Superviviente (30 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Superviviente
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En Denver tuvimos una hija con polio para poder quedarnos en otro Hogar Ronald McDonald y comer y no notar cómo pasaba el suelo bajo nosotros mientras dormíamos. En el Hogar Ronald McDonald tuvimos que compartir habitación, pero había dos camas.

Ya fuera de Denver cogimos una Topsail Estate Manor de camino a Cheyenne íbamos a la deriva. No nos costaba dinero.

Cogimos media Sutton Place Townhome de camino a no sé dónde y acabamos en Montana, en Billings.

Empezamos a jugar a la ruleta con las casas.

Ya no entrábamos en los bares a preguntar qué casa iba adonde. Fertility y yo nos metíamos dentro de una, simplemente, y sellábamos la entrada una vez dentro.

Viajamos tres días y medio sellados dentro de una Flamingo Lodge y nos despertamos justo cuando la colocaban sobre sus cimientos en Hamilton. Salimos por la puerta trasera justo cuando la orgullosa familia que la había comprado entraba por la puerta principal.

Lo único que teníamos era el bolso de Fertility y la pistola de Adam.

Estábamos perdidos en el desierto.

En las afueras de Missoula nos subimos a un tercio de una Craftsman Manor que iba hacia el oeste por la interestatal 90.

Pasó un cartel junto a la ventana en el que se leía: Spokane, 450 kilómetros.

Pasado Spokane, pasó un cartel junto a la ventana en el que se leía: Seattle, 300 kilómetros.

En Seattle, tuvimos un hijo con una fisura cardíaca.

En Tacoma, tuvimos a una niña sin sensibilidad en los brazos y las piernas.

Contábamos a la gente que los médicos no sabían qué es lo que les pasaba.

La gente nos decía que rezásemos por un milagro.

La gente que de verdad tenía hijos muertos o muriéndose de cáncer nos decía que Dios es bueno y generoso.

Vivíamos juntos, como si estuviésemos casados, pero casi nunca hablábamos.

De camino al sur por la interestatal 5, pasamos por Portland metidos en media Holy Hills Estate.

Antes de estar preparados volvemos al hogar, a la ciudad en la que nos conocimos, de pie en la cuneta. Nuestra última casa se aleja y nosotros no hacemos nada.

Aún no le he dicho a Fertility que el último deseo de Adam fue que ella y yo hiciésemos el amor.

Como si no lo supiera ya.

Lo sabe. Durante las noches que anduve desmayado es lo único de lo que hablaba Adam con Fertility. Ella y yo teníamos que hacer el amor. Para liberarme y darme poder. Para demostrarle a Fertility que el sexo puede ser algo más que un próspero analista de mercado de media edad que la impregna con su ADN.

Pero no hay aquí ningún sitio en el que viva ninguno de los dos, ya no. Su apartamento y el mío han sido alquilados a otra gente. Fertility lo sabe.

—Sé de un sitio en el que podemos pasar la noche —dice ella—, pero primero tengo que hacer una llamada.

En la cabina está una de mis pegatinas de hace un millón de años.

«Date otra oportunidad, a ti y a tu vida. Si necesitas ayuda, llama.» Y mi antiguo número de teléfono.

Llamo, y una grabación me dice que mi número ha sido desconectado.

A la grabación le respondo: no fastidies.

Fertility llama al sitio donde cree que podemos colarnos. Dice por teléfono:

—Me llamo Fertility Hollis. El doctor Webster Ambrose me ha facilitado sus datos.

Es su malvado trabajo.

Es el ciclo histórico cerrado del que hablaba el agente. La omnisciencia de Fertility resulta muy fácil. Nunca sucede nada nuevo.

—Sí, tengo la dirección —dice—. Lamento la precipitación, pero no he tenido tiempo hasta ahora.

»No —dice—, esto no es deducible de impuestos.

»No —dice—, es por toda la noche, pero hay un recargo por cada intento.

»No —dice—, no hay descuento por pago en efectivo.

Dice:

—Podemos tratar los detalles en persona.

Dice al teléfono:

—No, no tiene que darme propina.

Chasca los dedos y musita «boli». En una de las pegatinas de mi línea de ayuda escribe una dirección y va repitiendo el número y la calle al teléfono.

—Perfecto —dice—, a las siete, pues. Adiós.

Es el mismo sol el que nos ve cometer los mismos errores una y otra vez desde el cielo. Sigue siendo el mismo cielo azul después de todo lo que hemos pasado. Nada nuevo. No hay sorpresas.

El sitio al que me lleva es la casa en la que solía limpiar. La pareja para la que criará esta noche son mis jefes del interfono.

5

El camino hasta la cama de Fertility está marcado por ventanas sucias y pintura repelada. Baldosas llenas de moho y manchas de óxido. Hay cañerías obstruidas y marcas de goma por todas partes. Cortinas desgarradas y sillones desfondados. Todas las estaciones del vía crucis.

Esto es después de que el hombre y la mujer para los que trabajaba estuviesen arriba con Fertility haciendo Dios sabe qué.

Esto es después de haberme colado por el ventanuco del sótano que Fertility sabía que estaría abierto. Esto es después de haberme escondido entre las flores falsas del patio, todas y cada una robadas de una tumba, y después de que Fertility tocase el timbre a las siete en punto.

El polvo recubre toda la cocina. El fregadero está hasta arriba de vajilla sucia de comida de microondas. El microondas está incrustado por dentro con comida que ha hecho explosión.

Me pongo a limpiar enseguida, como el esclavo criado y adiestrado y vendido que soy. Preguntadme cómo se saca comida reseca de dentro de un microondas.

Va, preguntadme.

El secreto está en hervir una taza de agua en el microondas un par de minutos. Esto reblandece las costras y así se pueden fregar.

Preguntadme cómo se quitan manchas de sangre de las manos.

El truco está en olvidar lo rápido que pasan estas cosas. Los suicidios. Los accidentes. Los crímenes pasionales. Fertility está arriba, a lo suyo.

Hay que concentrarse en la mancha hasta que la memoria se borra por completo. La perfección sí nace de la práctica. Por llamarla de alguna manera.

No penséis en cómo se ha de sentir uno si su único talento consiste en ocultar la verdad. Tenéis un don concedido por Dios para cometer un pecado terrible. Tenéis una capacidad natural para la mentira. Es una bendición.

Por llamarlo de alguna manera.

Me paso la tarde fregando, y aun así me siento sucio.

Fertility me dijo que el proceso acabaría hacia medianoche. Ella se quedaría en el dormitorio verde, con las piernas en alto recostadas en cojines. En cuanto la pareja se hubiese dormido en su propia habitación, yo podría subir sin peligro.

El reloj del microondas marca las once y media.

Me la juego, y el camino hacia la cama de Fertility está marcado por plantas de interior marchitas y pomos deslucidos, por cacas de mosca y manchas de dedos entintados con el periódico. Cercos de vasos y quemaduras de cigarrillo afean los muebles. De todos los rincones cuelgan telarañas.

En el dormitorio verde está todo oscuro, y desde las sombras Fertility dice:

—¿No deberíamos estar haciendo el amor?

Le digo que supongo que sí.

Ella dice:

—Espero que no te importe ir de segundo plato.

No.

De hecho, es lo que Adam hubiese querido. Ella dice:

—¿Tienes una goma?

Le digo que pensaba que era estéril.

—Claro que soy estéril —dice ella—, pero he follado a pelo con un millón de tíos. Podría tener una enfermedad terrible.

Le digo que eso sólo sería problema si tuviese previsto vivir mucho más tiempo.

Fertility dice:

—Eso pienso yo de la deuda acumulada en la tarjeta de crédito.

Así que follamos. Por llamarlo algo.

Después de estar esperando toda mi vida, la penetro apenas medio centímetro y ya se acabó todo.

—Bueno —dice Fertility, y me aparta—, espero que con eso te sientas muy poderoso.

No me da una segunda oportunidad de hacer el amor.

Por llamarlo algo. Mucho después de que se haya dormido, la observo y pienso en sus sueños, en si estará soñando nuevos suicidios o asesinatos o catástrofes horribles, y si yo soy parte del sueño.

4

A la mañana siguiente, Fertility habla por teléfono en susurros con alguien. Me levanto y ella ya está vestida y fuera de la cama, y pregunta:

—¿Hay un vuelo a las ocho de la mañana para Sidney?

Dice:

—Sólo de ida, por favor. Asiento de ventanilla si tienen. ¿Aceptan visa?

Para cuando se da cuenta de que la miro ya ha colgado y se está poniendo los zapatos. Parece que va a meter su agenda en el bolso pero la vuelve a dejar en la cómoda.

Le pregunto que adonde va.

—A Sidney.

¿Pero por qué?

—Porque sí.

Le digo que me lo diga.

Para entonces ya carga con el bolso camino del dormitorio.

—Porque ya me he llevado mi sorpresa —dice—. Ya tengo la maldita sorpresa que quería y, joder, no la quiero. ¡No quería esto!

¿El qué?

—Estoy embarazada.

¿Cómo lo sabe?

—¡Lo sé todo! —me chilla—. Bueno, lo sabía todo. Esto no lo sabía. No sabía que iba a tener que traer a un niño a este mundo miserable y aburrido. Un niño que heredará mi capacidad de ver el futuro y vivirá una vida de tedio agotador. Un niño que jamás se sorprenderá. No fui capaz de verlo venir.

¿Y ahora qué?

—Y ahora me voy a Sidney, a Australia.

¿Pero por qué?

—Mi madre se suicidó. Mi hermano se suicidó. Imagínatelo.

¿Pero por qué Australia?

Ya ha salido del dormitorio y carga con su bolso escaleras abajo. La seguiría, pero estoy desnudo.

—Piensa en ello —me chilla— como en un proceso abortivo radical.

Del dormitorio principal sale un hombre vestido con un traje azul que he planchado mil veces. Me pregunta, con una voz que he oído en mil llamadas del interfono:

—¿Es usted el doctor Ambrose?

Para cuando me he enfundado mi ropa, Fertility ya ha bajado las escaleras y sale por la puerta. Por la ventana del dormitorio la veo coger un taxi que la espera junto al jardín.

En el pasillo, una mujer vestida con una blusa de seda que he lavado a mano un millar de veces se acerca al tipo del traje azul. Los dos se quedan clavados en la entrada al dormitorio principal, y la mujer para la que trabajaba grita:

—¡Es él! ¿Te acuerdas? ¡Antes trabajaba para nosotros! ¡Es el Anticristo!

Me meto la agenda de Fertility bajo el brazo y salgo zumbando. Sigo corriendo, salgo por la puerta principal, camino de la parada de autobús, y me lleva un minuto localizar la fecha de hoy, y me da la respuesta.

A la una y veinticinco de la tarde, el vuelo 2039, sin escalas hasta Sidney, será secuestrado por un loco y acabará estrellándose en el desierto australiano.

Señoras y caballeros, en tanto que última persona a bordo del vuelo 2039, que en estos momentos sobrevuela el amplio desierto australiano, es mi deber informarles de que nuestro último motor se ha apagado.

Por favor, abróchense los cinturones para comenzar el descenso terminal hacia nuestro fin.

3

El aeropuerto está lleno de agentes del FBI que buscan a Tender Branson, Genocida. Tender Branson, Falso Profeta. Tender Branson, Aguafiestas de la Super Bowl. Tender Branson, quien abandonó a su radiante novia al pie del altar.

Tender Branson, Anticristo.

Doy con Fertility en el mostrador de embarque.

Ella está diciendo:

—Uno, por favor. Tengo reserva hecha.

El tinte negro lo usamos hace semanas y se me ven las raíces rubias. Con la grasienta comida de carretera vuelvo a estar gordo. Es sólo cuestión de que un guardia de seguridad me vea y me encañone.

Compruebo que el bolsillo de la chaqueta está vacío. La pistola de Adam ya no está.

—Si buscas la pistola de tu hermano, la tengo yo —dice Fertility vuelta hacia mí—. El avión será secuestrado aunque tenga que hacerlo yo.

No hay balas, le digo. Ella lo sabe.

—Sí que hay —dice—. Te mentí para que no te preocuparas.

O sea, que Adam podría haberme disparado en cualquier momento.

De su bolso, Fertility extrae una brillante urna de bronce. Fertility le pregunta a la azafata:

—Quiero llevar los restos de mi hermano conmigo en el avión. ¿Habrá algún problema?

La azafata dice que no será problema. No podrán pasar la urna por rayos equis, pero la dejarán subir con ella a bordo.

Fertility paga los billetes y vamos hacia las puertas. Me entrega su bolso y dice:

—He estado cargando con ello la última media hora. Haz algo útil.

Los de seguridad están demasiado preocupados con la urna como para echarme un segundo vistazo. Es de metal, y nadie quiere abrirla, y menos aún meter la mano dentro.

Aquí y allá, la gente de seguridad parece circular toda en parejas, y nos miran y hablan por walkie-talkies. La urna roza mi pierna a través del bolso. Fertility mira su billete y los símbolos de cada puerta que pasamos.

—Aquí —dice, cuando llegamos a nuestra puerta—. Dame mi bolso y lárgate.

Alrededor hay gente que va formando la cola cuando dan la primera llamada de embarque.

Los pasajeros con asientos en las filas cincuenta a setenta y cinco procedan a embarcar.

No sé quién de todos ellos es un loco terrorista secuestrador.

En el vestíbulo, las parejas de seguridad se han agrupado en cuatros y seises.

—Dame la bolsa —dice Fertility.

Coge el asa de mi mano y da un tirón.

Lo de que lleve a Trevor consigo no tiene sentido.

—Necesito mi bolso.

Los pasajeros con asientos en las filas treinta a cuarenta y nueve procedan a embarcar.

Los guardias de seguridad avanzan ahora por el vestíbulo hacia nosotros, desabrochadas las fundas y con una mano en el arma.

Y al fin lo veo. Dónde está el arma de Adam.

Está en la urna, digo, e intento arrebatarle el bolso a Fertility.

Los pasajeros con asientos en las filas diez a veintinueve procedan a embarcar.

Un asa del bolso se rompe y la urna cae al suelo enmoquetado, y Fertility y yo la perseguimos.

Fertility piensa secuestrar el avión.

—Alguien tiene que hacerlo —dice—. Es el destino.

Los dos tenemos la urna en las manos.

Los pasajeros con asientos en las filas una a diez procedan a embarcar.

Le digo que nadie tiene por qué morir. Última llamada para el vuelo 2039.

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