Robots e imperio (54 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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–Si hemos perdido un robot, hemos perdido mucho más que un robot si logran deducir la localización de este centro de operaciones. No debimos, por lo menos, utilizar un robot local.

–Utilizamos el que estaba inmediatamente disponible. Y no revelará nada. Creo que puede confiar en mi programación.

–Pero, por su mera existencia, no puede evitar revelar, congelado o no, que es de manufactura aurorana. Los robotistas de la Tierra, y hay algunos en este planeta, lo detectarán con seguridad. Así que es más razonable hacer aumentar la radiactividad con extrema lentitud. Debe transcurrir el tiempo suficiente para que la Tierra olvide el incidente y no lo asocie con el cambio progresivo en la radiactividad. Debemos contar por lo menos con diez décadas, o quince, y mejor veinte. Se apartó para volver a inspeccionar sus instrumentos y restablecer el contacto con los relevos seis y diez, que todavía le producían quebraderos de cabeza. Amadiro se quedó mirándolo con una mezcla de desprecio y repulsión, y masculló para sí:

–Sí, pero yo no dispongo de veinte décadas más, o de quince, ni tal vez de diez. Usted sí..., pero yo no.

85

Era por la mañana muy temprano, en Nueva York. Giskard y Daneel lo dedujeron del aumento gradual de la actividad.

–En alguna parte, arriba y lejos de la Ciudad –dijo Giskard– está amaneciendo. Una vez, hablando con Elijah Baley, veinte décadas atrás, me referí a la Tierra como el Mundo del Amanecer. ¿Continuará así por mucho más tiempo o ha dejado ya de serlo?

–Éstas son ideas morbosas, amigo Giskard. Será mejor que nos preocupemos por lo que debemos hacer hoy para ayudar a que la Tierra siga siendo el Mundo del Amanecer.

Gladia entró en la habitación, en chinelas y salida de baño, con el cabello recien lavado y secado.

–¡Ridículo! –exclamó–. Las mujeres de la Tierra van por los corredores hacia los reservados masificados, despeinadas y desarregladas. Creo que lo hacen a propósito. No es correcto peinarse camino del reservado. Al parecer, el ir despeinada pone en evidencia el aspecto cuidado de después, Hubiera debido traer todo un equipo de mañana. ¡Si hubieran visto cómo me miraron cuando aparecí con mi salida de baño! Al abandonar el reservado, uno debería estar a la última moda. Dime, Daneel...

–Señora, ¿puedo hablar con usted?

–No más de una palabra, Daneel. No sé si te has dado cuenta de que éste va a ser un gran día y mis entrevistas por la mañana van a empezar ahora mismo.

–Esto es precisamente lo que quiero discutir con usted, señora. En un día tan importante, todo irá mejor si no estamos con usted.

–¿Qué?

–El efecto que desea causar en los habitantes de la Tierra, bajaría sensiblemente si se rodeara de robots.

–No estaré rodeada. Sólo ustedes dos. ¿Cómo puedo prescindir de ustedes?

–Es necesario que aprenda a hacerlo, señora. Mientras estamos a su lado, se la tiene por distinta de la gente de aquí. Da la impresión de que les tiene miedo.

–Necesito cierta protección, Daneel –dijo preocupada–. Recuerden lo que ocurrió anoche.

–Señora, no pudimos evitar lo que ocurrió anoche y no podíamos protegerla... si hubiera sido necesario. Afortunadamente, no era usted el blanco anoche. El desintegrador estaba apuntando a Giskard, a la cabeza de Giskard.

–¿Por qué Giskard?

–¿Cómo podía un robot apuntarle a usted o a cualquier ser humano? El robot, por alguna razón que ignoro, apuntaba a Giskard. El estar cerca de usted aumentaba el peligro, recuerde que cuando se extienda la noticia de los acontecimientos de ayer, incluso el gobierno de la Tierra intentará suprimir los detalles, correrá el rumor de que se trataba de un robot que disparó un desintegrador. Esto despertará la indignación pública contra los robots..., contra nosotros..., e incluso contra usted si persiste en que se la siga viendo con nosotros. Sería mejor que estuviera sola.

–¿Cuánto tiempo?

–Por lo menos mientras dure su misión, señora. El capitán podrá ayudarla mucho más en los tiempos venideros que nosotros. Conoce bien a los de la Tierra. Ellos le tienen en gran estima... y él la tiene a usted por lo mejor, señora.

–¿Se nota la opinión que tiene de mí? –preguntó Gladia.

–Aunque soy un robot, creo que sí. Y en cualquier momento que nos necesite, nos tendrá a su lado, naturalmente... Por ahora, creemos que la mejor manera de servirla y protegerla es dejarla en manos del capitán Baley.

–Lo pensaré.

Daneel se volvió y habló silenciosamente con Giskard:

–¿Lo quiere así?

–Por supuesto –respondió Giskard–. Siempre ha estado algo inquieta en mi presencia y no sufriría demasiado con mi ausencia. Hacia tí, amigo Daneel, sus sentimientos son ambivalentes. Le recuerdas mucho al amigo Jander, cuya desactivación, hace muchas décadas, fue tan dolorosa para ella. Esto ha sido a la vez una fuente de repulsión y atracción, así que no ha sido necesario hacer gran cosa. Disminuí su atracción hacia ti y aumenté su atracción hacia el capitán. Prescindirá fácilmente de nosotros.

–Vamos entonces en busca del capitán –dijo Daneel.

Abandonaron juntos la habitación y entraron en el vestíbulo que daba paso al apartamento.

86

Daneel y Giskard habían estado en la Tierra en anteriores ocasiones; Giskard más recientemente. Conocían el uso del directorio computarizado que les daba la Sección, Ala y número del apartamento que se había asignado a D.G. y comprendían también, además, los códigos de color que les indicaban las adecuadas direcciones y los ascensores. Era temprano para que el tráfico humano fuera notable, pero los humanos con los que se cruzaban o se les acercaban, miraban primero estupefactos a Giskard, luego volvían la cabeza con forzada indiferencia. Los pasos de Giskard eran algo irregulares, cuando estuvieron cerca de la puerta del apartamento de D.G. No se notaba mucho, pero Daneel se dio cuenta. En voz baja preguntó:

–¿Te sientes mal, amigo Giskard?

–He tenido necesidad de borrar estupefacción, aprensión e incluso atención en cierto número de hombres y mujeres... y en un jovencito, lo que ha sido más difícil. No disponía de tiempo para asegurarme de que no les causaba daño.

–Era importante hacerlo. No debemos ser retenidos.

–Lo comprendo, pero la ley Cero no se me da muy bien. No tengo tu facilidad en este aspecto. –Y como si deseara olvidarse de su propio malestar, prosiguió: –He notado con frecuencia que la hiperresistencia en los circuitos positrónicos se nota primero al andar y estar de pie y después en el habla.

Daneel llamó a la puerta. Dijo:

–En mi caso ocurre lo mismo, amigo Giskard. Mantener el equilibrio en sólo dos soportes es difícil incluso en las mejores circunstancias. El desequilibrio controlado, como al andar, es aún más difícil. Oí decir una vez que en un principio intentaron producir robots con cuatro piernas y dos brazos. Les llamaron "centauros”. Trabajaban bien, pero resultaban inaceptables porque tenían el aspecto básicamente no humano.

–Pues ahora –suspiró Giskard– me encantaría tener cuatro piernas, amigo Daneel. No obstante, creo que mi malestar está disipándose.

D.G. había llegado a la puerta. Les recibió con una amplia sonrisa. Miró en una y otra dirección a lo largo del corredor, y su sonrisa desapareció, reemplazándola por una expresión de máxima preocupación.

–¿Qué están haciendo aquí sin Gladia? Es que...

–Capitán –dijo Daneel–, Gladia está muy bien. No corre ningún peligro. ¿Podemos entrar y explicárselo?

D.G. pareció malhumorado, pero los hizo pasar. Su voz adoptó el tono que uno naturalmente emplea con las máquinas que no funcionan bien, y preguntó:

–¿Por qué la han dejado sola? ¿Qué circunstancias podían permitir dejarla completamente sola?

–No está más sola que otras personas, ni corre mayor peligro –explicó Daniel– Si la interroga luego sobre el caso, creo que le dirá que no puede resultar efectiva aquí, si va siempre seguida de sus robots espaciales. Creo que le dirá que todo lo que necesita en consejo y protección debería proporcionárselo usted y no sus robots. Esto es lo que yo creo que desea, por lo menos, ahora. Si en algún momento vuelve a necesitarnos, estaremos a su disposición.

La expresión de D.G. se dulcificó y volvió a sonreír.

–Desea mi protección, ¿verdad?

–En este momento, capitán, desea más su presencia que la nuestra.

La sonrisa de D.G. se hizo más amplia.

–¿Quién puede censurarla? Me arreglaré e iré a su departamento tan pronto como pueda.

–Pero primero, señor...

–¡Oh! –dijo D.G.– ¿hay un 
quid pro quo?

–Sí, señor. Estamos ansiosos por descubrir lo más que podamos sobre el robot que disparó el desintegrador anoche contra la tribuna.

–¿Piensan en que pueda haber más peligro para Gladia? –preguntó D.G.

–Ninguno de este tipo. El robot anoche no disparó contra Gladia. Siendo robot no podía hacerlo. Disparó contra Giskard.

–¿Por qué iba a hacerlo?

–Esto es lo que queremos descubrir. Por este motivo deseamos que llame a Quintana, subsecretaría de Energía y le diga que es importante, y que le complacería a usted y al gobierno de Baleymundo, si no le importa añadir esto..., que me permitiera hacerle unas preguntas sobre un tema relevante. Deseamos que haga usted lo que pueda para persuadirla de que consienta en la entrevista.

–¿No deseas nada más de mí? ¿Persuadir a una funcionaría importante y ocupada para que se someta a ser interrogada por un robot?

–Señor, aceptará si usted insiste. Además, como su centro está muy lejos, nos sería muy útil que nos contratara una lanzadera que nos llevara allá. Tenemos mucha prisa, como puede darse cuenta.

–¿Nada más que estas pequeñeces? –preguntó D.G.

–Sólo en parte, capitán. Necesitamos un buen conductor y, por favor, páguele muy bien para que consienta en llevar al amigo Giskard, que es obviamente un robot. Yo tal vez no le importe.

–Supongo que te das cuenta, Daneel, de que me pides algo nada razonable.

–No creía que lo fuera, capitán, pero si usted lo considera así, no digamos más. No tenemos más alternativa que volver con Gladia, que no se sentirá nada feliz porque hubiera preferido estar con usted. Dio media vuelta disponiéndose a salir, indicando a Giskard que le siguiera, pero D.G. exclamó:

–Espera. Hay un contacto de comunicación público ahí fuera. Quédense aquí y esperen.

Los dos robots permanecieron, de pie. Daneel preguntó:

–¿Tuviste que esforzarte mucho, amigo Giskard?

Giskard parecía haber recobrado el equilibrio.

–No podía hacer nada. Se oponía fuertemente a tratar con Quintana y más aún a conseguirnos un transporte rápido. No hubiera podido alterar esos sentimientos sin causarle daños. Pero cuando sugeriste volver junto a Gladia, su actitud cambió drásticamente. Lo esperabas así, ¿verdad, amigo Daneel?

–Sí,

–Al parecer, cada vez me necesitas menos. Hay más de un modo de ajustar las mentes. Pero terminé haciendo algo. El cambio de idea del capitán fue acompañado de una emoción muy fuerte hacia Gladia. Aproveché la oportunidad de reforzarla.

–Ésta es la razón que necesitabas. Yo no podía haberlo hecho.

–Pero llegarás a hacerlo, amigo Daneel. Quizá muy pronto.

–Lo creas o no –dijo D.G. al regresar– te recibirá, Daneel. La lanzadera y su conductor llegarán al momento. Cuanto antes marchen, mejor será. Yo voy ahora mismo hacia el apartamento de Gladia.

Los dos robots salieron al .corredor a esperar. Giskard comentó:

–Se siente muy feliz.

–Así parece, amigo Giskard, pero me temo que lo fácil ha terminado para nosotros. Hemos podido arreglar que Gladia nos deje libres para movernos. Luego, persuadimos con cierta dificultad al capitán para que consiguiera que la subsecretaría nos recibiera. Pero, con ella podemos no conseguir nada.

87

El conductor echó una mirada a Giskard y pareció perder los ánimos.

–Oiga –dijo a Daniel–, se me dijo que cobraría doble por llevar a un robot, pero los robots no están autorizados en las ciudades y podría verme comprometido. El dinero no me servirá si pierdo mi licencia. ¿No podía llevarle solamente a usted, señor?

–Yo también soy un robot, señor. Estamos en la ciudad y no es culpa suya. Tratamos de salir de ella y usted nos ayudará. Vamos a visitar a un alto funcionario del gobierno que, espero, arreglará esto y su obligación cívica es ayudarnos. Si se niega a llevarnos, conductor, obrará en beneficio de mantener robots en la ciudad, y esto puede considerarse contrario a la ley.

La expresión del conductor cambió. Abrió la puerta y ordenó:

–Suban. –Pero cerró cuidadosamente la .gruesa mampara transparente que le separaba de sus pasajeros.

–¿Te costó mucho, amigo Giskard?

–Muy poco, amigo Daneel. Lo que dijiste me facilitó el trabajo. Es sorprendente que una colección de declaraciones que son individualmente ciertas puedan usarse, combinadas, para conseguir un resultado que no se hubiera logrado con la verdad.

–Lo he observado con frecuencia en las conversaciones humanas, amigo Giskard, incluso entre humanos normalmente sinceros. Sospecho que esta práctica está justificada en la mente de esas personas por servir un buen propósito.

–La ley Cero, ¿verdad?

–O su equivalente...,si la mente humana posee dicho equivalente. Amigo Giskard, has dicho hace un momento que yo voy a tener tus poderes, quizá pronto. ¿Me estás preparando para ello?

–En efecto, amigo Daneel.

–¿Por qué? ¿Puedo preguntártelo?

–Otra vez la ley Cero. El pasado episodio de la inestabilidad de mis piernas me ha hecho ver cuan vulnerable he sido al intentar el uso de la ley Cero. Antes de terminar el día, puedo volver a tener que obrar según la ley Cero para salvar al mundo y a la humanidad y tal vez no pueda. En tal caso, debes estar en condiciones de hacerlo tú. Te estoy preparando, poco a poco, para que, llegado el momento, pueda impartirte las últimas instrucciones y hacer que todo encaje.

–No sé cómo lo conseguirás, amigo Giskard.

–No te costará entenderlo cuando llegue el momento. Utilicé esta técnica en pequeña escala sobre robots que envié a la Tierra en la época en que no estaban aún prohibidos en las ciudades, y fueron ellos los que me ayudaron a ajustar las mentes de los líderes hasta el extremo de aprobar la decisión de mandar colonos a los mundos.

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