Secreto de hermanas (35 page)

Read Secreto de hermanas Online

Authors: Belinda Alexandra

Tags: #Drama

BOOK: Secreto de hermanas
13.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo siento muchísimo, Beatrice —le dije.

Me miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Sé que tú comprendes cómo me siento.

—Sí lo sé —le respondí, dándole unas palmaditas en el brazo.

—Qué amable de tu parte el que hayas venido —comentó Florence— a darnos tu apoyo. Mi sobrina te tiene mucho cariño, Adéla. Te considera una hermana.

—¡Oh, querida tía, así es! —exclamó Beatrice. Le temblaron los labios como a una anciana—. Así es exactamente como pienso en Adéla. La conozco desde hace muy poco tiempo, pero le confiaría mi vida.

No fui capaz de mirar a Philip mientras Beatrice pronunciaba aquellas palabras. La besé en la mejilla y me retiré para dejar que la siguiente persona saludara a la familia.

Klára debió de percibir lo que yo estaba pensando. Me agarró con fuerza del brazo y me lo apretó.

—Me siento como un ladrón a punto de atracar a una víctima indefensa —le dije a Klára cuando nadie podía oírnos.

—Beatrice no está indefensa —me respondió Klára—. Lo único que sucede es que no es un buen momento. Pero todo se arreglará.

Más tarde, en el velatorio, Philip y yo logramos apartarnos un instante de los demás en el recibidor cuando yo me encaminaba al lavabo y él se dirigía a la cocina para pedir más agua caliente para el té.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Asentí con la cabeza.

—¿Y tú?

Se acarició la sien.

—Sí, creo que sí. La situación es más incómoda de lo que yo había creído. Tengo que ayudar a Beatrice a superar estos momentos.

—Lo comprendo.

—Lo siento, pero no podré asistir al estreno de tu película. ¿Me harás un pase privado?

—Pues claro.

Philip alargó la mano para tocarme la mejilla, pero la apartó rápidamente. Su padre estaba de pie en el marco de la puerta.

—Buenos días, señorita Rose —me saludó. Miró fijamente a Philip y arqueó las cejas—. Los invitados están esperando el agua caliente.

—Discúlpame, Adéla —me dijo Philip—. Gracias por el pésame a nuestra familia. Muchísimas gracias.

Me habló en un tono formal delante de su padre, pero percibí el amor en sus ojos. Tendría que bastarme con aquella mirada para soportar nuestra inminente separación temporal.

Cuando Philip se marchó, el doctor Page se volvió hacia mí.

—Espero que se encuentre usted bien, señorita Rose —me dijo—. ¿Qué tal le va su trabajo de fotógrafa?

Le hablé sobre el retrato de Frederick Rockcliffe y sobre los últimos encargos que me habían hecho, sin olvidarme de agradecerle que me hubiera ayudado a iniciar mi carrera. Comprendí que me estaba escudriñando y me pregunté si habría visto a Philip alargando su mano hacia mí. Tenía una expresión severa pintada en el rostro y no supe si su gesto adusto se debía a la ira o sencillamente al dolor.

Tras el funeral procuré mantenerme ocupada yendo al cine y encontrándome con Hugh y Peter en el Café Vegetariano. Hice una ampliación del retrato de Freddy, tal y como él me lo pidió, para poder colgarlo en su despacho. Había empleado la luz para minimizar el efecto de su traje y resaltar su barbilla y su frente. Tenía un aire dominante. Me producía curiosidad presenciar su reacción, pero al mismo tiempo no me entusiasmaba la idea de volver a verlo tras el té en casa de Robert. Le envié el retrato por correo urgente a su despacho en Galaxy Pictures. Era la primera vez que no hacía una entrega en mano. Normalmente, me gustaba ver la reacción inicial de mis clientes.

Llegó el día de mi veintiún cumpleaños, y Ranjana preparó una tarta de vainilla con glaseado de color rosa. Madre solía hacernos tartas como aquella en nuestros cumpleaños. Después de que todos me felicitaran, Ranjana colocó un trozo de tarta delante de mí. Sabía exactamente igual que las tartas de madre.

—Josephine envió la receta —explicó tío Ota entregándome un pequeño sobre y una cajita—. Feliz cumpleaños, Adélka.

Abrí el sobre y vi que contenía una carta de tía Josephine.

—Disculpadme un momento —me excusé antes de salir al jardín para leer lo que tía Josephine me había escrito.

Mi hermosa Adélka:

Es demasiado difícil creer que ese bebé que llegó con tanta prisa una mañana de verano ya sea una jovencita. Cómo desearía compartir este importante cumpleaños contigo, pero de algún modo estamos todos juntos. Antes de marcharme a Mariánské Lázne pasé por el banco y retiré estos pendientes de diamantes de la colección de joyas de tu madre para mandártelos. Sé que le hubiera gustado que los tuvieras. Mientras estaba allí, me acordé de su libro de recetas especiales y fui a la casa azul para ver si lograba encontrarlo. Sí que lo conseguí y me emocioné al toparme con su receta de la tarta de cumpleaños, que les he enviado a Ota y a tu tía. Qué orgullosa se habría sentido tu madre de ti. Qué orgullosa me siento yo.

Cuando regrese a Praga le pediré al doctor Holub que os envíe algo de dinero. Mandaremos el giro desde Austria para que no puedan rastrearlo...

Tía Josephine me escribía sobre Mariánské Lázne, pero no mencionaba a Milos. Describía su hotel, que estaba situado en las montañas sobre el pueblo, y me contaba que el personal mimaba mucho a Frip. Aunque tía Josephine no lo decía, temí que no se encontrara bien de salud. ¿Por qué se habría marchado a un balneario? Deseé poder estar con ella.

Abrí la cajita. En su interior, envueltos en un pedazo de seda, había dos pendientes en forma de gota. Admiré la parte superior con aspecto de flor de lis y las brillantes piedras preciosas que los formaban. Cerré los ojos y me imaginé a madre con ellos puestos mientras bailaba con padre durante la fiesta de Navidad a la que me habían permitido ir cuando era niña. El vestido sin hombros de madre tenía un ribete de encaje, lazos y flores. No dejé que la imaginación me llevara más allá. No quería pensar en Milos ni en qué estaría haciendo en Estados Unidos. Sin duda, el hecho de que yo ya tuviera veintiún años lo incitaría a redoblar sus esfuerzos para encontrarnos.

La noche del estreno de
El Bunyip
, Philip me envió un ramo de rosas color pastel junto con una tarjeta:

Estoy pensando en ti, querida mía.

Con todo mi amor para ti,

Beatrice llevaba tres meses de luto y resultaría indecoroso que Philip asistiera al festejo mientras estuvieran todavía prometidos oficialmente. Me sentí defraudada por no poder compartir mi cumpleaños o aquel importante acontecimiento con el hombre al que amaba, pero hice lo que pude para levantarme el ánimo. Tío Ota corrió con los gastos de la celebración y compró champán y sándwiches de cóctel y se tomó muchísimas molestias. La película de Raymond Longford ya se había proyectado en todos los cines importantes y no había ninguna razón para retrasar un estreno así solo por un corto. Pero tío Ota quería darme fuerzas.

—Tienes talento —me dijo—. Vamos a hacer que empieces con buen pie.

Me quedé en la puerta junto a él para saludar a los invitados que iban llegando. Formaban un grupo bastante grande, y entre ellos, se contaban antiguos compañeros de tío Ota del museo, participantes y ponentes de nuestras reuniones de los martes por la noche, además de los parroquianos del cine. El señor Tilly y su esposa acudieron con Ben. Klára se colocó junto a mí. Estaba muy hermosa con el vestido azul que se había puesto para su concierto. Me alegré de ver lo lejos que había llegado tras su enfermedad. Ahora ella era mi punto de apoyo.

—No me había dado cuenta de que conocíamos a tanta gente —me susurró.

Robert y Freddy llegaron juntos. Robert estaba muy elegante, pero Freddy se había puesto un esmoquin amarillo con zapatos azules. Recordé que me había prometido a mí misma que tenía que hablarle sobre su modo de vestir.

Robert no podía apartar los ojos de Klára. Ella parecía mayor de lo que en realidad era, pero le faltaba una semana para cumplir catorce años. No se sentiría interesada por él.

Los demás invitados estaban esperando, así que Robert y Freddy nos desearon suerte antes de entrar.

—Llevo toda la semana deseando ver tu película —me confesó Freddy.

—Giallo ya ha estado antes en el cine —le aseguró Peter a tío Ota—. Si se hace caca sobre algo, será sobre Hugh.

—¿Se dedicará a parlotear durante la película? —preguntó Klára con una sonrisa descarada.

Le rascó a Giallo la cabeza, a lo que el ave respondió inclinándola hacia ella.

—Solamente durante el descanso —le respondió Hugh.

Tío Ota miró su reloj y nos indicó que tomáramos asiento en la sala. Vi a Ranjana deslizándose por la escalera de incendios para meterse en el cuarto de proyección sin que nadie la viera. Me sentí identificada con la farsa que mi tía se veía obligada a mantener, pues yo tenía la mía propia.

Después de que el público entonara el himno nacional y que nos amenizara un humorista bailando un vals con su mascota, que era un cerdo, las luces se apagaron lentamente y mi película apareció en la pantalla. Escuché con alivio que el público suspiraba y se reía en los momentos adecuados. Esther, que estaba sentada entre Hugh y yo, dio un respingo cuando apareció el
bunyip
. Resultaba divertido, pues ella misma había confeccionado el disfraz con una de las máscaras tribales de tío Ota y una sábana.

—El público se ha quedado embelesado —me susurró tío Ota—. ¡Felicidades!

Pero mi pequeña obra quedó eclipsada por la película a la que precedía, The Blue Mountains Mystery. El cámara, Arthur Higgins, logró captar la impresionante belleza del escenario como jamás lo había visto antes. Era como si las montañas se hubieran levantado ante nuestros ojos para deslumbrarnos con su majestuosidad.

Más tarde, los invitados se dedicaron a conversar entre sí en el vestíbulo mientras Klára tocaba el piano acompañada de dos de sus compañeros al violín y al clarinete. Hugh, que no se sentía cómodo entre la multitud, se marchó nada más terminar el pase, y tío Ota, Ranjana y Esther estaban atareados ocupándose de servir la comida y la bebida. Me quedé junto a la fuente y examiné la estancia. Localicé a Peter entre la gente, pero antes de que pudiera llegar hasta él, Freddy me interceptó.

—Me gustaría ver qué podrías llegar a hacer con un presupuesto mayor —comentó—. No te ha quedado nada mal.

—Muchas gracias.

Freddy se rascó la cabeza y le hizo un gesto a un camarero que llevaba una bandeja llena de copas de champán.

—Recibí tu retrato y me han felicitado muchísimo gracias a él. ¿Cómo es que no lo trajiste tú misma?

—Podría haberlo hecho —mentí—. Pero es que he estado muy ocupada.

El camarero nos tendió la bandeja de copas y Freddy cogió dos, entregándome una a mí.

—¿Has visto a Philip últimamente?

Me quedé desconcertada ante aquella pregunta. No me había olvidado de cómo me había mirado Freddy cuando emergí del laberinto en el jardín de Robert. Pero yo no había hecho nada malo. Freddy podía juzgarme todo lo que quisiera.

—No —le respondí con firmeza—. Beatrice aún está de luto.

Freddy ladeó la cabeza.

—Beatrice —dijo, y suspiró—. ¡He ahí alguien que esconde mucho más de lo que se ve a simple vista!

Me despertó la curiosidad. Estaba a punto de preguntarle a qué se refería cuando tío Ota me hizo un gesto para que fuera a la parte delantera de la estancia y diera un pequeño discurso.

—Seguiremos hablando más tarde —me prometió Freddy.

No obstante, después, cuando lo busqué, Freddy se había marchado y yo perdí mi oportunidad de averiguar lo que sabía sobre Beatrice.

Dos días después del estreno, Philip me envió una nota pidiéndome que nos encontráramos en el jardín de Broughton Hall. «Este es el momento —pensé—. Será ahora cuando comience mi felicidad junto a Philip.»

—Ambos merecéis toda la dicha del mundo —me dijo Klára cuando le conté a dónde me dirigía.

Aquel era un día inusitadamente húmedo. Me bajé del tranvía y el sol desapareció detrás de las nubes y el cielo amenazó con lluvia. Yo me había puesto una falda de flores y una blusa y me había rizado el pelo especialmente para la ocasión. Pero el aire traicionero me encrespó los rizos y la blusa se me pegó a la espalda. Cuando alcancé el sendero que conducía al jardín, el cielo empezó a descargar una lluvia torrencial. Las gotas chocaban contra el suelo y el barro me salpicaba los zapatos y las medias.

Corrí entre los pinos y los helechos tropicales hacia el cenador donde Philip me había dicho que me esperaría. Pasé junto a una higuera y de repente vi el cenador. Philip estaba de pie, dándome la espalda. Me embargó el amor que sentía hacia él, tanto que me olvidé de que llevaba la ropa chorreando y mis rizos se habían convertido en unos desordenados mechones alrededor del rostro.

Se oyó el estruendo de un trueno. Un viento que surgió de la nada me golpeó el rostro. El calor desapareció de mi piel, que se me puso de gallina.

Philip se volvió cuando oyó mis pasos a su espalda. En su mirada había dolor y no le brillaban los ojos. La expresión de su rostro demostraba tanto pesar que me puse rígida al instante.

—¡Dios mío! —exclamó, quitándose la chaqueta de un tirón y envolviéndome con ella—. Debes de estar helada.

Su preocupación no disipó el terror que se estaba apoderando de mi corazón. Un hombre enamorado de una mujer no la mira de ese modo a no ser que tenga que comunicarle una noticia terrible. Me vinieron a la mente toda clase de posibilidades: que Beatrice se había negado a romper su compromiso; que había amenazado con suicidarse; que Philip había comprendido que la amaba a ella y no a mí...

—¿Qué sucede? —le pregunté.

Philip me condujo hasta el centro del cenador, aunque aquella ubicación seguía sin protegernos de la lluvia, que caía en horizontal.

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Beatrice está esperando un bebé —anunció.

Tragué saliva, pero no logré que se deshiciera el nudo que se me había formado en la garganta. No era posible que Beatrice estuviera embarazada, aunque Philip lo acabara de decir en voz alta. No, me negaba a creerlo. No podía habernos sucedido algo tan espantoso. Philip intentó torpemente cogerme de la mano.

—¿Estás seguro? —le pregunté.

—Mi padre la ha reconocido.

Las piernas me pesaban como si fueran de plomo. Quería llegar hasta el banco para sentarme, pero no pude moverme.

Philip enterró la cara entre sus manos.

Other books

Chase by Dean Koontz
The Rope Dancer by Roberta Gellis
Las guerras de hierro by Paul Kearney
The Calendar by David Ewing Duncan
Secrets on Cedar Key by Terri DuLong