Saga Vanir - El libro de Jade (3 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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—De todos modos —Eileen siguió pinchándole, —yo estoy en la flor de la juventud —se cruzó

de brazos y lo inspeccionó de arriba a abajo. —Tú...

—Oh —exclamó irritado. —Cierra ya esa boquita que tienes, ¿quieres, bonita?

—Sólo bromeaba —alzó los brazos suspirando. —Eres un hombre que está de buen ver. Víctor se echó a reír y la dejó por imposible. La besó en la mejilla y se apresuró a abrir la puerta y salir de su habitación.

—Víctor —le dijo más seria. —He confiado en ti. Sólo lo sabes tú, Ruth y Gabriel. No lo dirás,

¿verdad?

—No lo diré. Confía en mí. Aunque bien podrías haberme mencionado algo antes —le recriminó. —Si soy tu amigo y tanto me quieres... —dramatizó.

—Ni siquiera yo lo sabía. Me lo ofrecieron y acepté sin pensarlo. Me cuidaré, lo prometo —

cruzó los dedos. —No tendrás que preocuparte por mí y además seguiremos en contacto.

—Eileen, eres mi amiga. Me preocuparé por ti estés donde estés. Pero ten cuidado. Si tu padre se entera de esto cerrará el aeropuerto de Barcelona para que no salgas de aquí —comentó

pasándose la mano por el pelo dorado. —Él no es alguien que puedas sortear a tu antojo.

—Pero no se enterará, ¿verdad? —deseaba una confirmación por su parte.

—No, cariño. No por mí.

Eileen le sonrió.

—Gracias.

—Gracias a ti por la cerveza. Te veo mañana —tiró la lata a la basura. Le guiñó un ojo y se fue.
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No, él no la traicionaría. Lo que le preocupaba era que, en el fondo, sabía que Víctor tenía
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razón.

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Mikhail no la quería. Sin embargo la trataba como a una posesión. Tenía a gente vigilándola
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constantemente y ella era lo suficientemente aguijada para darse cuenta de esa vigilancia.
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Controlaba cada uno de sus pasos, revisaba sus llamadas de teléfono, sus cuentas email. Y además

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lo hacía sin ningún disimulo.

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No, su padre no la quería como a una hija, pero su comportamiento maníaco-obsesivo para con
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ella tampoco era normal. Haría lo posible por escapar de él. Lo que hiciera falta. Después de San
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Juan se iría.

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Con ese pensamiento y observando cómo la lluvia empezaba a salpicar las ventanas se metió en
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la cama. Apretó el botón del interfono empotrado en la pared.

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—Daniel —habló al micrófono.

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—Sí, señorita —respondió la voz al otro lado.

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Daniel era el guardia de seguridad de la entrada.

—¿Se ha ido ya el señor Víctor?

—Sí, ahora mismo ha salido del recinto, señorita.

—Bien, gracias.

Dejó de apretar el botón del interfono y cortó la comunicación. Se acomodó la almohada y clavó su mirada al techo de la habitación. Un sueño súbito, dulce y profundo amenazó con cerrar sus ojos. Un agradable cosquilleo recorría sus piernas y los brazos, de repente, se tornaban pesados. En un suspiro, le llegó el sueño profundo que rozaba la inconsciencia. Como cada noche, caía dormida al instante.

La mansión estaba casi a oscuras. Sólo unas luces permanecían encendidas y él podía ver, a tenor de la luz que salía por las ventanas, qué habitaciones eran. Empezaba a llover con fuerza, pero a Caleb no le importaba mojarse.

No podía creer que por fin, después de diecisiete años, vengaría la muerte de su mejor amigo, Thor. Y mucho menos entendía que todos y cada uno de los pasos por detener a su asesino le llevaran a la zona del Tibidabo, en la montaña de Collserola de Barcelona. Barcelona no era un lugar muy frecuentado por los suyos. Era una ciudad preciosa, encantadora, cosmopolita y diseñada para la cultura, el ocio y la diversión. Pero, por lo que él sabía, no era un cónclave vanir. La luz y la vida diurna de esa ciudad no podía ser cómoda para uno de los suyos.

Posiblemente esa era la razón por la que el hijo de puta de Mikhail había instalado su hogar allí. No podrían perseguirle en ese entorno, por lo menos no durante mucho tiempo. Pero él no iba a estar mucho tiempo. Iba a entrar, interrogarlo y mutilarlo en un abrir y cerrar de ojos. Iba a hacerlo sufrir y a darle donde más le dolía.

La mansión que tenía enfrente era un palacio envuelto por pinares, rodeado por un espectacular jardín. La fachada construida de piedra estaba cubierta por esgrafiados de gran originalidad y colorido, sin caer en la redundancia.

Observó cómo en la fachada oeste había dos torres. Una de esas torres sería la habitación de su próxima víctima.

Allí estaba ella, fría y distante, terriblemente hermosa. ¿Cómo algo tan bonito podía albergar tanta maldad? No la había visto nunca a menos de un metro. Sin embargo, aquella pose, aquella piel que se antojaba suave y dulce al gusto y su figura estilizada no podían dar cabida a la duda.
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Era un bombón. Un bombón relleno de ácido.

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Cuando ella desapareció de la ventana Caleb inspeccionó con sus ojos de color verde eléctrico
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lo fantasmagórica que podría llegar a ser esa casa, si no fuese por los focos de colores azulados y
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amarillos que la iluminaban. Mikhail tenía que haber ganado mucho dinero a costa de las
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carnicerías y de los experimentos a los miembros su raza a tenor del poderío que mostraba a

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simple vista su vivienda.

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Su hija y él se habían hecho ricos. Su hija Eileen era la Relaciones Públicas de su empresa.
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Estaba en contacto con todos los proveedores. Se encargaba de pedir los aparatos, así como las
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herramientas y las drogas necesarias para proceder con los cuerpos de su clan. Como habían
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hecho con su amigo.

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Eileen, en realidad, se limpiaba las manos, porque ella no trataba con las víctimas
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directamente, para eso ya estaba su padre. Perra. No sabía a quién odiaba más, si a la princesita
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de hielo que tiraba la piedra y escondía la mano o al asesino sin escrúpulos.
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A su mente volvieron las imágenes de Thor mutilado. En uno de los brazos descuartizados que encontraron en aquel contenedor vieron un sello que ponía Newscientists, una empresa destinada a la investigación científica. Siguieron el rastro durante años y no les fue fácil por la cantidad de empresas y corporaciones tapaderas que impedían ver el origen real de esa fundación. En aquel momento, allí plantado, chorreando de pies a cabeza por la lluvia, ya sabía que uno de los accionistas mayoritarios de aquella empresa era el hombre que vivía en la mansión que tenía enfrente.

Mikhail Ernepo. Uno de los culpables del asesinato de Thor. Uno de los muchos que tenían que pagar por la persecución a la que se veían sometidos los vanirios. Iba a disfrutar de lo lindo con él y con su hija, pensó mientras se pasaba la lengua por los labios. Cuando descubrieron que Mikhail tenía a su hija trabajando con él no se podían imaginar que ella fuese tan apetitosa. Sin duda, iba a saborear a ese bocadito hasta que le suplicara que parase, y bien sabía que no iba a ser ni gentil ni educado con ella.

Las luces de la llegada de un coche iluminaron por décimas de segundo la zona de bosque donde él estaba escondido. Acechando. Protegió sus ojos alzando la mano. Del Honda Civic negro salió un chico rubio, no más alto que él, con un maletín negro.

—Según nuestras investigaciones —dijo una voz penetrante tras él, —su nombre es Víctor y trabaja para Mikhail. Visita a su hija cada noche.

Caleb miró hacia atrás y saludó con un gesto de barbilla a Samael. Era de su misma estatura, uno noventa. Tenía el pelo largo, castaño oscuro, con un mechón blanco en el lado izquierdo. Sus ojos eran de un color gris pálido y su rostro frío y duro como el granito causaba respeto a los que le conocían, y temor a los que no.

—¿Son... pareja? —preguntó Caleb mirando fríamente a Samael.

—Puede que lo sean. Él la visita todos los días. Cada noche.

—De todos los que hay en esa casa —la mirada de Caleb se tornó determinada mientras volvía a mirar al frente, —además de su hija, ¿quiénes más están al corriente de sus acciones?

—No sabría decírtelo —hizo una mueca con los labios. —No creo que los sirvientes estén informados sobre lo sádico que es su patrón.

—Nos encargaremos de Mikhail y de su hija Eileen. Sólo de ellos —advirtió. —Él nos llevará

hacia las técnicas que usan para investigarnos —apretó la mandíbula— y ella hacia todos los contactos y proveedores que están implicados.

—¿Investigaciones? Eso suena muy suave para describir lo que hacen con nosotros, ¿no crees?

Nos abren en canal, nos sacan las entrañas y nos matan como animales. Somos seres inmortales,
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Caleb, pero ellos se encargan de arrebatarnos la inmortalidad cuando nos degollan y nos arrancan
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el corazón.

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Caleb apretó los puños con rabia. Debía relajarse si no quería verlo todo rojo antes de tiempo.
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Cuando cogiera a Mikhail iba a arrancarle el corazón, las uñas, los ojos, no sin antes haberle
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despellejado vivo y... no. No. Los ojos sería lo último. Mikhail tenía que ver antes lo que le

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esperaba a su hijita querida. A ella la iba a atar a... Detuvo su mente. Sus músculos se tensaron, la
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boca se le hizo agua. De repente no podía pensar, sólo sentir. ¿De dónde venía ese repentino olor
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que todo lo inundaba?

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Samael tensó la espalda y escudriñó la zona con la mirada. Él también lo olía.
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Caleb movió las aletas de la nariz y cerró los ojos, dejándose llevar por ese éxtasis súbito. Era un
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olor peculiar, un perfume que como una droga se le subía a la cabeza y ponía en alerta todos sus
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sentidos.

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—Olía a tarta de queso y frambuesas. Recién hecha.

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—Por los dioses... —fue lo único que se atrevió a decir. —¿Quién huele así?

Sintió cómo los colmillos luchaban por alargarse y las pupilas de sus ojos se dilataban hasta límites insospechados. Debía controlar sus instintos básicos. Se miró la entrepierna. Oh, no. Tenía una erección de campeonato. La cubrió con su mano y presionó para relajar ese órgano sin cerebro, tan impetuoso, caliente y difícil de controlar.

—¿Viene de la casa? —preguntó Samael con los colmillos completamente desarrollados y los ojos negros.

—Es un olor a mujer —dijo Caleb volviendo a inhalar. —¿Quién huele así? —repitió.

—Una mujer muy apetitosa —se relamió.

—Céntrate, Samael —le ordenó. —¿Están todos en su posición? —tenía que quitarse ese olor de las fosas nasales. Le dolía la ingle horrores y esos pantalones téjanos oscuros, aunque eran anchos, no ayudaban a sofocar el dolor. Ya buscaría a la fuente de aquel perfume embriagador.

—Están preparados para recibir nueva orden.

—Bien. Esperaremos —dijo agradecido cuando ese olor desapareció.

¿Habría alguna sirvienta en la mansión que pudiese nublar sus sentidos así? Nunca antes había sentido nada igual. Olido nada igual. Sacudió la cabeza, esperando borrar esa extraña sensación. Esperaron un rato más en silencio, parados, ocultos, expectantes como dos tigres al acecho. Veinte minutos después salió el chico rubio de nuevo. Parecía tener prisa mientras se acicalaba el pelo con las manos.

—Caramba... La ha abierto de piernas, se la ha tirado y ya puede volverse a su casa —dijo Samael entre susurros. —Ha sido muy rápido, ¿no crees, Caleb?

Caleb lo miró de reojo y sonrió.

—Dime, ¿cuál va a ser tu venganza hacia ella, Cal? —le preguntó Samael alzando una ceja.

—Sea la que sea —miró de nuevo al frente y siguió con los ojos a Víctor. —Te aseguro que no voy a ser tan rápido. Durará —gruñó para sus adentros.

—Hagas lo que hagas déjanos verlo. El resto también queremos darle su merecido.

—No —dijo Caleb tajante.

—¿La quieres sólo para ti?

—Quiero humillarla y castigarla tanto como tú. Pero dijimos que tú te encargarías de Mikhail. No está en nuestra naturaleza maltratar de ese modo a una mujer. Pero haré lo que tenga que hacer para obtener la información.

—Así que no lo está, ¿eh? ¿Ni siquiera a una que está colaborando en la exterminación de los
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nuestros? —lo miró con furia. —Esa ramera también ha colaborado en el asesinato de mi
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hermano, Caleb. Thor era algo mío. También quiero mi parte del plato...
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—Bien. Primero tú irás a por Mikhail. Yo iré a por Eileen —miró hacia la ventana de la
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habitación de ella. —Cuando me haya desahogado con ella, haremos un intercambio de parejas.
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Por supuesto no pensaba hacerlo, pero si eso bastaba para aplacar a Samael... La chica iba a

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tener suficiente castigo con lo que él le iba a hacer y aunque el odio que sentía por ella y por su
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padre era muy grande tampoco permitiría usar con ella los mismos métodos de reducción que
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Newscientists utilizaba con los suyos.

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Samael tomó aire y lo exhaló, relajando la espalda y la tensión de su cara. —Bien. Eso me gusta
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más.

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Otro coche llegaba al recinto. Un BMW negro. El chófer salió y abrió la puerta a un hombre alto
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y corpulento, de media melena blanca, nariz aguileña y barba recién afeitada.
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Caleb y Samael se pusieron alerta. Era Mikhail.

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El ambiente se espesó hasta tal punto que era difícil respirar. Podía palparse el odio a gran escala que emanaba de los dos cuerpos ocultos entre los pinos.

Víctor salió a su encuentro. Se dieron un fuerte apretón de manos e intercambiaron algunas palabras.

—¿Qué hay de él? —preguntó Samael mirando a Víctor. —¿Nos lo cargamos también?

—Veremos... —respondió. —De momento tenemos a dos piezas que pueden llevarnos a muchos sitios. Pero puede que más adelante lo necesitemos.

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