo no lo hice. Estaban involucrando, torpemente, a un joven oficial que había salido de SegImp en entredicho. El hijo oscuro de un padre famoso, y para remate una especie de semimutante. Puede que me consideraran un blanco fácil. Y no me gusta ser un blanco. Soy alérgico a ello.

Haroche sacudió la cabeza, maravillado.

—Me confunde, Lord Vorkosigan. Creo que por fin empiezo a comprender por qué Illyan siempre…

—¿Por qué Illyan qué? —instó Miles al cabo de un buen rato.

Una sonrisa torcida iluminó el pesado rostro de Haroche.

—Salía de sus reuniones jurando entre dientes. Y luego se daba la vuelta y le enviaba de nuevo a las misiones más difíciles que había.

Miles ensayó un corto e irónico movimiento de cabeza en dirección a Haroche.

—Gracias, general.

23

Ivan lo encontró dos horas antes del amanecer, no del todo por casualidad.

Estaba en el quinto pasillo de la segunda habitación que recorría, Armas IV. Había dejado Biológicas, Venenos y el Congelador los últimos en su lista, con la esperanza de no tener que registrarlo todo. Miles habría elegido empezar primero por las peores salas; a veces, tenía que admitirlo, Ivan no era tan tonto como fingía ser.

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