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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (20 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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Finalmente decidió que era hora de dirigirse hacia La Luciérnaga. Estaba en el sector humano, así que tomó un aeroascensor de vuelta, salió y se encaminó al casino donde Forrice estaba enfrascado jugando al stort. El lugar tenía cierta sordidez, lo que estaba bastante de moda. Cole se abrió camino entre los jugadores humanos y no humanos hasta que finalmente pudo vislumbrar a su primer oficial.

—¿Qué tal va? —preguntó.

—No me distraigas —dijo Forrice—. Estaré contigo en un minuto.

—Su turno —anunció un esporita que parecía ser un encargado o un croupier.

—Está bien —dijo Forrice—. Guerrero a nivel dos, calle tres y —tiró una carta octogonal sobre la mesa— juego la emperatriz púrpura.

El croupier estudió lo que Forrice había hecho, esperó a que otros dos movieran sus piezas de un modo que resultaba incomprensible para Cole y jugaran unas cartas que no pudo identificar. Finalmente, el croupier tiró un dado de doce caras que tenía iconos en vez de cifras en sus caras, los estudió, y anunció que Forrice era el ganador de esa ronda. El molario profirió un grito de triunfo.

—¿Lo ves? —dijo mientras recogía sus ganancias—. Te dije que sólo necesitaba un poco más de tiempo para resolver las sutilezas de este juego.

—Parece condenadamente complicado —comentó Cole.

—Todos lo parecen hasta que empiezas a jugarlos.

—¿Y cómo vas, comparado con la casa?

—Unas doscientas libras por delante.

—¿Tanto tan rápido? —dijo Cole, impresionado.

—¿Por qué no? —replicó el molario—. Lo perdí igual de rápido.

—Vale. Vayamos a donde el duque. Allí puedes comprarme un asqueroso estimulante y después ver cómo destruyo mi salud bebiéndomelo.

—Bien —dijo Forrice—. Ahora que he averiguado cómo va, puedo volver después y hacer saltar la banca en cualquier momento.

—No hagas que parezca tan fácil y no fanfarronees —le advirtió Cole— o encontrarán un modo de echarte de las mesas.

—¿Tú crees?

Cole asintió.

—Las sociedades han estado penalizando la excelencia desde que existen.

Dejaron La Luciérnaga y se dirigieron al El Rincón del Duque. Estaba atestado, como de costumbre y Cole percibió cierta tensión en la sala mientras él y Forrice se abrían paso hacia la mesa del duque.

Había un teroni sentado a ella: alto, esbelto, con los penetrantes ojos dorados que eran tan característicos de su especie. Como la mayoría de los teroni llevaba unas amplias botas que cubrían sus enormes pies, el mono de color rojizo que era el uniforme estándar de los militares teroni, y las armas usuales sujetas a las caderas y el tronco. Los teroni tenían un pelo grueso, brillante, y éste no era distinto. Cole buscó alguna insignia de rango, pero no llevaba ninguna.

—Ven a unirte a nosotros, Wilson —dijo el duque—. Hay alguien que me gustaría que conocieras.

Cole avanzó y se plantó ante el teroni.

—Capitán Cole y comandante Forrice —dijo el teroni en un terrestre con apenas acento—. Volvemos a encontrarnos.

—¿Volvemos? —dijo Cole, frunciendo el ceño—. No recuerdo haberle visto antes.

—No nos hemos encontrado en persona, capitán Cole, pero nos hemos comunicado.

—¿De verdad?

—¿En el cúmulo de Casio? —sugirió Forrice.

El teroni asintió.

—Soy Jacovic, comandante de la Quinta Flota. Creo que hablamos unos momentos después de que depusiera a su capitán.

Cole lo miró en silencio durante un momento. Jacovic y el duque se pusieron visiblemente tensos, y entonces Cole entendió la tensión que había en la sala. Dos capitanes que se habían encontrado previamente como enemigos estaban en la misma sala por primera vez desde aquel encuentro.

Finalmente, Cole sonrió y extendió la mano.

—Permítame el privilegio de estrechar su mano, comandante —dijo—. Es una costumbre humana, pero espero que la acepte.

Jacovic, visiblemente aliviado, tomó la mano de Cole.

—El honor no está reservado sólo a una raza —dijo Cole— y ustedes lo mostraron en abundancia.

—¿A qué te refieres? —preguntó el duque.

—La
Teddy R
. fue enviada a patrullar el cúmulo de Casio, un área excepcionalmente aislada. Nuestra única misión era proteger un par de depósitos de combustible y no permitir que el enemigo accediera a ellos. Era sólo una manera de quitarnos de en medio. Nadie esperaba que los teroni realmente aparecieran allí. —Se detuvo, recordando la situación—. Entonces, de repente, la Quinta Flota Teroni entró en la constelación. Sólo éramos una nave y el comandante Jacovic tenía quizás doscientas.

—Doscientas cuarenta y seis —precisó Jacovic.

—Nuestro capitán, una polonoi llamada Podok, sabía que no podía hacerles frente, así que decidió que había que evitar que se apropiaran del combustible a toda costa. —Los músculos del rostro de Cole se tensaron—. Apuntó nuestros cañones hacia uno de los dos planetas, asesinando a tres millones de habitantes, sólo para asegurarse de que el comandante Jacovic no podía usar el combustible. Estaba a punto de hacer lo mismo con el segundo planeta y matar a cinco millones de personas cuando la relevé del mando.

—Sabía que te habías amotinado —remarcó el duque—. No sabía por qué.

—En cualquier caso, contacté con el comandante Jacovic y le dije que podía quedarse el combustible si prometía no hacer daño a los habitantes. Aceptó, mantuvo su palabra y nos permitió salir sanos y salvos de la constelación.

—La verdad es que me dijo que o aceptaba sus términos o destruiría el planeta como su capitán había destruido el primero —dijo Jacovic—. Por lo que he sabido de usted desde aquel día, no creo que lo hubiera hecho. Pero me gustaría oírlo de su propia boca. ¿Estabas echándose un farol?

Cole sonrió.

—Puede ser.

Jacovic le devolvió la sonrisa.

—Me alegro mucho de encontrarlo por fin, capitán Cole.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó Cole—. ¿Y por qué viaja de incógnito?

—No estoy viajando de incógnito —dijo Jacovic—. Ya no soy miembro de la Armada Teroni, ni siquiera de la Federación Teroni.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Forrice.

—Abrí los ojos.

—¿Perdón? —dijo Cole.

—Probablemente aún no ha oído hablar de la batalla de Gabriel —dijo Jacovic.

—No, no tenemos muchas noticias de qué pasa en la guerra aquí, en la Frontera Interior, y lo que llega normalmente es bastante viejo.

—Tuvo lugar hace unos cuarenta días, y duró veintidós.

—¿Dónde está Gabriel? —preguntó Forrice—. No me suena.

—No hay razón por la que debiera sonarle —respondió Jacovic—. Ni por la que debiera sonarle a nadie. El sistema Gabriel —ése es el nombre que le dan ustedes, nosotros tenemos otro— consiste en siete gigantes gaseosos inhabitables que rodean a una estrella de clase M que no está en la República ni en nuestra Federación.

—¿Así pues, quién ganó? —preguntó Forrice.

—Deja que lo adivine —dijo Cole, estudiando el rostro de Jacovic—. Nadie.

—Así es —dijo Jacovic—. Cuando acabó, nosotros habíamos perdido cincuenta y tres naves y la República cuarenta y nueve. Ciento dos naves y quizás doce mil teronis y humanos y ¿por qué? Por un sistema que no posee un único planeta habitable, ni nada que ningún bando pueda usar. Entonces, me di cuenta de la idiotez de esta guerra, de la rotunda locura que ha conducido a cada bando a sacrificar miles de vidas por un sistema inútil, simplemente para que el otro bando no pueda reclamarlo. Y aquel día me arranqué los galones de mi uniforme y vine a la Frontera Interior.

Cole se volvió hacia Forrice.

—Te dije hace un año y medio que tenía más sensatez que cualquiera de los políticos y almirantes de nuestro lado.

—El comandante Jacovic acaba de llegar aquí, a la Estación Singapore, en la última hora —les informó el duque—. Deduzco que no ha traído a nadie con él.

—Cada teroni es libre de tomar sus decisiones —dijo Jacovic—. Yo he tomado la mía. Y no me llame «comandante»; ahora soy sólo Jacovic.

—¿Qué va a hacer ahora? —preguntó Cole.

—No he tenido tiempo de considerarlo aún —respondió Jacovic—. He pasado toda mi vida adulta en el ejército. Tendré qué descubrir qué otras cosas se me dan bien.

—No necesariamente —dijo Cole.

Jacovic lo miró con aire interrogativo.

—Conozco una antigua nave militar que necesita un tercer oficial competente —continuó Cole—. Y un capitán que estaría orgulloso de tenerlo a su servicio.

—¿Con quién está en guerra esa nave? —preguntó el teroni.

—Con el destino.

—Ésa es la respuesta perfecta —dijo Jacovic—. Estoy más que deseoso de alzarme en armas contra el destino. Me sentiré honrado al unirme a la tripulación de la
Theodore Roosevelt
.

Esta vez fue Jacovic quien extendió la mano, y Cole quien se la estrechó. Pero realmente no importó quién la tendió primero. Por primera vez en veintitrés años, un humano y un teroni establecían contacto de buen grado y amigablemente.

Capítulo 22

Cole acababa de mostrar la
Theodore Roosevelt
a Jacovic, y ahora estaban en el puente de la nave, casi vacía.

—Bien ¿qué piensa? —preguntó.

—Es vieja.

—También lo somos usted y yo —dijo Cole con una sonrisa.

—No tan viejos —replicó Jacovic, devolviéndole la sonrisa—. ¿Cuándo fue la última vez que la reequiparon con tecnología de última generación?

—Probablemente antes de que mis tripulantes más jóvenes nacieran.

—Con todo —dijo el teroni—, vieja o no, probablemente es la nave más famosa en la galaxia.

—La peor afamada, en cualquier caso —dijo Cole—. Por cierto, parece que está cómodo con el nivel de aire y gravedad que hay en la Estación Singapore. Puedo darle una cabina en las dependencias humanas o podemos ajustar cualquiera de las habitaciones alienígenas a sus necesidades.

—El contenido de oxígeno está bien, pero me gustaría una gravedad mayor.

—De acuerdo. Nuestra directora de Seguridad, la coronel Blacksmith, lo informará cuando pueda trasladar su equipaje a bordo. Le diré que le dé una cabina en la Cubierta 5 y que la ajuste a sus especificaciones. ¿Qué me dice de sus necesidades nutricionales?

—Puedo dar una lista a la coronel Blacksmith.

—Bien. Si hay algo más que necesite, venga a verme si estoy disponible, o acuda a Cuatro Ojos o a la coronel Blacksmith si no.

Jacovic frunció el ceño.

—¿Cuatro Ojos?

—Me refería al comandante Forrice —dijo Cole—. Somos viejos amigos. Lo he estado llamando así durante años. Tiene cuatro ojos.

—¿No habrá cierto resentimiento, no sólo por tener a un comandante teroni que solía ser su enemigo, sino por convertirme en su tercer oficial?

—Probablemente —dijo Cole—. Lo superarán.

—Eso espero.

—No tenían una gran opinión de la oficial a la que está reemplazando usted cuando la traje a bordo —dijo Cole—. Al cabo de un mes era la persona más popular de la nave. Usted lo tendrá aún más fácil. Casi todos ellos estaban a bordo de la
Teddy R
. cuando perdonó a los ciudadanos de Nueva Argentina y nos dejó salir sanos y salvos del Cúmulo de Casio.

—Cualquier comandante razonable lo habría hecho —dicho Jacovic.

—Nuestra propia capitana estaba dispuesta a destruir todo el condenado planeta antes de que me apoderara de la nave —dijo Cole—. Los comandantes razonables escasean. Si no, ¿por qué estaríamos ambos aquí, en la Frontera Interior?

Las papadas de Jacovic temblaron mientras suspiraba.

—Tiene razón, capitán Cole.

—Llámeme Wilson.

—Preferiría seguir llamándole capitán Cole —dijo el teroni—. Podría olvidarme delante de la tripulación.

—Ellos pueden llamarme como quieran, aunque la mayoría se apega a lo de «capitán».

—¿Puedo preguntar por qué? En principio parece una falta de disciplina, pero seguro que tiene una razón para ello.

—Es para recordarles que ya no estamos en la República o en la Armada —dijo Cole—. Insisto en la obediencia y la competencia, pero nunca he visto ninguna razón para los formalismos excesivos. Es un vestigio de hace un par de miles años antes de que mi raza desarrollara la tecnología espacial. —Se detuvo—. Supongo que lo esencial es que siempre estamos aquí. El período de servicio de todo el mundo nunca acabará, no podemos volver a la República y por supuesto, abrirán fuego instantáneamente contra nosotros si entramos en la Federación Teroni, así que quiero que estén tan cómodos como puedan, ya que van a estar aquí metidos el resto de sus vidas.

—Ahora lo entiendo y lo apruebo —dijo Jacovic—. Pero creo que aún así lo llamaré capitán Cole.

—Sólo en la nave y en la Estación Singapore —dijo Cole.

Jacovic lo miró fijamente, lleno de curiosidad.

—Si me uno a mi tripulación en una misión encubierta —continuó Cole—, un saludo o un «señor» les dirá a los del otro bando a quién hay que disparar primero.

El teroni sonrió.

—Nunca abandoné mi nave, y nunca se me habría ocurrido eso. Ahora ya lo sé.

—Bueno, usted saldrá de la
Teddy R
. más que yo. Tengo algunos oficiales que están convencidos de que su trabajo es protegerme, incluso más que proteger a la nave.

—Está claro que le cuidan

—Me las arreglaría con un poco menos de cuidado y un poco más de servilismo… —dijo Cole.

—Me parece que no quería decir semejante cosa.

—No, supongo que no —dijo Cole. Miró a su alrededor—. Vale, ya ha tenido un primer contacto con la nave. Supongo que podríamos volver a la estación. Le garantizo que tendrá una comida mejor y una cama más confortable allí que aquí.

Ambos se dirigieron al aeroascensor, bajaron al hangar, saludaron a Idena Mueller, que estaba montando guardia, caminaron hacia la dársena y cogieron un transporte al interior de la estación. Pocos minutos después estaban de vuelta en El Rincón del Duque, donde Cole divisó a Val, Forrice y el duque, todos ellos sentados a la mesa habitual.

—¡Ah, el capitán Cole y el comandante Jacovic! —dijo el duque—. ¡Uníos a nosotros!

—Con mucho gusto —dijo Cole mientras ambos se sentaban—. Val ¿ya has conocido a tu sustituto?

—He oído hablar de él —dijo—. Bienvenido al manicomio.

—Gracias —dijo Jacovic—. ¿Y tú eres…?

—Este mes soy Val. Si tienes un nombre que te guste más, probablemente responderé a él.

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