Saga Vanir - El libro de Jade (44 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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—¿Qué dices? —se intentó zafar de ella.

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—Cuando Caleb te tomó, él todavía no sabía quién eras. Nadie lo sabía, Aileen. Lo que él tenía pensado para ti después de acostarse contigo era convertirte. Caleb quería intercambiar la sangre contigo para hacerte una vaniria como nosotros. Pero no lo hizo. No lo hizo porque descubrió que tú eras inocente, así que te dio la oportunidad de vivir, de seguir viviendo tu vida con normalidad. Te dejó escoger. Ahora incluso te deja escoger. Caleb descubrió que tú eras su cáraid después de acostarse contigo y beber tu sangre.

Aileen palideció. Las lágrimas caían por sus mejillas. Los labios le temblaban y no dejaba de negar lentamente con la cabeza.

—Otros vanirios te habrían sometido a ellos ¿sabes? No te habrían dejado elegir, porque su supervivencia depende de ti. Pero él sí, porque quería que su pareja lo perdonase y luego acudiera a él por propia voluntad. Desde entonces mi hermano ha dejado que lo azotaran y lo hirieran de muerte, Aileen. Ha sufrido el dolor del rechazo de su cáraid. Cuando un vanirio prueba la sangre de su cáraid, ésta se convierte en su energía vital y tiene que tomar de ella cada día. Si su cáraid lo rechaza, Aileen —se aseguró de que le prestara atención tomándola de la barbilla, —el vanirio se convierte en mortal y muere a los pocos días, a no ser que decida alimentarse de humanos y se convierta así en un maldito vampiro. Las heridas de Caleb son mortales, ya no tiene poder, no si tú

le prohíbes tu cuerpo, no si tú no lo aceptas. Mi hermano se muere por ti y lo peor es que cree que es lo mejor, que se lo tiene merecido. Él es un guerrero, Aileen. Lucha contra el mal, contra lo que has visto tú esta noche. Se equivocó, sí. Pero no es un monstruo. Ha salvado a tu amiga, y posiblemente ahora se esté muriendo porque quiere salvarte de él. Ayúdame, Aileen. Sálvalo, por favor —susurró acongojada. —Él necesita que lo salven. Y tú lo necesitas a él.

—Daanna... —la abrazó con fuerza y se echó a llorar. —Yo no quiero que le pase nada... ¿Yo soy su cáraid?

—Sí, Aileen —se apartó y la tomó de la cara. —Y él es tu pareja. Dime... ¿cuál es tu sabor favorito?

—El mango... —susurró contrariada.

—Él huele a mango ¿verdad? —le preguntó secándole las lágrimas con las manos. —¿Necesitas verlo? ¿Necesitas tocarlo? ¿Hablar con él mentalmente?

—Dios, sí... —reconoció bajando la cabeza y sacudiéndose entre sollozos.

—El hambre que arrastras desde tu conversión desaparecerá en cuanto lo pruebes. Ves a por él, Aileen. Ayúdalo. Sálvalo. Te lo ruego Aileen... no quiero perder a mi hermano, él es muy valioso para nosotros y la única familia que me queda. Es más, no lo hagas por mí. Hazlo por ti. Si lo dejas morir, nadie podrá complementarte como él. Jamás.

Aileen sintió un miedo atroz. Miedo de entregarse a él, miedo de no hacerlo. Temor de
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perderlo, temor de tenerlo. Alzó los ojos al cielo y dio un largo suspiro. Miró a su alrededor y
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contempló el caos en persona. Allí acababa de haber una guerra entre mortales e inmortales. El
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suelo estaba cubierto de charcos de sangre por doquier. Los pubs estaban destrozados, los coches
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bollados por todos lados. Vio a Gabriel sujetándose la cabeza con las dos manos, completamente
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desorientado, y a Ruth en estado de shock abrazada al fuerte cuerpo de Adam, que la cubría y la

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hacía desaparecer entre sus brazos.

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—Daanna... ¿Te encargarás de mis amigos? ¿Qué pasará con los humanos que han visto lo que
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pasaba?

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—No te preocupes. Tus amigos estarán bien, como los demás —le aseguró. —Les inculcaremos
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otras imágenes para recordar. Corre y ves a por Caleb —le guiñó un ojo y se dirigió a los peatones
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en shock.

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—Cahal... —gritó Aileen, —¿me llevas?

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Cahal miró a Daanna, y luego a Aileen.

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—Faltaría más —dijo cogiéndola de la cintura.

En un momento Aileen estaba volando agarrada al cuerpo duro de Cahal.

—¿Entonces te has decidido, ya? —le preguntó mirándola a los ojos —¿Vas a salvar a mi amigo?

—No lo voy a dejar morir, si eso es lo que te preocupa —contestó ella con determinación.

—No tienes ni idea de lo que es una relación con un vanirio ¿verdad? Cariño, prepárate —

sonrió del mismo modo lobuno como hacía Caleb. —Nada va a ser igual para ti. Y esa indiferencia que finges sentir, desaparecerá.

Aileen miró al frente.

—Que se prepare él, porque antes me va a oír.

Por supuesto que la iba a oír. Ella haría lo que le decía la conciencia. Iba a salvarlo, pero después él tenía que explicarle muchas cosas. Además, estaba loco si creía que podía tratarla y humillarla como había hecho esa noche.

—Sí, señor. Toda una amazona para Caleb —aulló de alegría.

La abrigó metiéndola dentro de su chaqueta y adquirieron más velocidad.
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CAPÍTULO 16

CALEB PERMANECÍA en su cama, con los ojos abiertos pero sin mirar a nada en concreto. Estaba catatónico. Sin embargo, su cabeza funcionaba. Recordaba todas las batallas al lado de sus amigos, recordaba a su madre, a su hermana... pero todo se nublaba por la necesidad de verla a ella. A esa chica de ojos lilas y boca hecha para besar. Su cáraid. Nunca iba a perdonarse el daño que le había hecho. La muerte era justo castigo por ello.

Menw estaba sentado a su lado. Agarrando su mano con fuerza, intentando transmitirle ideas de paz, de sosiego. Había limpiado las heridas y las había esterilizado, pero nada de eso podría ayudar ya a su amigo. La mente de Caleb era un torbellino de culpa y de dolor. Su amigo estaba perdiendo la vida por una mujer. Por su mujer, su media naranja, su complemento. ¿Por qué los dioses les habían dado ese talón de Aquiles? Freyja era una zorra. Las puertas del balcón se abrieron, y entró Cahal con Aileen en brazos. La bajó y dejó que ella se dirigiese a Caleb. No titubeó. Se fue directa a él, con determinación. Menw la miró estupefacto. ¿Aileen por fin había comprendido? Los dioses estaban de parte de su amigo. Cahal le sonrió y asintió con un gesto de su cabeza. Menw exhaló y miró al techo deletreando la palabra gracias en silencio.

—Largo —les dijo Aileen sin dejar de mirar el cuerpo del moreno peligroso. Nadie iba a ver como Caleb la mordía porque le parecía algo extrañamente íntimo y personal. No quería espectadores.

Cahal y Menw saltaron por el balcón y desaparecieron por el horizonte. Aileen nunca se había sentido tan poderosa. ¿Ella tenía capacidad para dar vida? Sí. Ella podía salvarlo. Lo iba a salvar de esa oscuridad y de esos malos modales que tenía. Lo iba a hacer por estar en deuda con ella y a partir de entonces su trato cambiaría. Caleb no la había visto entrar. De hecho, era poco consciente de lo que ocurría a su alrededor. Hasta que sintió un cuerpo caliente a su lado. Un cuerpo que nada tenía que ver con el de su amigo Menw.

Aileen sintió que su corazón se desgarraba. Sentía dolor físico por el dolor de Caleb. Alargó una mano hasta su cabeza y le acarició la frente peinándolo con los dedos. Lloró en silencio. Caleb tenía el pecho abierto, el cuello desgarrado, el hombro en carne viva, y ella sabía perfectamente, que su espalda no estaba mucho mejor. La cama estaba llena de sangre. Caleb enfocó los ojos y entonces la vio. Sus ojos verdes apresaron los lilas que tenía enfrente. Unos ojos rasgados, llenos de lágrimas del color de las campanillas. Tragó saliva y su mirada
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esmeralda se llenó de calor y ternura por ella.

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—Aileen... —susurró él con mucho esfuerzo. —Lo siento...

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—Chist... —le dijo ella admirando su rostro y poniéndole un dedo sobre los labios. —No hables.
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No sabía muy bien qué era lo que tenía que hacer, pero se dejó guiar por la intuición. Cogió su
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bolso y lo dejó caer al suelo. Se quitó la chaqueta, la tiró al suelo. Agarró su melena y la apoyó

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toda sobre su hombro derecho. Dejó la yugular al descubierto. Estaba terriblemente excitada y
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aterrada a la vez.

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Caleb la seguía con los ojos y éstos se quedaron clavados en su bello y elegante cuello. Aileen se
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arrodilló lentamente, sin perder el contacto visual con él y se inclinó hacia él dejando su cuello a la
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altura de sus labios secos. Entonces ella se acercó a su oído y rozó el lóbulo de Caleb con sus
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labios.

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—Bebe de mí, Caleb —susurró dulcemente.

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Caleb se quedó inmóvil. Se le estaba ofreciendo. No hizo nada, pero seguía mirando su cuello que palpitaba acelerado. Estaba nerviosa. Aileen estaba nerviosa por él. Hizo esfuerzos por levantar el brazo y cogerla de la nuca para inclinarla a él. Pero no tenía fuerzas. Difícilmente llegaba aire a sus pulmones.

Aileen levantó la cabeza y lo miró con preocupación. Entonces entendió que Caleb no podía hacer ningún tipo de movimiento. Dios, se iba a morir de verdad si no se daba prisa. Con manos titubeantes, Aileen pasó la mano por debajo de su vestido y se tocó la parte exterior del muslo. Allí tenía su puñal, el puñal de su padre sujeto a una cinta de cuero. Lo sacó y miró la hoja afilada. Sin pensárselo dos veces, se hizo un corte en el cuello, siseando de dolor. Entonces, con la herida abierta se volvió a ofrecer a Caleb. Colocó su cuello sangrante sobre los labios de Caleb y lo tomó del cuello, levantándolo para que bebiera. Cuando la primera gota de sangre cayó en la boca semi-abierta de Caleb, las pupilas del vanirio se dilataron y sus ojos se agrandaron tensando los dedos de las manos. Aileen era todo lo que él deseaba, todo lo que necesitaba y su sabor lo enloqueció. Todos sus órganos internos empezaron a funcionar frenéticos, el corazón golpeaba con fuerza despertando de nuevo a la vida. Caleb levantó el brazo con fuerza, cogió a Aileen de la nuca y la acercó más a su boca. Cuando Caleb presionó sus labios a su corte lacerante y hundió los dientes en su cuello, Aileen creyó que iba a morir. Un escalofrío erótico recorrió todo su cuerpo y supo que era allí donde ella tenía que estar. Caleb la agarró sin gentileza, exigiendo y tomando. Y ella dejó de ayudarlo. Caleb ya se aguantaba por sí solo, así que ella se rindió.

Aileen era tentación, era vida, era luz. Bebiendo de ella, Caleb se inclinó hacia delante y quedó

sentado en la cama. Cogió a Aileen con un gruñido de placer y la sentó sobre su regazo. No supo cuánto la necesitaba hasta que la tuvo entre sus brazos.

Aileen sabía que tarde o temprano iba a ser pasto de las llamas. Los labios sensuales de Caleb la succionaban, la chupaban con una ansiedad que rozaba la locura. Todo lo demás se desvaneció. Le echó los brazos al cuello, pasó sus dedos por el espeso pelo de Caleb y lo apretó más contra ella, instándolo a que cogiera todo cuanto quisiera. Se entregó a él y pensó que no había muerte más dulce que esa.

Para intensificar todas las sensaciones que se arremolinaban entre ellos, empezó a llover con mucha intensidad. Tanta que el viento de la tormenta saqueó las cortinas de gasa roja transparente que cubrían los balcones animándolas a bailar, a seguir el ritmo de la lengua y los dientes del vanirio.

Caleb volvía a la vida. La había apresado entre sus brazos sometiéndola a una cárcel de piel y músculos, de donde ella ya no podría salir nunca. No habría liberación. Ella, su presa. El, su
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carcelero.

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Aileen empezó a moverse inquieta. A frotar las caderas contra él, a abrazarlo con más fuerza.
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Algo en su interior despertaba a la vida con Caleb, algo que había dormido durante veintidós años.
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El frenesí de subyugarse a una fuerza superior. Al deseo. No podía sentirse más asustada y
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desesperada de lo que estaba, pero la necesidad de que algo a alguien llenara el vacío que

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empezaba a sentir en el estómago, podía con sus temores.

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Caleb la acopló a él de modo que toda la parte superior del delicioso cuerpo de Aileen quedara
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en contacto con el suyo. Sintió los pechos presionados a su torso, y escuchó el gemido de alivio
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que salió de los labios de su cáraid. Con un gruñido de placer desclavó los dientes del elegante
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cuello. Lo hizo poco a poco, porque quería sentir como Aileen se estremecía.

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Y vaya si se estremeció. Los dientes le habían penetrado la piel, y ahora sentía como él los
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sacaba de ella, deslizando cada milímetro de longitud con cuidado. Fuego líquido se concentró en
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su entrepierna. Fuego suave y húmedo que reclamaba que alguien lo apagara.
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—Por el amor de Dios... —gimió Aileen.

Caleb observó las dos incisiones enrojecidas de Aileen. Pasó la lengua y las lamió hasta que la carne dejó de inflamarse. No debía beber mucho, pues para lo que deparaba la noche la quería fuerte y en plenas condiciones. A cada caricia húmeda de su lengua sentía que Aileen se crispaba y le clavaba los dedos en el cuello y los hombros. Levantó la mirada y por fin la vio de verdad. Vio a su mujer lánguida y encendida entre sus brazos con el cuello echado hacia atrás, los labios abiertos y los ojos lilas que lo miraban entre sus negras pestañas. Sí, su mujer y de nadie más. El pelo le caía hacia atrás rozando la cama. Era una ofrenda a los dioses. Caleb la miró de arriba abajo como un depredador.

Allí donde posaba los ojos, Aileen se activaba. La entrepierna, el ombligo, los senos, el corazón, la garganta... todo le palpitaba con un dolor agradable que necesitaba ser calmado. Ella intentó incorporarse, echándose hacia atrás para mirar su pecho. Había cicatrizado por completo y ahora se erigía en todo su esplendor. Todo músculo, formas y virilidad. Estaba fascinada por su perfección. Se pasó la lengua por los dientes y notó los colmillos algo más largos y desarrollados. Un brillo devorador apareció en sus ojos.

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