Robots e imperio (51 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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–¡Dejen paso! ¡Dejen paso! ¡La persona con el arma debe ser interrogada! Los guardias de seguridad fueron tras él y al fin encontraron a la "persona", en el suelo y algo machacada.

Incluso en una Tierra que presumía de no ser violenta, un estallido de rabia contra un evidente asesino, dejaba su huella. El asesino había sido sujetado, pateado y golpeado. Fue precisamente la densidad del público lo que le salvó de ser destrozado. Los múltiples agresores, tropezando unos con otros, lograron hacer poco. Los guardias de seguridad apartaron a la gente con dificultad. En el suelo, junto al robot caído, estaba el desintegrador. Daneel lo ignoró. En cambio se arrodilló junto al asesino capturado. Le dijo:

–¿Puedes hablar?

Unos ojos brillantes se fijaron en los de Daneel.

–Sí, puedo –contestó el asesino en voz baja pero perfectamente normal.

–¿Eres originario de Aurora?

El asesino no respondió. Pero Daneel dijo al momento:

–Sé que lo eres. Fue una pregunta innecesaria. ¿Dónde está tu base en este planeta?

El asesino no respondió. Daneel insistió:

–¿Tu base? ¿Dónde está? Debes contestar. Te ordeno que contestes. El asesino dijo:

–No puedes darme órdenes. Eres R. Daneel Olivaw. Me han hablado de tí y no necesito obedecerte.

Daneel levantó la cabeza, tocó al guardia más cercano y le dijo:

–¿Señor, ¿querría preguntar a esta persona dónde está su base?

El guardia, sorprendido, intentó hablar. Solamente se oyó una voz ronca. Avergonzado, tragó saliva, carraspeó y preguntó violentamente:

–¿Dónde está su base?

–Se me ha prohibido contestar a esta pregunta, señor –dijo el asesino.

–Debes contestar –insistió Daneel–. Un oficial planetario te lo está preguntando. Señor, ¿quiere ordenarle que lo haga?

El guardia no se hizo de rogar:

–Le ordeno que conteste, prisionero.

–Se me ha prohibido contestar a esta pregunta, señor.

El guardia alargó la mano pra agarrar al asesino por el hombro, pero Daneel dijo al instante:

–Creo que sería mejor no emplear la violencia, señor.

Daneel miró a su alrededor. Gran parte del clamor se había apagado. Se notaba cierta tensión en la atmósfera, como si un millón de personas esperaran ansiosamente para ver lo que Daneel hacía. Daneel dijo a los guardias que ahora les rodeaban a él y al asesino caído:

–¿Quieren abrirme paso, señores? Debo llevar al prisionero ante la señora Gladia. Tal vez ella logre una respuesta.

–¿Y que hay de la atención médica para el prisionero? –preguntó uno de los guardias.

–No será necesario, señor –dijo Daneel, y no dio más explicaciones.

81

–¡Que haya ocurrido esto! –se lamentó Andrev fastidiado, temblándole los labios de pasión contenida. Estaban en la habitación contigua a la tribuna, y miró el agujero del techo que permanecía como mudo testigo de la violencia que allí había tenido lugar. Gladia, con voz que se esforzó por mantener firme, le tranquilizó:

–No ha ocurrido nada. Estoy ilesa. Hay un agujero en el techo que tendrá que reparar y tal vez algo más en la habitación de arriba. Y nada más.

Mientras hablaba, oía gente que se movía arriba apartando lo que había cerca del agujero y presumiblemente evaluando los daños.

–Sí que hay más. Ha estropeado nuestros planes para su aparición de mañana, para su discurso al planeta.

–Ha hecho todo lo contrario. El planeta estará más impaciente por oírme sabiendo que he sido casi víctima de un intento de asesinato.

–Pero, es posible que haya otro intento.

Gladia se encogió levemente de hombros.

–Esto me hace pensar que estoy en el buen camino. Secretario General, hace poco tiempo descubrí que tengo una misión en la vida. No se me ocurrió que dicha misión pudiera ponerme en peligro, pero ya que es así, también pienso que no estaría en peligro, ni merecería la pena matarme, si no diera en el clavo. Si el peligro es una medida de mi efectividad, estoy dispuesta a arriesgarme.

Giskard interrumpió:

–Gladia, ha llegado Daneel con, supongo, el individuo que apuntó su desintegrador en esta dirección.

No fue solamente Daneel, trayendo una figura relajada e indiferente lo que asomó por la puerta, sino también media docena de guardias de seguridad. En el exterior, el rumor de la gente parecía más débil, más lejano. La multitud empezaba a dispersarse y regularmente podía oírse por los altavoces, el anuncio:

–No hay ningún herido. No hay peligro. Regresad a vuestros hogares.

Andrev alejó a los guardias con un gesto, y preguntó tajante:

–¿Es éste?

Daneel contestó:

–No cabe duda, señor, de que éste es el individuo con el desintegrador. El arma estaba junto a él, la gente que le rodeaba es testigo de su acto y él mismo admite su culpabilidad.

Andrev se quedó mirando, asombrado:

–Está muy tranquilo. Ni siquiera parece humano.

–No es humano, señor. Es un robot, un robot humanoide.

–Pero en la Tierra no tenemos robots humanoides... Excepto usted.

–Este robot. Secretario General –explicó Daneel– es como yo, de manufactura aurorana.

Gladia se estremeció:

–No es posible. Un robot no pudo haber recibido la orden de asesinarme. Exasperado, y con un brazo posesivamente protector pasado por los hombros de Gladia, D.G. dijo con rabia:

–Un robot aurorano especialmente programado...

–Tonterías, D.G. –interrumpió Gladia–. De ninguna manera. Aurorano o no, especialmente programado o no, un robot no puede deliberadamente agredir a un ser humano sabiendo que es un ser humano. Si este robot disparó el arma en mi dirección, debió fallar voluntariamente.

–¿Con qué fin? –preguntó Andrev–. ¿Por qué iba a fallar, señora?

–¿Es que no se da cuenta? Cualquiera que diera la orden al robot, debió pensar que el intento bastaría para desbaratar mis planes aquí, y era esto lo que buscaban. No podían ordenar al robot que me matara, pero podían ordenarle que errara el tiro... Y si con ello bastaba para desanimarme, se sentirían satisfechos... Excepto que no se interrumpirá el programa. No lo permitiré.

–No te pongas heroica, Gladia –aconsejó D.G.–: Ignoro lo que intentarán la próxima vez, pero nada..., ¡nada!..., vale tu pérdida.

La mirada de Gladia se dulcificó:

–Gracias, D.G. aprecio tus sentimientos, pero tenemos que arriesgarnos.

Andrev,. perplejo, se tiró de la oreja y preguntó:

–¿Qué vamos a hacer? Saber que un robot humanoide utilizó un desintegrador en una concentración de seres humanos no será bien recibido por los habitantes de la Tierra.

–Por supuesto que no –dijo D.G.–. Por lo tanto es mejor no decírselo.

–Un cierto número de gente debe de haberse enterado ya... o adivinado que nos enfrentamos con un robot.

–Pero eso no bastará para acallar el rumor, Secretario General, y es necesario que no vaya más allá; para ello es mejor un anuncio oficial.

Andrev insistió:

–Si Aurora está dispuesta a llegar a este extremo para...

–Aurora, no –cortó Gladia al instante–. Sólo cierta gente de Aurora, ciertos exaltados. Sé que también entre los colonizadores existen extremistas belicosos, y probablemente incluso en la Tierra. No haga el juego a esa gente, Secretario General. Apelo a la gran mayoría de personas sensatas de ambos bandos y no debe hacerse nada que debilite mi llamada. Daneel, que había estado esperando pacientemente, encontró al fin una pausa lo suficientemente larga para que él pudiera hablar:

–Gladia..., señores... es importante averiguar por el robot dónde tiene su base. Puede haber otros.

–¿No se lo ha preguntado? –inquirió Andrev.

–Sí, lo he hecho, Secretario General, pero soy un robot. Este no está autorizado a contestar a preguntas formuladas por otro robot. Ni tampoco a obedecer mis órdenes.

–Bien, pues, yo preguntaré.

–Puede que esto no nos sea útil, señor. Este robot está bajo severísimas órdenes de no responder, y su orden tal vez no pueda superarlas. Desconoce usted la fraseología y entonación apropiadas. Gladia es aurorana y sabe cómo debe hacerse... Gladia, ¿querría usted averiguar dónde tiene su base planetaria?

Gladia dijo en voz muy baja que sólo Daneel pudo oír:

–Tal vez no pueda. Acaso se le haya ordenado una congelación irreversible, si las preguntas son demasiado insistentes.

Daneel se volvió a mirar a Giskard. Murmuró:

–¿Puedes evitarlo?

–Dudoso. El cerebro ha sido físicamente dañado por disparar un desintegrador contra seres humanos.

Daneel se volvió de nuevo hacia Gladia y le dijo:

–Señora, quisiera sugerirle que más bien le tantee, antes de tratarle con brutalidad.

–Pues no sé. –Gladia pareció dudosa. Se enfrentó con el robot asesino, respiró profundamente y con voz muy firme, pero a la vez dulce, le preguntó– Robot, ¿cómo debo dirigirme a ti?

–Se me conoce como R. Ernett Second, señora.

–Ernett, ¿puedes decirme si soy aurorana?

–Habla al estilo de Aurora, pero no del todo, señora.

–Nací en Solaria, pero soy una espacial que ha vivido veinte décadas en Aurora y estoy acostumbrada a que mis robots me sirvan. He esperado y recibido servicio por parte de los robots todos los días de mi vida desde que era pequeña. Nunca me han decepcionado.

–Acepto lo que me dice, señora.

–¿Contestarás a mis preguntas y obedecerás mis órdenes, Ernett?

–Lo haré, señora, siempre que no sean contrarias a una orden previa.

–Si te pregunto la situación de tu base en este planeta y qué porción de ella consideras como la residencia de tu amo..., ¿me contestarás?

–No podré hacerlo, señora. Ni ninguna otra pregunta sobre mi amo. Ninguna.

–¿Te das cuenta de que si no contestas me sentiré profundamente decepcionada y que lo que tengo derecho a esperar del servicio robótico quedará permanentemente embotado?

–Lo comprendo, señora –respondió el robot con voz apagada.

Gladia miró a Daneel; preguntó:

–¿Lo intento?

–No hay más alternativa que intentarlo, Gladia –aconsejó Daniel– Si, pese al esfuerzo, nos quedamos sin información, no estaremos peor que ahora.

Con voz vibrante y autoritaria, Gladia ordenó:

–No me causes daño, Ernett, negándote a decirme dónde está tu base en este planeta. Te ordeno que me lo digas.

El robot pareció envararse. Abrió la boca pero no dijo nada. Volvió a abrirla y murmuró en un susurro ronco "...milla...". La abrió por tercera vez silenciosamente... y, entonces, con la boca todavía abierta, se apagó el brillo de sus ojos y se quedaron ciegos. Uno de los brazos, que había empezado a levantar, cayó hacia abajo. Daneel declaró:

–Su cerebro positrónico se ha congelado.

Giskard musitó sólo para Daneel:

–¡Irreversible! Hice cuanto pude pero no lo soportó.

–Ahora no tenemos nada –comentó Andrev– Ni siquiera sabemos dónde pueden estar los otros robots.

–Dijo "milla"... –hizo notar D.G.

–No conozco la palabra –dijo Daneel–. No figura en el estándar galáctico como el que empleamos en Aurora.

–Pudo haber tratado de decir "mil", o "Miles". Una vez conocí a un hombre que se llamaba así –observó Andrev.

–No veo que una y otra palabra tengan sentido como respuesta o parte de una respuesta a la pregunta –explicó Daneel–. Ni tampoco percibí una sibilante antes o después del sonido. Un anciano de la Tierra, que había guardado silencio hasta entonces, dijo con cierta timidez.

–Tengo la impresión de que milla puede ser una antigua medida de longitud, robot.

–¿Qué longitud, señor? –preguntó Daneel.

–No lo sé bien–contestó el de la Tierra–. Algo más de un kilómetro, me parece.

–¿Y ya no se emplea, señor?

–No, desde la era prehisperespacial.

D.G. mesó su barba y dijo, pensativo.

–Todavía se usa. Por lo menos en Baleymundo tenemos un viejo dicho: "Tanto vale un error como una milla". Quiere decir que si se trata de evitar la desgracia, evitarla por poco es igual que evitarla por mucho. Siempre creí que "milla" significaba mucho. Si realmente significa una medida de distancia, comprendo mejor la frase.

–De ser así –musitó Gladia–, un robot de este tipo no parece extraordinariamente complejo. No creo que pudiera emplear frases que existen en Baleymundo, pero que jamás se han oído en Aurora. Se le hizo una pregunta, y estaba solamente tratando de contestarla.

–¡Ah! –exclamó Andrev–, tal vez trataba de contestar. Intentaba decimos que su base estaba a cierta distancia de aquí. Por ejemplo, a tantas millas.

–En este caso –preguntó D.G.–, ¿por qué utilizaba una medida de distancia arcaica? Ningún aurorano emplearía otra cosa que kilómetros, y por tanto ningún robot fabricado en Aurora tampoco. En realidad prosiguió con cierta impaciencia– el robot estaba pasando rápidamente a su inactividad total y pudo muy bien haber formado solamente sonidos sin sentido. Es inútil tratar de encontrarle un significado a algo que no lo tiene... Y ahora quiero tener la seguridad de que Gladia pueda descansar o por lo menos que salga de esta habitación antes de que el resto del techo se nos caiga encima.

Salieron rápidamente y Daneel dijo bajito a Giskard:

–¡Fallamos de nuevo!

82

La Ciudad no se quedaba nunca silenciosa del todo, pero había momentos en que las luces perdían intensidad, el ruido de la siempre concurrida autopista disminuía y el interminable chocar de maquinaria y humanidad cedía solamente un poco. En muchos millones de apartamentos la gente dormía.

Gladia se acostó en el lecho que le había sido asignado, incómoda por la falta de comodidades que pudiera forzarla a salir de noche a los corredores.

¿Era también de noche en la superficie –se preguntó poco antes de quedarse dormida–, o era solamente un arbitrario "período de descanso" previsto en esta determinada cueva de acero, por respeto a un hábito desarrollado durante los cientos de millones de años en que los seres humanos y sus antepasados habían vivido en la superficie de la Tierra? Y entonces se quedó dormida.

Daneel y Giskard no dormían. Daneel descubrió una terminal de computadora en el apartamento y se pasó más de media hora absorto aprendiendo el desconocido tablero y las diferentes combinaciones. No encontró instrucciones de ningún tipo disponibles (pero ¿quién necesita instrucciones para lo que todo muchacho aprende en la primaria?; afortunadamente, los controles, aunque no se parecían a los de Aurora, tampoco eran completamente diferentes. Pudo conectar con la sección de referencias de la Biblioteca de la Ciudad, y hablar con la enciclopedia. Pasaron horas. En lo más profundo del sueño de los humanos, dijo Giskard:

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