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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (15 page)

BOOK: Ser Cristiano
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Los resultados teológicos de este cambio de mentalidad son asimismo patentes. Se valoran de forma nueva las perspectivas universales de la Biblia
(Génesis, Carta a los Romanos, Hechos de los Apóstoles, Prólogo de Juan)
: Dios es el creador y conservador de todos los hombres, actúa en todas partes, ha cerrado su alianza (la alianza de Noé) con la humanidad entera; según el Nuevo Testamento, quiere la salvación de todos los hombres sin acepción de personas, y también los no cristianos cumplidores de la ley pueden ser justificados
[6]
. ¡De hecho, pues, fuera de la Iglesia hay salvación! Además de la particular, hay también una historia de salvación general, universal
[7]
.

Las otras religiones se juzgaban antes mentira, obra del maligno o, en el mejor de los casos, un rastro de la verdad. Ahora valen como una especie de revelación («relativa»), gracias a la cual han experimentado y experimentan el misterio de Dios incontables hombres del pasado y del presente. Antes aparecían como caminos de condenación; ahora son admitidas como caminos de salvación —los especialistas disienten en si se trata de caminos «ordinarios» o «extraordinarios»— para innumerables hombres, quizá para la mayor parte de la humanidad. Así, pues, son religiones «legítimas», que representan de hecho la única posibilidad religiosa en una determinada situación social y cuyas formas de fe y cultura, conceptos y valores, símbolos y reglamentaciones, experiencias religiosas y éticas poseen una «validez relativa»
[8]
o, cuando menos, «un derecho a la existencia relativo y providencial»
[9]
.

b) Riqueza de las religiones

Quien tenga, como cristiano y sobre todo como teólogo estrictamente evangélico, objeciones en esto no debe olvidar que toda religión es,
in concreto
, una mezcla de fe, superstición e incredulidad. Pero ¿puede un cristiano pasar por alto la entrega y dedicación con que los hombres han buscado incansablemente, e incluso encontrado, la verdad en las religiones universales? ¿No parten todas las religiones —si no las religiones naturales, sí al menos las grandes religiones éticas— de las mismas eternas preguntas que se plantean tras lo visible y aprehensible y tras las dimensiones de la propia vida: de dónde vienen el mundo y su orden, por qué hemos nacido y tenemos que morir, qué determina el destino del individuo y de la humanidad, cómo se explica la conciencia moral y la existencia de normas éticas? ¿No tratan todas las religiones de posibilitar, además de una interpretación del mundo, un camino práctico desde la indigencia y el riesgo a la salvación? ¿Y no consideran todas ellas pecado la mentira, el robo, el adulterio y el asesinato, no mantienen como norma práctica de validez universal esa especie de «regla de oro»: lo que no quieras para ti mismo, no se lo hagas a los demás? Ni siquiera, el más rudo y con el menor conocimiento de las grandes religiones, podrá dejar de advertir
[10]
:

  • Que no solamente el cristianismo, sino también las restantes religiones son conscientes de la alienación, esclavitud y necesidad de redención del hombre: también ellas saben de su soledad, derrumbamiento, extravío y falta de libertad, de su abismal angustia y preocupación, de sus egoísmos y máscaras; también se afligen por el indecible dolor y miseria de este desgraciado mundo y se inquietan por el sentido y contrasentido de la muerte; también aguardan, por eso, algo nuevo con impaciencia, anhelan la transformación, la regeneración, la redención y liberación del hombre y su mundo.
  • No solamente el cristianismo, sino también las restantes religiones reconocen la bondad, la misericordia y la benignidad de la divinidad, pues también saben que la divinidad, pese a su proximidad, está lejos y escondida y es ella misma la que ha de regalar su cercanía, presencia y revelación; también dicen que el hombre no puede acercarse espontáneamente a Dios fiado en su inocencia, sino que necesita de purificación y reconciliación, que la expiación de su culpa exige una víctima, que sólo se llega a la vida a través de la muerte, que el hombre a fin de cuentas no se puede liberar y redimir a sí mismo, sino que todo pende del infinito amor de Dios.
  • No solamente el cristianismo, sino también las restantes religiones escuchan legítimamente la llamada de sus profetas, pues también toman de sus grandes figuras proféticas —modelos en el saber y en la vida— inspiración, fuerza y decisión para ponerse siempre de nuevo en marcha hacia una mayor verdad y un más profundo conocimiento, para abrirse a una revitalización y renovación de la religión recibida.

Es injusto todo parangón unilateral de los grandes fundadores y reformadores de las religiones universales con el cristianismo. Su eficacia reformadora e instauradora sólo podrá ser captada en su exacta dimensión teniendo en cuenta la situación religiosa con que ellos se encontraron. De esta manera, el brahmanismo hindú aparece como politeísmo veda «reformado», el budismo como brahmanismo reformado y el islam como animismo árabe asimismo reformado. Con lo cual también parece obligado preguntarse: ¿no estuvieron también Buda, Confucio, Lao-tsé, Zaratustra y Mahoma impelidos por las mismas grandes preguntas y esperanzas últimas que acabamos de mencionar? Más aún: ¿no buscan los hindúes en el Brahmán (el Brahmán, no
el
único dios personal Brahma), los budistas en el Absoluto, los chinos en Tao y los musulmanes en Alá el único y mismo misterio de los misterios, la única y misma realidad de las realidades? En ello, evidentemente, cada religión guarda su propio carácter y su propia riqueza, cosa que los cristianos frecuentemente no han tenido en cuenta en absoluto. Un par de indicaciones servirán para tomar conciencia de ello, al menos en alguna medida
[11]
:

1.- Las religiones procedentes de la
India
, sobre todo el hinduismo y el budismo, están penetradas de una experiencia y una esperanza primordiales, características de ese subcontinente tan indeciblemente pobre dentro de su riqueza y tan abundante en calamidades: la vida es dolor y toda nueva vida engendra un dolor nuevo, y, no obstante, han de ser posibles la superación del dolor, la liberación y la salvación.

Así es el
hinduismo
, la «eterna» religión autóctona de la India, sin momento fundacional, crecida más bien desde antiguo, a la que no se puede adjudicar ningún dios determinado. Imponente en su actitud mística fundamental, en su ilimitada apertura y tolerancia, en su reconocimiento y asimilación de ideas ajenas, en sus aspiraciones de infinitud, con tal capacidad de evolución que, junto al primitivo politeísmo mítico y a los ritos orgiásticos, ha desarrollado la más estricta ascesis y meditación (el yoga) y elevadísimas filosofías, como la de Sankara. Un sistema religioso abierto, en incesante crecimiento: una unidad vital dentro de una asombrosa pluralidad de concepciones, formas y ritos. Y todo esto sin formulaciones dogmáticas fijas y de validez universal sobre Dios, el hombre y el mundo, incluso sin Iglesia ni misión, pero, eso sí, de una continuidad inquebrantable y de una fuerza vital por lo visto indestructible. El objetivo que se persigue con las más variadas formas de ascesis y meditación es siempre éste: la liberación del ciclo de las encarnaciones mediante una inserción del propio yo en el universo o, lo que es lo mismo, mediante la unidad con el Absoluto.

El
budismo
es, sin duda, la más fuerte contraposición del cristianismo. Vigente en la India desde el 500 a. C, tiene ahora mayor vigencia fuera de ella, con variadísimas modalidades desde Ceilán a Japón, donde impregna el culto estatal, sintoísta. Lo que en el budismo impresiona, a diferencia del hinduismo, es el «camino medio» entre los dos extremos del deleite sensual y el masoquismo, entre el hedonismo y el ascetismo. Las «cuatro verdades nobles» de Buda, punto central del sermón de Benarés, no tienen otro objetivo que hacer entender por qué se sufre, para eliminar así la causa del sufrimiento y el sufrimiento mismo. La causa del sufrimiento no es otra que el egoísmo, la afirmación del propio yo, el ansia de vivir, que lleva de reencarnación en reencarnación. Conociendo y extirpando esta ansia de vivir se llega a la superación del sufrimiento, en la cual consiste la vida. Sin preocuparse de problemas tales como el del origen primero del mundo, el hombre debe recorrer el óctuple sendero de la supresión del sufrimiento: recto conocer, recto querer, recto decir, recto obrar, recto vivir, recto esforzarse, recto pensar, recto sumergirse (recta contemplación). No es que el hombre no deba hacer nada, sino que no debe ser afectado por nada de lo que haga o experimente. En lugar de la ascesis hinduista, la penetración en la nada. De este modo es posible la redención del egoísmo, de la afirmación del propio yo, de la ceguera y, consiguientemente, del sufrimiento mediante la consciente no retención de los datos positivos o negativos de la vida
(karma)
. La exención, en suma, del inacabable ciclo de las generaciones de este mundo aparente de la vida por extinción o liberación en el infinito. Así es, pues, como el budismo clásico más antiguo, el
hinayána
(el «pequeño vehículo» de iluminación para la total liberación del dolor y las pasiones), intenta dar respuesta a las últimas preguntas del hombre, ser camino de salvación. Tal salvación, sin embargo, dentro de una respetuosa
teologia negativa
, no ha podido entenderla más que como
nirvana
(aniquilación). Una nada, por tanto, ya que significa liberación de todo sufrimiento, de toda sensibilidad, de toda limitación. Un vacío sin forma ni deseo que sólo más tarde, con el budismo del
maháyána
(o «gran vehículo»), iba a cobrar un contenido teológico positivo al identificarse con el Absoluto y la felicidad, haciéndose así posible una conciencia más fuerte de la trascendencia, un culto más rico y hasta una forma más perfecta de meditación. La negación de los monjes al mundo ha resultado no pocas veces un auténtico dominio del mundo, como demuestran los grandes logros culturales del budismo en Indonesia, la India y Japón.

2.
La religión china
. Desde principios de nuestro siglo se la llama frecuentemente universismo chino, porque en su centro está la armonía del universo. Hacia el 500 a. C. se escindió en dos ramas: confucionismo y taoísmo, representadas, respectivamente, por dos filósofos contrapuestos, Confucio y Lao-tsé, contemporáneos ambos de Buda. Hoy es la religión china, en la medida en que ha podido mantenerse en el sistema maoísta, una amalgama sincretista de elementos confucionistas, taoístas y budistas.

El
confucionismo
, nacido de la primitiva religión china, es más bien pragmático, está centrado en las relaciones interhumanas y habla poco de las relaciones con lo suprahumano, por lo que a menudo se entiende como un puro humanismo al que sólo le importa el fomento y cuidado de los valores humanos (especialmente el amor —la benevolencia =
Zen
—, así como el honor, el deber, el tacto, el buen gusto) y de los órdenes mundanos. Sin embargo, el supuesto para la verificación de la humanidad natural que pretende, el fundamento de su sobria ética racional y el sentido de todos los preceptos morales no es otro que éste: el hombre debe acomodarse, en todo su obrar, al orden eterno del mundo. Integrarse armónicamente en la ley cósmico-moral, ésta es la ley moral
del
hombre en la que se expresa el «camino»
(tao)
del cielo. El hombre fusiona en sí mismo las fuerzas polares del mundo: el
yang
y el
yin
, el principio masculino y femenino, que representan el cielo y la tierra. De manera especial se toman en consideración las cinco relaciones humanas fundamentales: entre príncipe y súbdito, padre e hijo, hermano mayor y menor, hombre y mujer, amigo y amigo. La actitud ética básica debe ser la piedad. Hay también virtudes cardinales (benevolencia, honradez, decoro, sabiduría, sinceridad) y «regla de oro»; todo, como se ve, es ya conocido en esta ética precristiana. Igualmente, la concepción de la armonía del hombre con el cielo del confucionismo no deja de tener profundas implicaciones teológicas. La sabiduría consiste en el conocimiento de la voluntad del cielo. El noble no solamente debe sentir respeto por los grandes hombres y las palabras de los santos, sino sobre todo por los mandatos del cielo. Así, pues, el confucionismo, al igual que el hinduismo y el budismo, presenta también todos los caracteres externos de una religión: sacrificios a los dioses y los antepasados y un sinnúmero de acciones sacrales para el bien del hombre. El mismo Estado aparece como una institución religiosa y el soberano como un enviado del cielo (culto al emperador). Y el cielo, por su parte, es concebido como personificación del orden cósmico y moral y descrito con rasgos personales de «soberano supremo». Sin embargo, una bula papal prohibió a los primeros misioneros jesuitas, con motivo de la «disputa de los ritos», que fue mucho más que una discusión sobre ritos, identificar al «cielo» o al «soberano supremo» con Dios.

Pero mientras la ideología humanista del confucionismo acentúa de hecho que el hombre es la medida de todas las cosas, distanciándole de la naturaleza, el
taoísmo
, por el contrario, poniendo de manifiesto su mayor profundidad metafísica, exige, frente al confucionismo, la integración del hombre en el cosmos. Tal actitud trajo como consecuencia unos planteamientos cosmológico-ontológicos mucho más científicos, a la vez que conectó la ontología con la ética. Así, pues, la sociedad patriarcal, la cultura avanzada y el saber autosuficiente se vieron reemplazados por la vuelta a la naturaleza auténtica, a la espontaneidad, a la mística, a los ideales de la época ilustrada anterior a Confucio. El hombre debe encontrar de nuevo su grandeza o pequeñez naturales y la medida del cosmos debe volver también a ser la medida del hombre. Justo de esta manera superará el hombre la muerte. La especulación filosófica y las reglas prácticas para el rejuvenecimiento de la vida (ejercicios respiratorios, dietética, normas sexuales) se entremezclan aquí. La personalidad, en fin, ha de volver a sumergirse en lo informe para tener vida eterna. El taoísmo y el budismo se confundieron en China, pero hoy están, junto con el confucionismo, completamente —¿definitivamente?— cubiertos por el maoísmo, que en muchos aspectos presenta rasgos de religión sustitutoria.

3. El
islam
. En esas inmensas regiones que se extienden desde Marruecos hasta Bangladesh y desde las estepas del Asia central hasta las islas de Indonesia impera la religión de Mahoma. Ella, la más joven, la más simple, pero también la menos original de las grandes religiones, apareció en Arabia en el siglo Vil. Ha tenido, sin embargo, la fuerza de modelar una fe capaz, como casi ninguna otra, de hacer de sus creyentes un bloque unitario. El dogma islámico se resume en una profesión de fe muy simple, dependiente del judaísmo y el cristianismo: no hay más Dios que Dios, y Mahoma es su profeta. Y cinco deberes básicos igualmente simples, las «columnas» del islam, constituyen el objeto de la tan desarrollada jurisprudencia islámica: la profesión de fe, la oración cotidiana ritual, la limosna a los pobres, el ayuno del mes del Ramadán y una peregrinación a La Meca. Todo ello penetrado de una total sumisión a la voluntad de Dios, de la cual se ha de aceptar todo, incluso el sufrimiento, como designio inapelable: «islam» quiere decir «sometimiento, entrega» a Dios. De todo ello resulta una radical igualdad de todos los hombres ante Dios y un sentido comunitario supranacional: la fraternidad musulmana, que ha sido capaz de allanar, en principio al menos, las diferencias de raza y hasta de casta, como en la India. Prescindiendo de su escisión en tres confesiones tras la muerte de Mahoma, de las que todavía subsisten dos (la mayoría aplastante de los sunnitas y el pequeño número de los shiitas, especialmente en Persia), el islam, a diferencia de otras religiones, no ha tenido en su larga y agitada historia fisuras o rompimientos importantes ni ha experimentado la competencia de nuevas fundaciones de religión, aunque haya acusado retrocesos (en España, Sicilia, Europa oriental) como todas las religiones universales. Todo ello viene a confirmar a los musulmanes en su pretensión de ser la última y definitiva religión, que reconoce con otras a Abraham, a Moisés y en especial a Jesús como profetas; pero el último y más grande de ellos, el «sello de los profetas», es Mahoma. A esto se añaden sus grandes realizaciones en teología, mística, poesía y cultura del pasado (en la Edad Media), así como sus extraordinarios progresos misioneros del presente (en África central y oriental). Es una religión fácilmente asequible, sin sacramentos, ni imágenes cultuales, ni música, sin consagraciones espirituales y sin una instancia central de infalibilidad, pero de una asombrosa resistencia (Unión Soviética), cohesión (los árabes) y expansión (ya son musulmanes más de la mitad de los africanos). Una religión con la que hay que contar también en el terreno político, por el renacimiento nacional de los Estados árabes.

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