Saga Vanir - El libro de Jade (79 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Aileen había dado una razón de vivir de nuevo a todos los inmortales que estaban hastiados de su longeva existencia. Una nueva razón para rechazar a Loki y sus tentaciones. Aileen había demostrado que la gente puede cambiar, que puede unirse y luchar juntos por algo bueno en común, aun tratándose de clanes que habían estado eternamente enfrentados. Aileen les demostró, que el amor no conoce de barreras ni de leyes ni de razas. Y que además todo era posible.

—Yo estaba muy unido a Thor
—le explicaba.
—El era un modelo a seguir para mí y aunque el
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clan nos respetaba tanto a él como a mí yo todo lo que sabía lo aprendí de él. Tú eres como él,
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Aileen. No puedes rendirte. Porque sé que he cambiado estos días, y todo lo bueno que han
Ja

de

empezado a ver los demás en mí te lo debo a ti. Tú me has hecho un hombre mejor y siento que ya
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no podré continuar mi vida si tú no estás. ¿Puedes llegar a imaginar el don que me has regalado?

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Puedo volver a caminar bajo el sol, álainn. Tú eres mi mejor regalo, mi mayor sorpresa. ¿Y yo cómo
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te lo pago? Cayendo en una trampa y poniéndote en peligro. Soy un inepto.
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—¿Caleb?

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Caleb se quedó inmóvil. Aileen le estaba hablando.

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—Caleb, no pares. Sigue hablándome. ¿Eres tú, verdad?

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—Sí, mo chailin
—tenía los ojos cerrados pero las lágrimas salían igual.
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—No sé... no sé cómo encontrarte. Tú voz es como un bálsamo.
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—¿Aileen? ¿Dónde estás? ¿Por qué no vuelves conmigo?

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—No sé cómo hacerlo. Enséñame. Guíame.

Caleb se esforzó en levantarse de la cama. No iba a perder el contacto mental ni loco. Abrió la puerta de la habitación contigua y tambaleándose se internó en ella. El cuerpo de Aileen yacía inmóvil y pálido en la cama. Las sábanas blancas no disimulaban su cuerpo esbelto y precioso. Había perdido algo de peso, pero a él le siguió pareciendo hermoso. Se arrodilló a su lado y cubrió su mano con las de él. Apoyó su frente en ella.

—Aileen, haz un esfuerzo por mí. Te necesito. Sigue mi voz.

—Tengo frío.

—No, cariño. Mi voz te dará calor. Yo te daré calor.

—Estoy en un pasillo y no sé qué puerta escoger... Estoy perdida.

—Elije la mía. Mi puerta.

—¿Cómo es esa puerta?¿Qué hay detrás?

Caleb tenía desgarrado el corazón. Vio que dos lágrimas caían sobre la sábana blanca e impoluta. Eran de él.

—Tras la puerta está mi corazón.

—¿Tu corazón? No te puedo ver.

—Sí. No hace falta que me veas. Sólo siénteme.

—¿Qué más hay en esa puerta?

—Hay un enorme letrero que pone AMOR. Yo te daré el amor más sincero, el más profundo y
vinculante. Elígeme, Aileen. Yo... yo...
—tragó saliva. Qué poder tenía esas palabras que le hacían sentirse diminuto y terriblemente frágil. —
Yo te amo. Lucharé por ti, por lo que tenemos. No lo
entendía antes. Pero tú me has abierto los ojos a un mundo lleno de emociones. Ven a mí. Déjame
compensarte. Elígeme. Te quiero.

Caleb esperó temblando una respuesta de Aileen, arrodillado, humilde y sincero como nunca lo había sido. Subyugado a ella.

—¿Aileen? —alzó los ojos para ver el rostro amado.

No contestaba. Miró su nudo perenne. Volvía a picarle. Miró el de ella por encima de sus cicatrices que poco a poco y con el tiempo se sellaban. Maldito Samael. No podía quitarse de la cabeza todo el sufrimiento que le había provocado a Aileen.

—Aileen, por favor... No me dejes. Quédate conmigo.

Tras esas palabras, Caleb se desmayó y cayó al suelo.

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—¿Cuándo podré verle? —preguntó Aileen acomodándose la almohada detrás de los riñones.
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—Espera a mañana, doña impaciente —la reprendió Daanna quitándole la venda del muslo. —

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Mi hermano quiere estar fuerte para ti y antes de que te despertaras cayó desmayado al suelo.

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Llevaba tres días sin dormir y había perdido mucha sangre.

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—Él me trajo de vuelta —murmuró Aileen mirando por la ventana. Sí la trajo de vuelta con sus
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palabras. El dolor quedaba atrás, pero no las ansias de volver a oír de su boca las palabras que él le
Vaeir

había dicho mentalmente. —¿Cuándo se despertará?

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—Pronto. ¿Todavía te duele la cabeza? —le preguntó admirando la fina cicatriz que le quedaba

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en el muslo. —Chica, qué rápido te curas.

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—Es tu hermano. No entiendo cómo permitió que Menw preparara tantas botellas llenas de su
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sangre para mí. Y sí. Aún me duele un poco.

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Claro que le dolía. Caleb había fundido su muro defensivo haciéndolo estallar por los aires. Pero nunca, jamás, se lo reprocharía. Gracias a él ella vivía.

—Tú has hecho posible que hoy estemos a salvo, Aileen —le comentó Daanna. —El ataque no nos cogió por sorpresa y aunque cayeron en la lucha unos cuantos de nosotros, la mayoría sobrevivió. Gracias —le apretó la mano en un gesto de sincero agradecimiento. Aileen le sonrió y asintió inclinando la barbilla.

Ruth asomó la cabeza por la puerta y tocó con los nudillos.

—¿Se puede?

Las dos se alegraron de verla. Daanna le dio un beso en la mejilla y luego se lo dio Aileen. Ruth llevaba una caja de bombones para ellas. —¿Cómo te encuentras hoy? —le preguntó Ruth. —Ya estoy bien. Necesito salir de aquí. Sácame. Ruth sonrió y miró a Daanna. —No puedo —se encogió

de hombros.

—Ruth —le dijo Aileen quitándole la caja de bombones de las manos. La abrió y las invitó a que comieran con ella. —Tenemos que hablar de tus... aptitudes. Ayudaste a salvar tanto a vanirios como a berserkers.

—No —contestó Ruth negándose como una niña mientras masticaba un bombón. —Fue casualidad.

—No digas estupideces. ¿A qué le tienes miedo? Ruth, sólo quiero saber de dónde vienen tus facultades para poder hablar mentalmente con la gente.

—Oye, mira. No quiero ser un conejito de indias, ¿vale? Vosotros aprovechaos de esto que me pasa siempre que queráis, pero dejadme tranquila. Suficiente tengo con todo lo que nos encargó

hacer el nazi de tu novio como para tener que someterme a pruebas de ningún tipo.

—¿Gabriel se encuentra bien? —preguntó Aileen preocupada.

—Sí. Acompañó a Noah para encontraros. Él estaba desesperado por verte otra vez en plenas condiciones. ¿Sabes que con la sangre se marea? Pues cuando vio el suelo de ese lugar tintado de rojo casi se desmayó.

—Me ha venido a ver esta mañana. No paraba de abrazarme —pobre Gabriel. Cuánto miedo había pasado por ella.

—Me voy. Cuando Caleb se recupere quiero que vea que tengo listo todo lo que me pidió, si no tanto yo como Gabriel nos iremos de cabeza a un campo de concentración —le sonrió

maliciosamente a Aileen.

Definitivamente para Ruth, Caleb era un dictador. Pero Aileen sabía que Ruth ya le tenía cariño.

—Ruth, no deberías esconderte —espetó Daanna.

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—¿Qué? No me escondo.

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—Eres especial. ¿Qué hay de malo en eso? —le preguntó Daanna saboreando un bombón de
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almendras.

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—Todo. Mira en qué mundo estoy. Hombres lobo, vampiros... Y yo con un supuesto don para

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comunicarme con vosotros. Soy humana, por Dios, no tendría que hablar de esto con nadie.
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—Por eso. Eres humana, Ruth. Un nuevo paso para la evolución. ¿No te parece?

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—Basta. No quiero oír más —las reprendió con la mirada. —Por cierto, he visto a tu abuelo
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comiéndole la boca a María —lo soltó como quien no quería la cosa. —¿Quieres que hablemos de
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eso?

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Aileen y Daanna se rieron a carcajadas.

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—¿Sabes cómo mi abuelo supo lo que estaba sucediendo y se preparó antes de que nadie le
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avisara para estar en Wolverhampton? —le dijo Aileen tomando aire.
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—Ilumíname —puso los ojos en blanco ante el delicioso sabor de un bombón de chocolate negro.

—Porque estaba con María cuando yo me comuniqué con ella.

—¿En la cama?

—Aha —Aileen alzó las cejas.

—Entonces María pasa a ser tu abuela —comentó Daanna.

—No. María será María, para mí. Mi María —comentó Aileen sin querer pensar en que tuviera una relación con su querido abuelo As.

—Entonces tenéis que preguntarle a María por qué pudo recibir tu mensaje mental como yo,

¿no?

—No hace falta —sonrió Aileen. —Ella ya me dijo que tenía un don. Tú no.

—Bueno, chicas. Ya no quiero oír más, me ponéis la piel de gallina — Ruth se levantó agitando su melena del color del fuego. —Además, tengo que ir a esclavizarme de nuevo. Daanna y Aileen sonrieron y la despidieron con amplias sonrisas.

—Cuídate, Aileen. Y coge fuerzas porque cuando Caleb te coja...

—Ruth…

Eran las doce de la noche. Aileen se moría de ganas de ver a Caleb y el maldito todavía no se había despertado.

Había tomado la decisión de despertarlo ella misma. Sí, señor. Se había puesto una bata de color lila claro hasta los tobillos. Debajo nada. Sólo piel.

Pensaba a cada minuto sobre todas las cosas que él le había revelado. Cómo la había mantenido en su paso entre los dos mundos. Cogida de la mano, no la había soltado en ningún momento.

Realmente se reprochaba el tener que ir a despertarlo, Caleb debía descansar, pero su necesidad de él la animaba a seguir con su propósito. Hoy ella iba a ser el cazador y él el cazado. Abrió la puerta con cuidado y se deslizó dentro como una serpiente. La habitación olía a él. A mango sabroso y suculento. Enseguida sintió cómo le hormigueaban los colmillos.

Él llevaba días sin alimentarse como era debido y aunque Menw sacara sangre de ella para

transferírsela no era suficiente como para que él recuperara toda su fuerza.
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Se acercó a la cama. Ya le habían retirado las sondas. Su cuerpo, algo más delgado pero
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igualmente musculoso, se delineaba a través de las sábanas.

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Aileen se quedó inmóvil al ver su rostro. Estaba tan enamorada de él que le dolía el pecho al
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verlo tan desprotegido.

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Se inclinó para darle un beso inocente en la frente y lo observó anonadada mientras le
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acariciaba el pelo sedoso y negro como el ala de un cuervo.

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—Hola, nene... — se acarició el nudo perenne de su muñeca y se le erizaron los pezones. El
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nudo había recuperado su color y su tonalidad natural. Se veía perfectamente.
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Por mucho que lo deseara no podía abalanzarse sobre él. Caleb necesitaba un poco más de

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descanso. Y ella decidió que se lo iba a dar por sacarla de la oscuridad y por decirle que la amaba.
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Porque habían pasado horas después de eso, y ella estaba segura de que él se había confesado.
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Quería creer que le había dicho eso.

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Suspiró. Esperaría hasta mañana para oírlo de su boca. Pero tenía tantas ganas... Todos la habían puesto al día de los acontecimientos y de las proezas de Caleb. De cómo había luchado. De cómo todos se habían replegado.

Se dio media vuelta para salir de la habitación, tontamente deprimida por no poder calmar el ardor que sentía entre los muslos y en el corazón.

Intentó abrir la puerta pero esta no se abrió. Parecía atrancada. Con un poco más de fuerza intentó sacudirla de nuevo. Nada. Miró hacia arriba y vio la poderosa mano de Caleb, que sostenía la puerta para que ella no saliera de allí.

Aileen se giró bruscamente y chocó contra su pecho desnudo y duro.

—¿A dónde crees que vas, nena? —su voz ronca y seca después de no ejercitarla en días.

—Yo... no quería despertarte. Y entonces... me... —demonios, ¿por qué estaba tan nerviosa?

—Estaría loco si dejara que te marcharas ahora mismo, pequeña.

Él la estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que a Aileen le costaba respirar. Hundió la cara en su pelo e inhaló cerrando los ojos de placer.

—Carbhaidh... —murmuró con ternura y deseo.

—Caleb.

Aileen le rodeó el cuello y lo abrazó también con fuerza hundiendo el rostro en su cuello. Caleb la alzó y la llevó a su cama.

—Estás, estás temblando —Aileen enredó sus dedos en su melena. —Y tú, cariño. Y tú —musitó

él.

Aileen sonrió y dejó que él la subiera a la cama y la dejara de pie, allí. No parecía que quisieran hablar de nada. Todo lo que podían decirse se lo dirían con gestos, con caricias, besos y con gemidos.

—¿Tienes hambre? —le preguntó ella poniendo las manos sobre su pecho y jugando con sus pezones.

Caleb asintió como un animal que necesitara su ración diaria. La atrajo hacia él cogiéndola de las caderas.

—Me muero por ti, Aileen. Nunca más vuelvas a asustarme de esta manera. ¿Me oyes?

Aileen casi se echa a llorar. Le empujó el pecho y lo apartó ligeramente. Lo miró a los ojos y se quitó la bata como una seductora.

Caleb gruñó y pasó su mirada por el cuerpo maravilloso de Aileen. —No me provoques —le advirtió él.

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—No lo hago, mo duine —dio un paso hacia él y se pasó la lengua por el labio inferior.
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Aquello fue suficiente para Caleb. La atrajo hacia él y saqueó su boca con pericia y dedicación.
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La estiró en la cama, debajo de él. Su boca y su lengua arrasaron con toda la razón de ella,
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