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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

Siempre el mismo día (55 page)

BOOK: Siempre el mismo día
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–Falta poco –dijo él, y sonrió.

Emma no sólo sonrió, sino que se rio, cogiéndole la mano, en reconocimiento de lo que estaba a punto de pasar. Ahora casi corrían. Dexter dijo que vivía en el número treinta y cinco. Emma se sorprendió contando mentalmente al revés. Setenta y cinco, setenta y tres, setenta y uno. Casi estaban. Empezó a dolerle el pecho. Tenía ganas de vomitar. Cuarenta y siete, cuarenta y cinco, cuarenta y tres. Tuvo un pinchazo en un lado del cuerpo, y un calambre en la punta de los dedos. Ahora Dexter le tiraba de la mano. Corrían por la calle, riéndose los dos. Sonó la bocina de un coche. No hagas caso, sigue corriendo, no pares pase lo que pase.

Pero una voz de mujer gritaba:

–¡Dexter, Dexter!

De golpe se quedó sin esperanzas. Tuvo la sensación de haber chocado contra una pared.

El Jaguar del padre de Dexter estaba aparcado frente al número treinta y cinco. Su madre acababa de salir, y le hacía señas desde el otro lado de la calle. Dexter nunca se había imaginado que pudiera alegrarse tan poco de ver a sus padres.

–¡Ya era hora! ¡Te estábamos esperando!

Emma se fijó en que Dexter le soltaba la mano, poco menos que arrojándola al cruzar la calle para abrazar a su madre. Con otro espasmo de irritación, observó que la señora Mayhew era extremadamente guapa y vestía con estilo; no así el padre, un hombre alto, serio y descuidado, que no parecía muy contento de que le hubieran hecho esperar. La madre vio a Emma por encima del hombro de su hijo y le dirigió una sonrisa indulgente y consoladora, como si algo supiera. Era la cara que podría haber puesto una duquesa al encontrar a su hijo díscolo besando a la doncella.

A partir de ese momento, las cosas se precipitaron demasiado para el gusto de Dexter. Acordándose de la falsa llamada, se dio cuenta de que le iban a pillar mintiendo, a menos que hiciera entrar a sus padres lo antes posible en el piso, pero su padre le estaba preguntando dónde podía aparcar, su madre quería saber dónde había estado todo el día, y por qué no había llamado, y Emma seguía un poco apartada, en su papel de doncella, deferente y superflua, preguntándose cuánto tardaría en aceptar la derrota e irse a casa.

–Creía que ya te habíamos dicho que vendríamos a las seis…

–Las seis y media.

–Esta mañana te he dejado un mensaje en el contestador…

–Mamá, papá… ¡Os presento a mi amiga Emma!

–¿Seguro que aquí puedo aparcar? –dijo su padre.

–Mucho gusto, Emma. Alison. Os ha dado el sol. ¿Dónde habéis estado todo el día?

–… porque como me pongan una multa, Dexter…

Dexter se giró hacia Emma, disculpándose con la mirada.

–Oye, ¿quieres entrar a tomar una copa?

–O a cenar –dijo Alison–. ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros?

Emma miró a Dexter, y al verle con los ojos muy abiertos lo interpretó como que le chocaba la idea. A menos que fuera para darle ánimos… En cualquier caso, ella iba a decir que no. Parecía gente muy agradable, pero lo que quería ella no era inmiscuirse en ninguna reunión familiar. Irían a un sitio de lujo, y Emma parecía una leñadora; además, ¿qué sentido tenía? Quedarse sentada, mirando a Dexter, mientras le preguntaban a qué se dedicaban sus padres y a qué colegio había ido… Ya empezaba a arrugarse, lo notaba, ante la impúdica seguridad de esa familia, su ostentación de mutuo afecto, su dinero, su estilo, su elegancia… Estaría tímida, o se emborracharía, que era peor, y no le beneficiaría ni lo uno ni lo otro. Más valía renunciar. Sonrió a la fuerza.

–Creo que es mejor que me vaya.

–¿Estás segura? –dijo Dexter, que se había puesto ceñudo.

–Sí, es que tengo cosas que hacer. Ve tú. Igual nos vemos algún día.

–Ah. Vale –dijo él, decepcionado.

Emma podría haber ido, si hubiera querido; pero ¿«igual nos vemos algún día?»… A ver si al final no estaba tan interesada… Hubo un momento de silencio. Su padre fue a mirar por enésima vez el parquímetro.

Emma levantó la mano.

–Bueno, adiós.

–Nos vemos.

Se giró hacia Alison.

–Encantada.

–Lo mismo digo, Emily.

–Emma.

–Ah, sí, Emma. Adiós, Emma.

–Y… –Miró a Dexter, encogiéndose de hombros en presencia de su madre–. Feliz vida, supongo.

–Feliz vida a ti también.

Se giró y se fue. La familia Mayhew la vio alejarse.

–Perdona, Dexter, pero ¿hemos interrumpido algo?

–No, en absoluto. Emma sólo es una amiga.

Alison Mayhew se sonrió al mirar atentamente al guapo de su hijo. Después levantó las manos, le cogió las solapas de la americana y se las estiró con suavidad, para ponérsela bien en los hombros.

–Dexter, ¿esto no lo llevabas ayer?

Y así volvió a su casa Emma Morley, a la luz del atardecer, arrastrando su desilusión. Ya empezaba a refrescar. Algo en el aire la hizo tiritar, un inesperado escalofrío de ansiedad que recorrió toda su espalda, con una intensidad que la obligó a pararse. Miedo al futuro, pensó. Había llegado al imponente cruce de George Street y Hanover Street, rodeada de gente con prisas por volver a casa del trabajo, o que había quedado con amigos, o parejas… Gente, toda, con algún destino, alguna ocupación; menos ella, con veintidós años, desnortada, volviendo con desgana a un piso cutre, vencida una vez más.

«¿A qué te vas a dedicar?» Parecía que se lo hubieran preguntado desde siempre, de alguna que otra manera: profesores, padres, amigos a las tres de la madrugada… Pero nunca tan acuciantemente como en ese momento, cuando seguía igual de lejos la respuesta. Ante ella se cernía el futuro, una sucesión de días vacíos, a cuál más sobrecogedor e ignoto. ¿Cómo llenarlos todos?

Reanudó sus pasos hacia el sur, hacia The Mound. «Vive como si cada día fuera el último», era el consejo convencional, pero a ver quién tenía fuerzas para eso. ¿Y si llueve o te duele la garganta? Francamente, no era práctico. Mucho mejor, con diferencia, esforzarse por ser buena, valiente, audaz y aportar algo. No exactamente cambiar el mundo, pero sí la pequeña parte que nos rodea. Echarse a la calle con su pasión, su máquina de escribir eléctrica y trabajar duro… en algo. Cambiar vidas a través del arte, tal vez. Cuidar las amistades, ser fiel a los principios, vivir apasionadamente, bien, con plenitud… Experimentar cosas nuevas. Querer, y ser querida, si se tiene ocasión.

Era su teoría general, aunque no hubiera empezado con buen pie. Se había despedido con un simple encogimiento de hombros de alguien que le gustaba de verdad, el primer chico que le había atraído en serio; y ahora tendría que resignarse a no verle nunca más, con toda probabilidad. No tenía número de teléfono, ni dirección; y ¿de qué le habrían servido, aunque los tuviera? Tampoco él le había pedido su número, y Emma era demasiado orgullosa para sumarse a la lista de chicas soñadoras que dejaban mensajes no deseados. Lo último que había dicho era
feliz vida
. ¿No era capaz de nada mejor? ¿De verdad?

Siguió caminando. Justo cuando aparecía el castillo, oyó los pasos: suelas de zapatos elegantes impactando con fuerza en el asfalto, a sus espaldas; y sonrió antes de oír su nombre y girarse, segura de que sería él.

–¡Creía que te había perdido! –dijo Dexter, pasando de correr a caminar, rojo y sin aliento, e intentando recuperar cierta desenvoltura.

–No, estoy aquí.

–Perdona por lo de antes.

–No, qué va, si no pasa nada.

Se apoyó en las rodillas, jadeando.

–A mis padres no los esperaba hasta más tarde. Se han presentado tan de sopetón, que me han distraído, y de repente me he dado cuenta…, espera un momento…, me he dado cuenta de que no tenía ninguna manera de localizarte.

–Ah, vale.

–A ver… Yo no tengo boli. ¿Tú tienes boli? Alguno tendrás.

Emma se puso en cuclillas y rebuscó en la mochila, entre los restos del picnic. Encuentra un boli, por favor, ten un boli, seguro que tienes uno…

–¡Hurra! ¡Un boli!

¿«Hurra»? Has gritado «¡hurra!», idiota. Tranquila. Ahora no la cagues.

Hurgó en la cartera, buscando un trocito de papel. Al encontrar un ticket de supermercado, se lo dio a Dexter y le dictó su número, el de sus padres en Leeds, la dirección de ellos y la suya en Edimburgo, con especial énfasis en el código postal correcto. Él, a su vez, le anotó la suya.

–Aquí me tienes. –Le tendió el preciado papelito–. Llámame, o te llamo; pero que llame alguno de los dos, ¿vale? Quiero decir que no es una competición. No pierde el que llame primero.

–Ya lo entiendo.

–Yo hasta agosto estaré en Francia, pero luego volveré, y he pensado que a lo mejor te gustaría venir y quedarte.

–¿Quedarme contigo?

–No para siempre. Un fin de semana. En mi casa. La de mis padres, vaya. Sólo si quieres.

–Ah. Vale. Sí. Vale. Sí. Sí. Vale. Sí.

–Bueno, pues nada, tengo que volver. ¿Seguro que no quieres venir a tomar algo? ¿O a cenar?

–Creo que mejor que no –dijo ella.

–Sí, yo también creo que mejor que no.

Dexter puso cara de alivio. Emma volvió a sentirse ofendida. ¿Por qué no?, pensó. ¿Se avergonzaba de ella?

–Ah. Ya. ¿Y eso?

–Es que creo que me desquiciaría un poco. Quiero decir de frustración. Teniéndote sentada al lado. Porque no podría hacer lo que quiero.

–¿Por qué? ¿Qué quieres? –preguntó, sabiendo la respuesta.

Él le puso suavemente una mano en la nuca, a la vez que ella le ponía suavemente la suya en la cadera, y se dieron un beso en la calle, rodeados de gente con prisa por volver a casa, en la luz de verano; y sería, para ambos, el beso más dulce de su vida.

Aquí empieza todo. Empieza todo aquí, hoy.

Y se acabó.

–Bueno, ya nos veremos –dijo él, caminando lentamente hacia atrás.

–Eso espero –dijo ella, sonriendo.

–Y yo. Adiós, Em.

–Adiós, Dex.

–Adiós.

–Adiós. Adiós.

Agradecimientos

Gracias, como siempre, a Jonny Geller y Nick Sayers por su entusiasmo, perspicacia y orientación. También a todo el personal de Hodder and Curtis Brown.

Mi gratitud a todos los que se expusieron a los primeros borradores: Hannah MacDonald, Camilla Campbell, Matthew Wa rchus, Elizabeth Kilgarriff, Michael McCoy, Roanna Benn y Robert Bookman. También debo algunos cambios a Ayse Tashkiran, Katie Goodwin, Eve Claxton, Anne Clarke y Christian Spurrier. Sigo en deuda con Mari Evans. Gracias, una vez más, a Hannah Weaver por su apoyo y su aliento, y por haber aguantado tanto.

Tengo una deuda con Thomas Hardy, por sugerirme sin saberlo el punto de partida, y por fragmentos torpemente parafraseados en el último capítulo. También con Billy Bragg, por su estupenda canción
St Swithin’s Day
.

Por las propias características de la novela, es posible que algunos comentarios y observaciones ingeniosos se los haya robado en el transcurso de los años a amigos y conocidos. Espero que baste con un agradecimiento –o disculpa– colectivo.

Notas

[1]
El gran movimiento de protesta contra el impuesto de capitación (Poll Tax) que trató de imponer Margaret Thatcher, y que ante los graves disturbios tuvo que ser retirado. (N. del T.)
<<

[2]
Versos de
Someone to Watch over Me
, canción de los hermanos Gershwin: «Espero que / resulte ser / alguien que me cuide».
(N. del T.)
<<

[3]
«Booze» es como se designa coloquialmente a las bebidas alcohólicas.
(N. del T.)
<<

[4]
La palabra gaélica
ceilidh
designa una celebración a base de música y bailes tradicionales, con la que se amenizan también muchas bodas.
(N. del T.)
<<

[5]
Este libro, compilado en 1086 para el rey Guillermo I, es el censo o registro catastral más antiguo que se conserva en Inglaterra.
(N. del T.)
<<

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