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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (18 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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—Aún no, señor.

—Trabaje en ello.

—Sí, señor.

—Y páseme con el señor Odom.

—Hecho, señor.

La imagen de Mustafá Odom, el ingeniero jefe de la nave apareció de repente en el puente.

—¿Sí, capitán? —preguntó Odom.

—Sin duda se habrá enterado de que estamos en una acción menor —dijo Cole—. No es nada que la
Teddy R
. no pueda manejar: cañones de energía de nivel 2 y láseres de nivel 3. Pero puede que tenga que enviar a la
Kermit
o alguna de las otras lanzaderas a la superficie. ¿Podrán soportarlos?

—Los láseres no son problema, si están por debajo del nivel 4 —respondió Odom—. Pero los cañones de energía son otra cosa. Pueden desviar la lanzadera de su rumbo, lo que se puede corregir fácilmente… pero también es posible que puedan golpear con tal fuerza que el impacto cause daños de consideración a los pasajeros aunque no destruya la
Kermit
.

—Gracias, señor Odom —dijo Cole—. ¿Jack?

—¿Sí, señor? —dijo la voz de Jaxtaboxl.

—Esa lanzadera no se moverá sin mi orden expresa, ¿entendido?

—Sí, señor.

—¿Han vuelto a disparar, señor Briggs?

—No, señor. No creo que lo hagan, ahora que saben que no pueden dañarnos y que podemos cargarnos sus armas en cuanto las veamos.

—Christine ¿ya tiene algo?

—Es posible, señor —dijo—. No puedo garantizar que sea la persona que quiere, pero tengo a uno al que la mayoría de los militares parecen estar informando.

—Está bien —dijo Cole—. Veamos si podemos poner fin a esto sin disparar más tiros. ¿Cómo se llama el thug con el que intercambiamos las armas? ¿Rashid?

—Sí, señor.

—Conécteme con él.

—No puedo localizar al líder, señor —dijo Christine, disculpándose—. Va a hablar con alguien que está cerca de él.

—Está bien.

Y súbitamente, Cole se vio frente a la imagen de tres thugs, uno sentado y dos que estaban tras él. Los tres estaban vestidos del mismo modo que Rashid: desnudos, excepto por la banda que ostentaba su rango y sus insignias.

—Soy Wilson Cole, capitán de la
Theodore Roosevelt
.

El thug que estaba sentado miró al frente, contemplando la imagen de Cole.

—Soy Nasir, comandante de la ciudad de Jamata. ¿Por qué nos han atacado?

—Tienen a un prisionero llamado Quinta, un thrale —dijo Cole—. Lo queremos.

—¿Entiendo que esos hombres que intentaban abrirse paso a la fuerza eran representantes suyos?

—Exacto. También los quiero. Vivos.

—¿Viola nuestras leyes y dispara sobre nuestras fuerzas y pretende que negocie?

—No hay mucho que negociar. Los quiero de vuelta y usted va a entregármelos.

—Podría hacerlo perfectamente, pero no vivos.

—Creo que lo hará —repuso Cole—. Aún no ha oído mi oferta.

—¿Qué me importa su oferta? Obviamente nos amenazará con matarnos si no cumplimos, y está claro que puede hacerlo. Pero eso no hará que sus hombres regresen con vida. Si sus armas no los matan como a nosotros, nosotros los mataremos antes de que nos aniquilen.

—Voy a dejar de disparar —dijo Cole—. Eso sólo era para llamar su atención, y lamento profundamente cualquier daño que hayamos podido causar a sus ciudadanos. Pero realmente creo que debería escuchar mi oferta. Sólo la voy a hacer una vez, y no es negociable.

—Está bien, capitán Cole —dijo Nasir—. Déjeme que la escuche y después rece a su dios por sus tripulantes.

—Voy a enviar una lanzadera al planeta. Aterrizará junto a la cárcel y evacuará a los miembros de mi tripulación y al prisionero Quinta. Ustedes no les harán daño ni los obstaculizarán en modo alguno.

—Desvaría, capitán Cole.

—No me ha dejado acabar —dijo Cole—. Si no se cumplen mis condiciones, mi nave no efectuará ningún otro disparo ni los acosará de ningún otro modo, sino que… —se volvió hacia Christine y bajó la voz—. Ponga el holo de Rashid —volvió a alzar la voz—. Sino que daré, no venderé, diez cañones de plasma de nivel 5 y diez cañones láser de nivel 5 a mi amigo Rashid, de la nación de Punjab, cuya imagen puede ver en este momento. La
Theodore Roosevelt
no tiene ningún interés en la conquista o la anexión. Si pretendiéramos castigarles por matar a nuestra tripulación y a su prisionero, mataríamos a algunos de sus líderes, quizás acabaríamos con la ciudad entera si infligieran sufrimiento adicional a los miembros de nuestra tripulación, pero ahí acabaría todo. El resto de su nación podría seguir con sus asuntos. No creo que puedan contar con que los líderes de Punjab les ofrezcan semejantes atenciones. —Se detuvo para dejar que sus palabras surtieran efecto—. Tiene dos minutos estándar, Nasir.

No les costó ni dos minutos. No les costó, siquiera, treinta segundos. Nasir reconoció que había sido derrotado.

—Envíe su lanzadera —dijo tras vacilar brevemente—. No los atacaremos.

—Está en camino —dijo Cole—. Hemos perdido el contacto con nuestro grupo de desembarco hace unos minutos. Si aún hay alguien disparando dentro de la cárcel, dígales que cesen el fuego. ¡Ahora!

—Si aún hay algo en marcha, lo pararé —prometió Nasir.

Cole hizo una señal a Christine, quien cortó la conexión.

—¿Jack?

—¿Sí, señor?

—En marcha. Teóricamente, nadie los molestará, pero estén preparados para cualquier cosa. Siempre existe la posibilidad de que Nasir no diga nada a los thugs que están en la cárcel.

—Estamos armados hasta los dientes y listos, señor —dijo Jaxtaboxl.

—¿Cuatro Ojos? —dijo Cole.


Lo sé
—respondió el molario—.
Les cubriré en el trayecto de ida y en el de vuelta
.

—Christine, anuncie a la tripulación que en el momento en que la lanzadera regrese, la
Teddy R
. se dirigirá a las instalaciones médicas más cercanas.

—Sí, señor.

—Está bien —dijo Cole mientras la lanzadera salía hacia Jaipur—. Ahora nos toca esperar.

La
Kermit
tardó diecisiete segundos en aterrizar, evacuar a los miembros de la tripulación y el prisionero y volver a la
Teddy R
. seguida de la
Edith
, que había orbitado alrededor de Nueva Calcuta. Cole envió a Aecitoso y otros dos al hangar para ayudar a trasladar a los heridos a la enfermería.

—¿Cuál es el número de bajas? —preguntó cuando las lanzaderas quedaron vacías.

—Las buenas noticias son que Val está ilesa —dijo Aceitoso.

—Eso cuenta —dijo Cole—. Con cincuenta como ella probablemente derrocaría a la República. Y ahora ¿cuáles son las malas noticias?

—James Nichols está muerto —dijo Aceitoso—. Dan Moyer y Vladimir Sokolov tienen heridas de consideración. Idena Mueller, Rachel Marcos, Eric Pampas, Jacillios y Braxite tienen heridas menores. El thrale parece estar bien.

—Bien —dijo Cole—. Ocúpese de que estén tan cómodos como sea posible. La oficial Sharon tiene la combinación del botiquín. Tenemos algunas semillas de alfanela allí. Dé una semilla a Moyer y Sokolov para que las mastiquen y después asegúrese de que se vuelve a cerrar ese maldito botiquín.

—Tendré las semillas esperando cuando lleguen a la enfermería —se adelantó Sharon.

—Gracias —dijo Cole.

—¿No son las semillas de alfanela ilegales, incluso para tratamiento médico? —preguntó Christine cuando Cole hubo cortado la conexión.

—En la República sí —respondió Cole—. No hay muchas cosas ilegales en la Frontera Interior. Confisqué las semillas el primer mes que estuve de servicio aquí. Pensé que las podríamos usar para intercambiar información cuando estábamos metidos en la piratería, pero nunca surgió la oportunidad. Mejor… La alfanela dormirá a Moyer y Sokolov más rápido que ninguna medicina legal que conozca. Páseme de nuevo con la oficial Sharon.

—¿Sí, Wilson? —dijo Sharon.

—Sé que no eres una doctora o una enfermera —dijo—, pero tienes que saber cómo hacer un torniquete. Si alguien está perdiendo mucha sangre, haz lo que puedas para contener la hemorragia. Recluta toda la ayuda que necesites.

—Vale.

—Piloto ¿cuánto falta para que lleguemos a un planeta con hospital?

—Estoy buscando los agujeros de gusano próximos —respondió Wxakgini, mientras él y el ordenador de navegación con el que estaba conectado examinaban las cartas estelares.

Hubo una breve pausa.

—Hay una instalación médica que orbita en Prometeo, entre el tercer y el cuarto planeta, ambos colonizados, señor —anunció Wxakgini—. Puedo atravesar el agujero de gusano Kurasawa y estar allí en ochenta minutos estándar.

—Vale, llévenos allí.

—No es un hospital muy grande, señor.

—Hágalo.

Cole dejó el puente y se dirigió a la sala de descanso de oficiales, donde encontró a David Copperfield.

—Se acabó —anunció—. Tenemos a Quinta.

—Lo sé —dijo Copperfield—. He estado siguiéndolo. Nuestro maestro estaría orgulloso de ti, Steerforth.

—Sólo espero que tu amigo valga todo este esfuerzo.

—Estoy seguro de que estará debidamente agradecido.

—Será mejor para él —dijo Cole—. Va a encargarse de pagar la cuenta de todas las facturas médicas que estamos a punto de recibir.

—Seguramente podemos pagarlas nosotros mismos, habida cuenta de lo que acabamos de ganar —replicó Copperfield.

—Está bien —dijo Cole—. Lo restaré de tu parte.

Por un solo momento, David Copperfield se quedó sin palabras. Después frunció el ceño y golpeó con el puño el brazo de su silla.

—¡Ese ingrato lo pagará o lo enviaremos de vuelta a Jaipur!

Cole sonrió.

—¿Sabes qué, David? Creo que nuestro maestro también estaría orgulloso de ti.

Capítulo 21

Cuatro días después, la
Theodore Roosevelt
atracó en la Estación Singapore. Un retén de guardia fue escogido por sorteo para vigilar la nave durante veinticuatro horas, después sus integrantes intercambiaron los puestos con otro grupo. Moyer y Sokolov aún estaban en el hospital que orbitaba alrededor de Prometeo IV. Los primeros informes señalaron que Sokolov podría reunirse con ellos en diez días, Moyer en unos treinta.

Pérez informó de que las mejoras de las otras naves se acababan de completar y que estaban listas para salir a maniobrar. Los capitanes de las cuatro naves más pequeñas estaban descontentos por no compartir los beneficios de la misión de Nueva Calcuta hasta que Cole les explicó que los beneficios estaban pagando las mejoras.

Cole estaba harto de las estrecheces de la nave. Estuvo fuera durante tres días. Como la mayoría de la tripulación, decidió alquilar una habitación en uno de los múltiples hoteles de la estación. Estaba absorto discutiendo acerca de su alojamiento con David Copperfield y el Duque Platino en el casino cuando Forrice, con un aspecto considerablemente menos tenso, se acercó a su mesa, que apenas era lo bastante grande como para contener sus bebidas.

—Nunca pensé que una habitación de diez por diez y una altura de dos metros y medio me daría tanta sensación de libertad —estaba diciendo Cole—. He estado encerrado en la
Teddy R
. y en otras naves demasiado tiempo, maldita sea. Diablos, he pasado la mitad de mi vida en lugares en los que no podía extender mi brazo por encima de mi cabeza. Incluso he pagado de más por un baño con agua real en vez de conformarme con una ducha en seco. —Alzó la vista para ver a Forrice, quien sostenía una humeante bebida de color azul—. Cuatro Ojos, coge una silla.

—Gracias —dijo el molario—. Pérez y yo acabamos de estar trabajando con las otras naves otra vez.

—¿Y?

—Están empezando a funcionar como una unidad. Recuerda, ninguno de sus capitanes ha estado nunca en el ejército. —Se detuvo—. Este Pérez es un buen hombre. Debería tener una nave propia.

—La tendrá. Con un poco de tiempo.

—Por cierto, he hablado con Valdimir Sokolov justo antes de venir. Parece que lo están cuidando bien. Tiene suerte de que no han tenido que clonar ninguno de sus órganos internos. Sólo presentaba quemaduras serias y unos pocos huesos rotos. Es optimista respecto a volver al trabajo pronto.

—¿Sí? —dijo Cole—. Debe de tener una habitación de dos metros para él solo. ¿Qué podría hacer que quisiera volver a su cabina a bordo de la
Teddy R
.?

—Creo que nuestro capitán está padeciendo un caso serio de claustrofobia de la cabina —señaló el duque con tono divertido, con sus labios humanos sonriendo en medio de su rostro metálico.

—Es agradable poder estirar los brazos, las piernas, todo, de vez en cuando —dijo Cole. Se volvió hacia Forrice—. Casi no te he visto en los últimos tres días. No es posible que hayas pasado todo tu tiempo únicamente trabajando con las naves y frecuentando ese burdel.

—He descubierto un juego que le gusta a la intricada mente molaria —replicó Forrice.

—Entonces debe ser más simple que el blackjack —dijo Cole riendo.

—Es increíblemente complejo —respondió Forrice—. Pero la recompensa una vez que se domina es considerable.

—Bueno, es seguro que no has estado jugando aquí, en El Rincón del Duque —hizo notar Cole—. No te he visto.

—No, he estado jugando en un casino llamado La Luciérnaga. Briggs ha tenido que explicarme qué quiere decir el nombre.

—¿La Luciérnaga? —dijo el duque—. Entonces ya sé a qué estás jugando. Al stort ¿verdad?

—Sí —dijo el molario—. Es un juego fascinante. Juegas contra un oponente y también contra la casa, y hay cartas, fichas y cuatro niveles.

—¿De dificultad?

—De espacio.

—¿Por qué no se juega aquí? —preguntó Cole.

—Sólo deja un dos por ciento de ganancia para la casa —respondió el duque.

—¿Sólo el dos por ciento? —dijo Cole—. No te culpo. ¿Cuánto has ganado hasta ahora, Cuatro Ojos?

—La verdad, he perdido casi tres mil libras del Lejano Londres —dijo el molario, incómodo—. Hay más sutilezas de las que parecía en un primer momento. Pero estoy empezando a dominarlas. Un par de semanas y seré el amo.

—Recuérdame que algún día te cuente cuántos idiotas nacen por minuto… —dijo Cole.

—He estado pensando, Steerforth… —empezó a decir Copperfield.

—No —dijo Cole, bromeando solo a medias—. Cada vez que piensas están a punto de matarnos.

—Eso me ofende —dijo Copperfield—. Iba a sugerir que deberíamos invertir algunas de nuestras ganancias.

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