Saga Vanir - El libro de Jade (45 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Tenía hambre.

Los ojos de ambos entraron en contacto. Ella sin apartarle la mirada deslizó un brazo por su espalda recorriendo sus músculos. Caleb dio un respingo y la miró con deseo. Orgullosa, comprobó que no había ni un corte. Sólo extensiones de carne definida y delineada. Montañas de tendones y músculos desarrollados hasta casi exagerar. Había sanado en el momento en que probó su sangre. Era asombroso entonces la necesidad y la dependencia que tenía el vanirio de ella. Y Caleb era asombroso también. Caleb era un guerrero. Un guerrero poderoso. Y ella estaba temblorosa, sentada sobre su regazo. Su erección, dura y gruesa, presionaba contra los muslos de Aileen y ella la rozó con deliberación. Sin pizca de miedo. No se creía una seductora, pero puede que la conversión le hubiera disparado la libido y las hormonas. Estaba mareada y ebria de él. El olor a mango había vuelto y ella sólo quería comer fruta.

—Aileen... —musitó Caleb mirándola con adoración.

Le apetecía hacerle tantas cosas y con tanta pasión... pero se obligó a calmarse. No quería hacerle daño ni asustarla.

La miró a la boca. Bajó la cabeza sutilmente y rozó sus labios con los suyos. Y allí empezó el verdadero tormento.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó ella sin rechazar ese leve contacto, sosteniendo su
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mirada sin parpadear y manteniendo sus emociones con un autocontrol impropio de alguien tan
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joven.

Ja

de

Los labios de Caleb se separaron un poco de su boca y una ceja se arqueó.
orbi

—Todavía hay algo que me duele, pequeña —tomó aire y fue hacia su boca de nuevo a besarla
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como era debido, pero Aileen apartó la cara y se bajó de su regazo con la dignidad de una reina.
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—¿De verdad? ¿Qué te duele? —cogió su bolso y su chaqueta, intentando parecer indiferente y
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evitando pensar en el mareo que tenía encima.

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Va

Caleb incrédulo se levantó de la cama y la tomó por los hombros. Si se pensaba que podía irse
eir

de su casa, iba lista. Aileen había aceptado con ese gesto su relación con él y no había vuelta atrás,
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él no se lo iba a permitir. Ella era su cáraid, su compañera, no podía ignorarlo así.

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—Me duele todo y necesito que me...

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—¿Qué necesitas? —preguntó indiferente. Se iba a poner la chaqueta, pero Caleb se la quitó de
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las manos y la desgarró en dos partes. Estaba enrabiado con ella porque no le hacía caso. Aileen lo
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desafió con la mirada. Cogió su bolso y le dio con toda la rabia que tenía dentro. Caleb la cogió de la muñeca deteniendo sus golpes, le arrancó el bolso de las manos y lo lanzó a la otra esquina de la habitación. Aileen sin pensarlo, le dio una fuerte y sonora bofetada. El aire se tensó. Un trueno relampagueó y amenazó con reventar los cristales. Caleb le puso las manos sobre los hombros y la llevó contra la pared, aprisionándola con su cuerpo semidesnudo. Sus ojos tenían un brillo peligroso. Cogió el vestido de los hombros y lo desgarró de arriba abajo.

—¿Dónde te crees que vas, Aileen? Ahora ya no puedes salir así a la calle. Te quedarás aquí. Aileen se encogió. Volvía a la misma situación de hacía unas noches. Sus pechos, con los pezones erectos señalaban al pectoral de Caleb. Sólo unas braguitas negras, cubrían su piel. Aileen se abrazó e intentó cobijarse en la pared, mientras lo miraba con miedo y se frotaba las muñecas. Ella le salvaba la vida y él la volvía a saquear. Así era Caleb. Nunca antes se había sentido tan tonta por confiar en alguien.

Caleb tardó en comprenderla. Aileen estaba pálida, de pie sólo con sus zapatos y con sus braguitas. Lo volvía loco, tal era su pasión por ella que a duras penas la podía controlar. La miró

horrorizado, reprendiéndose a sí mismo por su actitud dominante. No, no podía deshacer los avances con ella de ese modo. No podía hacerle eso, pero tampoco había sido su intención. Sintió

que se le desgarraba el corazón al percibir el miedo de su cáraid.

—No, Aileen... —inmediatamente la arrimó a él y la abrazó con fuerza, apoyando su barbilla sobre su cabeza. —No, Aileen, cálmate... no va a pasar así. Lamento haberte asustado. Perdóname, por favor,

Aileen temblaba. Intentó forcejear con él, hasta que entendió que Caleb no la iba a soltar. Entonces tensa como una cuerda, dejó de pelear.

—Perdóname, pequeña. No quería asustarte. Ven, déjame abrazarte
—la abrazó con más fuerza, esperando a que ella se sintiera protegida, no atacada ni amenazada. ¿Cómo podía tratarla así? —
Aileen, soy un idiota. Es que... yo... Es que tú... me haces sentir cosas, tengo necesidad de ti y
no puedo permitir que me rechaces. Es muy doloroso.

Aileen se limpió las lágrimas de un manotazo. Estaba enfadada con él por muchas razones. Su enfado principal lo arrastraba desde que había visto a Caleb en el pub con esas dos jabatas rubias. Se sentía traicionada y le daba igual cómo se sintiera él.

—¿Qué quieres de mí? —lo empujó con la voz rota. —Ya te he dado de beber, ya no me necesitas... Déjame, Caleb...

Caleb la rodeó con más fuerza y se limitó a relajarse, a dejar que Aileen fuera la que hablara con él, a dejar que se fundiera con su cuerpo. Ella debía confiar en él. Caleb no le contestó pero

permaneció cobijándola.

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Las respiraciones de ambos, agitadas.

Ja

de

—Tú eres mi cáraid, te necesito. Te has entregado a mí y yo quiero entregarme a ti.
orbi

—No. No me necesitas.

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Caleb se apartó de ella ligeramente, sólo para poder verle la cara.

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—¿Cómo puedes decirme eso? —la miró con adoración y bajó los ojos hasta sus pechos
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redondos y bien formados.

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—Hace un rato estabas muy cómodo en el pub —espetó, alzando la barbilla, mirándolo con los
eire

ojos llenos de ira y dolor. —Tienes a las dos rubias noruegas para calmar tus necesidades. Pídeselo
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a ellas. Y... y... devuélveme mi ropa.

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—Estás celosa —sonrió pensando en Daanna. —Mi hermana me sugirió que fuera acompañado
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de ellas, para que te despertara la posesividad y te hiciera hervir de celos. No sólo eres vaniria
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cariño, sino que eres una loba. No lo ibas a soportar...
No te gustó verme con ellas. Bien, es
natural.

La encantaba verla con los ojos chispeantes de furia, encendida y apasionada. La tomó de la barbilla y la alzó hacia él.

—Sólo son dos chicas del clan. No hay nada más, sólo son amigas —su voz descendió una octava.

—No, basta ya. Esto —señaló sus cuerpos cercanos— no es natural. Así que no digas que es natural porque no lo es, ¿entiendes? Y además, no me des explicaciones —la voz le temblaba, y la barbilla también. —No las quiero.

—Me quieres sólo para ti. Y yo te quiero sólo para mí. Tienes que acostumbrarte a esa sensación, tienes que aceptar lo que yo despierto en ti. Odín sabe que yo intento aceptar todo lo que tú me haces sentir.

Aileen enderezó la espalda y sacó pecho. Iba a echarle en cara todo.

—Me tienes harta, Caleb. Bob me ayudó después del trato vejatorio al que tú me sometiste. Él es todo un caballero, casi un amigo. Tengo que agradecerle mucho y tú le trataste mal sólo porque se me acercó y...

—No me hables de él. No me gusta.

—¿Por qué? ¿Por celos o por culpabilidad? Es porque él te recuerda que fuiste un salvaje
conmigo, ¿a que sí?

—No lo vas a ver más —la amenazó agarrándole del pelo con no mucha delicadeza. —Ese moscón sólo quiere abrirte de piernas.

—Entonces se parece a ti —replicó ella entrecerrando los ojos. —¿Eso es lo que quieres, verdad? Quieres abrirme de piernas.

Caleb le mantuvo la mirada. La de ella llena de fuego y la de él, fría y resentida.

—Quiero que me entregues tu cuerpo por propia voluntad. No se trata de abrirte las piernas. Y

no hables así, no queda bien en ti. Tú eres toda una dama, no un bruto animal como yo. Aileen sintió como esas palabras la acariciaban y la azotaban a la vez. ¿Qué quería ella? ¿Quería entregarse a él?

Sí. Por mucho que lo quisiera negar, sabía que sí. Desde hacía cuatro noches su cuerpo llamaba por una liberación, que sólo despertaba y se encendía con él delante. No sabía muy bien lo que implicaba ser la cáraid de un vanirio, pero su cuerpo reaccionaba por sí solo cuando él estaba cerca y ella ya no tenía ningún poder sobre los anhelos de su cuerpo.

Al reconocer la verdad se quedó abatida e indefensa como una niña. Y como las niñas se limitó

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a ser sincera y a hablar con claridad. Toda la furia se esfumó y entonces se sintió vulnerable como
Ja

nunca. Estaba perdida, había perdido contra él. No podía utilizar más máscaras de indiferencia
deor

cuando éstas se rompían a pedazos.

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—¿Qué me has hecho, Caleb? Me estoy volviendo loca... ¿Por qué?
—exigió saber apoyando la
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frente en el pecho de Caleb en un gesto claro de derrota.
—¿Vas a acabar conmigo, verdad?

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—No, mi vida—acunó su cara dulcemente con las manos. —No vamos a acabar nada, sino a
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empezar algo.

Vaei

—No hablabas mentalmente conmigo desde ayer... ¿Por qué diablos no lo hacías?

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—Ya no tenía poder para hablar contigo. Lo agoté en nuestro vuelo. Quería estar contigo ahí

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arriba, entre las nubes.

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Aileen tragó saliva y cerró los ojos con fuerza. Nunca le diría lo mal que lo había pasado cuando
Vaa

él no contestaba a sus súplicas ni lo resentida que estaba por haberla hecho tan vulnerable.
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—Sé que fue duro para ti
—continuó el vanirio. —
Me suplicabas que estuviera contigo, que me
necesitabas. No me separaré jamás de ti. Desde ahora, yo estaré dentro de ti y tú de mí. Seremos
uno, ángel
—la volvió a tirar del pelo, pero esta vez más suavemente.

—¿Vas a volver a verlas? —alzó la mirada hacia él.

—¿A quiénes?

—A esas chicas rubias...

—Depende —dijo divertido. —¿Te molestaría?

—Estoy cabreada contigo, Caleb. No bromees. Hace un rato estabas encantado de tener a esas enganchadas a tus brazos. Yo... —apretó con fuerza la mandíbula. Se estaba sincerando con él pero no podía detener sus palabras. —Creí que me estabas castigando por algo... Creí que te reías de mí... Me sentí... mal —confesó derrumbándose contra él.

—¿Castigarte? —la obligó a mirarlo a los ojos.
—No, Aileen, claro que no.
Caleb sacudió la cabeza. Se sentía perdido e irritado consigo mismo.

—Dios... Aileen —sus ojos expresaban desesperación. Él estaba acostumbrado a mandar. A ordenar. Y nadie le rechistaba, nadie menos ella. —Hago las cosas fatal. Yo quiero que me aceptes, quiero que confíes en mí —le levantó la barbilla y miró sus ojos llorosos. —Ellas no son nada. Me importas tú.

—Entonces deja de tratarme así. Eres un bruto —contestó ella suplicante. —No me gusta que me intimides ni que uses tu fuerza conmigo. No me gusta que me pongas en ridículo como hoy por la noche cuando me sacaste así del pub como si fuera una muñeca sin voz ni voto. No me gusta que me arranques la ropa de ese modo. Me has roto el vestido.

—Aileen...

—Cállate... No me gusta que no me respetes y que creas en todo momento que sabes lo que es mejor para mí. Ni me gusta que...

—Perdóname —rogó acariciándole la mejilla con los nudillos. —Intentaré controlarme... ¿Y qué

hacías tú con ese vestido? —gruñó. —Contoneándote delante de todos los hombres...

—¿Contoneándome dices? —siseó arqueando las cejas.

—No puedes ponerte algo así cuando yo no te puedo proteger. Me estabas provocando, a mí y a todos los demás.

—Para que lo sepas, neandertal —presionó su pecho varias veces con el dedo índice, —me puse el vestido para ti. Pensé que te gustaría verme con él. Pero ya veo que no —miró el vestido de Moschino hecho trizas. —Lo has roto —lo reprendió con sus ojos lilas. —Eres un animal.
e

—Nunca te pongas nada parecido si yo no estoy contigo.

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Ja

—Estaba contigo, idiota. Además, tú me lo regalaste. ¿Ves? —alzó los brazos y los dejó caer con
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gran frustración. —Todo el rato mandando mensajes contradictorios. Si te pone violento que yo
orb

me ponga sexy, haberme regalado otra cosa. ¿Te parece mejor un
burka
?—lo empujó

i Ll

malhumorada.

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—No. No es eso —le dijo dulcemente. —Me encanta tu cuerpo. Tu figura está hecha para que
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se luzca —la repasó con ojos hambrientos. —Sólo te pido que te vistas así cuando yo pueda
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protegerte de todo y de todos. No tenía fuerza ninguna, Aileen. No entiendes como me siento si
Vaei

no puedo protegerte. Mira lo que me hizo Bob y casi me muero.

reS

—Yo... no sabía qué era lo que te pasaba. No me imaginaba que estabas tan mal —su rostro

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reflejó sincero arrepentimiento. —Pero te lo merecías por cromañón.
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—Lo sé, pequeña. Te pido disculpas.

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El rostro de Caleb era todo un ruego suplicante y hacía esfuerzos por pedir en vez de exigir.
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—Lo tendré en cuenta si eso te tranquiliza. Aun así, soy libre de ponerme lo que me dé la gana... ¿me entiendes?

Caleb asintió. Ahora el cuerpo de Aileen clamaba por ser calmado y acariciado. Y el de él también.

—Tengo hambre, cáraid.

—Espera —Aileen le puso la mano en el pecho al adivinar el brillo en sus ojos. —Si yo tengo en cuenta lo que tú me pides, tú vas a tener en cuenta lo que yo te pido —era una orden. —No vas a dejarme sola ni romperás de ese modo la comunicación conmigo nunca más —Caleb iba a abrir la boca pero el gesto de Aileen advirtiéndole que no la interrumpiera lo echó para atrás. —No vas a tontear con ninguna otra mujer, sea rubia, morena o pelirroja. ¿Me oyes, Caleb? Nunca más. No quiero pensar en por qué me molesta, pero me molesta, y borra esa sonrisa arrogante de tu boca. Y no vas a volver a utilizar esos modales de hombre de las cavernas, conmigo. ¿Queda claro? El machismo ya no se lleva.

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