Saga Vanir - El libro de Jade (2 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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—Hello —dijo una voz al otro lado del teléfono. Era Ruth.

—Hola, loca.

—Tengo noticias que darte.

Eileen tomó asiento y se colocó las zapatillas de estar por casa en forma de conejo.

—Dispara.

—Gabriel y yo hemos decidido que no nos vas a dejar tirados todo el veranito mientras tú estás pendoneando en Londres. Eileen sonrió ante la expectativa.

—Ya sabes que yo no pendoneo —contestó acariciando las orejas del conejo.

—Puede que esa no sea tu intención, pero lo harás si nosotros dos te acompañamos.

—¿Vendríais conmigo en verano? —agrandó los ojos y levantó las cejas ilusionada.

—¿Tú qué crees? Alguien tiene que sacarte a los moscones indeseables de encima. Serías un cervatillo rodeado de lobos. Pero no te preocupes, nosotros te pervertiremos, ejem... Digo protegeremos.

Eileen se echó a reír. Cómo le gustaban sus amigos. Ruth era maravillosa, siempre le arrancaba alguna que otra sonrisa.

—¿Qué? ¿No dices nada? —le recriminó Ruth. —Nada como... Te quiero Ruth, es genial Ruth, eres un amor...

—Es fantástico. Y sí, te quiero mucho, bruja.

—Eso está mejor. ¿Está por ahí el Dr. Zhivago?

—No, todavía es pronto para que llegue.

—Dale mi teléfono, por Dios. Y yo te diré si es o no es gay.

—Eres una lagarta incorregible.

ed

—Por eso me adoras. Te dejo, voy a entrar en un parking y no tengo cobertura. Mañana te
Ja

llamo. —Ok. Besitos. —Besitos.

deor

Con una sonrisa colgó el teléfono, lo dejó sobre la cama, recogió su cabello de satén y lo
bi

enroscó en un moño mal hecho para dormir. Era una gran noticia saber que sus dos mejores
LlE

amigos compartirían con ella unos días en Inglaterra. Miró su reloj digital de hombre Brail. Nunca

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le habían gustado los relojes de mujer.

0rin

El Dr. Zhivago, como lo llamaba Ruth, debía de estar al llegar.
Vae

Bostezó y se sentó esperando a Víctor. Dios, tenía unas ganas locas de pegarse la gran fiesta y
ire

celebrar su precoz licenciatura en Pedagogía. Había sido la mejor de su promoción y necesitaba
S -

hacer alguna locura de las grandes. Ella tenía un máster en Calamidades.
tinel

Como el día en que preparó ella misma unas tartas con marihuana por su dieciocho
Va

cumpleaños y las repartió a toda la clase, incluido el profesor. Aquel día estaba en uno de los seis
a

créditos de Educación para la Sexualidad. Lo cierto es que la clase tomó un matiz muy literal
Len

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cuando la subdirectora Martínez, que había entrado sólo a gorrear, se metió dos trozos de tarta ella sólita y más tarde empezó a lamerle la oreja al Dr. Jiménez, el encargado de impartir dicho crédito. A lamerle la oreja... En público. Eileen nunca pensó que la maría fuese afrodisíaca. Pues lo era. Y mucho por lo que pudo ver ese día.

O como el día, hacía ya dos años, en que el guapísimo pero memo de Gorka la había intentado sobar en la habitación de las tizas y los borradores. Sin duda, su queridísimo amigo Gabriel le había tomado el pelo al pobre chico, diciéndole que ella quería verlo en la habitación del magreo —más conocida como la habitación de las tizas. —Gorka había ido súper ilusionado. Por fin iba a poder tocar ese cuerpecito que tenía embelesado a media universidad. Pues bien, ella sí que lo atizó

bien. Lo cogió de los huevos, los apretó hasta casi tocar con los dedos la palma de su mano y luego lo lanzó contra la puerta, haciéndolo salir disparado y cayendo de espaldas en el pasillo más concurrido de la facultad.

Aquel día tuvo una discusión con Gabriel sobre lo que eran bromas de buen y de mal gusto. Aquella no había sido una de buen gusto ni por asomo. Gorka jamás le volvió a dirigir la mirada. O como el día en que...
Toc toc
.

Eileen, se levantó de la silla y abrió la puerta de su habitación. Un chico de unos treinta años, ligeramente más alto que ella, rubio, de ojos negros y grandes le sonreía. La miraba con dulzura y esperando recibir permiso para entrar.

—Buenas noches, Eileen —la saludó con voz amable.

—Hola, Víctor —le respondió. —Entra.

Se echó a un lado y lo dejó pasar.

—Hoy has llegado temprano —lo miró sonriendo.

—Sí —dijo él dejando la maleta negra sobre una de las mesitas de noche. —Hoy por suerte me he adelantado al tráfico —le sonrió.

En Barcelona, a hora punta, era imposible conducir por la ciudad sin verte inmiscuido en una caravana de tres cuartos de hora.

Eileen se sentó sobre la cama y le ofreció el brazo izquierdo. Había hecho ese gesto todas las noches desde los siete años y estaba llena de automatismos. Lo hacía con una gran naturalidad, ya no se sentía incómoda. Ni él tampoco.

—¿Cómo te has encontrado hoy? —le preguntó sacando de la maleta un medidor de tensión arterial. La miró esperando una respuesta.

—Como siempre. Perfectamente.

—¿No has sentido mareos, ni sudores fríos ni hormigueos?

ed

—Nada —negó con la cabeza haciendo que algunos mechones azabache resbalaran por las
Ja

sienes.

deor

Víctor siguió su pelo rebelde con un deseo irrefrenable de ponérselo detrás de sus finas orejas.
bi L

Carraspeó y volvió a concentrarse en su labor.

lE -

—Eso está bien —dijo con la voz algo ronca.

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Eileen levantó una ceja y lo miró de soslayo. No era tonta. Sabía exactamente lo que provocaba
n

en los hombres, y Víctor, aunque se esforzara en ser diplomático, no era inmune a sus encantos.
Vaei

Ella no pretendía llamar su atención. Nunca lo había pretendido. Pero sabía que lo hacía.
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—Siempre ha sido así —le dijo intentando relajarlo. —Gracias a ti, tengo la diabetes

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perfectamente controlada. Mi dieta está equilibrada, baja en grasas. Hago deporte a diario y cada
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noche me inyectas la insulina. Más control no puedo tener, ¿no crees? —sonrió. —Cada noche las
Va

mismas preguntas y las mismas respuestas.

a

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—Nunca se sabe, Eileen —rodeó su brazo con la cinta azul y lo presionó. Miró el medidor y sonrió conforme. —12/8. Estás...

—Estoy bien. ¿Te he dicho ya que como siempre? —arqueó las cejas. Víctor negó con la cabeza mientras hacía esfuerzos por no darle la razón. —La diabetes es caprichosa a veces.

—Pero no conmigo, por suerte. Dudo que haya alguien que esté tan vigilada como yo. La miró directamente a los ojos y se quedó en silencio. Eileen lo miró incómoda y enseguida intentó desviar su atención. Él se dio cuenta de su encantamiento y tomó de la maleta el medidor de azúcar. —Dame tu dedo índice —la tomó de la mano.

—No, pínchame en otro —le dejó el dedo anular. —Éste ya lo tengo muy dolorido. Cada dos semanas cambiaba de dedo de la mano. La máquina del control de azúcar la acribillaba sin compasión.

Víctor tomó la gota de sangre roja y espesa que salió de la yema del dedo y la colocó sobre una tira blanca, que estaba encajada a un aparato digital.

—Tu nivel de glucosa es normal —miró a la pantalla digital del medidor. —Muy bien —guardó

los aparatos en el maletín y sacó una ampolla y una jeringuilla. Clavó la jeringuilla en el frasco y extrajo el líquido. Con una pequeña presión del pulgar y unos toquecitos sobre el extremo de la jeringa expulsó el aire.

Eileen se pellizcó la pierna derecha y esperó a que Víctor le clavara la aguja en la poca carne que conseguía retener entre sus dedos. Tenía las piernas tan fuertes que no había carne flácida por ningún lado. Las clases de natación, defensa personal y
spinning
eran las responsables de su tonificación muscular.

Él le pasó un pequeño algodón y luego la pinchó.

Eileen siseó arrugando la nariz.

—Hoy te ha dolido —Víctor extrajo la aguja con rapidez.

—No ha sido nada —sonrió mientras se frotaba ligeramente el muslo. Una vez guardó todo en la maleta, Víctor se relajó.

—¿Y bien? —la miró agrandando los ojos. —Felicidades por tu licenciatura...

—Gracias —contestó. Se levantó y caminó hacia una gran nevera que tenía empotrada en la pared, en el otro extremo de la inmensa habitación. —¿Lo de siempre? —lo miró por encima de la puerta de la nevera.

—Sí, por favor.

Eileen tomó una cerveza para él y para ella un agua con gas. Se sentó a su lado.
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—¿Cómo vas a celebrarlo? ¿Ya has pensado algo? —arqueó las cejas repetidamente. —El 21 de
Ja

junio es tu cumpleaños, ¿no?

deo

Ella asintió con una sonrisa. El siempre se acordaba.

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—Creo que lo celebraré todo en la verbena de San Juan —bebió de la botella de Vichy.
LlE -

—Recuerda que no puedes emborracharte —le recomendó mientras bebía de un solo sorbo
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media cerveza.

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—No me hace falta beber para pasármelo bien —frunció el ceño. —Ya lo sé. Sólo te lo advierto.
Vae

Tu padre me ha puesto a tu cuidado. —Eres mi doctor, no mi niñera, Víctor.
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—Soy tu doctor y debes obedecerme, Eileen —replicó en el mismo tono que ella. —Tu salud y

-ti

mi vida corren peligro si decidieras hacer alguna de tus locuras. Tu padre es...
nel

—Mi padre —le cortó ella— se puede guardar sus recomendaciones y sus amenazas donde le
Vaa

quepan —volvió a beber otro sorbo.

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¿Amenazas?, pensó Víctor. Mikhail no amenazaba. Procedía directamente. Era un hombre sin escrúpulos.

—Bueno —la miró de reojo. —Se preocupa por ti, ¿no?

—No seas cínico —se echó a reír. —Confieso que no entiendo la obsesión que tiene en mi integridad física, pero yo, como persona, no le he importado jamás. Lo único que le agradezco es la posibilidad que me ha dado para estudiar y el hecho de que me deje vivir bajo su mismo techo. Más como una inquilina que como su hija, claro está. Nunca me ha abrazado, ¿sabes? —su voz se tiñó de resentimiento. —Ni una sola vez —añadió dolida. Frunció los labios y dijo con determinación. —Pero en unas semanas voy a arreglar mi situación —un brillo esperanzador apareció en su mirada.

Víctor tensó la espalda y la miró a los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Me marcho de Barcelona —se recogió un mechón de pelo que le caía por la cara. —Me largo de aquí y de su control. —¿Cómo? —En avión.

—No, eso no... Que ¿por qué?

—El director de la facultad se puso en contacto conmigo. Me han ofrecido llevar a cabo un proyecto en Inglaterra con las futuras promesas en el campo de la pedagogía. Se trata de un proyecto ambicioso y pionero en Europa. Intentaré crear junto con un grupo de psicopedagogos bases y nuevos métodos de enseñanza para un nuevo sistema de educación primaria. Podríamos revolucionar el sistema educativo obsoleto —lo miró esperanzada. —Es genial... Víctor ensombreció la mirada y apretó la mandíbula.

—¿Lo sabe Mikhail?

—¿Cambiaría algo si lo supiese? —alzó una ceja. —No, no lo sabe —miró al frente con seriedad reprimiendo la alegría que su proyecto le hacía sentir. —No puedes mantenerlo en secreto —la miró con severidad. —Es tu padre.

—Sabes lo que pasaría si se lo dijese —por supuesto que lo sabía. No la dejaría irse.

—Mira, ya sabes que no estoy de acuerdo en cómo te trata. Pero aun así...

—Ya lo tengo más que decidido. El billete está comprado. Me esperan para septiembre, pero quisiera estar en Londres con antelación. Me gusta mucho la ciudad y no me vendría mal aclimatarme antes. El veinticinco de junio sale mi avión.

—Deberías decírselo —recomendó levantándose con urgencia y recogiendo el maletín. —Soy tu médico, ¿quién te controlará allí? Tienes miedo a las agujas, la sangre te marea y...

—Allí habrá médicos también —Eileen se levantó con él. Tiró la botella de cristal en su basura
ed

ecológica y lo señaló con el dedo. —Si le dices algo, dejaré de hablarte —lo miró extrañada de
Ja

arriba abajo. —Y por cierto... ¿a dónde vas con tanta prisa?

deor

—Hoy no me puedo quedar mucho rato más. Tengo cosas que hacer —se abrochó los botones
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de las mangas de la camisa. Eileen reprimió una sonrisa juguetona.
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—¿Has quedado? —su sonrisa se ensanchó. —¿Vas a jugar a médicos con una doctora?

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—Por Dios, Eileen... —resopló rindiéndose ante ella. —¿Cuándo dejarás de intentar
n

emparejarme?

Vaeir

—Eres mi amigo, tienes treintaidós años y no has tenido pareja nunca desde que te conozco —

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lo miró divertida. —Me preocupo por ti y por tu descendencia.

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—Yo también podría decir lo mismo de ti —replicó. —Nunca te he visto con ningún chico en
el

particular —dijo entre comillas. —Y no me sirven esos perritos falderos que te siguen babeando y
Vaa

humillándose por todos lados. Tú tampoco has tenido novio nunca. Gabriel es el único chico que
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te acompaña, pero él sabe muy bien que eres sólo algo platónico. ¿Qué me dices a eso? ¿Cuándo vas a lanzarte?

—No hay hombres que me interesen —frunció los labios intentando parecer enfadada.

—¿Mujeres?

—No soy lesbiana. Pero a este paso... Ya no le hago ascos a nada —soltó una carcajada. A ella le gustaban los hombres. Lo sabía desde que vio a Keanu Reeves en
Speed
o a Adam García, el tío bueno de
Coyote Ugly
. Le gustaban morenos, de eso estaba segura. Era cierto que nunca se había sentido atraída por nadie y en cuanto algún chico intentaba coquetear con ella lo rechazaba. Eso sin mencionar, que no le gustaba que la tocasen mucho. Obviamente era virgen y no le importaba porque ella creía que entregarse a alguien era algo muy serio y si ella debía hacerlo se aseguraría de que fuese con alguien especial. Por Dios, tenía que dejar de leer a Lisa Kleypas.

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