Saga Vanir - El libro de Jade (77 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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mental que iba a enviar en su vida si no llegaba un milagro. Tras ese pensamiento se desplomó y
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todo se volvió negro.

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—¿Y qué hacemos con él? —Mikhail que tenía los labios rojos de beber sangre señaló a Caleb
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con un gesto despectivo de su cabeza.

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—Está debilitado, no podrá escapar. Además, vamos a dejar que se regodee en su desgracia

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unos días más.

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Caleb tenía la cabeza hundida y los hombros le temblaban de ira o de llanto. Ninguno de los dos
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supo qué provocaba que su cuerpo se sacudiera. Y tampoco les importó.
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Mikhail avisó a los secuaces, entre ellos Dubv y Fynbar, y cuando bebieron todos salieron de
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aquel lugar dejando a Caleb clavado en la cruz como un mártir al que Dios le había dado de lado.
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Samael volaba con Aileen colgada del hombro. El vampiro podía sentir el amanecer en su cara y sin embargo después de dos mil años la piel no le ardía ni le quemaba. Mikhail volaba a su lado y el aquelarre iba tras de ellos.

Mikhail cargaba con una bolsa llena de bolsas de depósito negras para cubrir a los niños vanirios con ellas y así evitarles quemaduras por el sol.

—En cinco minutos me reúno con vosotros —dijo Samael a Dubv y a Fynbar.

Estos asintieron y se dirigieron hacia Dudley sin rechistar.

Samael se desvió y llegó adquiriendo una velocidad de vértigo a la costa inglesa. Descendió

hasta la playa con Aileen en brazos y se internó en una cueva rocosa. Una gruta. La marea subía poco a poco, pero eso a él no le importó porque él llegaría antes de que el mar se la llevara.

Estaba medio muerta, casi completamente desangrada. Su camisón roto y ensangrentado. Su piel cerúlea no ocultaba las finas y delicadas venas que se asomaban por debajo, trémulas intentando bombear una sangre que ya no estaba.

—Te dejo aquí sólo un rato, Jade —le acarició los labios resecos. —Vendré a buscarte en cuanto hayamos hecho todo lo planeado —sonrió y observó la fea herida que le había hecho en el pecho.

—Vas a ser mi mujer —luego acarició el sello de su muñeca. El bisturí no había logrado cortar ese trozo de carne. Samael gruñó. —Esta marca se te irá. Aunque tenga que cortarte la mano para ello.

Sacó su puñal. Estaba ido y malhumorado. Puso la hoja sobre la frágil muñeca de la joven. Pero mientras la cortaba lo pensó mejor.

No había tiempo que perder. Tendría la eternidad para castigar a Jade por lo que le había hecho. Porque no era Aileen. No para él. Aileen ya no se movía. Tenía el cuello echado hacia atrás en muy mala posición, los brazos extendidos hacia los lados.

Samael se incorporó y salió corriendo de la gruta.

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CAPÍTULO 27

CALEB SE estremecía de dolor. No era una agonía física lo que sentía, sino un vacío, una nada que amenazaba con comérselo internamente. Las entrañas le quemaban como ácido, más por lo que había visto que le hacían a su cáraid que por los tres cuchillazos que recibió del asesino de Samael. Y él no había podido protegerla. Desde que la vio llegar, intentó introducirse en su mente, pero esa defensa que ella había creado ante su intromisión no dejaba que le dijera nada. Siempre que lo había intentado llegaba una paliza tras otra y no podía volver a ponerla en peligro. La ira lo consumía. La rabia le daba fuerzas. Debía ir a por ella. Hacía casi media hora que se habían ido.

—Debe de ser por aquí... ¿Caleb? —se oyó una voz lejana. Caleb creyó que estaba delirando.

—¿Caleb?.. Mierda, Caleb —se oyeron pasos que corrían hacia él. Un hombre alto de pelo rubio platino muy corto se colocó enfrente de él y lo tomó de la cara. Lo sacudió para espabilarlo. —

Pásame la bolsa, Gabriel.

Caleb estaba completamente grogui, pero consciente al cien por cien.

—Ya está, colmillos —sintió que le pinchaba en el hombro. La sustancia corrió rápido por su sangre, estimulándolo, dilatando sus pupilas y alargando sus incisivos. —Bien. Estás despertando.

—¿Noah?

—Sí, colmillos. Espera, vamos a sacarte de aquí. —¿Sacarme?

Caleb tembló y se agitó como un animal encarcelado. Con un grito arrancó una mano del clavo. Luego con la mano liberado se arrancó el otro. Dobló el torso, ajeno al dolor y a la sangre que corría por su cuerpo, y se arrancó la estaca de los empeines. Cayó de rodillas al suelo. Su espalda subía y bajaba debido a la respiración. Su piel cubierta en sudor. Su sangre brillaba y chorreaba hasta el suelo. Daba igual. Nada de eso le importaba.

—¿Cómo... cómo has sabido dónde estaba?

—Aileen se comunicó con Ruth —Noah lo tomó por debajo de las axilas y lo ayudó a levantarse.

—Ella vino a buscarnos a Adam y a mí y nos dijo lo que había recibido. Vaya. Su cáraid era poderosa y tenía muchos recursos. Al no poder comunicarse ni con berserkers ni con vanirios lo hizo con humanos. Sin embargo, Caleb sabía que para que un humano pudiera recibir ondas mentales de otras entidades y comunicarse con ellas ese humano debía ser igualmente diferente. Más evolucionado. Por lo visto Ruth era algo de eso, consciente o inconscientemente.

Cuando se levantó se estiró. Los huesos hacían chasquidos.

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—Se la han llevado, Noah —la voz de Caleb era fría e irradiaba un profundo dolor. —Y van a por
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los niños. Quieren...

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—Lo sé, Caleb —aseguró Noah. —Ruth recibió el mensaje de proteger a los niños. Los hemos
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puesto a cubierto. Están todos en guardia.

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—¿Sabe As que...?

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—No lo hemos localizado. Pero todos los berserkers están ya en sus puestos, dispuestos a
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proteger lo que es nuestro. Adam lleva el escuadrón de Wolverhampton y hay otros berserkers
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que se han desplazado hasta Dudley con Daanna, Menw y Cahal. Si no podéis luchar al sol,
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nosotros lo haremos por vosotros.

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Caleb lo miró con respeto y admiración.

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—Entonces te debo mucho —lo agarró de la nuca.

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—No hemos hecho nada todavía. No me debes nada.

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—Bien, escúchame. Samael sabe dónde están nuestros pequeños y él llevaba a Aileen con él. Yo voy a Dudley. Si los pequeños ya están a cubierto, entonces hay que proteger a los demás.

—Caleb... es de día.

—Lo sé. ¿Os llevo conmigo? —les preguntó.

—No puedes salir —replicó Gabriel. —Te quemarás.

—Es una historia muy larga... —contestó Caleb. —Pero sé que no me quemaré.

—Irás más rápido sin nosotros —le aseguró Noah. —Yo me hago cargo de Gabriel.

—Está bien. Gracias, chucho —le guiñó un ojo y salió corriendo de allí, desapareciendo tras la oscuridad de aquel túnel.

Estaba volando. Los rayos no le quemaban. Estaba volando y era de día. Su Aileen no sólo le había devuelto su corazón, sino que también le había regalado el sol. Su sangre, su vinculación, le daba la posibilidad a él de recuperar parte de su vida humana.

La tierra bajo horas diurnas era muy diferente, no tan mística y tan misteriosa que cuando estaba bajo la luna, sin embargo sí más pura y más vital. El sol teñía todo lo que tocaba de vivos colores, difíciles de clasificar para él ya que algunos ni los reconocía. Su Aileen le regalaba todo eso y él a ella sólo dolor y sufrimiento. La había dejado sola, desprotegida. Si no se daba prisa, seguramente la acabarían matando por su culpa. Y si Samael huía con ella al final acabaría haciéndole cosas peores. Aceleró la velocidad y llegó a un cerro montañoso en Dudley. Allí, en el interior de la montaña, los vanirios habían creado una escuela y un modo de vida eficiente para sus hijos, tan débiles y vulnerables al sol. Necesitaban mucha más protección que ellos. Y el vampiro de Samael iba a por ellos. No eran más que cinco niños indefensos. Los vanirios no tenían muchos niños en el clan, pero sabía que los berserkers sí. Ellos criaban carnadas. No quería ni imaginar lo que harían con ellos si los cogían.

Divisó a un grupo de berserkers luchando con otro grupo de nosferátums, justo a la entrada de las cuevas subterráneas.

Lo que le había inyectado Noah encendía todo su poder interno, pero también lo descontrolaba.

Cuando cayó, toda la furia que sentía por lo que les habían hecho recayó sobre dos nosferátums.

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Los aplastó con su peso y en un arranque de furia endemoniada les arrancó la cabeza a ambos
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con las manos.

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Los nosferátums y los berserkers se quedaron asombrados ante el grito desgarrado tanto de
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Caleb como de los dos cadáveres que ahora se incendiaban ante su mirada.
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—Lo que es del infierno al infierno va —se levantó poco a poco para parar un nosferátum que

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corría hacia él cogiéndolo del pescuezo y levantándolo. Clavó sus dedos en su garganta y le
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arrancó la tráquea. Lo hizo sin el mínimo esfuerzo y con unos ojos verdes y sin expresión.
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Caleb miró alrededor y dos nosferátums más se abalanzaron sobre él. Uno lo inmovilizó por la
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espalda y le mordió en el cuello, pero Caleb lo cogió del pelo, se agachó y le hizo la cama. Una vez
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en el suelo levantó su pie y le aplastó el cráneo de una pisada.

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El otro nosferátum, al ver lo poderoso que era el vanirio, quiso huir corriendo, pero Caleb no lo
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permitiría. Con el odio que sentía no iba a dejar a ninguno impune ante sus actos.
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Dio un salto, le puso una mano en la nuca y lo impulsó hacia delante hasta que se clavó una rama de uno de los árboles en el ojo y le traspasó la cabeza. El nosferátum se convulsionó y murió. Caleb dio media vuelta y vio que los berserkers vencían a los nosferátums. Los hombres del clan de As estaban luchando por ellos y eso lo agradecería siempre. Pero de nada serviría si no cogía antes a Samael y recuperaba a Aileen.

—¿Dónde están? —preguntó a un berserker enorme que acababa de ensartar con un palo a un nosferátum.

—Adentro. Hace un rato que han entrado en la cueva.

Se internó en la montaña y entró en la cueva. El suelo húmedo. La oscuridad lo recibía, pero a lo lejos varias antorchas iluminaban ya el camino.

Descendió por un túnel totalmente vertical y aterrizó a cuatro patas sobre una inmensa sala. Varios berserkers mantenían a ralla al grupo de Samael y entre ellos Menw y Cahal luchaban codo con codo aun sabiendo que un paso en falso podría provocar que un vampiro los alzara y los llevara al exterior para que murieran quemados. Pero esos eran sus amigos, guerreros inquebrantables que nunca daban su brazo a torcer. Una oleada de orgullo lo invadió. El se encargaba personalmente de dos de ellos.

Caleb buscaba con ahínco a Aileen, pero ni la veía, ni la olía ni la percibía. Su corazón latió

desbocado ante la posibilidad de que se la hubiera arrebatado para siempre. Nunca se lo perdonaría. Si eso había sucedido, él mismo se entregaría al amanecer. Al fondo, una puerta metálica de color plata era la única separación entre los niños y los vampiros.

Samael se giró y al verlo agrandó los ojos con asombro.

Caleb sonrió fríamente y corrió hacia él como alma que lleva el diablo.

Cuando Mikhail llegó a Wolverhampton con el aquelarre de vampiros y lobeznos no pudo imaginarse que un grupo que igualaba su número en berserkers estuvieran esperándolos con los brazos abiertos, dispuestos a arrancarles las cabezas a todos.

Ni los lobeznos ni los vampiros les habían olido. Ni siquiera él. Se habían rociado con los productos que él un día creó para sus propios beneficios. Todo se volvía en su contra.

Los berserkers, descalzos, todos vestidos con camisetas blancas de tirantes y pantalones anchos

y negros tenían unas hachas extrañas en las manos. Eran enormes y gruñían como perros salvajes.
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Adam señaló al grupo de Mikhail con el hacha en mano, aulló como un lobo y entonces se
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desató la guerra.

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Los cuerpos salían despedidos a cada golpe de hacha que estos daban, partidos, sangrantes y
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lacerados.

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Aquel grupo formado por vampiros y lobeznos no tendrían ninguna posibilidad ante aquellos
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guerreros natos y temibles.

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Mikhail veía asustado cómo su única posibilidad de ser normal otra vez, de caminar a la luz del
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sol de nuevo se le escurría por los dedos. ¿Cómo podían saber lo que ellos iban a saber? ¿Cómo, si
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ni Aileen ni Caleb podían dar ningún mensaje mental?

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Se acababa su tiempo. Lo tenía tan claro como que Samael no lo iba a alimentar nunca más, él
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ya era un vampiro y había demostrado no tener ninguna intención para con él. Había sido un
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estúpido por creer que la inmortalidad lo iba a hacer más feliz y más poderoso.
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Ante sus ojos cayó un lobezno con la garganta abierta y los ojos que se le salían de las órbitas.

¿Qué hacía él allí? Iba a morir.

Como un cobarde reculó. Cada paso disimulado lo llevaba a una posible salvación. Incluso

¿podría huir? Ya tendría otras oportunidades de cogerlos desapercibidos... Y si no le gustaba estar con Samael entonces podría acudir a Seth y a Lucian. Sí. Debía huir. Sus ojos se fijaron en Adam, que se incorporaba lentamente y no le perdía de vista. Aquel hombre daba miedo. Miedo de verdad.

Adam asintió. Parecía que le daba el beneplácito para que huyera y Mikhail sonrió agradecido en respuesta hasta que chocó contra algo mucho más duro.

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