Sobre héroes y tumbas (25 page)

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Authors: Ernesto Sabato

Tags: #Relato

BOOK: Sobre héroes y tumbas
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—Caramba, caramba… Alejandra… pero muy bien.

Levantaba las cejas, lo observaba con unos ojos celestes y acuosos, con una cordialidad abstracta y sin destinatario preciso, ausente.

Bruno le preguntó qué estaba escribiendo.

—Bueno, caramba… —tartamudeó, sonriendo con un aire entre culpable y malicioso, con ese aire que suelen tomar los paisanos argentinos, irónicamente modesto, mezcla de secreta arrogancia y de aparente apocamiento, cada vez que se les pondera un pingo o su habilidad para trenzar tientos—. Caramba… y bueno…, tratando de escribir alguna página que sea algo más que un borrador, ¿eh, eh?…

Y tartamudeaba haciendo una serie de tics bromistas con la cara.

Y mientras caminaban hacia la casa de Rinaldini, Bruno lo veía a Méndez diciendo sarcásticamente:
¡Conferenciante para señoras de la oligarquía!
Pero todo era mucho más complejo de lo que imaginaba Méndez.

—Es curioso la calidad e importancia que en este país tiene la literatura fantástica —dijo—. ¿A qué podrá deberse?

Tímidamente Martín le preguntó si no podía ser consecuencia de nuestra desagradable realidad, una evasión.

—No. También es desagradable la realidad norteamericana. Tiene que haber otra explicación. En cuanto a lo que Méndez piensa de Borges…

Se sonrió.

—Dicen que es poco argentino —comentó Martín.

—¿Qué podría ser sino argentino? Es un típico producto nacional. Hasta su europeísmo es nacional. Un europeo no es europeísta: es europeo, sencillamente.

—¿Usted cree que es un gran escritor?

Bruno se quedó pensando.

—No sé. De lo que estoy seguro es de que su prosa es la más notable que hoy se escribe en castellano. Pero es demasiado preciosista para ser un gran escritor. ¿Lo imagina usted a Tolstoi tratando de deslumbrar con un adverbio cuando está en juego la vida o la muerte de uno de sus personajes? Pero no todo es bizantino en él, no vaya a creer. Hay algo muy argentino en sus mejores cosas: cierta nostalgia, cierta tristeza metafísica…

Caminó un trecho en silencio.

—En realidad se dicen muchas tonterías sobre lo que
debe
ser la literatura argentina. Lo importante es que sea profunda. Todo lo demás se da por añadidura. Y si no es profunda es inútil que ponga gauchos o compadritos en escena. El escritor más representativo de la Inglaterra isabelina fue Shakespeare. Sin embargo, muchas de sus obras ni siquiera se desarrollan en Inglaterra.

Después agregó:

—… Y lo que más me causa gracia es que Méndez repudie la influencia europea en nuestros escritores ¿basándose en qué? Esto es lo más divertido: en una doctrina filosófica elaborada por el judío Marx, el alemán Engels y el griego Heráclito. Si fuésemos consecuentes con esos críticos, habría que escribir en querandí sobre la caza del avestruz. Todo lo demás sería adventicio y antinacional. Nuestra cultura proviene de allá, ¿cómo podemos evitarlo? ¿Y por qué evitarlo? No recuerdo quién dijo que no leía para no perder su originalidad. ¿Se da cuenta? Si uno ha nacido para hacer o decir cosas originales, no se va a perder leyendo libros. Si no ha nacido para eso, nada perderá leyendo libros… Además, esto es nuevo, estamos en un continente distinto y fuerte, todo se desarrolla en un sentido diferente. También Faulkner leyó a Joyce y a Huxley, a Dostoievsky y a Proust. ¿Qué, quieren una originalidad total y absoluta? No existe. En el arte ni en nada. Todo se construye sobre lo anterior. No hay pureza en nada humano. Los dioses griegos también eran híbridos y estaban infectados (es una manera de decir) de religiones orientales y egipcias. Hay un fragmento de
El molino del Floss
en que una mujer se prueba un sombrero frente a un espejo: es Proust. Quiero decir el germen de Proust. Todo lo demás es desarrollo. Un desarrollo genial, casi canceroso, pero un desarrollo al fin. Lo mismo pasa con un cuento de Melville, creo que se llama
Bertleby
o
Bartleby
o algo por el estilo. Cuando lo leí me impresionó cierta atmósfera kafkiana. Y así en todo. Nosotros, por ejemplo, somos argentinos hasta cuando renegamos del país, como a menudo hace Borges. Sobre todo cuando se reniega con verdadera rabia, como Unamuno hace con España; como esos ateos violentos que ponen bombas en una iglesia, una manera de creer en Dios. Los verdaderos ateos son los indiferentes, los cínicos. Y lo que podríamos llamar el ateísmo de la patria son los cosmopolitas, esos individuos que viven aquí como podrían vivir en París o en Londres. Viven en un país como en un hotel. Pero seamos justos: Borges no es de ésos, pienso que a él le duele el país de alguna manera, aunque, claro está, no tiene la sensibilidad o la generosidad para que le duela el país que puede dolerle a un peón de campo o a un obrero de frigorífico. Y ahí denota su falta de grandeza, esa incapacidad para entender y sentir la totalidad de la patria, hasta en su sucia complejidad. Cuando leemos a Dickens o a Faulkner o a Tolstoi sentimos esa compresión total del alma humana.

—¿Y Güiraldes? —¿En qué sentido? —Quiero decir, eso del europeísmo. —Bueno, sí. En algún sentido y por momentos,
Don Segundo Sombra
parecería haber sido escrito por un francés que hubiese vivido en la pampa. Pero mire, Martín, observe que he dicho “en algún sentido”, “por momentos”… Lo que significa que esa novela no podría haber sido hecha por un francés. Creo que es esencialmente argentina, aunque los gauchos de Lynch sean más verdaderos que los de Güiraldes. Don Segundo es un paisano mitológico, pero aun así es nada menos que un mito. Y la prueba de que es un mito auténtico es que ha prendido en el alma de nuestro pueblo. Aparte de que Güiraldes es argentino por su preocupación metafísica. Eso es característico: ya sea Hernández, ya sea Quiroga, ya sea Roberto Arlt. —¿Roberto Arlt?

—No le quepa ninguna duda. Muchos tontos creen que es importante por su pintoresquismo. No, Martín, casi todo lo que en él es pintoresco es un defecto. Es grande a
pesar
de eso. Es grande por la formidable tensión metafísica y religiosa de los monólogos de Erdosain. Los
siete locos
está plagado de defectos. No digo de defectos estilísticos o gramaticales, que no tendría importancia. Digo que está lleno de literatura entre comillas, de personajes pretenciosos o apócrifos, como el Astrólogo. Es grande a pesar de todo eso. Se sonrió.

—Pero… el destino de los grandes artistas es bastante triste: cuando lo admiran es generalmente por sus flaquezas y defectos.

Les abrió la puerta el propio Rinaldini.

Era un hombre alto, de pelo blanquísimo, de perfil aquilino y austero. En su expresión había una intrincada combinación de bondad, ironía, inteligencia, modestia y orgullo.

El departamento era muy pobre, colmado de libros Cuando llegaron, al lado de los papeles y una máquina de escribir había restos de pan y de queso. Con timidez, con disimulo, Rinaldini trató de quitarlos.

—Sólo les puedo ofrecer un vaso de vino de Cafayate. —Buscó una botella.

—Acabamos de ver a Borges por la calle, padre —comentó Bruno.

Mientras ponía unos vasos, Rinaldini sonrió. Bruno le explicó entonces a Martín que había escrito cosas muy importantes sobre Borges.

—Bueno, pero ya ha pasado mucha agua bajo el puente —comento Rinaldini.

—¿Qué, se rectificaría?

—No —respondió con un gesto ambiguo—, pero ahora diría otras cosas. Cada día soporto menos sus cuentos.

—Pero sus poemas le gustaban mucho, padre.

—Bueno, sí, algunos. Pero hay mucho patatrás.

Bruno dijo que a él lo conmovían esos poemas que recordaban la infancia, el Buenos Aires de otro tiempo, los viejos patios, el paso del tiempo.

—Sí —admitió Rinaldini—. Lo que no tolero son sus divertimientos filosóficos, aunque mejor sería decir seudofilosóficos. Es un escritor ingenioso, seudificador. O, como dicen los ingleses, sofisticado.

—Sin embargo, padre, en un periódico francés se habla de la hondura filosófica de Borges.

Rinaldini convidó con cigarrillos mientras sonreía mefistofélicamente.

—Qué me dice…

Encendió los cigarrillos y dijo:

—Vea, tome cualquiera de esos divertimientos.
La biblioteca
de
Babel
, por ejemplo. Allí sofistica con el concepto de infinito, que confunde con el de indefinido. Una distinción elemental, está en cualquier tratadito desde hace veinticinco siglos. Y, naturalmente, de un absurdo se puede inferir cualquier cosa.
Ex absurdo sequitur quodlibet
. Y de esa confusión pueril extrae la sugerencia de un universo incomprensible, una especie de parábola impía. Cualquier estudiante sabe y hasta me atrevería a conjeturar (como diría Borges) que la realización de todos los posibles a la vez es imposible. Puedo estar de pie y puedo estar sentado, pero no al mismo tiempo.

—¿Y del cuento sobre Judas?

—Un cura irlandés me dijo un día: Borges es un escritor inglés que se va a blasfemar a los suburbios. Habría que agregar: a los suburbios de Buenos Aires y de la filosofía. El razonamiento teológico que presenta el señor Borges-Sörensen, esa especie de centauro escandinavo-porteño no tiene de razonamiento casi ni la apariencia. Es teología pintada. Yo también, si fuese pintor de la escuela abstracta, podría pintar una gallina mediante un triángulo y unos puntitos, pero de eso no podría sacar caldo de gallina. Ahora bien ¿es intencionado en Borges este juego, o es natural? Quiero decir: ¿es un sofista o un sofisticado? El tema de esa burla no es tolerable en ningún hombre honrado, aunque se diga que es pura literatura.

—En el caso de Borges, es pura literatura. El mismo lo diría.

—Peor para él.

Ahora estaba enojado.

—Estos fantaseos benévolos con Judas denotan una tendencia a la molicie y a la cobardía. Se recula ante las cosas supremas, ante la bondad y ante la maldad suprema. Así hoy un mentiroso no es un mentiroso: es un político. Se trata elegantemente de salvar al diablo. ¡No es tan negro el diablo como lo pintan, vamos!

Los miró como pidiéndoles cuentas.

—En realidad es al revés: el diablo es más negro de como lo pinta esa gente. No son malos filósofos, lo peor para ellos es que son malos escritores. Porque no perciben ni siquiera esa realidad psicológica capital que ya vio Aristóteles. Eso que Edgar Poe llamó
the imp of perversity
. Los grandes escritores del siglo pasado ya lo vieron con lucidez: desde Blake a Dostoievsky. Pero claro…

Se quedó sin completar la frase. Miró un momento por a ventana y luego concluyó diciendo, con su sonrisa sutil:

—Así que Judas anda suelto en la Argentina… El patrono de los ministros de Hacienda, pues sacó dinero de donde a nadie se le habría ocurrido. Sin embargo, pobre corazón, Judas no soñó con gobernar. Y ahora en nuestro país parece que está por obtener o ya ha obtenido puestos del gobierno. Bueno, con gobierno o sin gobierno, Judas termina siempre por ahorcarse.

Luego Bruno le explicó sus gestiones con Monseñor Gentile. Rinaldini hizo un gesto con la mano mientras sonreía con cierta resignada y bondadosa ironía.

—No se haga mala sangre, Bassán. Los obispos no me dejarán. Y en cuanto a ese Monseñor Gentile, que por desgracia es pariente suyo, sería mejor que en lugar de hacer politiquería eclesiástica leyera de cuando en cuando el Evangelio.

Se fueron.

Ahí se queda, solo, pobre, con su sotana raída, pensó Martín.

XIV

Alejandra permanecía invisible y Martín se refugiaba en su trabajo y en la compañía de Bruno. Fueron tiempos de tristeza meditativa: todavía no habían llegado los días de caótica y tenebrosa tristeza. Parecía el ánimo adecuado a aquel otoño de Buenos Aires, otoño no sólo de hojas secas y de cielos grises y de lloviznas sino también de desconcierto, de neblinoso descontento. Todos estaban recelosos de todos, las gentes hablaban lenguajes diferentes, los corazones no latían al mismo tiempo (como sucede en ciertas guerras nacionales, en ciertas glorias colectivas): había dos naciones en el mismo país, y esas naciones eran mortales enemigas, se observaban torvamente, estaban resentidas entre sí. Y Martín, que se sentía solo, se interrogaba sobre todo: sobre la vida y la muerte, sobre el amor y el absoluto, sobre su país, sobre el destino del hombre en general. Pero ninguna de estas reflexiones era pura, sino que inevitablemente se hacía sobre palabras y recuerdos de Alejandra, alrededor de sus ojos grisverdosos, sobre el fondo de su expresión rencorosa y contradictoria. Y de pronto parecía como si ella fuera la patria, no aquella mujer hermosa pero convencional de los grabados simbólicos. Patria era infancia y madre, era hogar y ternura; y eso no lo había tenido Martín; y aunque Alejandra era mujer, podía haber esperado en ella, en alguna medida, de alguna manera, el calor y la madre; pero ella era un territorio oscuro y tumultuoso, sacudido por terremotos, barrido por huracanes. Todo se mezclaba en su mente ansiosa y como mareada, y todo giraba vertiginosamente en torno de la figura de Alejandra, hasta cuando pensaba en Perón y en Rosas, pues en aquella muchacha descendiente de unitarios y sin embargo partidaria de los federales, en aquella contradictoria y viviente conclusión de la historia argentina, parecía sintetizarse, ante sus ojos, todo lo que había de caótico y de encontrado, de endemoniado y desgarrado, de equívoco y opaco. Y entonces lo volvía a ver al pobre Lavalle, adentrándose en el territorio silencioso y hostil de la provincia, perplejo y rencoroso, acaso pensando en el misterio del pueblo en largas y pensativas noches de frío, envuelto en su poncho celeste, taciturno, mirando las cambiantes llamas del fogón, quizá oyendo el apagado eco de coplas hostiles en anónimos paisanos:

Cielito y cielo nublado por la muerte de Dorrego, enlútense las provincias, lloren, cantando este cielo.

Y también Bruno, al que se aferraba, al que miraba con anhelante interrogación,
parecía
estar carcomido por las dudas, preguntándose perpetuamente sobre el sentido de la existencia en general y sobre el ser y el no ser de aquella oscura región del mundo en que vivían y sufrían: él, Martín, Alejandra, y los millones de habitantes que parecían ambular por Buenos Aires como en un caos, sin que nadie supiese dónde estaba la verdad, sin que nadie creyese firmemente en nada; los viejos como don Pancho (pensaba Bruno) viviendo en el sueño del pasado, los aventureros haciendo fortuna sin importárseles de nada ni de nadie, los cínicos profesores que se adaptaban al nuevo orden enseñando lo que antes habían repudiado, los estudiantes luchando contra Perón y aliándose de hecho con hipócritas y aprovechadores defensores de la libertad, y los viejos inmigrantes soñando (también ellos) con otra realidad, una realidad fantástica y remota, como el viejo D’Arcángelo, mirando hacia aquel territorio ya inalcanzable y murmurando
Addio
patre e matre, a
ddio sorelli e fratelli
.

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