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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (53 page)

BOOK: Recuerdos
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Miles, después de un reflexivo cálculo de los ángulos y fuerzas, adoptó una pose similar a la de Ivan en el lado opuesto de la puerta. Los dos permanecerían tan silenciosos como una pareja desigual de gárgolas; con el tiempo Haroche olvidaría su presencia. Gregor se encargaría de eso. Se sentó en el camastro frente a Haroche; Illyan, cruzado de brazos, se apoyó contra la pared como sólo él sabía hacer: un ojo de Horus personificado.

—Siéntese, Lucas —dijo Gregor, en voz tan baja que Miles tuvo que esforzarse por oírlo.

Haroche abrió las manos, como si fuera a protestar, pero sus rodillas vacilaron; se sentó pesadamente.

—Sire —murmuró otra vez; se aclaró la garganta. Ah, sí. Gregor tenía razón en sus estimaciones.

—General Haroche —continuó Gregor—, quería que me diera en persona su último informe. Me debe eso y, por los treinta años de servicio que me ha ofrecido, casi toda mi vida, todo mi reinado, yo se lo debo.

—¿Qué… —Haroche tragó saliva— quiere que diga?

—Dígame lo que ha hecho. Dígame por qué. Empiece por el principio, llegue hasta el final. Cuente todos los hechos. No se defienda. Tendrá tiempo para eso más tarde.

No podía ser más sencillo, ni más abrumador. Miles había visto a Gregor comportándose de forma silenciosamente encantadora, silenciosamente valiente, silenciosamente desesperada, silenciosamente decidida. Nunca lo había visto silenciosamente furioso. Era impresionante: un peso lo rodeaba como agua de mar. Uno se podía ahogar en ella, aun tratando de buscar aire. Sal de ésta si puedes, Haroche. Gregor no es tu señor sólo de nombre.

Haroche guardó silencio tanto tiempo como se atrevió.

—Yo… —empezó a decir por fin—. Hacía tiempo que conocía la existencia de los procariotas komarreses. Desde el principio. Diamant, de Asuntos Komarreses, me lo contó; estábamos coordinados en la detención del grupito de saboteadores de Ser Galen, intercambiándonos hombres y ayuda en la crisis. Estaba con él el día que guardó las cápsulas abajo. No pensé en ellas durante años. Luego conseguí mi ascenso a jefe de Asuntos Domésticos; el caso Yarrow, ¿recuerda… señor? —se dirigió a Illyan—. Dijo usted que mi trabajo fue soberbio.

—No, Lucas. —La voz de Illyan era falsamente agradable—. No puedo decir que lo recuerde.

El silencio amenazó por prolongarse durante un buen rato.

—Continúe —dijo Gregor.

—Yo… empecé a ser cada vez más consciente de la existencia de Vorkosigan, dentro y fuera del cuartel general de SegImp. Había rumores sobre él. Algunas historias bastante descabelladas de que era una especie de agente secreto galáctico y que lo estaban preparando para ser el sucesor de Illyan. Estaba muy claro que era su favorito. El año pasado lo mataron de pronto, aunque resultó… que no estaba lo bastante muerto.

Un leve tic labial fue toda la expresión que Gregor se permitió. Tras mirarlo, Haroche continuó.

—Sea cual sea el motivo, durante ese periodo Illyan reorganizó su cadena de mando y decidió su línea de sucesión. Me nombraron segundo de SegImp. Me dijo que estaba pensando en elegir un nuevo sucesor, por si alguien conseguía derribarlo, y que era yo. Entonces Vorkosigan volvió a aparecer con vida.

»No volví a oír nada más de él hasta el verano pasado. Luego Illyan me pidió que trabajara con Vorkosigan como mi segundo en Asuntos Domésticos. Me advirtió que era hiperactivo, insubordinado como el infierno, pero que obtenía resultados. Dijo que lo amaría o lo odiaría, aunque algunas personas hacían ambas cosas. Dijo que Vorkosigan necesitaba una dosis de mi experiencia. Yo dije… que lo intentaría. La implicación era muy clara. No me habría importado entrenar a mi sustituto. Pero que me pidieran que entrenara a mi jefe fue un poco duro de tragar. Treinta años de experiencia por la borda… Pero me lo tragué.

La atención de Gregor estaba plenamente centrada en Haroche, y la de Haroche, forzosamente, en Gregor. Era como si el Emperador generara su propia burbuja de fuerza personal, igual que las utilizadas por una hautdama cetagandana, con sólo ellos dos dentro. Haroche se reconcentró, inclinado hacia delante, su rodilla casi tocando la de Gregor.

—Luego Vorkosigan… metió la pata. En buena hora. No tuve que hacer nada, lo hizo él solo, mejor de lo que podría haber imaginado. Estaba fuera, yo estaba dentro. Había recuperado mi oportunidad, pero… Illyan podía aguantar otros cinco años, tal vez diez. Hay más jóvenes aventureros llegando constantemente. Ahora, mientras estaba aún en la cúspide, quería mi oportunidad. Illyan se estaba quedando anticuado, se notaba, se sentía. Se estaba cansando. No paraba de hablar de retirarse, pero nunca lo hacía. ¡Yo quería servir al Imperio, serviros, Sire! Sabía que podía, si tenía mi oportunidad. Con el tiempo, en mi momento. Y entonces… me acordé de ese maldito polvo komarrés.

—¿Cuándo lo hizo?

—Aquella tarde, cuando Vorkosigan salió tambaleándose del despacho de Illyan con los ojos desencajados. Fui a la Sala de Pruebas para otro asunto. Me acerqué a ese estante, como había hecho un centenar de veces antes, pero esta vez… abrí la caja, y me guardé dos cápsulas en el bolsillo. No fue ningún problema salir con ellas; era la caja la que tenía los seguros y alarmas, no su contenido. Naturalmente, no me registraron. Sabía que tendría que hacer algo con los monitores, tarde o temprano, pero aunque alguien los hubiera comprobado visualmente, lo único que podrían haber visto era a mí, autorizado para coger lo que quisiera.

—Sabemos dónde. ¿Cuándo le administró los procariotas a Illyan?

—Fue… unos cuantos días después. Tres, cuatro días. —La mano de Haroche se agitó en el aire; Miles se imaginó la vaharada de humo pardo brotando de sus dedos—. Siempre estaba entrando en mi despacho, para comprobar hechos, para consultar mi opinión.

—¿Usó entonces ambas cápsulas?

—Entonces no. Durante una semana pareció que no ocurría nada, así que volví a hacerlo. No me había dado cuenta de lo lentos que iban a ser los síntomas. O… lo severos. Pero sabía que no lo mataría. Pensaba que no lo haría, al menos. Quise asegurarme. Fue un impulso. Y luego fue demasiado tarde para dar marcha atrás.

—¿Un impulso? —Gregor alzó las cejas, devastador—. ¿Después de tres días de premeditación?

—El impulso —Miles interrumpió su largo silencio— trabaja así de despacio a veces. Sobre todo cuando tienes una idea realmente perversa.

Si lo sabré yo.

Gregor le indicó que se callara; Miles se mordió la lengua.

—¿Cuándo decidió involucrar al capitán Galeni? —preguntó Gregor con severidad.

—No lo hice, no entonces. No quería involucrar a nadie, pero si tenía que hacerlo, quería que fuera Vorkosigan. Era perfecto. Había incluso una especie de justicia en ello. Casi había escapado de una acusación de asesinato, en aquel asunto con el correo. Habría sometido a un consejo de guerra al maldito enano, pero seguía siendo el favorito de Illyan, incluso después de todo aquel lío. Entonces apareció en mi puerta con esa dichosa cadena de Auditor alrededor del cuello y me di cuenta de que no era sólo el favorito de Illyan. —Los ojos de Haroche, enfrentados por fin a los de Gregor, eran acusadores.

Los de Gregor eran muy, muy fríos.

—Continúe —dijo, sin inflexión alguna.

—El pequeño bastardo nunca cesaba. Presionaba y presionaba… Si hubiera podido retenerlo una semana más, nunca habría tenido que involucrar a nadie más. Fue Vorkosigan quien forzó mi jugada. Pero para entonces estaba claro que era intocable; nunca conseguiría achacárselo a él. Galeni era su amigo, así que llamó mi atención. Me di cuenta de que su perfil como sospechoso era aún mejor que el de Vorkosigan. No fue mi primera opción, pero… era mucho más fácil de eliminar. Para empezar, era una molestia potencial para la futura Emperatriz. ¿Quién lo echaría en falta?

Gregor se había vuelto tan neutro que casi parecía gris. De modo que así se expresa la furia en él. Miles se preguntó si Haroche se daba cuenta de lo que significaba la absoluta falta de expresión de Gregor. El general parecía atrapado por sus propias palabras, indignado. Ahora hablaba más rápido.

—El pequeño bastardo continuó sin cejar en su empeño. Tres días… Encontró esas cápsulas de la Sala de Pruebas en tres días. Se suponía que tendría que haber tardado tres meses. No podía creerlo. Creí que conseguiría hacer que fuera hasta Jackson's Whole y volviera, pero se quedó pegado a mí. A cualquier hora del día o de la noche me daba la vuelta y allí estaba, a mi lado, por todo el edificio. Tenía que deshacerme de él antes de estrangularlo, así que adelanté el plan de Galeni todo lo que me atreví y se lo entregué envuelto para regalo. ¡Y el pequeño bastardo siguió sin rendirse! Así que le di el cebo que ansiaba. Estaba seguro de que se lo tragaría. Prácticamente se lo metí en la garganta, pero le costaba tanto tragar que en cuanto me di la vuelta había regresado a mi despacho con ese maldito biochalado galáctico y esos malditos filtros; yo estoy aquí abajo y él está… arriba. —Haroche hizo una pausa para respirar.

Gregor parpadeó.

—¿Qué cebo?

Ah, diablos, Haroche, no tienes que entrar en eso, de verdad…

Como Haroche no respondió, la mirada de Gregor se volvió hacia Miles.

—¿Qué cebo? —repitió, con engañosa suavidad.

Miles se aclaró la garganta.

—Me ofreció los Dendarii. Dijo que podría volver a trabajar para él en los mismos términos en que trabajaba para Simon. Oh, mejores. Me ofreció el rango de capitán.

Notó tres sorprendidas miradas, casi idénticas, clavándolo a la pared.

—No me lo mencionaste —dijo Illyan por fin.

—No.

—Tampoco me lo mencionaste a mí —dijo Gregor.

—No.

—¿Quieres decir que no dijiste que sí? —preguntó Ivan, aturdido.

—No. Sí. No sé.

—¿Por qué no? —dijo Illyan, después de lo que pareció un minuto entero.

—Deduje que no podría demostrar que se trataba de un soborno.

—No. Quiero decir que sé lo que es un soborno, Dios sabe que no tienes que demostrarme eso —dijo Illyan—. ¿Por qué no lo aceptaste?

—¿Y entregarle a Galeni como chivo expiatorio? ¿Y dejarle que dirigiera SegImp durante los próximos diez, veinte años, sabiendo lo que sabía de él? ¿Cuánto tiempo crees que habría pasado antes de que dejara de informar simplemente a Gregor y empezara a manipularlo a través de sus informes, o más directamente? Por su propio bien, por supuesto, y el bien del Imperio.

—No lo habría hecho. Os habría servido bien, Sire —insistió Haroche, la cabeza gacha, la voz baja.

Gregor frunció el ceño, profundamente.

Demonios, deja que niegue lo que quiera. Miles no habría intentado rebatirlo, como no habría intentado quitar una tabla de salvación a un náufrago. No quería nada más de Haroche, no más confesiones, ni siquiera venganza. Ni siquiera necesitaba odiarlo. Miles era capaz de sentir pesar por el honrado Haroche del verano pasado, ahora perdido. El Haroche de Feria de Invierno había elegido su destino. No tienes fuerza y no puedes moverme. Estoy cansado y quiero mi cena.

—¿Hemos acabado ya? —suspiró.

Gregor se echó hacia atrás.

—Me temo que sí.

—Actúan como si hubiera sido un asesinato, y no lo fue. No fue traición —insistió Haroche—. Debéis comprenderlo. Sire.

Prueba con «Lo siento». Deja de justificarte, suplica piedad. Te sorprenderías de lo que puede suceder.

—¡Illyan ni siquiera salió herido!

Gregor se levantó y deliberadamente le dio la espalda. Haroche abrió la boca para continuar con una defensa más desesperada, que no llegó a materializarse puesto que nada salió de ella. Aunque era famoso por el veneno de sus palabras, parecía como si a Illyan no se le ocurriera nada lo bastante duro que decir.

En cuanto Gregor indicó que abrieran la puerta y la cruzó, Ivan salió tras él. Illyan esperó a Miles, por pura costumbre de no dejarle que diera la espalda a un peligro potencial, y le siguió al pasillo. La puerta se cerró y ahogó las últimas protestas de Haroche, cortándolas tan bruscamente como una hoja afilada en su garganta.

Todos permanecieron en silencio hasta que llegaron de nuevo a la zona de admisión. Entonces Illyan comentó:

—Creía que aquello de luchar contra la tentación era una broma.

—Dos asaltos de tres, Simon. Estuvo cerca. Yo… realmente no quiero hablar del tema.

—Entonces trató de sobornar a uno de mis Auditores —dijo Gregor—. Es un delito capital.

—No creo que quiera tratar de explicárselo a un tribunal militar, Sire. Haroche ya tiene suficiente. Difícilmente podría tenerlo peor. Déjalo estar. Por favor.

—Si así lo quieres, milord Auditor.

Gregor tenía una expresión extraña en el rostro. Miles se agitó, incómodo. No era sorpresa ni diversión, lo cual habría sido un insulto, después de todo. ¿Asombro? Sin duda que no.

—¿Qué te detuvo? Yo también quiero saber por qué, ¿sabes? Me lo debes.

—No sé… cómo expresarlo.

Reflexionó, y para su sorpresa encontró aquella extraña calma en su interior, todavía allí. Le ayudó.

—Algunos precios son demasiado elevados, no importa cuánto desees la recompensa. Lo único que no puedes cambiar por el deseo de tu corazón es tu corazón.

—Oh —dijo Gregor.

Illyan había calculado que el tiempo necesario para que redactara el informe el Auditor sería igual al tiempo que había tardado en desentrañar el caso. Demasiado optimista; no había tenido en cuenta las interrupciones. Miles pasó la mayor parte de la semana siguiente encerrado en su dormitorio, arrojando montones de archivos de datos y palabras en su comuconsola. Tras identificar todas las piezas perdidas, volvía cada dos por tres al cuartel general de SegImp para consultar con los forenses, la clínica y media docena de departamentos más, para registrar depósitos o encerrarse con el general Allegre. Hizo un viaje a Vorbarr Sultana para recopilar nuevos testimonios médicos del almirante Avakli. Volvió a comprobarlo todo. Era un informe que no quería ver devuelto por una oleada de preguntas, aunque no fueran acompañadas de las ásperas apostillas finales de Illyan.

Miles estaba profundamente concentrado, preparando un breve y objetivo informe sobre el comportamiento de Haroche durante el momento culminante de la crisis médica de Illyan, y maldiciéndose por todas las pistas que había pasado por alto (oh, Haroche sí que lo había manejado, los había manejado a todos), cuando entró Ivan, sin anunciar, y preguntó gritando:

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