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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (19 page)

BOOK: Starship: Mercenario
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—David, cuando haya pagado la parte que toca a cada miembro de la tripulación —y a día de hoy eso equivale a la tripulación de seis naves— y actualizado las baterías nucleares y repuesto el armamento y la munición, no quedará casi nada para invertir. Además, como mercenarios entramos en acción con mucha más frecuencia que en la Armada. Sería poco realista creer que ganaremos siempre, y puesto que nadie tiene familia ahí fuera, ¿a quién dejaremos esas inversiones?

—Deja de pensar como un vulgar tripulante, Steerforth —dijo Copperfield.

—No tenemos ningún tripulante vulgar —dijo Cole, irritado.

—Ya sabes qué quiero decir —insistió Copperfield—. Seguramente puedes ver las ventajas de tener una inversión que nos permita seguir creciendo.

—No es mi dinero, David. Es nuestro dinero. Pregúntale a Cuatro Ojos si tiene ganas de saltarse dos visitas al burdel cada vez que estamos de permiso en tierra para poder tener algunos cientos de libras más de aquí a diez años, después de que le hayan volado las pelotas. Pregúntale a Val si va a ser abstemia durante cinco años para que pueda pillarse una de aquí a quince años. Pregúntale a Toro Salvaje si quiere apañárselas con la mitad de los torpedos que normalmente tenemos para que pueda permitirse mejores armas de aquí a doce años. —Cole calló un instante—. Entiendo el principio de las inversiones tan bien como tú, David, pero no es aplicable a gente que arriesga sus vidas cada día, que no tiene a nadie que dependa de ellos y que posiblemente no llegue a una edad avanzada.

—Tendrás que excusar a mi amigo —dijo Forrice—. Es todo un optimista.

—No soy ni optimista ni pesimista —respondió Cole—. Soy realista. La raza humana siempre ha estado en guerra con alguien desde que el primer hombre de las cavernas aporreó a otro en la cabeza con su garrote en la Tierra… Es mejor vivir el momento.

—Depende del momento —dijo el molario—. Se me ocurren un montón de momentos que no me importaría repetir.

—Ninguno de ellos es de las últimas dos horas, imagino —dijo Cole secamente—. Bien, David ¿eso responde a tu pregunta?

—No te importa si invierto mi dinero ¿verdad? —preguntó Copperfield.

—¿Por qué me iba a molestar? Ambos sabemos que tienes millones ahorrados por toda la Frontera, de los días en que eras el mayor traficante en el negocio.

—La mitad de mis negocios, la mitad de mis inversiones.

—¿Qué harás si volvemos con la República?

—Te desearé un buen viaje y pagaré el envío de un par de coronas fúnebres, mi querido Steerforth —respondió Copperfield.

—Nadie va a regresar con la República —intervino el duque—. Mientras estabais fuera, una nave teroni consiguió atravesar las defensas de la Armada y destrozó cuatro mundos agrarios.

—¿Por qué se han molestado? —preguntó David—. De media, un mundo agrario tiene menos de cien habitantes. Son cultivados por robots.

—Cada uno de ellos alimenta a entre cinco y diez mundos que no pueden cultivar sus propias cosechas —dijo Cole. Miró al otro lado de la mesa, al duque—. Déjame que adivine. Se ha corrido la voz y ahora los colonos abaten a cualquier cosa que se mueva.

El duque asintió.

—Según mis informaciones, sistemas de defensa planetaria programados de forma agresiva han derribado a siete naves de la República, dos naves de carga y una nave espacial. —Se detuvo—. Definitivamente éste no es un buen momento para volver con la República.

—No vamos a volver nunca —dijo Cole con firmeza—. Disparan a todas esas otras naves por accidente. Cuando nos disparen a nosotros, será a propósito.

—De todos modos, allí no nos queda nada —añadió Forrice—. Todos los miembros de la tripulación de la
Teddy R
. que se marcharon con nosotros están en busca y captura. Hay una recompensa de diez millones de créditos por Wilson, tres millones por mí, y hay incluso una mayor por la nave.

—Con todo, si tienes más noticias, me gustaría pasárselas a la tripulación. Que no vayamos a volver nunca no significa que ya no estemos interesados en lo que pasa allí.

—¿Te refieres a la guerra? —preguntó el duque.

—Ambos bandos quieren matarnos. A nadie le importa una mierda la guerra. Dame algunos resultados deportivos, una copia de nuevos holos que podamos meter en la biblioteca de la nave, algún toque hogareño…

—Obtendré lo que quieres —dijo el duque.

—¿No echas de menos tu mundo? —preguntó Forrice.

—La Estación Singapore es mi mundo ahora —replicó el duque—. No he salido de él desde hace cerca de treinta años, y no tengo intención de irme de aquí.

—Al menos tienes un mundo, por muy artificial que sea —dijo el molario—. El nuestro es una nave que tiene un siglo.

—Esto se está poniendo triste —dijo David—. Lo que necesitamos son algunas bailarinas

—¿Eso te agradaría? —preguntó el duque con curiosidad.

—Soy un caballero victoriano —respondió David—. Por supuesto que sí. ¿Es que sólo te gustan las mujeres de platino?

—No pretendía ofenderte —dijo el duque—. Cambiando de tema, aún me siguen estafando en la mesa de jabob. ¿Dónde está la gigante pelirroja?

Cole se encogió de hombros.

—Ni idea. Ahora tiene su propia nave, así que no puedo contactar con ella hasta que volvamos a partir. Pero me apuesto lo que quieras a que está bebiendo, o peleándose no muy lejos de aquí.

—¿Por qué no se une a nosotros?

—Probablemente tema que la incordies mientras está bebiendo pidiéndole que detecte cómo te están engañando —respondió Cole.

—«Pedid y se os dará» —citó Copperfield.

—¿De qué estás hablando? —preguntó el duque.

—Echa una ojeada —dijo Copperfield, señalando a la entrada, donde Val acababa de aparecer.

Cole la saludó con la mano y ella se acercó a la mesa.

—Ven a tomarte una copa con nosotros, querida dama —dijo Copperfield.

—He estado bebiendo todo el día —respondió, sentándose. Y después añadió—: Sólo una copita.


¿Qué puedo traerle
? —preguntó la mesa.

—Lo que le pedí a tu camarero la otra noche —dijo Val—. Una Llama Púrpura.


No está en mi banco de datos
—dijo la mesa.

—Pregúntale al camarero. Él sabe prepararla.


Tenemos diecisiete camareros
—fue la respuesta—. ¿
Puede identificar cuál es
?

—Humano, varón, quizás un metro ochenta de alto, calvo en la coronilla, las sienes grises, parecía que su mano derecha fuera prostética, le faltaban dos dientes en la parte superior derecha. Probablemente tiene unos cincuenta años.

—¡Caramba, no está mal! —murmuró Forrice.


Debe ser Gray Max, su nombre verdadero es Archibald Token. Ahora mismo está librando
.

—Está bien —dijo Val—. Empieza con un dedo de whisky de centeno Cristalazul, luego añade otro dedo de orujo de Benitaris III, un dedo de ron de Nuevo Barbados, una pizca de angostura y un dedo de cualquier limonada de Laginappe II. Guárdalo en tu memoria.

—¿Y eso es una copita? —dijo Cole, preguntándose por enésima vez cómo mantenía su fabulosa figura.


¿Solo o con hielo
? —preguntó la mesa.

—Solo.

La bebida apareció treinta segundos después.

—Tienes que entrenar a tus asistentes mejor —le dijo Val al duque—. Una persona podría acabar muerta de sed esperando a que Gray Max le dijera al ordenador del bar cómo se prepara una Llama Púrpura.

—Es una suerte para ti que el ordenador del bar no pueda darte su opinión sobre este punto —comentó Cole.

—Deberías probar uno antes de criticarlo —dijo Val.

—Tengo a mi estómago en demasiada estima —respondió Cole.

—Qué contenta estaré cuando Sokolov salga del hospital —dijo Val—. Él y Briggs son mis colegas de copas. Bueno, lo eran —se corrigió—, antes de que me trasladara a la
Esfinge Roja
.

—Estoy seguro de que si tiras la caña, encontrarás muchos colegas para beber en la Estación Singapore —dijo Cole. Se dio cuenta de que la mujer tenía una ligera hinchazón alrededor de su ojo derecho—.Aunque parece que ya le has tirado la caña a algunos y que uno de ellos te la devolvió.

Ella meneó la cabeza.

—Fue uno de los androides del burdel. —Lo dijo sin ningún embarazo. Se contempló pensativamente sus nudillos magullados—. Estoy segura de que volverá a ser funcional en dos o tres días.

—Si la República te hubiera tenido en la Armada, habrían ganado la guerra hace diez años —dijo Copperfield con admiración.

—Eso no te habría gustado —dijo Val.

—Me temo que no te sigo, querida dama.

—Si hubieran ganado hace diez años, a estas alturas se habrían apoderado de la Estación Singapore. Así que ¿adónde irías para relajarte y buscar negocios?

—Tiene un punto de razón —admitió el duque—. Los hombres siempre han ansiado poseer nuevos mundos. Estoy seguro de que si no tuvieran a la Federación Teroni disparándoles, estarían ansiosos por hacerse con el mío.

—Tienen las manos bien ocupadas donde están —dijo Cole.

—¿Y a quién le importa un comino? —dijo Val—. Vamos a hablar de negocios. Ya estoy lista para volver a salir de nuevo.

—¿Ahí fuera? —preguntó Copperfield, confuso.

—Fuera, a la Frontera —replicó—. ¿Ya tenemos otro trabajo?

—Aún no lo hemos discutido siquiera —dijo Cole—. Pensé que todo el mundo se aprovecharía del permiso en tierra.

—Ya hemos tenido bastante permiso —dijo Val contundentemente—. Es hora de volver a ponerse en marcha. —La formidable pelirroja acabó su bebida y se puso en pie—. Voy a hacer una ronda y ver qué está pasando —dijo—. Os alcanzo luego.

—Mírala —dijo Forrice mientras Val se encaminaba a la puerta principal del casino—, tiesa como una flecha. ¿Cómo se puede meter tantos estimulantes en su sistema y tener la cabeza tan clara?

—Es una mujer excepcional —admitió Cole—. Alegrémonos de que está de nuestro lado.

—He pospuesto el momento de decíroslo —dijo el duque—. Pero si estáis listos para coger otro encargo…

—Todavía no —dijo Cole—, pero si oyes algo que sea lo bastante interesante y lucrativo, házselo saber a David.

—Lo haré —dijo el duque.

—Y ahora —dijo Cole, levantándose—, creo que voy a comer algo.

—Dime lo que quieres y haré que mi chef privado lo cocine para ti —le ofreció el duque.

—Gracias, pero estoy fuera de la nave con tan poca frecuencia que me gustaría ver algo más de tu mundo, aunque no sea muy grande.

—Está bien —dijo el duque—. Puedo entenderlo. ¿Te veré más tarde?

—Sí, probablemente vendré por aquí antes de ir a planchar la oreja. —Se volvió hacia Forrice—. Eres bienvenido si quieres venir. Encontraremos un sitio que sirva a todas las especies.

—Creo que volveré a tentar a la suerte —respondió el molario—. Aún estoy desarrollando un sistema. Recógeme en La Luciérnaga dentro de dos horas.

Cole suspiró profundamente.

—Hombres y molarios… nunca aprenden.

—Sólo tengo que captar un poco mejor de las sutilezas y las complejidades —dijo Forrice—. Me estoy acercando, lo sé.

—¿Por qué no te limitas a hacer otra visita a tu burdel? —le sugirió Cole—. Allí disfrutarás de tu dinero muchísimo más.

Forrice hizo una mueca.

—Yo pago, ellas aceptan, no hay ningún reto.

—¿En qué estás más interesado? ¿En la satisfacción o en el reto?

—Basta de cosas abstractas —dijo Forrice—. Vas a causarme un terrible dolor de cabeza. —Se dirigió hacia la puerta—. Tú limítate a recogerme dentro de dos horas.

Cole observó cómo se iba el molario, bamboleándose con su zancada a tres piernas sorprendentemente grácil.

—¿Es el miembro de mi tripulación más brillante y el más leal —dijo, por fin—. En fin, volveremos en un par de horas.

Dejó el casino, deambuló por las calles estrechas y sintió aún un poco de claustrofobia, puesto que el siguiente nivel sólo estaba a unos cuatro metros por encima de él y no había ventanas. Adelantó a un trío de lodinitas, a un par de mujeres humanas, a un enorme torqual, a unas pocas especies que no había visto antes, incluso a un teroni que no le prestó atención en Tierra de Nadie galáctica.

Finalmente, llegó a un restaurante que atrajo su mirada, uno que anunciaba carne de reses mutantes de Pólux IV. Estaba a punto de entrar cuando un bistró, que estaba algo más allá, llamó su atención. De él salía música, jazz de verdad, y cuando se acercó, y vio a un par de mujeres humanas que estaban ejecutando una danza lenta, sensual, en un escenario pequeño. Entonces se dio cuenta de que el menú consistía enteramente en sucedáneos de soja.

Se quedó indeciso entre ambos durante un buen rato. Finalmente, su apetito por la comida venció a su apetito por la diversión, y entró en el primer restaurante, donde cenó un grueso y escandalosamente caro trozo de carne de verdad. Como comía solo acabó en veinte minutos, y decidió matar un poco el rato antes de ir a La Luciérnaga.

Las calles eran más bien parecidas a amplias aceras, pues apenas había tráfico. Un estrecho vial discurría en cada dirección para aquellos que desdeñaban andar. Todos los transportes de carga circulaban en el nivel central mediante un monorraíl; las viviendas humanas estaban en los niveles superiores y las alienígenas en los inferiores, aunque eso se debía a la gravedad artificial. Cada esquina tenía una rampa o un aeroascensor que conducía a los siguientes niveles, arriba y abajo. Cole había visto muchos de los niveles humanos, así que decidió pasar una hora paseando por uno de los niveles alienígenas.

Cuando salió del aeroascensor no percibió ninguna diferencia al principio, pero pronto empezó a ver portales que eran más amplios, más altos o más bajos; ventanas que estaban tan fuertemente tintadas o polarizadas que resultaban opacas al ojo humano, aunque algunas especies alienígenas estaban mirando a través de ellas y restaurantes con olores que nunca antes había encontrado. Algunos alienígenas hablaban entre ellos en sus lenguas nativas.

Contempló escaparates que mostraban objetos que no tenían ningún sentido en absoluto para él, justo al lado de objetos que tenían un origen claramente humano.

No podía decir realmente que era agradable, pero le resultaba interesante. La mayoría de sus experiencias en los mundos alienígenas se limitaban a atacar al enemigo o defenderse. Muy raramente tenía tiempo de explorar el mundo que estaba liberando o asimilando.

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